En plena efervescencia revolucionaria, el líder cubano
Fidel Castro funda en 1959 el ICAIC (Instituto Cubano de Artes e Industrias Cinematográficas).
Bajo la estricta censura y con medios limitados, la institución logra producir
varias de las mejores películas del cine cubano, algunas de ellas dirigidas por
Julio García Espinosa, uno de los primeros nombres importantes del cine autóctono.
García Espinosa ya era conocido antes de la revolución gracias a El mégano (1955), un corto documental sobre las duras condiciones de trabajo en una mina de carbón, que rodó junto al otro gran cineasta cubano, Tomás Gutiérrez Alea. La película fue prohibida por el régimen dictatorial de Batista hasta que se recuperó en 1959. En el seno del ICAIC, Espinosa filmó en los años sesenta dos películas que se encuentran entre las mejores de su filmografía y, por extensión, de la historia del cine cubano.
La primera de ellas, Cuba baila,
es, por un lado, una comedia costumbrista, muy influenciada por el neorrealismo
italiano, con el que guarda más de una semejanza, y, por otro, es una suerte de
historia de Romeo y Julieta, sin el halo trágico que acompaña a la obra de Shakespeare, adaptada a la Cuba previa a la revolución castrista,
donde las diferencias entre las clases sociales son el centro de atención:
Una ama de casa de clase media quiere la mejor fiesta de puesta de largo para su hija adolescente. Los recursos escasos de la familia no pueden permitirse tal dispendio, pero la advenediza mujer se empeña en organizar ese baile para invitar a las fuerzas vivas de la ciudad y, así, poder codearse con ellos. Al mismo tiempo, la hija quinceañera conoce y se enamora de un joven dependiente de una tienda, que no es para nada del gusto de la madre...
Como dice el título, la música y el baile no faltan en esta cinta que por momentos parece un documental semejante a los coetáneos que producen los jóvenes cineastas de las nuevas olas en Europa (véanse, por ejemplo, las obras dirigidas por Joris Ivens o Chris Marker sobre Cuba), impregnados todos, este y aquellos, de una fuerte propaganda revolucionaria.
Las aventuras de Juan Quin Quin (1967)
Seis
años más tarde de Cuba baila, con el régimen cubano ya asentado,
García Espinosa rueda la comedia Las aventuras de Juan Quin Quin,
adaptación de la novela de Samuel Feijoo, “Juan Quin Quin en Pueblo Mocho”. El
filme es una especie de parodia de un líder revolucionario, que parece mentira
que eludiera la censura del régimen dictatorial castrista en aquel —y en
cualquier— tiempo.
En la cinta, Juan Quin Quin escapa de milagro al incendio de una plantación provocado para arrestarle. Antes ayuda a un cura y más adelante actúa como líder guerrillero junto a su amor Teresa, a la que conoció años atrás cuando él actuaba en un circo y luchaba contra las injusticias del alcalde…
La
película tiene una estructura tan anarquista como la propia cinta, con bruscas rupturas
cuando parece que la cinta va a ser lineal. Va hacia delante y hacia atrás sin orden
ni concierto en lo que es una sucesión de aventuras, como dice el título, donde
el protagonista pasa de ser un torero a un sacristán o a un guerrillero.
La cinta discurre entre guiños continuos al espectador, con los actores hablando a la cámara, y contiene escenas extraídas del metraje de Historias de la revolución (1960) del citado Tomás Gutiérrez Alea, lo que sin duda nos dice de lo precario de las películas del ICAIC a pesar de su prolífica producción.
Con una música que recuerda a los contemporáneos espagueti western, con referencias de nuevo al cine europeo de la nouvelle vague, en especial al cine de Jean Luc Godard, el filme de Espinosa se adentra en otros mundos como los del cómic cuando utiliza intertítulos y bocadillos en planos que son como viñetas de tebeo. Se podría decir que Las aventuras de Juan Quin Quin se trata de un batiburrillo simpático y atractivo, que va desde una película de aventuras hasta una crítica social y religiosa pasando por el puro divertimento del director.