Pinchar en la tabla para verla mejor (las películas en rojo no son necesariamente las mejores, son las que se comentan más abajo)

Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:

Esta comedia sólo puede definirse como obra maestra. Una gran película con Ernst Lubitsch en plena forma; el director se atreve a meterse con los nazis en la época de su mayor dominio (Chaplin también lo hizo dos años antes con El Gran Dictador).
Una compañía de teatro polaca, que representa a Skakespeare, se ve envuelta en la guerra cuando intenta ayudar a la resistencia con un peculiar montaje “teatral”. El dueño (Joseph Tura) y su mujer (María Tura) dirigen la troupe y también la conspiración. Lubitsch, que no se conforma con la trama bélica, insiste en su toque personal e incluye en la historia los flirteos de María con un joven militar aliado. Esto añade tensión –y carcajadas- a la acción cuando Joseph Tura se preocupa más de los posibles cuernos que de la ocupación alemana.
El filme se divide en secuencias muy bien delimitadas, como actos de una obra de teatro. Sobresalen aquellas en las que Joseph Tura (Jack Benny) se hace pasar por espía alemán; y la larga escena final, con un clímax muy recordado, donde hasta el propio Hitler tiene su papel.

El reparto acompaña a Lubitsch en su parodia: con Robert Stack casi debutando, y Jack Benny especialmente motivado, es Carole Lombard la que destaca por encima de todos. La Reina de la comedia, a la sazón mujer del otro “Rey”, Clark Gable, está sencillamente magnífica. La excelente actriz nunca pudo ver la película en pantalla, murió en un accidente de aviación antes del estreno; se puede decir que en acto de servicio, ya que volvía de un tour para vender bonos de guerra.
Pero si los actores están a la altura, el apartado técnico es casi mejor: Miklos Rozsa en la partitura, Rudolph Maté con la fotografía y Vincent Korda en los decorados y, quien lo duda -aunque Lubitsch también aparecía en los créditos como productor-, Alexander Korda llevando las riendas del proyecto.
Mel Brooks hizo un remake en 1983, muy, muy lejos del original.

Drama que narra la vida en una pequeña ciudad de New Hampshire a comienzos del siglo XX. La cinta de Sam Wood es una notable adaptación de la célebre obra de teatro de Thornton Wilder, ganadora del premio Pulitzer. El propio escritor sufrió lo suyo para llevar su creación a la gran pantalla. Sólo tras varios meses de trabajo con el productor Sol Lesser, y con algunas variaciones –todas consentidas por Wilder-, el proyecto pudo llevarse a cabo. Con Wood al mando, ocupándose de los actores, y William Cameron Menzies llevando la parte visual, la película estuvo a punto de hacerse con seis oscar.
El metraje se reparte en tres actos, todos narrados por el farmacéutico de Grover’s Corner, el pueblo donde casi no sucede nada especial, pero que quiere representar los valores tradicionales americanos. El arranque, y la descripción de la villa por parte del presentador, propician la inclusión de la película en el subgénero del melodrama coral donde un pueblo o una calle son el personaje principal. Es el microcosmos donde se desarrolla una historia que bien podría haber pasado en cualquier lugar. Precisamente en el cine español abundan ejemplos de esta circunstancia cinematográfica lo que provoca que la visión de Our Town, hoy en día, resulte tan familiar. En este caso dos clanes (los Webb y los Gibbs), que pronto formarán uno solo cuando dos de sus hijos se casen, son los que llevan el peso de la historia.

Nadie mejor que Sam Wood para dirigir este drama tan conservador. El realizador –tachado con frecuencia de reaccionario- era un buen artesano que supo dar lo mejor de sí mismo en este tipo de productos. Los primeros minutos son espectaculares: el plano secuencia en el plató, que acompaña a los créditos, es seguido de la presentación de la ciudad que se transforma hasta el tiempo en el que se inicia la historia; y después viene lo mejor, con la introducción de las dos familias a base de transiciones tan sutiles como las de un gato que persigue al lechero, o los pasos de una de las hijas que se mezclan con los de las gallinas y polluelos en la granja. Todo esto se adorna con algunos contrapicados y con la excelente utilización del objetivo en tres niveles (en primer término un objeto difuminado, en el segundo nivel el personaje que el director destaca, y en el tercero el motivo que da continuidad a la acción, el lechero por ejemplo, o uno de los niños que acude a desayunar). Hay que pensar que esta manera de rodar tan estilizada tuvo lugar antes de esa revolución que fue Ciudadano Kane.

Sin quitarle mérito a su trabajo es cierto que Wood tuvo una serie de ventajas para que el largometraje funcionara tan bien: parte del elenco de actores ya habían representado la obra en Broadway; y luego estaba la inestimable ayuda de William Cameron Menzies, al que se le puede atribuir la brillante resolución de ciertas secuencias complicadas, como las del tercer acto, donde son fantasmas los que llevan la acción.
La historia funciona y casi todos los actores están creíbles (muy bien Martha Scott, pero sobre todo los secundarios, con Thomas Mitchell y Guy Kibbee a la cabeza, aunque chirríe algo el protagonista, un jovencísimo –casi irreconocible- William Holden); pero lo que apreciamos más son esos veinte primeros minutos, que de haber tenido continuidad probablemente hoy estaríamos hablando de una obra maestra.
La novela "The executioners", de John D. Macdonald, ha sido llevada a la pantalla en dos ocasiones: la primera de la mano de J. Lee Thompson, de forma impecable y es la que vamos a comentar; la segunda dirigida por Martin Scorsese en 1991, bastante interesante, pero, en mi opinión, inferior al original… leer más.