miércoles, 16 de abril de 2008

LA FAMILIA TERRIBLE (Les Parents Terribles de Jean Cocteau, 1948)

También conocida en España como Los padres terribles, esta excelente película es una adaptación de la obra de teatro homónima del propio Jean Cocteau. El director lejos de disimular el origen de la cinta muestra su pasión por las tablas incluyendo un escenario en los créditos y levantando el telón cuando arranca la película -hasta se escuchan los tres golpes de rigor que anuncian el comienzo de la función-.



Pero no nos engañemos, lo que viene a continuación es cine con mayúsculas. Cocteau se encarga de demostrarlo con una sucesión de planos imposibles, con un estilo que recuerda mucho al cine barroco de Orson Welles y que da el tono correcto a una complicada trama: una familia compuesta por un matrimonio, su único hijo y la hermana de la mujer, viven en un apartamento asfixiante -“el carromato” como lo llaman ellos-. Las relaciones entre ellos nos anuncian el drama: el hijo (Jean Marais, en la vida real amante del propio Cocteau) con complejo de Edipo incluido, está enamorado de la amante de su padre sin saberlo; la tía, resentida por no haberse podido casar con su cuñado, maneja los hilos de todos los personajes (insuperable Gabrielle Dorziat); y la madre, egoísta hasta el final, quiere ser el centro de todo (Yvonne de Bray).

Con estos mimbres Cocteau hace un cesto de lo más original; Gabrielle Dorziat nos da una pista cuando, al enterarse del triangulo hijo-amante-padre, que reproduce el ya existente esposa-marido-cuñada, exclama: “No sé si es un drama o un vodevil”. Y es que el genial realizador hace uso de esta forma de teatro popular para desdramatizar la acción introduciendo elementos de comedia con puertas que se abren y cierran por doquier.


Uno de los puntos fuertes de la cinta es la dirección de actores. Si alguien nos dijese antes de ver la película que el Jean Marais de Orfeo (Orphée, 1950) o de La bella y la bestia (La Belle et la bête, 1946), con 35 años, iba a hacer de niño mimado no nos lo creeríamos, sin embargo hace uno de los papeles de su vida. La gran Josette Day no le va a la zaga y Marcel André también se encuentra a la misma altura de los anteriores (los tres, compañeros de reparto en la citada La Bella y la Bestia). Pero lo que sin duda marca la diferencia en cuanto a interpretación es el duelo Gabrielle Dorziat e Yvonne de Bray (a quien Cocteau dedicó la película).

Otro de los aciertos -para mí lo mejor del filme- es la puesta en escena. El filme se estructura en secuencias donde los personajes interaccionan entre sí por parejas. Así, tenemos escenas donde discuten las dos hermanas, el hijo y la madre, el matrimonio o los amantes. Para resaltar los momentos de tensión, Cocteau realiza un montaje a base de primeros planos. Lo que hace es jugar con los rostros de forma que los encuadra uno enfrente de otro, los dos en diagonal o incluso uno sobre otro para conseguir el efecto dramático deseado. Un plano fantástico, cuando Marais le confiesa a su madre que está enamorado, puede servir de ejemplo: él se encuentra detrás de ella y justo en ese momento el director coloca la cámara de tal forma que vemos la boca del hijo sonriente, hablando sin parar, y justo debajo los ojos entristecidos de la celosa madre. Impresionante.

En resumen creo que si alguien se atreve con el reto de llevar a la gran pantalla una obra de teatro debería revisar esta adaptación, esta obra maestra de Jean Cocteau que, insisto, no reniega de su origen, como lo demuestra en un brillante (no lo voy a revelar) plano final.

Ver Ficha de La Familia Terrible

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