lunes, 29 de mayo de 2023

MASTER AND COMMANDER. AL OTRO LADO DEL MUNDO (Master and Commander: The Far Side of the World de Peter Weir, 2003)

Daba la impresión de que en 2003 se volvía atrás en el tiempo, a la edad dorada de Hollywood cuando los grandes estudios apostaban por las películas de género. Igual que en dicha época, Master and Commander se basó en los libros de un autor muy conocido, en este caso Patrick O’Brien, escritor de novelas históricas del estilo de Rafael Sabatini o C.S. Forester. 


Desde el principio el filme se planteó como una película de autor donde el director era a la vez productor y guionista. Para un cineasta tan personal como Peter Weir esta circunstancia sólo tuvo consecuencias positivas. De entrada, el realizador hizo los cambios pertinentes a las novelas de O’Brien para hacerlas suyas, para idear una trama original que tratase los temas que le interesaban:

Estamos en abril de 1805, Napoleón es el amo y señor de Europa y sólo Inglaterra le hace frente. La fragata británica “Surprise”, al mando del capitán Jack Aubrey (Russell Crowe), navega en aguas de Brasil. Su misión es interceptar al corsario francés “Acheron”. Con Jack navega su amigo de siempre, el doctor Maturin (Paul Bettany), médico ilustrado y naturista con ideales bastante más progresistas que los del conservador Aubrey. Después de dos breves, pero intensos encuentros con el “Acheron”, que ponen de manifiesto la superioridad del barco francés, la “Surprise” se adentra en el Pacífico y llega a las islas Galápagos...

Para confeccionar el guion, Weir eligió la primera y la décima de las novelas de la saga: “Master and Commander” y “The Far Side of the World”. De la primera extrajo los dos enfrentamientos con el “Acheron”, y de la segunda la estructura de la película que se basa en la persecución en aguas del Pacífico. La diferencia principal entre el guion y los libros de O’Brien radica en el rival a batir, ya que en la época en la que se desarrolla la trama del segundo libro (1812) Inglaterra se encontraba en guerra contra Estados Unidos y no contra Francia. El cambio de enemigo de un corsario americano a uno francés se entiende debido a la nacionalidad estadounidense de la película. Además, 1805 como referencia histórica es mucho más interesante debido a la proximidad de la batalla de Trafalgar y al giro que le dio a toda la guerra cuando se impidió la invasión francesa del Reino Unido.

Aparte del cambio obligado de enemigo debido a la audiencia, el resto de aportaciones del director al guion son más personales y tienen que ver con su excelente filmografía. Películas donde destaca el contraste entre dos mundos y la disparidad entre los distintos personajes de sus filmes como reflejo de lo anterior. En Master and Commander las personalidades de Jack y Maturin, inglés e irlandés, son casi opuestas. Mientras el primero dedica su vida al honor y al deber como oficial de la armada que es, el segundo no cree en la violencia y sostiene que se puede discutir la autoridad. Maturin le echa en cara a su amigo el que se mueva más por orgullo que por obediencia. 




Algo de cierto hay en los reproches del médico cuando Jack no ceja en el empeño de perseguir al “Acheron” aunque eso suponga poner en peligro la vida de su tripulación; todo con tal de dar caza a un barco mucho más poderoso que la fragata. Sólo cuando Maturin cae enfermo, Jack da su brazo a torcer y abandona la caza. Al final, Peter Weir nos dice que la amistad lo puede todo; que es capaz de hacer a los hombres más tolerantes. Así, Maturin pasa por encima de sus ideas y se une a Jack en el combate con tal de ayudar a su amigo; éste también cede y deja al doctor que gaste tiempo en investigar la flora y la fauna de las Galápagos, y hasta utiliza los conocimientos sobre la evolución de las especies para aplicarlos en la batalla final.

Los dos amigos son por encima de todo, eso, amigos, y ni la guerra ni los diferentes puntos de vista impedirán que se reúnan en los ratos de ocio para tocar música clásica. Las secuencias en las que el capitán practica con el violín y el médico con el violonchelo —toque de flema británica estilo Holmes y doctor Watson— son un alto en el camino no sólo para los personajes, sino también para el espectador que se deleita escuchando la música de Mozart o Boccherini aunque ésta finalmente se mezcle con el sonido de los tambores que tocan a zafarrancho de combate. Peter Weir, director detallista y concienzudo, aparece aquí con toda su fuerza: la ambientación de la película es extraordinaria. La vida a bordo de una fragata de comienzos del siglo XIX debía ser como la imagina el lector de las novelas de O’Brien, que es exactamente como la presenta Weir en pantalla.

Gracias a las distintas subtramas presentes en Master and Commander, la película contiene todos los elementos que caracterizan este tipo de filmes: combates navales; amago de motín repelido con castigos en cubierta; descripción de un viaje de exploración e investigación (Maturin llega a anticipar las teorías de Darwin descubiertas en los viajes del “Beagle”), etc. Además resulta una película apta para toda la familia donde los jóvenes guardiamarinas, unos niños, viven la aventura junto a su comandante al que admiran, persiguen al enemigo como si estuvieran participando en una regata, pero mueren en combate igual que los adultos.

Un largometraje que es una loa a la amistad, pero también al amor por los barcos tal como nos dice aquella escena en la que Jack, tras la batalla, toca el mamparo de la cámara de oficiales en el lugar donde ha impactado un proyectil enemigo. El capitán acaricia la astillada madera como si fuera —que es— una herida de guerra mientras asegura que el barco no es tan viejo, que no existe en el mundo mejor fragata que la “Surprise”.


El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Master and Commander en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas

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domingo, 14 de mayo de 2023

2 X 1: "PRIVATE DETECTIVE 62" y "MATANDO EN LA SOMBRA" (Michael Curtiz) (I)

Private Detective 62 (1933) 

El gran director Michael Curtiz tuvo una de las filmografías más extensas y de mayor calidad del universo cinematográfico que ahora llamamos cine clásico. De todas sus películas destacan aquellas que dirigió en el seno de la Warner Brothers. De origen húngaro, Curtiz llamó la atención de Jack Warner allá por los años veinte cuando veía lo bien que se desenvolvía el realizador en Austria dirigiendo películas épicas (Esclava Reina, Sansón y Dalila, Sodoma y Gomorra, etc.). Cuando lo contrató, el productor seguramente ya tenía en mente encargarle El arca de Noé (Noah’s Ark, 1928), una cinta estilo DeMille con la que prácticamente se decía adiós al cine mudo.

Pero a Curtiz no solo se le daban bien las superproducciones, enseguida demostró su habilidad para todo tipo de estructuras narrativas. Se quedó en la Warner y ellos que salieron ganando. Dos ejemplos de aquellos filmes tan bien realizados son los policíacos que dirigió en los primeros años treinta con William Powell de protagonista:

En Private Detective 62, el primero de ellos, Powell es Donald Free, el detective privado del título. Después de haber caído en desgracia por haber sido declarado persona non grata en Francia, Free tampoco tiene demasiada suerte al asociarse con Dan Hogan, un colega con pocos escrúpulos, que sigue las instrucciones del dueño de un casino. Free reacciona cuando Hogan y el mafioso planean engañar a una joven a la que el segundo debe mucho dinero.

 

Entretenido filme, que Curtiz realiza sin muchos medios, al estilo de las películas de serie B, pero con un ritmo muy rápido, una narrativa casi perfecta y un dominio de las elipsis prodigioso. Así, Curtiz es capaz de pasar de un país a otro en pocas secuencias mientras el protagonista se mete en problemas, lo detienen, lo juzgan, viaja en un barco, escapa de él y busca trabajo. 

El caso de Curtiz no deja de ser curioso porque le sucedió lo contrario que a la mayoría de directores: de especialista en rodar largometrajes colosalistas, con grandes medios, superproducciones costosas del cine mudo, pasó a dirigir películas de escaso presupuesto, policíacos, dramas, comedias, cintas de aventuras, es decir, de cualquier género, pero siempre con su sello de realizador imaginativo, que manejaba ⸺y acaso inventaba⸺ todos los recursos cinematográficos para convertirse en uno de los que cambió el cine norteamericano para siempre.


Matando en la sombra (The Kennel Murder Case, 1933)

El segundo de los filmes que Curtiz dirigió en 1933 con William Powell al frente del reparto fue Matando en la sombra, adaptación para la gran pantalla de la novela homónima de S.S. Van Dine, creador del personaje protagonista, el detective Philo Vance:

Vance sospecha que el suicidio de un magnate y coleccionista de cerámica china es en realidad un asesinato. La lista de sospechosos (la sobrina, la amante, la pareja de la amante, el secretario, el cocinero chino, el mayordomo que no falte, el hermano, etc.) es extensa debido al mal carácter del finado y a sus chanchullos comerciales, pero la solución del caso se presenta complicada, ya que la víctima se hallaba en un cuarto cerrado por dentro.

Entretenida trama donde todos tenían motivos para matar a la víctima; donde un jarrón chino y una daga son las claves del misterio; y donde la policía se deja aconsejar ⸺y mandar⸺ por un detective famoso, al estilo de las novelas de Sherlock Holmes o Agatha Christie.

 

La cinta es un ejemplo del típico misterio locked-room o habitación cerrada, también llamado “crimen imposible”. Es, sin duda, la mejor de la larga serie de películas que se realizaron sobre la figura del detective Philo Vance ⸺en 1940 se hizo un remake titulado Calling Philo Vance (William Clemens)⸺; Matando en la sombra es la quinta de la saga, la cuarta y última protagonizada por William Powell, y la única dirigida por Michael Curtiz, con su acostumbrada maestría.

La película es un pre-noir donde ya hay algunos estilemas del género que se desarrollaría en los años cuarenta, con la presencia de William Powell ⸺y de Mary Astor, futura femme fatale⸺ un año antes del éxito La cena de los acusados (The Thin Man, W.S. Van Dyke, 1934), que iniciaría otra larga serie de películas inolvidables con Powell, Myrna Loy y el perrito Asta, que por cierto también actúa en Matando en la sombra.




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domingo, 30 de abril de 2023

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (XIV)

Raoul Walsh organiza Tambores lejanos con pocas diferencias en la estructura con respecto a Objetivo: Birmania: un pequeño grupo liderado por un valiente jefe que se interna en territorio hostil, que cumple su misión, pero que no puede regresar como estaba previsto y tiene que volver caminando por una intrincada jungla, hostigado por los enemigos. No sólo el planteamiento general es igual, también existen similitudes en elementos más concretos: hay una invasión en marcha; Wyatt divide sus fuerzas; la mitad de la tropa es torturada y asesinada por los indios; al final se desarrolla una batalla nocturna en las trincheras, etc. 


Tan afines son ambas películas que Walsh no sólo repite secuencias sino que vuelve a planos como los del ataque a la aldea enemiga (la aproximación es semejante, también el lanzamiento del cuchillo al centinela y la impresión que les causa a los militares el descubrimiento de sus compañeros asesinados que, en este caso, han servido de alimento a los caimanes); o los del grupo que vadea el pantano, cada vez más hundido en el agua a medida que aumenta el peligro (5.37 y 5.38 en vez de 5.31 y 5.32).

En Distant Drums, Walsh también persiguió el mayor realismo posible. A diferencia de lo sucedido en el rodaje de la cinta bélica, aquí sí filmó los exteriores en el mismo lugar donde acontecieron los hechos: en los Everglades de Florida, en Silver Springs y en San Agustín, en el castillo de San Marcos, una fortaleza española del siglo diecisiete enclavada en los pantanos. No contento con la fauna que le proporcionaban las localizaciones, el director mandó traer serpientes desde California para acompañar a los caimanes de Florida en el acoso a los soldados. 

Aunque el verdadero peligro, tanto en la ficción como en la realidad, lo representaban los indios seminolas. Una tribu especialmente beligerante con el hombre blanco, que tiene el orgullo de ser la única que no ha llegado a firmar la paz con los estadounidenses.[1] Walsh los filma más exóticos de lo normal para sacar mayor rendimiento a la fotografía en color: como si fueran mayas o aztecas, sus pinturas de guerra y las ropas que visten en algunas escenas se hacen eco de la rica variedad cromática de la selva, mientras en otras contrastan con ella (5.39). 

Desde luego, son indios que se alejan del estereotipo del nativo medio desnudo, el que se suele identificar con el paisaje más tradicional del western desértico. Con ese peculiar enemigo, y con una primera parte que más bien parece “una de piratas” (la presencia del teniente de la Armada, la navegación por el lago, el asalto al fuerte colonial, los contrabandistas que protegen la fortaleza (5.40), etc.), Tambores lejanos es un western tan atípico como original; una película sin caballos, que se desarrolla en la selva y que trata un tema que ha sido llevado muy pocas veces al cine, el de las guerras con los seminolas.[2]  

Igual que en Objetivo: Birmania, la estrella de la película, Gary Cooper, también se quejó de lo duro del rodaje; si bien sus declaraciones no fueron siempre tan críticas como las de Errol Flynn. Mientras por un lado aseguraba que “había donado un galón de su mejor sangre a los mosquitos y sanguijuelas”, por otro, confesaba que había aprovechado los parones entre rodajes para buscar caracolas, para jugar al golf y relajarse en un lugar ideal para descansar lejos de la civilización (Meyers 2001, p. 238). Independientemente de las agotadoras —o no tanto— condiciones de la filmación, la relación entre Cooper y Walsh fue casi mejor que la que existió entre Flynn y el realizador, seis años atrás. De hecho, el director estaba encantado de poder contar con la colaboración del actor, con el que siempre había querido trabajar.[3]

Continuará...

Leer el capítulo desde el inicio.


[1] Walsh presumió de ser el primero en rodar en esos parajes y de contar con verdaderos seminolas como extras, aunque según él, “no era el pueblo más fácil de domesticar e incluso me llegaron a amenazar de muerte” (Walsh citado en Moss 2011, p.312).

[2] Se nos ocurre el largometraje de Budd Boetticher, Traición en Fort King (Seminole, 1953) y pocos más.

[3] Se llevaban estupendamente, solían cazar y pescar juntos. Walsh llegó a decir: “nunca he conocido a un hombre más bueno que Gary Cooper, o lo que es lo mismo, a un amigo mejor” (Moss 2011, p. 311). 



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domingo, 16 de abril de 2023

2 X 1: "UN SUEÑO AMERICANO" y "ESPOSA DE GUERRA JAPONESA" (King Vidor)

Un sueño americano (An American Romance, 1944) 

La carrera de King Vidor, un gigante del cine norteamericano y acaso del mundial, tuvo un carácter ascendente desde que comenzó como proyeccionista en su ciudad natal hasta que llego a dirigir obras maestras como El gran desfile (The Big Parade, 1925) o …Y el mundo marcha (The Crowd, 1928), cumbres de su obra en el cine mudo, siempre con un trasfondo moral que aprendió gracias a su madre, seguidora de las teorías de la Christian Science. En los años treinta, en la época del realismo crítico, volvió a interesarse por esos temas sociales con El pan nuestro de cada día (1934), una excelente utopía donde la protagonista era una cooperativa agrícola. Alejado de estos mensajes sociopolíticos que le dieron sus mejores obras, volvió a ellos en un par de ocasiones que vamos a comentar: 

En Un sueño americano, Vidor narra la historia de un emigrante ruso (Brian Donlevy) desde que llega a Estados Unidos hasta que se convierte en un magnate de la industria del automóvil. El filme transcurre desde finales del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial. Una película-río, donde el protagonista se casa con la maestra que le enseña a leer, tiene cinco hijos y pasa por diversos trabajos (una mina de hierro, una fábrica de acero, la producción en serie de coches y, finalmente, la de aviones para el ejército) en los que va ascendiendo progresivamente de categoría gracias a su esfuerzo y ambición.

En realidad es una cinta de propaganda bélica, realizada durante la guerra, pero se convierte en una de las obras más personales de Vidor, con incursiones en el tema de los sindicatos y los derechos de los trabajadores, temas afines al contexto social del momento, con un aliado como la Unión Soviética en su lucha contra los nazis. El largometraje tiene cierto aire autobiográfico, cuando los abuelos de Vidor fueron emigrantes húngaros, y además es un interesante documento sobre la fabricación del acero y la de coches y aviones en serie.  

 

Destaca la interpretación de Brian Donlevy, seguramente en uno de los mejores papeles de su larga carrera, donde siempre había destacado en registros de personaje malvado. Aquí es un ambicioso inmigrante que en su cumbre como empresario se enfrenta a los sindicatos, donde su propio hijo es uno de los representantes de los obreros (y el narrador de la historia). El magnate abandona su puesto cuando se ve derrotado por los trabajadores, pero vuelve en el momento en el que el gobierno solicita su ayuda para fabricar aeronaves.

Un sueño americano (por una vez, y sin que sirva de precedente, nos gusta más la traducción española que el título original: An American Romance) fue mutilada por la Metro debido a su larga duración y el resultado no tuvo ni buenas críticas ni éxito entre el público. Solo más tarde, cuando se pudo ver completa, se demostró que era una de las mejores cintas de King Vidor.

 

Esposa de guerra japonesa (Japanese War Bride, 1952)

Otra cinta de King Vidor que pasó sin pena ni gloria fue Esposa de guerra japonesa. Una cinta que vista hoy en día tiene unas cuantas virtudes y se deja ver con agrado. Película de posguerra donde Vidor se adentra en el complejo mundo de los soldados que regresan después de combatir, en este caso agravado por haber contraído matrimonio con una nativa.

La película se centra en la japonesa Tae (Shirley Yamaguchi, actriz china), flamante novia, casada con Jim, el soldado que vuelve del frente (Don Taylor), y el conflicto que surge cuando ambos tienen que vivir en la casa de los padres y del hermano del protagonista, a la sazón casado con una antigua novia de Jim. Los celos de la cuñada, antiguos amores no resueltos, y las heridas de una guerra que aún no han cicatrizado se vuelven en contra de una inadaptada Tae que, para más disgustos, se encuentra embarazada.

Un melodrama en toda regla, pues, pero matizado con los temas sociales que le interesan a Vidor, ahora sobre los problemas de la integración en la sociedad norteamericana de una mujer, antigua enemiga para algunos que han sufrido pérdidas en el conflicto. Eso sin contar lo que supone un matrimonio interracial en una sociedad tan intolerante y racista, y más en aquella época.

 

En realidad se trata de otro sueño americano, esta vez truncado, donde la pareja ansía tener su hogar y llenarlo de niños (hasta se construyen la casa con sus propias manos). De forma tangencial se ve la mano del Vidor que tanto éxito tuvo en el periodo mudo con este tipo de películas: aquellas en las que planteaba los problemas de una pareja para salir adelante en un mundo lleno de prejuicios. También hay algo de documento cuando presenta la plantación de hortalizas en California, la cosecha y el empaquetado en la fábrica.

En el filme, sobresalen algunas secuencias muy bien filmadas por Vidor, como aquella en la que Jim vuelve a casa: el director “pierde el tiempo” en pasear al protagonista por todas las estancias, una a una, del hogar de su infancia, hasta se para en la cocina para oler el guiso de su madre que le retrotrae a una vida más feliz, la de antes de la guerra. Buena interpretación de Yamaguchi, muy sentida, y fuerte presencia del gigante, a su lado, Don Taylor (futuro director de cine), que tiene que agacharse en más de una secuencia para ponerse a la altura del resto de personajes.

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domingo, 2 de abril de 2023

MARE NOSTRUM (Rafael Gil, 1948)

La primera adaptación de Mare Nostrum, novela de Vicente Blasco Ibáñez, se debe a Rex Ingram y fue realizada en 1926. La versión de Rafael Gil, la que nos ocupa, es más académica y pone el acento en la trama de espionaje, pero en ambas adaptaciones el tema central es la historia de amor, o más bien las pulsiones que se desatan como consecuencia de un enamoramiento fatal:



Ulises Ferragut (Fernando Rey) es el capitán y el dueño del “Mare Nostrum”, un mercante español al que le sorprende la Segunda Guerra Mundial cuando se encuentra atracado en Nápoles. En las ruinas de Pompeya se encuentra con las polacas Freyra (María Félix), de la que se enamora, y su acompañante, la doctora Fedelman. Ambas parecen conocerle y además tienen una extraña relación con el conde Gavelín (Guillermo Marín). Después de varias citas, de encuentros y desencuentros donde Ulises declara su amor incondicional a Freyra, ella le confiesa que es alemana y que lucha por su patria... 

Gil no pone especial énfasis en uno de los temas preferidos por Blasco Ibáñez que sí refleja Ingram en su largometraje: el de la saga familiar destrozada por la guerra a la manera de lo que sucedía en Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Rafael Gil aborda la novela para que comience cuando Ulises ya es el dueño del “Mare Nostrum”. Gil se salta a propósito todos los antecedentes familiares, seguramente para ahorrar metraje en beneficio de la trama melodramática y de la acción. Otro punto de unión entre Los cuatro jinetes… y Mare Nostrum hay que buscarlo en las versiones del cine sonoro. Tanto Vincente Minnelli en 1962, como Rafael Gil, trasladaron la acción desde la Primera Guerra Mundial a la Segunda. Con pocos cambios la adaptación no queda mal y da la impresión de que la historia original es más moderna de lo que en realidad es. 

De hecho, en la versión de Gil se nota la influencia del contexto político y social de la posguerra. La sombra del régimen franquista y su moral católica se hacen evidentes en la ausencia de adulterio en el filme de Gil con respecto al de Ingram (Ferragut es viudo en lugar de casado), y también en el especial hincapié que se hace del honor patrio cuando la dotación del barco discute acerca de la neutralidad española. Un recurso de guion que, sin llegar a la propaganda descarada, sí logra resaltar el espíritu nacional de aquella época. A pesar de tales connotaciones políticas, no deja de ser curioso el hecho de que el régimen tuviese a bien adaptar a Blasco Ibáñez cuando el escritor había sido un político republicano y activista antimonárquico, especialmente beligerante con la dictadura de Primo de Rivera. 


El caso es que Suevia Films y el productor Cesáreo González se embarcaron en la aventura; y además con una estrella de fama mundial como era María Félix. Mare Nostrum quedó como lo más significativo del paso de la diva mexicana por España, y desde luego la mejor de las tres películas que hizo con Rafael Gil —las otras dos fueron Una mujer cualquiera (1949) y La noche del sábado (1950).

El director español que había destacado en sus inicios por comedias sencillas, pero atractivas, se dedicó a un cine caligrafista que se apoyaba demasiado en las adaptaciones literarias. La grandilocuencia de los diálogos de Mare Nostrum y la tendencia al histrionismo de la pareja protagonista impulsan a la cinta a formar parte de esa categoría de largometrajes mal llamada “cine de calidad” (Don Quijote de la Mancha, Reina Santa, La Fe, etc.). Sin embargo, gracias a los loables intentos de Gil por rodar una película ora realista y moderna, ora estilizada y poética, la cinta se salva de la quema y consigue destacar por encima de las demás:

El realizador gestiona muy bien las escenas de los paseos por Pompeya, a base de planos generales, que quieren anticipar el cine de Rossellini (Te querré siempre); filma con delicadeza las sentidas imágenes del rostro de María Félix cuando canta el bolero “Te quiero besar”; y se esfuerza, y consigue, captar en primer plano a la actriz a través de un portillo del “Mare Nostrum” difuminado por el humo. Igual de inspirado es el momento estrella de la película cuando el director fotografía a María Félix antes de ser fusilada en la playa, como un soldado, con el “uniforme” que son sus pieles y joyas.


El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Mare Nostrum en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas

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domingo, 19 de marzo de 2023

2 X 1: "FORBIDDEN" y "AQUELLOS DUROS AÑOS" (Rudolph Maté)

Forbidden (1953) 

De los directores de fotografía que se han pasado a la dirección, quizás uno de los más destacados, si no el más destacado, sea Rudolph Maté. Cineasta polaco, estudió en Hungría y trabajó en varios países europeos como operador de Alexander Korda, Dreyer, René Clair o Fritz Lang, entre otros, antes de instalarse definitivamente en Estados Unidos donde siguió su carrera colaborando con los mejores: Wyler, Vidor, Dieterle, McCarey, Hathaway, Lubitsch, Hitchcock y un largo etcétera. 

En la segunda mitad de los cuarenta, Maté decide realizar sus propias películas, paradójicamente sin ninguna pretensión estética teniendo en cuenta su virtuosismo como director de fotografía. No obstante, sus mejores filmes se desarrollan a lo largo de los años cincuenta. Uno de las más notables es Su alteza el ladrón (The Prince Who Was a Thief, 1951) donde dirige a Tony Curtis y lanza su carrera como actor. No sería la última vez que ambos trabajasen juntos: en 1953 vuelven a colaborar en el policíaco Forbidden

El arranque de la cinta es parecido al de Gilda (Charles Vidor, 1946): Curtis es un recién llegado a Macao ⸺¿qúe tiene esta pequeña península que le va tan bien al noir?⸺ que ayuda a un gánster, le salva de ser asesinado, y este para agradecerle el gesto le contrata para supervisar su casino. El conflicto se crea cuando a Curtis le presentan la prometida del gánster.


 

Joanne Dru, más guapa que nunca ⸺la pantalla parece brillar ante los primeros planos de la actriz, imagino a Maté atando por corto a su operador de fotografía⸺, resulta ser la antigua novia de Curtis. En realidad, el protagonista ha viajado desde tan lejos para buscarla y llevarla a Estados Unidos donde otro mafioso requiere su presencia. Claro que al verla, todo lo que tenía planeado se va al traste... 

Buena película de la Universal, con ritmo creciente. Un largometraje de cine negro con perseguidos y perseguidores, con amores y desamores, con buena fotografía y con una música difícil de olvidar del virtuoso Frank Skinner. Maté parece disfrutar de las escenas de acción donde no se muestra nada tacaño, al revés, se recrea en las secuencias del intento de asesinato del arranque o, sobre todo, la de la persecución y el enfrentamiento en el barco.

  

Aquellos duros años (The Rawhide Years, 1956) 

Conforme transcurre el tiempo, Rudolph Maté se convierte en un artesano que comprende bien los cánones de cada género, desenvolviéndose a la perfección en todos ellos. Vale lo mismo para dirigir una película de ciencia ficción que para realizar un péplum. De hecho, solo con Tony Curtis, colaboró en tres géneros distintos: aventuras, cine negro y western

En efecto, después de Forbidden, Maté cambia a la aventura con el protagonismo de Tony Curtis en la más que interesante producción de capa y espada Coraza negra (The Black Shield of Falworth, 1954). Nada que ver con la última colaboración entre actor y director: un western titulado Aquellos duros años.

De nuevo con la Universal detrás y con la música de Frank Skinner, Maté dirige a Curtis en una película del oeste que se desarrolla en el Mississippi, con barcos fluviales, juegos de cartas y bandidos que asaltan a los pasajeros. Curtis sigue en el mismo ramo que en Forbidden solo que ahora no es supervisor de un casino, sino un jugador de cartas profesional al que acusan injustamente de asesinato.

 

El protagonista, a lo largo del metraje, tendrá que demostrar que es inocente ayudado por su novia Zoe (Colleen Miller, algo sosa) y por un buscavidas de dudosas intenciones (Arthur Kennedy, sobreactuado, aunque con cierta lógica por el carácter del personaje, un vividor que siempre opta por quedarse con el mejor postor). 

Western con pretensiones, que se queda en una aventura algo deslavazada, con Curtis sin encontrar su sitio excepto en las primeras secuencias, con el juego, las trampas y el cinismo donde el actor se encuentra en su salsa y avanza lo que serán sus películas a finales de los cincuenta y en toda la década de los sesenta, cuando alterne dramas con comedias.


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domingo, 5 de marzo de 2023

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (XIII)

5.2.2. Tambores lejanos (Distant Drums de Raoul Walsh, 1951). 

El año 1951 significó para Walsh el comienzo del fin de la estabilidad en su carrera como director, hasta ese momento asociada a la Warner Brothers. Su contrato de larga duración con la compañía se había extinguido al terminar Camino de la horca. Ya sólo le unía al estudio el compromiso de filmar una cinta más, Tambores lejanos, antes de comenzar un largo recorrido por los diferentes estudios a base de similares contratos temporales —de un solo filme—, en lo que ya fue su última etapa como realizador. Una situación que llegó a ser la habitual en los cineastas de la época, fruto de los cambios que surgieron en Hollywood al finalizar la década de los cuarenta, y que ya se ha comentado suficientemente.

En realidad, Distant Drums fue producida por United States Pictures mientras que la Warner se encargó únicamente de la distribución. Un acuerdo al que llegaron Niven Busch, autor de la historia original, y Milton Sperling, productor de United States Pictures y, a la sazón, de la película. La operación era semejante a la efectuada por Busch con Perseguido,[1] en donde también se encargó del guion. Para el libreto de Distant Drums, Niven Busch adaptó la novela “Fort Everglades”, de Frank G. Slaughter con la intención de llevarla descaradamente al terreno de la película de Walsh, Objective, Burma! Así, entre Busch y su colega Martin Rackin,[2] confeccionaron un guion que no era otra cosa que un remake de la cinta protagonizada por Errol Flynn, algo parecido a lo que Hawks y Leigh Brackett hicieron con El Dorado y Río Lobo, es decir una versión encubierta de la película original, con el atractivo, eso sí, de cambiar del género bélico al western. Para la Warner, participar en un remake ya hemos visto que era una cosa bastante normal; para Walsh también. Por ambas razones, por partir de una trama que le era familiar y por la experiencia del director en traspasar historias entre géneros, la película era ideal para que la dirigiera él.  

Distant Drums narra las aventuras del capitán Wyatt (Gary Cooper) y su destacamento de soldados estadounidenses en el territorio hostil de los seminolas, unos indios de Florida especialmente combativos y peligrosos. Wyatt consigue adentrarse en las líneas enemigas gracias al apoyo de la marina, en concreto del teniente Tufts (Richard Webb). El oficial naval aporta una embarcación para atravesar el lago que los lleve a las cercanías de una antigua fortaleza española. La misión de Wyatt será destruir el fuerte y de esta forma impedir que se distribuyan las armas a los nativos; todo para facilitar la invasión del general Zachary Taylor que se dispone a pacificar la región. En un principio, la operación sale según lo planeado: destruyen la fortaleza y liberan a unos prisioneros de los traficantes de armas, entre ellos a Judy Beckett (Mari Aldon), una mujer de oscuro pasado que desea vengarse de su expareja. Cuando el destacamento va a ser evacuado por la embarcación, Wyatt y sus hombres son sorprendidos por los indios y tienen que abortar el rescate. No les queda más remedio que atravesar los Everglades en un duro camino hacia casa. Wyatt divide a sus fuerzas para tener alguna posibilidad de sobrevivir, pero la mitad de su grupo es aniquilado por los indios. Hostigados el resto por los seminolas, pero también por el entorno asfixiante de la selva y por sus habitantes, cocodrilos, serpientes, etc., los soldados son diezmados, pero consiguen llegar a la isla donde vive Wyatt. Se atrincheran en la playa, pero por la noche son atacados por exploradores nativos y al alba se disponen a la batalla final, seguros de su muerte. Wyatt salva momentáneamente a sus hombres después de derrotar al jefe de los indígenas en un duelo en la laguna. Este hecho coincide con la invasión del general Taylor y pone a salvo definitivamente a los pocos supervivientes..

La historia descansa en una trama bien conocida, la que cuenta la epopeya protagonizada por un grupo de intrépidos exploradores que, obligados por las circunstancias, abren nuevas vías de comunicación a través de un territorio salvaje. Pensamos en Paso al Noroeste de Vidor, pero también en las posteriores Horizontes Azules (The Far Horizons, 1955) de Rudolph Maté y Río de sangre de Howard Hawks. Si con estas cintas, decimos, comparte el tono épico, el argumento de Distant Drums es evidente que ha sido extraído del de Objective, Burma!; tanto, que nos parece más cercana la relación entre estos dos filmes que la existente entre Colorado Territory, que sí es un remake admitido, y High Sierra.

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[1] Sólo que en Pursued la Warner Brothers además de encargarse de la distribución también financió la producción de la película junto a United States Pictures.

[2] Martin Rackin ya había sido guionista de otra película de Walsh: Fighter Squadron; y también escribió el libreto de Sin Conciencia (The Enforcer de Bretaigne Windust, 1951) que, aunque no acreditada, sí fue finalizada por Walsh.


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domingo, 19 de febrero de 2023

2 X 1: "VINIERON DE DENTRO DE..." y "RABIA" (David Cronenberg)

Vinieron de dentro de… (Shivers, 1975) 

Después de varios cortos y un par de películas artesanales donde el director canadiense David Cronenberg escribe, produce, fotografía, monta y dirige sus filmes, por fin se da a conocer en su país, y luego en la comunidad internacional cinematográfica, con dos películas casi iguales: Vinieron de dentro de… y Rabia

En la primera, el médico de una urbanización de lujo experimenta con unos parásitos que inserta en el cuerpo de un paciente con el objetivo de curar sus órganos enfermos. Algo falla cuando está curando a una joven y provoca una epidemia donde las víctimas se van pasando unas a otras los parásitos mediante encuentros sexuales violentos. 

Interesado por la ciencia, y obsesionado por las mutaciones, las epidemias, los virus y, en general, los males que acechan a la humanidad ⸺nos imaginamos muy en su salsa en la actualidad con la pandemia del Coronavirus⸺, Cronenberg rueda Vinieron de dentro de… con fluidez, directo al grano, de forma explícita, con un exceso de gore y pobre de efectos. Una historia de terror al estilo de las películas clásicas de los años cincuenta, en especial La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasión of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956). De hecho, el primer título que Cronenberg barajó fue el de Invasion of the Blood Parasites.

 

La cinta está producida por su colega Ivan Reitman (Los cazafantasmas) e interpretada por actores desconocidos, con la excepción de la actriz de culto Barbara Steele, que tiene un pequeño, pero contundente papel, conocida entre los aficionados al género por su participación en algunas de las mejores películas giallo de los sesenta y setenta. 

A pesar de que en la actualidad el largometraje ha perdido parte de su encanto, que son evidentes los fallos de estructura y que ha envejecido notoriamente, Cronenberg siempre ha sostenido que Vinieron de dentro de… tuvo una influencia decisiva en otros autores, en particular adelantó muchas de las secuencias, y casi la trama entera, de la saga Alien.

 

 Rabia (Rabid, 1977)

La siguiente película de Cronenberg discurre por los mismos derroteros que la anterior: esta vez es un implante de piel el que provoca una reacción contraria en una paciente que acaba de sufrir un accidente de motocicleta. Sedienta de sangre, poco a poco va contagiando a otras personas por una especie de parásito que tiene en el cuerpo. Esto provoca una epidemia donde los enfermos se convierten en zombis. Los síntomas y las mordeduras de las victimas hace que se piense en un brote de rabia.

Entre la clásica película de vampiros y, prácticamente, el remake de Vinieron de dentro de… navega esta cinta del director canadiense, donde ahora rueda con mayor presupuesto, con el mismo productor, Ivan Reitman, y con una protagonista que es una conocida actriz porno: Marilyn Chambers.

Cronenberg rueda de nuevo sin ambages, aún con ciertos fallos de estructura, pero con mejores medios, un guion también escrito por él. Una historia de terror, una de las de mayor éxito en taquilla de Canadá, quizás más clásica que la anterior (las víctimas no desean sexo, se conforman con la sangre), donde la tensión va progresivamente en aumento hasta un final tan abierto como el de la primera.

 

En Rabia nada cambia en las pretensiones del realizador: sigue su interés por la ciencia y por denunciar los peligros de los experimentos con el cuerpo humano ⸺a este tipo de películas, que Cronenberg pone de moda, se le ha llamado “body horror”⸺, ya sean implantes “neutros”, que deberían sanar la piel con cirugía plástica, o parásitos “domesticados”, que supuestamente curan los órganos desde dentro; en ambos casos, elementos externos que transforman el cuerpo de los pacientes y originan una epidemia sin control y sin aparente solución ¿les suena?


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domingo, 5 de febrero de 2023

CAPITANES INTRÉPIDOS (Captains Courageous de Victor Fleming, 1937)

Si hablamos de aventuras, uno de los autores más característicos del género fue Rudyard Kipling. El escritor murió cuando la adaptación de su novela al cine “Captains Courageous” se hallaba en proceso de preprodución por la Metro Goldwyn Mayer. La historia original de Kipling fue escrita a finales del siglo XIX, pero el guionista John Lee Mahin la modificó convenientemente para cambiarla de siglo y llevarla a los años treinta:


Harvey (Freddie Bartholomew) es un niño consentido, huérfano de madre, vive rodeado de lujos y está acostumbrado a que su padre, el ocupado empresario Mr. Cheine (Melvyn Douglas), nunca le niegue nada. Después de que le expulsen del colegio, Harvey se embarca rumbo a Europa en un trasatlántico de la empresa familiar. En alta mar se cae por la borda, pero tiene suerte de ser recogido por Manuel (Spencer Tracy), pescador portugués de la goleta “We’re Here”. Manuel lo lleva a bordo donde el capitán Disko (Lionel Barrymore) le asigna tareas de grumete para que se gane el pasaje ya que no puede llevarlo a tierra hasta que acaben la campaña de pesca... 

Las diferencias de la trama con respecto al libro son significativas: en la novela, Harvey era mayor (quince años) y no era huérfano; por otro lado, si bien Manuel fue el que recogió al muchacho cuando cayó al agua, no era ni mucho menos el personaje principal. La historia trataba de la típica trama chico rico, chico pobre, con Harvey y Dan (Mickey Rooney), el hijo de Disko, como protagonistas. La verdad es que con Freddie Bartholomew y Mickey Rooney al frente del reparto, todo parecía indicar que se iba a narrar una aventura más de los dos muchachos, como se hizo al año siguiente en Horizontes de gloria (Lord Jeff, Sam Wood, 1938), donde ambos eran alumnos en una escuela naval, con Bartholomew repitiendo el rol de joven rebelde y malcriado, y con Rooney al rescate de todos los problemas en los que se metía. Pero en Capitanes intrépidos no fue así, el personaje de Mickey Rooney al final tuvo mucho menos importancia en beneficio del asignado a otra estrella emergente: Spencer Tracy.

Tracy iniciaba su larga y exitosa colaboración con Victor Fleming (cinco películas) de una manera dubitativa. A Fleming siempre le gustó trabajar con el actor, pero tuvo que soportar su adicción al alcohol, y sacarlo de más de un apuro. El estilo interpretativo de Tracy, con una falsa apariencia exterior de personaje rudo, pero con un interior bondadoso que emocionaba al público, encajaba con el perfil del héroe predilecto del realizador. Sin embargo, Tracy nunca se creyó capaz de dar vida al marinero portugués, y desde luego no se esperaba ganar su primer Óscar por la actuación. 


Otro de los cambios del guion con respecto a la fuente original fue el revestimiento católico con el que Mahin, siguiendo las órdenes de Fleming, cubrió toda la trama. Era una de las señas de identidad del director presente en varias de sus películas —un par de ellas con Tracy, La vida es así (Tortilla Flat, 1942) y Dos en el cielo (A Guy Named Joe, 1943)—; pero también un intento de la Metro de explotar las condiciones innatas de Tracy para conmover cuando vestía sotana. Las que demostrara en San Francisco (W.S. Van Dyke, 1936), y las que le llevarían a ganar su segundo Óscar como padre Flanagan en Forja de hombres (Boys Town, Norman Taurog, 1938).

En Capitanes intrépidos Tracy no era un cura, pero no hacía falta, las señales cristianas eran abundantes: los crucifijos que Manuel lleva en tres de las secuencias claves, en especial la del final que brilla hasta que Manuel desaparece engullido por el océano; el propio sacrificio de Manuel, necesario para acercar a padre e hijo y salvar al niño; las conversaciones en el bote sobre el cielo de los marineros; la obsesión por las velas de la iglesia; la metáfora de la caída de Harvey al agua, que se puede interpretar como el bautizo del niño que abrirá el camino hacia la redención; y, en general, el fuerte trasfondo moralizante y religioso del largometraje, rematado con la secuencia en la que Lionel Barrymore le da lecciones de vida a Melvyn Douglas, son muy significativas. 

Capitanes intrépidos ganó un Óscar y estuvo nominada a tres más, entre ellos el de mejor película. Es una de las obras maestras de un maestro como Victor Fleming (Lo que el viento se llevó, El mago de Oz, etc.). Un director al que se le daban muy bien las cintas con actores infantiles, pero que también dirigía con acierto al resto del elenco mientras empleaba todos los recursos, fotografía, sonido, transiciones, documentales, para conseguir un conjunto dramático y emocional sello de la casa. 

Un ejemplo de esto es el uso de las canciones que ayudan a entender sólo con las imágenes y el sonido la evolución de Harvey a bordo. “Little fish”, que canta Tracy a lo largo de la película, cambia la letra para decirle al muchacho que ya es un pez más grande, lo hace en uno de los puntos de giro de la cinta cuando Harvey reconoce que se ha comportado mal. La otra canción, la del pegadizo estribillo “Oh what a terrible man”, sirve para demostrar el grado en el que Harvey se encuentra integrado en la dotación: recién embarcado no es capaz de seguir el ritmo y canta desfasado, pero al final, él mismo añade una estrofa a la canción. Son detalles que definen a un director personal, a uno de los mejores realizadores de esto que conocemos como cine clásico.



El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Capitanes intrépidos en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas


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domingo, 22 de enero de 2023

2 X 1: "MÍSTICA Y REBELDE" y "BANJO ON MY KNEE" (John Cromwell)

Mística y rebelde (Spitfire, 1934) 

Con la llegada del sonoro, el director norteamericano John Cromwell, que procedía del teatro y había tenido éxito en Broadway, fue contratado por la Paramount, primero, y luego por la RKO, para dirigir películas. Especializado en adaptaciones para la gran pantalla, una de ellas fue Mística y rebelde, versión de la obra de teatro “Trigger”, dirigida por George Cukor y con la presencia de algunos actores del elenco en la propia película.

Trigger (Katharine Hepburn) es una joven que vive sola en las montañas, alejada de la civilización, y que apenas sobrevive con lo que le da el trabajo de lavandera. Muy guapa, es cortejada por sus vecinos, sin mucho éxito, pero también llama la atención de dos ingenieros que trabajan en la explotación de una mina. Uno de ellos (Robert Young), se enamora de Trigger y es correspondido. El conflicto surge cuando la esposa del ingeniero llega de la ciudad para hacerle una visita…

El filme lo domina la protagonista de la historia interpretada por Katharine Hepburn, que, a pesar de llevar apenas dos años en Hollywood, acababa de ganar su primer Óscar por Gloria de un día (Morning Glory, Lowell Sherman, 1933). En Mística y rebelde la actriz hace un papel de muchacha salvaje muy creíble, que contrasta con los más serenos, Robert Young y Ralph Bellamy, y sus intentos por educarla.

 

Una trama que se incluye en lo que podría ser un género, el de la chica indómita que atrae a los hombres por su físico, pero también por su descaro y por la inocencia casi infantil ante el amor. Otros ejemplos serían el de Gene Tierney en La ruta del tabaco (Tobacco Road, John Ford, 1941) o el de Jennifer Jones en varios largometrajes (Duelo al sol, Corazón salvaje, Pasión bajo la niebla).

Se puede decir que Mística y rebelde es una película pre-code, ya que se estrenó justo antes de que la censura del código Hays se estableciese con fuerza en las producciones de Hollywood. Se nota la laxa actuación del código en una cinta que muestra el adulterio totalmente desenfadado y desdramatizado, contagiado de la inocencia de la protagonista. No fue así en la obra justo anterior de Cromwell, Ana Vickers (1933), que tuvo que cambiar el argumento para poder pasar la censura. Filme que, por cierto, marcó una tendencia y provocó el cambio de actitud hacia una postura moral más estricta.  

 

Banjo on My Knee (1936)

Sin salir de la América profunda, John Cromwell dirige para la Fox, un par de años después, el musical Banjo on My Knee. Para un realizador que tocó prácticamente todos los géneros, con bastante éxito por cierto, se le daban especialmente bien las historias que transcurrían en entornos rurales o en los sitios más recónditos de la geografía norteamericana. Así, en los años treinta, Las aventuras de Tom Sawyer (1930), Mística y rebelde, Jalna (1935) o Village Tale (1935) se movían en esos ambientes.

Con respecto a Banjo on My Knee, la película vuelve al mismo ámbito que Tom Sawyer: al río Mississippi y a las aldeas que se levantan en sus orillas.  Allí viven una serie de personajes sin apenas educación, analfabetos la mayoría. La cinta comienza con la boda entre dos de ellos: Ernie (Joel McCrea) y Pearl (Barbara Stanwyck), bajo la bendición del padre del primero (Walter Brennan). Justo después de la boda, una pelea hace que Ernie tenga que huir al creer que ha asesinado a una persona.

A partir de aquí, las idas y venidas de los personajes buscándose unos a otros es el dinámico argumento de esta tragicomedia que, en realidad, es un musical salpicado de números donde Barbara Stanwyck sorprende cantando y bailando, donde Walter Brennan toca una y otra vez la canción que da nombre al título, como si fuera un hombre orquesta, mientras la canta su amigo Buddy (Buddy Ebsen, actor muy afín a estas historias como aquella que le dio la fama en televisión: Los nuevos ricos), que se lanza con el claqué de una forma original debido a su cuerpo largo y desgarbado.

 

El principal acierto de Banjo on My Knee es la descripción de caracteres: las de los protagonistas, con especial mención al genial Walter Brennan, pero también a otros secundarios: a Buddy, o al juez que no duda en tachar del acta de matrimonio los nombres de los recién casados si se van a casar de nuevo con otra persona, y que duerme la siesta en el embarcadero junto a una botella de whisky, hecho que mantiene en vilo al resto de vecinos que aguardan de un momento a otro el chapuzón. 

De nuevo, como en Mística y rebelde, no parece haber ley en el pueblo, al menos no la normal, pero sí la establecida por los ciudadanos de ese entorno hermético de la América profunda, donde tienen sus propias normas, algunas basadas en supersticiones. Bagaje que llevan con ellos cuando, por necesidad, tienen que acudir a la ciudad, algo tan extraordinario como viajar a otro planeta.


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