lunes, 23 de septiembre de 2013

CINE FÓRUM: EL PUENTE (Die Brücke de Bernhard Wicki, 1959)


Hoy dedicamos nuestro cine club a una cinta alemana muy relacionada con las nuevas olas que surgieron en Europa a finales de los cincuenta (ya hemos hablado aquí de la nouvelle vague y el free cinema). Una película que sigue la misma línea realista y de ruptura con el clasicismo que sus contemporáneas, pero que cuenta con el importante matiz de la coyuntura germana de la posguerra. Y es que el recuerdo del conflicto que asoló al mundo a causa del delirio de toda una nación era demasiado intenso como para no modular el nuevo cine alemán. El Puente es un buen ejemplo, acaso el mejor, de aquel movimiento cinematográfico.
 

 
Dirigida por Bernhard Wicki, un actor de la vieja escuela que realizó una decena de cintas y que sorprendió con esta obra maestra, El Puente se basa en la novela de Manfred Gregor para narrar la historia de la defensa de un viaducto a cargo de siete adolescentes:

Estamos en abril de 1945 y el ejército alemán se bate en retirada desde todos los frentes. En una aldea, que se ha mantenido en la retaguardia durante todo el conflicto, viven siete muchachos de dieciséis años que sueñan con gloriosas batallas, estudian los partes de guerra y juegan a los soldados en la ribera y en el viejo puente. Son jóvenes de diferente clase social, la mayoría con la familia destrozada por la pérdida del padre o su minusvalía, pero todos con la misma ilusión por combatir. Tanto es así que la llegada de la orden de movilización obligatoria para personas de su edad supone motivo de alegría. Alegría para ellos, pero desesperación para las madres y el maestro de la escuela; también para los militares que se encargan de la movilización, que ven como los reclutas que acuden a la llamada a filas son sólo niños.

Cuando, sin apenas instrucción, la compañía recibe la orden de partir hacia el frente, el capitán se apiada de los muchachos y ordena al sargento del pelotón que cuide de ellos y les asigne una misión sin importancia, lejos de la batalla: se trata de defender el puente del pueblo, el mismo lugar en el que llevan jugando desde que nacieron. Pero todo se tuerce cuando el sargento tiene un inesperado encuentro y cuando el movimiento de las fuerzas aliadas cambia de rumbo y se dispone a atravesar el pueblo…

 

La cinta, por tanto, se estructura en dos partes muy diferentes: en la primera, si bien se denuncia la corrupción nazi con el retrato del jefe del partido del pueblo, padre de uno de los muchachos, da la impresión —engañosa como se verá luego— de que Wicki se coloca al lado de los niños y de su punto de vista patriótico y nacionalista. En realidad es una metáfora de la propia Alemania al comienzo de la guerra (insistimos en que prácticamente están representados todos los estamentos: desde la clase alta, con el niño que quiere seguir la tradición militar, hasta la menos favorecida económicamente, pasando por familias disidentes o fieles al partido).

En la segunda parte, a partir de la incorporación a filas y desde que los niños ocupan su puesto en la defensa del puente, la cruda realidad se va apoderando de la cinta progresivamente. La actitud de los jóvenes al principio es la misma: el juego de la guerra, de la grandeza de la patria, en su puente de siempre. Pero a medida que distintas personas intentan cruzar el viaducto o les hacen una visita, la situación va cambiando y la cinta se posiciona claramente por el antimilitarismo. Hasta los rostros de los niños van evolucionando mientras se ven abocados al desastre. Como la propia Alemania, sus sueños de grandeza se tornan en pesadilla.

El Puente fue un impacto no sólo en su país sino en el mundo entero donde cosechó importantes premios (Globo de Oro, nominada al Óscar a la mejor película extranjera, premio en Valladolid, etc.). Su director, austríaco de nacimiento, golpeó con fuerza en la conciencia de sus compatriotas con este filme de denuncia.

 

Y vamos con la secuencia a analizar. Nos encontramos en la segunda parte de la película con los siete muchachos abandonados a su suerte: solos en el puente. Se hace de noche…


 

El fragmento seleccionado de la película dura poco más de cinco minutos y se puede dividir en tres escenas, cada una de ellas centrada en los personajes que visitan por la noche a los jóvenes centinelas:

En la primera escena, un vecino del pueblo viene a advertirles de lo peligroso que es permanecer en el puente. Es una persona de cierta edad que representa una actitud más reflexiva sobre lo que está pasando en el país, y que contrasta intencionadamente con la postura irresponsable de los muchachos. Éstos, envalentonados por sus flamantes uniformes y, sobre todo, por sus armas, se enfrentan a él, le apuntan con una pistola y provocan que huya. Se dan cuenta del poder que les confiere la fuerza —de nuevo queremos subrayar la acertada simbología del comienzo de la “aventura” nazi—, de la forma tan fácil que han solventado el problema. Aunque alguno de ellos ya se muestra preocupado, el incidente ha reforzado aún más su actitud y continúan pensando que todo es un juego, de hecho se ponen a reír, a hacer prácticas de tiro, a jugar con unos botes.

La segunda parte consigue alterar algo el punto de vista de los niños: un camión repleto de soldados huye del frente. Parecen aterrorizados. El sargento al mando ordena a los muchachos que les dejen pasar. Algo ocurre en el frente y los jóvenes militares comienzan a dudar.

En la tercera escena, el director insiste en la huída del ejército alemán. El grado de abstracción es mayor cuando ahora los niños parece que asistan como unos espectadores más al drama de los soldados que corren por sus vidas. Un oficial, que parece ajeno a la presencia de los muchachos, está desesperado por la avería de su sidecar. Maldice su situación y obliga a un camión de la cruz roja a pararse para subirse en él. En ese momento, con el vehículo detenido por otra avería, es cuando los heridos se dan cuenta de la presencia de los muchachos. Les tiran una tableta de chocolate “para que se la coman antes de morir”. Es esta parte la más dura de la secuencia. El director gestiona la escena alternando primeros planos de los heridos, la mayoría sangrando y horriblemente mutilados, con tomas cercanas de los niños, de sus rostros, con el terror deformando el gesto mientras se dan cuenta de la cruda realidad.

En toda la secuencia, los “visitantes” aparecen y desaparecen como fantasmas en la niebla. Wicki juega con ese efecto y también finaliza con él cuando en una toma general, deja a los siete jóvenes, solos en el puente, entre una bruma que no presagia nada bueno.

Si bien la película aún no ha entrado en la fase de combate, esta introducción bastaría por sí sola, sin necesidad de más secuencias explicitas de la batalla, para conseguir el efecto de denuncia deseado. Claro que esto no es más que el comienzo…


Ver Ficha de El Puente.



viernes, 13 de septiembre de 2013

CONTRA EL IMPERIO DEL CRIMEN (G-Men de William Keighley, 1935)


En los albores del cine negro, rozando el cine de gangsters, la Warner Brothers se tomó un respiro para producir un policíaco, digamos convencional, con un guión más suave que sus precedentes en el género. Un filme con alguna sorpresa, ideal para rascar en él con el objetivo de descubrir algunos elementos atractivos, teñidos de oscuro, tan del gusto del cinéfilo amante del noir.





 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
G-Men fue la primera película dedicada al FBI (G-Men= Hombres del Gobierno), contó con la bendición del propio Edgar Hoover, fue realizada por el director especializado en aventuras, William Keighley, y protagonizada por James Cagney que, fuera de todo pronostico, se encuentra en esta ocasión en el lado correcto de la ley. Ambos, director y actor, bajo nómina de Jack Warner, colaboraron en multitud de largometrajes, muchos de ellos dentro de la serie de películas que hicieron juntos Cagney y, el casi siempre empalagoso, Pat O’Brien.

La cinta es una especie de reconstrucción histórica de los primeros años de los agentes especiales federales, cuando aún no les permitían llevar armas y cuando los delincuentes podían escapar con tan sólo cambiar de estado. Ambas limitaciones cambiaron con los años, pero en aquel momento les daba un aire romántico a los G-Men. Una circunstancia que supieron aprovechar Keighley, el guionista Seton I. Miller, responsable también del argumento, y los autores del prólogo que años después se añadió al filme con motivos puramente propagandisticos, con el objetivo de reclutar a nuevos agentes. La historia, nominada al Óscar, estaba en realidad basada en la novela “Public Enemy Nº 1” de, nada menos que, Darryl F. Zanuck (su nombre sería asociado a la Fox durante décadas como el brillante productor que fue, aunque hasta 1933 había trabajado en la Warner como guionista) y contenía algunas secuencias extraidas de casos reales.
 
 

Pero vayamos al cambio de rol de James Cagney, que seguramente sea lo más interesante de la película. Un cambio que no llega a ser total si tenemos en cuenta que su personaje, el agente especial “Brick” Davis, procede de los bajos fondos y ha sido criado entre gánsteres. Davis llega a confesar que se dedica a servir a la ley porque estaba harto de llevar esa vida entre delincuentes. Frase que se nos antoja un guiño al encasillamiento que el actor sufría en la realidad cuando la mayoría de los papeles que le ofrecían entonces eran de criminal. La ambigüedad en ciertas secuencias, cuando Davis se debate entre ayudar a sus antiguos compañeros o luchar contra ellos, es un loable intento —lástima, se queda sólo en eso— de inaugurar  antes de tiempo el ciclo negro.

En G-Men —inevitable—, Cagney se enfrenta a sus antiguos compañeros y se debate entre los favores de una cabaretera (Ann Dvorak), más propia del entorno de su infancia, prima segunda de las femme fatales que inundarán la pantalla en la década siguiente, y el amor de la hermana de su jefe en el FBI (Margaret Lindsay). La película resulta claramente moralizante: no sólo gana el FBI, sino que también la mujer "buena" se impone a la "mala". Tal estructura maniquea aleja el filme del noir y también de un mayor interés.

A pesar de todo, la dirección e interpretación de los actores es correcta. De los segundos destaca un joven Lloyd Nolan, notable secundario que debuta gestionando con efectividad su registro habitual de policía; si bien se encuentra, como el resto del elenco, ensombrecido por la figura de James Cagney. Y es que el no demasiado alto actor (1,65 de estatura), paradójicamente, inunda la pantalla, sobre todo cuando recurre a su característica crispación: atentos a esos gestos donde Cagney se resiente algo del papel de bueno cuando ofrece una sonrisa tan heladora que encajaría mejor con algún personaje del otro bando. No, no es cine negro, pero por momentos se le parece.


Trailer #1
'G' Men — MOVIECLIPS.com

Ver ficha de G-Men.



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