lunes, 3 de mayo de 2010

RECORDANDO A HITCHCOCK: EXTRAÑOS EN UN TREN

Para sumarnos a los múltiples homenajes que está recibiendo la figura de Alfred Hitchcock, con motivo del 30 aniversario de su muerte, recuperamos un artículo que escribimos sobre una de las películas que más nos atraen de su excelente filmografía.

Extraños en un tren (Strangers on a train de Alfred Hitchcok, 1951)




La cámara a ras de suelo. Un montaje paralelo persigue el caminar de dos hombres. Uno tiene unos zapatos llamativos, muy caros. El otro, el que lleva en su equipaje unas raquetas de tenis, tiene unos zapatos sobrios, más normales. Ambos se dirigen a la estación; por separado. Suben al tren y se sientan uno enfrente del otro; en el vagón-bar. Sólo cuando los zapatos chocan entre sí, accidentalmente, sólo en ese momento la cámara inicia una panorámica vertical y podemos ver los rostros de los personajes.

Así arranca una de las cintas más emblemáticas del cine de Hitchcock y, por extensión, del cine mundial. Lo que viene a continuación es una especie de acuerdo entre los dos personajes para realizar el asesinato perfecto: “tu matas a mi padre, que me agobia, y yo me cargo a tu mujer que no te concede el divorcio”. Sin móviles aparentes, y con coartadas previas, el éxito está asegurado. El único problema es que mientras uno se toma en serio la propuesta (el psicópata Bruno, el de los zapatos llamativos, el encarnado por Robert Walker) el otro no cabe en su asombro y no está por la labor (el famoso jugador de tenis Guy Haines, o lo que es lo mismo: Farley Granger ).

Extraños en un tren nació el día en que cayó en las manos de Hitchcock la novela homónima de una escritora que daba sus primeros pasos: Patricia Highsmith. La verdad es que la historia era muy difícil de adaptar, aunque el director, como siempre, ya tenía en su prodigiosa mente prácticamente todos los planos de la cinta. Eso era lo que le distinguía de los demás realizadores: Hitchcock llegaba al rodaje con la película ya terminada y montada en su cabeza; lo que crispaba a más de uno. Entre ellos a David O. Selznick que echaba de menos la acumulación de metros y metros de película para luego dar él el acabado –el destrozo- final. Pero con Hitchcock no podía. El cineasta sólo rodaba lo necesario para luego montarlo prácticamente tal como estaba. De esta forma mataba dos pájaros de un tiro: al productor, de disparo certero; y al montador, al que le dejaba el trabajo ya hecho.



La cinta es sensiblemente diferente a la obra de Patricia Highsmith. No sólo por el giro final que le da Hitchcock a la historia, si no por el tratamiento que hace de la trama cuando subraya sus particulares obsesiones. Esto hace que el resultado quede “distorsionado” –¡bendita distorsión!- y la adaptación no se parezca en casi nada al original. Así, por ejemplo, las simpatías del orondo director hacia el “malo” (Robert Walker, sencillamente magnífico) hace que en algún momento sea victima del propio Hitchcock. Se nota que le gusta el personaje cuando provoca que se le caiga un mechero en el momento más inoportuno o cuando, por culpa de unas gafas, alguien se da cuenta de su culpabilidad al sentirse “estrangulada” psicológicamente. Lo contrario sucede con el “bueno” al que le tacha de arribista (piensa casarse con la hija del senador para vivir de la política) y que, de alguna forma, traiciona a Walker cuando en realidad ha salido beneficiado por el crimen.

Solo un par de secuencias como la del asesinato, visto a través de unas gafas rotas, o las apariciones de Bruno -una silueta negra al pie del blanquísimo e inmenso Washington Memorial, o una cabeza inmóvil entre una multitud que mueve las suyas al compás de la pelota de tenis-, bastarían para clasificar esta cinta como importante, pero lo cierto es que hay infinidad de escenas que aconsejan ver el largometraje varias veces y catalogarlo de obra maestra. La mayoría de ellas incluyen los elementos que configuran los filmes del genial realizador y nos muestran su peculiar forma de entender el cine.

Con el objetivo de hacer este artículo lo más interactivo posible, animo al lector cinéfilo a que aporte algunas de esas características típicamente hitchcocknianas. Por mi parte aquí van mis preferidas, todas presentes en Strangers on a train: su fijación por las escaleras, por subirlas a tientas, por bajarlas siempre con alguien detrás, apuntándote (Encadenados, El Hombre que sabía demasiado, Psicosis); su interés por los trenes, donde suceden encuentros, intrigas, desapariciones (Con la muerte en los talones, Alarma en el expreso, El agente secreto); por el falso culpable (aquí no pongo ejemplos, véase toda su filmografía); por los besos, los suyos son los más largos, los más sensuales, propios del voyeur convencido que era; su cámara subjetiva, por la que el espectador se introduce en la mente y los ojos de un personaje, o el personaje en los ojos del espectador; y su obsesión por colocar objetos en lugares preeminentes del encuadre con una clara intención dramática o de suspense. Objetos y sonidos. Así, mientras Guy habla con su prometida, el ruido que provoca el paso de un tren interrumpe la conversación para recordarnos –y recordarle- el siniestro plan trazado por dos extraños en un tren.

15 comentarios:

  1. Siempre me acuerdo de ese partido de tenis, que nuestro protagonista se obstina en no abandonar ni tampoco se resigna a perder, a pesar de la urgencia que le apremia.

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  2. Que peliculón! Un día de estos la vuelvo a ver. La escena del partido de tenis, cuando todos van girando la cabeza excepto él, que mira de frente. La complicidad con el asesino, ese primer plano desde las gafas, o la del tiovivo. Me encanta la reseña, se lee con gusto, buen rescate.

    Saludos!

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  3. La manera en que Hitchcock trata al tren como elemento trascendental en la historia, como vehículo conductor, para iniciarnos en una gran historia es excelente. La película llega a ser agobiante como sólo él sabía hacerlo. Una de mis preferidas en su filmografía. Excelente reseña Ethan.

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  4. Muy buena pelicula,con una interpretacion de Robert Walker magnifica...Saludos.

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  5. Ethan,
    ya sabía yo que a esta película le había dedicado una entrada en mi casa anterior:
    http://historias-troyanas.blogia.com/2006/102901-hitchcock-makes-me-happy.php
    Una auténtica joya del maestro del suspense.
    bss

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  6. Pues la tengo por ahí, pero tendría que volver a verla. Está muy bien. Como tu post. Pero, ¿qué características más vamos a añadir en tu post interactivo? Si has soltado una retahíla inmensa, Ethan. La próxima vez di una y los demás añadimos (ja,ja). Además, que no habiéndola vuelto a ver en años, no se me ocurren más
    Un abrazo.

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  7. Es un trepa hasta en eso, a Hitchcock le cae muy mal y se nota (él quería a Holden para el papel). Saludos Pepe!

    Babel: Todas esas secuencias son ya antológicas ¿y las veces que las han repetido otros? (plagiado?)
    Saludos!

    Muy buen apunte Marcos: el tren como conductor de la acción. También es de mis preferidas, quizás "Con la muerte en los talones" sea la que más me gusta, pero sólo ligeramente.
    Un abrazo

    Jack: Bueno, es el mejor papel de Walker con diferencia, menudo regalo le hace Hitchcock, y lo bien que se lo pasa con él.
    Saludos!

    Le echaré un vistazo a tu post, Troyana. Besos.

    jajaja David, vale he dejado pocos elementos hitchcocknianos, pero me gustaría que alguien dijese alguno más. Un abrazo.

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  8. Estupendo artículo, siempre he pensado que en esta película más que en ninguna quedan patentes las filias y fobias del director respecto a los personajes, y su posicionamiento a favor del “malo/criminal”.

    Bueno, y sobre las características típicamente “Hitchcock”, me pasa como a David, no se me ocurre ninguna a parte de las que mencionaste respecto a esta película, también es cierto que la vi hace mucho, igual si la volviera a ver…

    Besos

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  9. Hitchcock le reconoció a Truffaut que le caía bien el "malo" y tambien habló de las preferencias sobre los actores, por cierto no ponía nada bien a Ruth Roman, una imposición de los productores; sin embargo sí le gustaron los secundarios.
    Besos, Vivian.

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  10. Muy buen homenaje, Ethan. No he visto esta pelicula pero Hichtcock me encanta.
    Un saludo.

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  11. Excelente forma de homenajearlo, Ethan. Muy buena película la que elegiste y gran reseña.

    Otra de las señas de identidad en el cine de Hitchcock son los insertos, esos pequeños planos detalle de un objeto, o parte de él, con los que establecía un canal de comunicación directa con el espectador, aunque creo que también esto ya lo habías apuntado...

    Un abrazo y buen fin de semana.

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  12. A tu lista yo añadiría las mujeres rubias y bellas. En realidad esta obsesión merecería ponerla la primera ¿no?
    Y por supuesto, a dichas mujeres hacerles pasar las de Caín.
    Saludos.

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  13. No te la pierdas Bruja, es de lo mejorcito de Hitchcock, y eso es decir mucho.
    Saludos!

    Sí, Kinezoe, Hitchcock decía que "había que rellenar el tapiz", es decir colocar objetos dentro del encuadre que dijeran algo al espectador. En esta película sigue su teoría al pie de la letra.
    Un abrazo!

    Sí, la ponemos a la cabeza: las rubias. Seguro que le hubiera gustado disponer de Ingrid Bergman para esta peli, pero ya estaba con Rosellini (aún le quedaban tres años para descubrir a Grace Kelly), así que se tuvo que conformar con Ruth Roman, una pobre mortal; y morena.
    Saludos!

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  14. Ay, ¡qué ganas de verla! Hace tanto tiempo que la vi que apenas la recuerdo. Tu post me ha gustado mucho, Ethan.

    Un abrazo

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  15. Es de esas pelis que se pueden ver varias veces que siempre se encuentra alguna cosa nueva o algún detalle que no se recordaba. Un abrazo, Elvira.

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