domingo, 28 de febrero de 2021

LOS CABALLEROS LAS PREFIEREN RUBIAS (Gentlemen Prefer Blondes de Howard Hawks, 1953)

Adaptación libre del musical de Broadway de 1949, “Gentlemen prefer blondes”, basado a su vez en la novela homónima de Anita Loos. Al parecer, el libro original lo escribió Anita Loos durante un crucero a Europa en un trasatlántico en el que, como en la película, también viajaba el equipo olímpico estadounidense. Después de que la Twentieth Century Fox adquiriese los derechos de la obra de teatro, Howard Hawks, que tenía contrato con la productora, se embarcó en el proyecto con los mismos colaboradores de su cinta anterior: Me siento rejuvenecer (Monkey Business, 1952). El guion resultante no es otra cosa que una vuelta de tuerca más al conocido tema de las coristas que buscan marido, muy vinculado a los musicales backstage de los años treinta (véanse todos los de la serie gold diggers):


La morena Dorothy Saw (Jane Russell), y la rubia Lorelei Lee (Marilyn Monroe), son dos amigas que trabajan en una sala de fiestas. Mientras el único afán de Lorelei  es cazar a un hombre rico que la inunde de joyas, el de Dorothy es enamorarse de su futuro marido sin importarle el dinero. Lorelei casi ha conseguido su propósito, pero tiene que demostrar que es digna del millonario que persigue. Para cuidar de ella, Dorothy acompaña a su amiga en un crucero por el Atlántico. A bordo viaja todo el equipo olímpico de Estados Unidos y un detective privado contratado por el futuro suegro de la rubia...

Divertido filme de Hawks en el que repetían productor, guionista y director artístico; también lo hacían el veterano actor Charles Coburn, un fijo en este tipo de comedias, y la joven promesa que ya era toda una realidad: Marilyn Monroe. De hecho, 1953 fue el año del lanzamiento definitivo del mito. Niágara, Los caballeros las prefieren rubias y Cómo casarse con un millonario subieron de forma exponencial el caché de Marilyn Monroe que hasta ese momento sólo había trabajado en papeles secundarios. En la cinta que nos ocupa, la estrella todavía figuraba en segundo lugar en los créditos tras Jane Russell, y cobraba mucho menos que ella debido al antiguo contrato que la ligaba con la Fox (Jane recibió 200.000 dólares, mientras que Marilyn seguía con sus 500 semanales). “¿No soy yo la rubia del título?”, se quejaba con cierta razón la actriz.

A pesar de eso, Jane Russell era la que mejor se llevaba con la introvertida Marilyn que apenas salía de su camerino durante el rodaje. El problema de la estrella era la inseguridad enfermiza que padecía, la misma que la obligaba a llevar siempre a una profesora de interpretación junto a ella. Marilyn no daba por buena una toma si antes no lo aprobaba Natasha Lyntess, su coach particular. Eso ponía de los nervios a Howard Hawks y retrasaba mucho el rodaje. Tanto es así que un día en el que los productores preguntaron por qué no se estaba cumpliendo el calendario previsto, Hawks espetó lo siguiente: “tengo tres ideas maravillosas: sustituir a Marilyn, reescribir el guion para hacerlo más corto y contratar un nuevo director.” Al final, Hawks terminó despidiendo a la tal Natasha, pero Marilyn se vengó llegando cada vez más tarde al plató. El rodaje no finalizaba nunca y Hawks tuvo que admitir de nuevo la presencia de la dichosa profesora.


Contra todo pronóstico, la producción resultó uno de los mejores negocios en la historia de la Fox. Las canciones se mantuvieron meses en el top diez de las listas de éxitos y la cinta reventó la taquilla de todo el mundo. Pese a las buenas cifras en la venta de entradas, para algunos estudiosos la película no se encuentra entre las mejores de Howard Hawks. Los ataques de los sesudos críticos vienen del lado de la falta de personalidad del filme debido, según dicen, a la ausencia en el largometraje de elementos reconocibles del cine de Hawks. 

No me parece razonable tal afirmación cuando la cinta es bastante representativa de las comedias del cineasta, con la mujer hawksiana retratada en todo su esplendor. En este caso, eso sí, desdoblada en dos: una rubia materialista y tonta, al menos aparentemente; y otra morena e inteligente, irónica y romántica. Dos negativos de una misma fotografía que, como en todas las películas cómicas del director, siembran el caos entre los hombres allá por donde van; los dominan y manipulan y los hacen parecer menos listos que ellas. Hasta el gag de la inversión sexual, tan del gusto de Hawks en su afán de poner en ridículo al macho, se reproduce en la secuencia del camarote cuando las dos amigas emborrachan al detective, le quitan los pantalones y lo visten con un salto de cama rosa.

Con todo, lo mejor del filme, por lo que es recordado, son los números musicales rodados espléndidamente por Hawks. A destacar tres: el del arranque, que también se reproduce al final para redondear la cinta, donde Marilyn y Jane cantan y bailan “Two Little Girls from Little Rock”, una simpática melodía que resume la película —hasta da un consejo: “busca un hombre tímido o atrevido, alto o bajo, joven o viejo, pero que sea millonario.”—, y que además es el leitmotiv de varias secuencias del largometraje. 

El segundo es una canción que canta primero Jane y luego repite Marilyn en la despedida del barco: “Bye, Bye, Baby”. Todo un éxito mundial con permanencia durante varias semanas en las listas de las mejores canciones, que, como en el resto de números, realmente son dos versiones en una: más sensual y lenta cuando la canta Marilyn, más rápida y divertida cuando lo hace Jane. El último número sencillamente ha pasado a la historia del cine como el mítico dentro del mito que ya es Marilyn. Cuando la rubia canta “Diamonds are a Girls Best Friends”, vestida de satén fucsia entre un grupo de hombres de negro y sobre un fondo rojo intenso, nadie duda de que una mujer como esa se merece todos los diamantes del mundo…, y todo lo que ella desee.


El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Los caballeros las prefieren rubias en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas




domingo, 14 de febrero de 2021

2 X 1: "EL PRECIO DE LA AMBICIÓN" y "PROHIBIDO QUERER" (Martha Coolidge)

El precio de la ambición (Rambling Rose, 1991)

La directora estadounidense Martha Coolidge, especialista en rodar complicados retratos femeninos, filma en la primera mitad de los noventa dos películas muy similares donde el centro de atención reside en sendas mujeres afectadas psicológicamente, que desean integrarse en la comunidad sin mucho éxito.

El precio de la ambición, la primera de ellas, basada en la novela de Calder Willingham (el guion también es suyo), se encuentra ambientada en la américa profunda, en los años de la depresión. Se estructura en un largo flashback donde el narrador recuerda su infancia en el seno de una familia de clase media. La historia comienza con la llegada de Rose (Laura Dern) la nueva y despampanante criada, una mujer ligera de cascos, que disfruta teniendo a los hombres detrás de ella.

De hecho, en la vivienda, todos se enamoran de ella, a saber: el padre de familia (Robert Duvall), que, prácticamente la ha recogido de la calle cuando estaba a punto de prostituirse; el pequeño, el punto de vista desde el que se narra el filme, y que casi tiene una experiencia sexual con ella; y la señora de la casa (Diane Ladd), una mujer religiosa que se apiada de Rose cada vez que cae en el vicio, e impide que su marido la despida.

 

La cinta arranca como una comedia, y continúa con trazas de drama, cuando la joven inocente, pero ninfómana, se acuesta con todo el pueblo en busca de su príncipe azul. El niño malicioso (atentos a los vitriólicos diálogos) y el padre al que admira, y con el que se siente compenetrado porque los dos aman a Rose, son lo mejor de la cinta.

La música de Elmer Bernstein es tan buena como las interpretaciones, en especial las de las dos mujeres, a la sazón madre e hija en la vida real. Se nota la mano de la directora en la dirección de las actrices, que finalmente se llevaron la recompensa de sendas nominaciones al Óscar ⸺a la mejor actriz para Laura Dern y a la mejor actriz de reparto para Diane Ladd⸺. Como curiosidad, es la primera vez que esto sucede en Hollywood, que madre e hija actúen en una misma película y que ambas consigan ser nominadas por la Academia.

Prohibido querer (Lost in Yonkers, 1993)

El siguiente largometraje de Martha Coolidge, justo después de Rambling Rose, es Prohibido querer, adaptación de la exitosa obra de teatro de Neil Simon, que, igual que sucedía con Calder Willingham en El precio de la ambición, es también el autor del guion.

Coolidge sitúa ahora la acción en los primeros años de la II Guerra Mundial, en el pueblo del título original: Yonkers. Otra aldea perdida en Estados Unidos donde dos hermanos pasan diez meses con su rígida abuela alemana y su peculiar tía soltera Belle (Mercedes Ruehl), casi más infantil que ellos.

Belle ansía casarse para salir de la vida asfixiante al lado de su estricta madre, que le recuerda lo que los médicos le han dicho: que sufre un retraso y permanecerá como una niña el resto de su vida. La presencia del otro tío de los pequeños tampoco pone las cosas fáciles, ya que es un mafioso perseguido por sus rivales.

 

Como vemos, el filme posee muchos elementos en común con el anterior: vuelve a estar narrado desde el punto de vista de un niño, como siempre en Coolidge muy ácido en sus comentarios; y casi toda la trama gira en torno a Belle, de nuevo una mujer mentalmente inestable de la que siempre se han aprovechado los hombres del pueblo. El contrapunto lo pone, igual que Robert Duvall en la película anterior, el tío Louie (Richard Dreyfuss), un gánster a lo James Cagney, que tiene asombrados e hipnotizados a los pequeños.

La partitura vuelve a ser de Elmer Bernstein, mientras la cinta respira cine por los cuatro costados, con Belle enamorada de un acomodador (David Strathairn), aún más retrasado que ella. Los guiños al cine clásico no son gratuitos cuando la directora acude a secuencias de La extraña pasajera (Now, Voyager de Irving Rapper, 1942), película de la Warner con Bette Davis en el papel de una solterona, también con tratamiento psicológico, cuya vida está fuertemente controlada por su madre.




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