lunes, 30 de marzo de 2020

2 X 1: “¡QUÉ ALEGRÍA DE VIVIR!” y “LOS FELINOS” (René Clément) (II)

¡Qué alegría de vivir! (Che gioia vivere, 1961)

Volvemos con René Clément después de una primera entrega en nuestra sección “dos por uno” (se puede leer aquí), lo que demuestra el interés que siempre nos ha suscitado el cine del director francés. Hoy traemos dos películas de su tercera etapa, la que arranca con una obra maestra: A pleno sol (Plein soleil, 1960).

Si tenemos que asociar esta fase crucial de la carrera del cineasta con algún nombre propio, seguramente habría que optar por el de Alain Delon. No en vano, es el actor protagonista de la citada A pleno sol, y de sus cintas posteriores, entre las que se encuentran el par que nos atañe hoy.

En la primera, ¡Qué alegría de vivir!, Delon encarna a Ulisse, un joven italiano que después de pasar por el servicio militar se queda en el paro. La búsqueda infructuosa de trabajo le conduce a la sede del partido fascista donde le dan su primera misión: infiltrarse en una imprenta anarquista. Enamorado de la hija del jefe, Ulisse reniega del partido de ultraderecha, aunque tampoco se siente a gusto entre los terroristas.



Narrada en clave de comedia y ambientada en los primeros años del fascismo, el filme de Clément tiene ritmo de cinta de enredo en casi todo el metraje, para cambiar al de aventuras en su último tercio. El centro de la acción es, por supuesto, el actor francés, que borda su registro preferido, el de joven poco fiable, descarado y mujeriego.

Menos dramática, por tanto, que la muy citada A pleno sol, la película tiene en común con esta y con las siguientes, la duplicidad del personaje que interpreta Delon cuando se hace pasar por otro hombre (en este caso por un famoso anarquista) mientras intenta conseguir el amor de su vida. En el ínterin tratará de desbaratar los planes de unos y otros, fascistas y anarquistas, y de paso lograr que la “feria de la paz”, un evento internacional que quiere superar la tragedia de la Gran Guerra, llegue a buen puerto.




Los felinos (Les, félins, 1964)

En la siguiente colaboración entre René Clément y Alain Delon las cosas no son muy diferentes: la estrella gala es de nuevo un joven arribista, en este caso mucho más cercano al de A pleno sol, por el tono de la cinta y por la ambientación en la Riviera.  

El personaje interpretado por Delon se vuelve a introducir de incógnito, esta vez en una especie de asilo, cuyos benefactores creen que es un indigente más, cuando en realidad es un jugador profesional que huye de un gánster. Contratado como chófer por una pareja de mujeres de la alta sociedad (tía y sobrina), pronto comprobará que sus salvadoras esconden un terrible secreto.

Nada nuevo en cuanto al registro del actor francés, aunque sí un cambio en la historia que por momentos se torna de comedia en thriller; de cinta de acción en filme de suspense donde nada ni nadie es lo que parece. Las personalidades de nuevo se desdoblan ––no solo la del protagonista––. Los espejos que Clément utiliza con profusión no son en absoluto gratuitos; tampoco los pasadizos secretos, los gatos negros y las amenazantes esculturas y figuras de porcelana.



Es decir, un argumento más propio de Claude Chabrol que de Hitchcock, aunque tenga elementos de ambos. Algo que no es de extrañar si tenemos en cuenta que el guionista y autor de la idea original es el conocido novelista Charles Williams. Escritor muy adaptado en largometrajes de cine negro y de intriga.

En cualquier caso, temas muy afines a René Clément, como ya hemos visto; y personajes, como el de Alain Delon en las dos películas que hemos comentado, que, por cierto, ya se veían venir si tenemos en cuenta cintas pretéritas de Clément: a saber, Monsieur Ripois (1954), con Gérard Philipe como antecedente más que claro de Delon; o antes incluso si nos fijamos en Le château de verre (1950), donde Jean Marais gestionaba el mismo registro de joven embaucador, pero a la vez enamoradizo.


lunes, 16 de marzo de 2020

EL MUNDO EN SUS MANOS (The World in His Arms de Raoul Walsh, 1952)

El capitán Jonathan Clark (Gregory Peck) acaba de regresar a San Francisco después de una larga campaña en aguas de Alaska. Clark recorre la ciudad para buscar al resto de la tripulación de la "Peregrina" raptada por “El Portugués” (Anthony Quinn). El marino luso, a la sazón patrón de la "Santa Isabel", pretende reclutar a la fuerza a los hombres de Clark: los necesita para llevar a la condesa Marina Selanova (Ann Blyth) a Alaska donde vive su tío, el gobernador de la compañía de pieles rusa. 

Entre idas y venidas de la condesa, que engatusa también a Clark para que la lleve a su destino, se desarrolla esta película de aventuras que el guionista Borden Chase adaptó al cine a partir de la novela homónima de Rex Beach. Un filme de aventuras que es por entero de ficción, pero que se inspira en la compra de Alaska (territorio perteneciente a Ruisa) por parte de los Estados Unidos. En el largometraje se nombra una de las razones: la venta del territorio era la solución ideal para enmendar la bancarrota de la compañía rusa de pieles. 

La escena que todo el mundo asocia con el filme, la regata entre “La Peregrina” y la “Santa Isabel”, es un prodigio de ritmo made in Raoul Walsh. Una emocionante persecución a todo trapo donde “El Portugués” siempre va a remolque de lo que hace Clark, mucho mejor marino. Ambas goletas navegan con viento tan fresco que amenaza con romper los mástiles. La interpretación de Peck y Quinn se encuentra a la altura de la legendaria secuencia, cada uno dominando sus registros a la perfección. Con respecto al primero, se nota que se encuentra mucho más cómodo en su posición de comandante que contiene las emociones que en las escenas en las que se comporta como un bravucón borracho y pendenciero.


El fallo que se le suele achacar a la película es la falta de acción por culpa de la historia de amor. Es posible que las pretensiones fallidas de Chase, que prefería a John Wayne, influyera a la hora de ahorrar escenas de acción y le empujasen a Walsh a dedicar más tiempo a desarrollar la trama romántica. También la edad avanzada del director (67 años), y los continuos dolores de espalda que sufrió durante el rodaje, pudieron causar una menor atención a dicho tipo de secuencias. 

De todas formas, para los que echan en falta más movimiento, sólo la secuencia de la regata demuestra que aún quedaba Raoul Walsh para rato. De hecho, El mundo en sus manos fue la primera de tres cintas de ambiente naval casi seguidas. Es posible, eso sí, que fuera el último gran largometraje de aventuras del director si no tenemos en cuenta la trilogía de westerns realizada con Clark Gable a mitad de la década de los cincuenta.

En mi opinión, El mundo en sus manos es una cinta muy bien escrita, con buenos diálogos, con bastante humor y que, pese a lo que digan, no necesita más escenas de acción. Además, la gestión de la subtrama romántica me parece perfecta; y la de la otra historia de amor también: “Hemos hecho muchos viajes y hemos visto muchos puertos, cuando esto acabe nos iremos a casa; nos iremos a Salem”, le dice el capitán a su barco en una emocionante y tierna declaración.


El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a El mundo en sus manos en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas


lunes, 2 de marzo de 2020

2 X 1: “THUNDER ROCK” y “FAME IS THE SPUR” (Roy y John Boulting)

Thunder Rock (1942)

Roy y John Boulting (hermanos gemelos) fueron dos cineastas bastante singulares dentro de la industria cinematográfica británica. Y lo fueron por su cine muy entroncado con las ideas laboristas, algo que, sin embargo, no les causó excesivos problemas en los años cuarenta, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando produjeron, editaron y dirigieron un par de películas con claro signo izquierdista. La condición de la URSS como aliado en contra del régimen nazi posiblemente salvó estas y otras cintas del mismo estilo.

El primero de los dos largometrajes, Thunder Rock, trata de un farero (Sir Michael Redgrave en una de sus mejores interpretaciones, lo cual es decir mucho) que, desencantado de la política de su país, se refugia en las rocas del título para aislarse del mundo exterior. Antiguo activista contra los nazis, sufre la incomprensión de amigos y políticos. Mientras advierte del peligro que supone Hitler, este se va adueñando poco a poco del centro de Europa.

La cinta comienza un poco dubitativa, sin trama a la que agarrarse, hasta que, rozando la fantasía, se transforma en una especie de cuento de Navidad dickensiano, pero al revés: al farero se le aparecen los fantasmas de un barco hundido noventa años antes en Thunder Rock, y viajan con él para que vea lo que fueron sus vidas antes de la catástrofe.


En realidad, todo son imaginaciones del único habitante de aquellos arrecifes, cuyo contacto con el resto de la humanidad se reduce a esos pocos personajes, que su mente ha inventado. Paradójicamente, son los náufragos los que con sus historias convencen al farero para que rompa su aislamiento y se una a la lucha contra el enemigo.

Historia original que deviene en una curiosa cinta, muy bien interpretada por el protagonista y los excelentes secundarios, entre ellos un jovencísimo James Mason, por desgracia con muy pocos minutos en pantalla. Realizado con oficio desde el apartado técnico, el filme cuenta con una fotografía deudora del cine alemán de preguerra. Ese ambiente cuasimístico, acaso gótico, se mezcla bien con un moderno realismo que saca a relucir la habilidad de los hermanos Boulting, anteriormente documentalistas.


Fame is the Spur (1947)

Sin abandonar el entorno social y las ideas progresistas, los hermanos Boulting producen y realizan pocos años después una nueva cinta contando otra vez con la colaboración de Michael Redgrave. Fame is the Spur narra la historia de un arribista, de un político de izquierdas que poco a poco va subiendo de categoría dentro del partido laborista, hasta conseguir ser ministro del interior.

A medida que el protagonista alcanza puestos de mayor responsabilidad, sus ideales se van transformando hasta ser prácticamente los contrarios. Con tal actitud consigue que sus amigos y hasta su pareja le reprochen un comportamiento exacto al de aquellos a los que censuraba en un principio.

Con escenas realistas (algunas extraídas de documentales de la época) tan bien rodadas como la secuencia de la huelga, que tanta influencia tendría en el metraje posterior, los Boulting logran que el espectador se introduzca en la piel del líder laborista para, primero ensalzarlo, y luego criticarlo.

La cinta adapta la novela homónima de Howard Spring ––de hecho, su obra más recordada, basada en la vida de Ramsay MacDonald, primer ministro laborista––, y se encuentra repleta de buenos detalles de guion como aquel que se centra en una espada que perteneció al antepasado del protagonista. El arma es testigo del cambio que experimenta el personaje. Al principio, llega a blandirla para sublevar a las masas, al final, sin embargo, no es capaz ni siquiera de desenvainarla.


Igual que sucedía en Thunder Rock, el uso por parte de los Boulting de una fotografía tenebrista en blanco y negro consigue transmitir al espectador la atmósfera inquietante y la tensión de los momentos más duros de la cinta. Las manifestaciones, los mítines que van encendiendo a los obreros, las cargas de la policía y el ejército, todo editado alternando primeros planos con encuadres más amplios, recuerdan a los mejores filmes de la escuela soviética.

Aunque la película es en muchos aspectos similar a la anterior, existe una diferencia fundamental con respecto al cambio que sufre Michael Redgrave a lo largo de la trama: en la primera cinta se parte de unos ideales perdidos para llegar a encontrarlos de nuevo, e incluso reforzarlos; en la segunda, todo se desarrolla justo al revés.



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