jueves, 17 de enero de 2008

NIÁGARA (Henry Hathaway, 1953)

Aunque en su día se promocionase como la película de las dos maravillas (las famosas Cataratas y Marilyn), Niágara no es sólo una película para el lucimiento -y la exhibición- de la actriz. Es un filme que se basa en un cuidado guión de Charles Brackett, colaborador habitual de Billy Wilder en los años treinta y cuarenta, y en una eficaz dirección a cargo de Henry Hathaway. La historia que cuenta Brackett es la de un excombatiente de la guerra de Corea, George Loomis (Joseph Cotten), casado con Rose, una despampanante mujer a la que no puede controlar.

En el arranque, Hathaway nos presenta a los personajes sin utilizar los diálogos, sólo con una voz en off que se me antoja innecesaria. Así nos damos cuenta de lo perturbado que se encuentra Loomis cuando le vemos paseando de madrugada muy cerca del violento salto de agua; o de la “ligereza” de Rose: Marilyn desnuda entre las sábanas, fingiendo que duerme cuando llega su marido. La simbología, con las cataratas siempre presentes, es evidente, pero no carece de atractivo. Y es que los celos justificados de Loomis y los planes criminales de su mujer son tan peligrosos como el río cuando se precipita hacia el abismo.



Niágara, sólo con los elementos citados, ya podría considerarse una muy buena muestra del género negro, pero contiene un detalle que, en mi opinión, hace que sea la mejor película de Hathaway (y de Brackett, como productor): la inclusión en el drama de una pareja de estadounidenses de la clase media que llega a la zona de vacaciones. En efecto, el matrimonio Cutler y, sobre todo la mujer (una convincente Jean Peters), dan el contrapunto ideal a la terrible historia de celos. La joven ama de casa se ve involucrada en la trama casi sin quererlo. Es como si alguien del público se levantara de la butaca del cine y traspasara la pantalla para ver de cerca los acontecimientos. Gracias a ese tratamiento del guión tan original, la historia, en su mayor parte, se cuenta bajo el punto de vista de... ¡Un espectador!


Pero es que además está Marilyn Monroe. No me importa en absoluto si los rodajes eran un caos por culpa de sus ausencias o si su inseguridad en el plató hacía que los directores tuvieran que repetir las tomas cien veces. Lo cierto es que la cámara se enamoraba de su presencia -y nosotros también-. Es una delicia verla en pantalla, en cada secuencia con un vestido distinto y cada vez más provocativo. La escena donde canta “Kiss me” (la tararea, que resulta más sensual), mientras Joseph Cotten la vigila desde la ventana, ha pasado con toda justicia a la historia del cine. La citada melodía es parte importante de la acción -un buen truco de guionista avezado-, siempre que alguien la silba o suena desde el campanario de la ciudad, sabemos que algo está a punto de suceder.

En definitiva, Niágara es de esas películas imprescindibles que no nos cansamos de ver y que guardamos celosamente en nuestra colección, como una joya del séptimo arte.


Ver ficha de Niágara.

2 comentarios:

  1. hola ethan

    navegando navegando he llegado a tu blog y me ha gustado bastante lo que he leído, une buena selección de cine y muy buen gusto si señor.

    me encantaria que pudieras colaborar con www.muchocine.net si quieres enviame un correo a webmaster@muchocine.net

    saludos y felicidades por tu trabajo

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  2. Muchas gracias.
    Ya me han hablado (y muy bien) de tu página web. Me pondré en contacto contigo.
    Un saludo.

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