lunes, 16 de mayo de 2016

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (y XIII)

El único tema que permanece en Río Lobo es el de la amistad, si bien mucho más difuminado y sólo enriquecido por algo habitual en el cine de Hawks: la caballerosidad entre enemigos.[1] En la película de 1966, el director establecía una relación entre Thornton y McLeod, el matón contratado por Jason, en la misma línea que la planteada en Río Rojo entre Matt y Cherry Valance. En ambas se adivina un tácito código de honor entre pistoleros. En Río Lobo, el director va más allá cuando, al finalizar la guerra, el coronel McNally invita a whisky a Cordona y Tuscarora para terminar de sellar una amistad basada simplemente en el honor de haber sido enemigos (4.48).

4.48

A pesar de ese buen detalle, insistimos en que ni Jorge Rivero ni Chris Mitchum dan la talla a la hora de encarnar a la pareja antagonista de Wayne, algo que no sucede con Jack Elam. Con el veterano secundario, Hawks estuvo más cerca de conseguir un personaje digno del Stumpy de Walter Brennan y del Bull de Arthur Hunnicutt. Más próximo al primero que al segundo, Elam también se muestra nervioso con el dedo en el gatillo y recupera algo del humor perdido por Hunnicutt,[2] además es el que recoge el testigo del alcoholismo, pero sólo de pasada y siempre dentro del tono cómico que define al personaje (4.49).

4.49

Con respecto a los caracteres femeninos, Hawks continua con su despliegue de actrices, de nuevo un trío de mujeres como en Peligro… Línea 7000, pero con Jennifer O’Neill a la cabeza.[3] Casi una debutante, la actriz es otro de los descubrimientos de Hawks, aunque fallido en esta ocasión. El trabajo de O’Neill en Río Lobo nunca llegó a convencer a Hawks que se quejaba de lo aburrida que resultaba en pantalla y de su actitud de diva durante el rodaje, cuando era prácticamente una desconocida: “Empezó muy bien, pero luego se dedicó a ser una estrella. No trabajó.” (Bogdanovich 2007, p. 296). O’Neill da vida a Shasta, un personaje que se sitúa entre Feathers y Maudie: llega en la diligencia como la primera, pero lo hace para vengarse de los hombres de Hendriks (realmente la presentación de Shasta es similar a la de Mississippi en El Dorado). Es una viuda de un jugador de cartas, como la segunda, y también como Maudie inicia una relación con el líder del grupo y con su amigo. 

Un esbozo de rivalidad sentimental que no pasa a mayores porque enseguida el personaje que interpreta Wayne se desmarca dando a entender que es demasiado viejo. Lo hace cuando Shasta comenta que se ha acostado con él porque es muy “confortable” (4.50). La misma palabra que cierra el filme cuando McNally, herido en una pierna, se apoya en otra de las protagonistas, como si fuera una muleta, copiando en cierto sentido el final crepuscular de El Dorado (4.51). Y es que la edad del personaje principal es otro de los hándicaps de la cinta y se nota que Hawks no sabía que hacer con John Wayne, en cuanto a relaciones amorosas se refiere, debido a su deterioro físico.[4] De hecho, el director opta por la pareja Rivero-O’Neill para reproducir su batalla sexual, pero apenas le sale un gag aceptable.

4.50
4.51
4.52
4.53

En el apartado técnico, Hawks intenta seguir fiel a su estilo. Sólo en contadas ocasiones se deja llevar por las nuevas modas. Así, el uso del zoom o el vestuario de Rivero (4.52), con poncho al estilo Clint Eastwood de los spaghetti western, no encajan con una película que sigue siendo esencialmente clásica. La fotografía del filme corre a cargo de William H. Clothier, más convencional que la de Río Bravo o El Dorado, pero con buenas secuencias nocturnas y algún plano destacado que evocan a la primera cinta, como el de la puesta de sol (compárese 4.28 con 4.53) o el enmarcado por una puerta que, igual que en Río Bravo, anuncia el desenlace (4.22 y 4.54).

4.54

Howard Hawks se retiró con Río Lobo, el peor de sus tres últimos westerns. La falta de presupuesto, que impidió contratar otra estrella de la categoría de John Wayne; la renuncia a los temas centrales de sus películas anteriores; y la presencia de unos personajes mal perfilados, unidos al cansancio propio de un director que había superado los setenta años, fueron las causas de tan pobre resultado. Un final de carrera que no empaña en absoluto una de las filmografías más espectaculares, repleta de obras maestras que han pasado a la historia como representativas de lo que hoy llamamos cine clásico.


REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS DEL CUARTO CAPÍTULO

A Song is Born (Vídeo) 2009, Twentieth Century Fox Home Entertainment, Beverly Hills.

Aguilar, C. 2011, Guía del Cine, Cátedra, Madrid.
Ball of Fire (Vídeo) 2007, Twentieth Century Fox Home Entertainment, Beverly Hills.
Bogdanovich, P. 2007, El director es la estrella, T&B Editores, Madrid.
Casas, Q. 1998, Howard Hawks. La comedia de la vida, Dirigido por, Barcelona.
Crowe, C. 2002, Conversaciones con Billy Wilder, Alianza Editorial, Madrid.
El Dorado (Vídeo) 2008, Paramount Pictures, Madrid.
McBride, J. 1988, Hawks según Hawks, Akal, Madrid.
Perales, F. 2005, Howard Hawks, Cátedra, Madrid.
Río Bravo (Vídeo) 2008, Warner Home Video, Burbank.
Río Lobo (Vídeo) 2011, Paramount Home Entertainment, Madrid.
TCM Interviews: Howard Hawks (Vídeo) 2010, TBS Inc.
Torres-Dulce, E. 2001, Armas, mujeres y relojes suizos, Nickel Odeon, Madrid.
Vanoye, F. 1996, Guiones modelo y modelos de guión, Paidós, Barcelona.

Wood, R. 1982, Howard Hawks, Ediciones JC, Madrid.




Leer el capítulo V

Más información sobre el libro, aquí.




[1] Presente también en La Escuadrilla del amanecer, Ciudad sin ley, Río Rojo y otras.
[2] En el filme hay un guiño a Arthur Hunnicutt cuando Wayne le regaña a Elam por el ruido que está haciendo y le espeta con ironía: “sólo hace falta que toques la corneta”.
[3] Las otras dos fueron Susana Dosamantes y Sherry Lansing.
[4] En 1970, Wayne tenía 63 años y sobrevivía con un pulmón desde 1964 cuando le operaron de cáncer. Ya en El Dorado tuvieron que doblarle en las escenas en las que salía corriendo. En Río Lobo intenta mantener el tipo, pero a esas alturas las dificultades para, por ejemplo, subir y bajar del caballo eran enormes.



martes, 3 de mayo de 2016

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (XII)

Si bien Río Lobo guarda más relación con Río Bravo, su estructura se encuentra más cercana a El Dorado en cuanto a que arranca con un prólogo de similar duración, que marca la diferencia con los otros dos filmes. Es una introducción que también se organiza como si fuera un mediometraje independiente, con inicio, nudo y desenlace, pero que en esta ocasión Hawks se limita simplemente a supervisar.
  
La realización del prólogo corre a cargo de Yakima Canutt, el director de la segunda unidad, que narra con buen ritmo y minuciosidad el original atraco al tren. Aunque Hawks delega en Canutt, su presencia se deja notar en algunas secuencias como las de la muerte del teniente Forsythe (4.47) o la del encuentro entre McNally y Cordona en la cueva. La primera, recuerda a la escena de Solo los ángeles tienen alas en la que fallece el amigo del líder; tanto allí como en Río Lobo, Hawks recurre a una experiencia propia cuando servía en aviación y vio morir a un joven que se había roto el cuello (Entrevistas TCM). La línea de diálogo es casi la misma en ambas cintas: el moribundo dice que no siente dolor, que se siente extraño; su compañero le confirma que se ha desnucado.

4.47


La segunda secuencia toma como referencia el arranque de El Dorado, el momento en el que el sheriff Harrah se encuentra con Thornton, cada uno a un lado de la ley. En Río Lobo, McNally, Cordona y Tuscarora también están en bandos opuestos y, de la misma forma que los personajes de El Dorado, recuerdan los viejos tiempos mientras John Wayne se aproxima disimuladamente a unos rifles. En los dos largometrajes, un Mitchum —en el primero, Robert, en el segundo, Chris, su hijo—  es el que amenaza a Wayne con dispararle si continúa acercándose a las armas. 

La presencia de Chris Mitchum en la última película de Hawks se nos antoja, más que un homenaje a El Dorado, un deseo no cumplido de ver a Robert Mitchum de nuevo al frente del reparto. Hawks se contentó con el hijo del actor al que le asignó el papel de Tuscarora, el joven del grupo, un personaje que finalmente quedó poco definido. Sin la personalidad de Colorado ni el humor de Mississippi,[1] Tuscarora sólo guarda cierto parecido con el último al compartir con él la habilidad en el manejo del cuchillo.


Precisamente, la ausencia de Robert Mitchum o de cualquier otro actor de la misma entidad es el principal fallo de la película. Como sabemos, Hawks siempre había basado sus mejores películas en el sólido pilar argumental del enfrentamiento entre dos fuertes caracteres. Con Río Lobo no tenía por qué ser diferente, de hecho Hawks reconoció que el guión lo habían escrito para John Wayne y Robert Mitchum: “… el no contar con Mitchum no nos ayudó en nada. Era una historia construida claramente para dos personajes fuertes” (Bogdanovich 2007, p.296). Hawks consiguió convencer a Wayne enseguida. El actor accedió sin necesidad de leer el guión, sólo hizo una pregunta: “¿Tengo que hacer de borracho esta vez?” (McBride 1988, p.156). Con Mitchum las cosas no fueron tan fáciles, aunque en realidad fue la productora la que no quiso invertir en otro profesional del mismo porte.[2] 
Se vol­vía a repetir la historia de Hatari!, sólo que allí la película se amparaba más en el hecho de rodar en África un docu-filme sin apenas argumento y, prácticamente, no se notó la ausencia de una segunda estrella. En Río Lobo, sin embargo, contar con un antagonista del mismo caché que Wayne era el ser o no ser del largometraje. Hawks intentó paliar la situación contratando a Jorge Rivero,[3] un actor desconocido —y, por tanto, barato— que prome­tía, pero que no logró solucionar el problema. Hawks sabía desde el principio que el proyecto estaba abocado al fracaso: “No pude hacer gran cosa […]. Los dos chicos que aparecían (Rivero y Chris Mitchum) no podían con Wayne […], así que no teníamos nada que hacer” (ibídem, p.132).

Al faltar ese segundo “peso pesado”, y con él su conflicto interno para superar la adicción al alcohol, también falla una trama ya lastrada por el hecho de la ausencia de motivación, digamos profesional: McNally no es un agente de la ley y, por consiguiente, no tiene por qué rechazar la ayuda que puedan aportar los habitantes del pueblo. No está presente la causa principal que empujó a Hawks a rodar Río Bravo. Es decir, desaparecen los dos temas centrales que hacían importante el filme. Tanto es así, que al final de la cinta, son los granjeros los que consiguen acabar con Hendricks, y Wayne no tiene más remedio que sentenciar que el mérito es de la gente del pueblo: “han reconquistado su ciudad”.





[1] Nótese que todos ellos, Ricky Nelson, James Caan y Chris Mitchum llevan, en sus respectivas películas, como apodo un río de Estados Unidos: Colorado, Mississippi y Tuscarora.
[2] Cinema Center Films fue la compañía que financiaba el filme y la que se negó a poner más dinero sobre la mesa para incorporar al casting a otro actor de primera línea.
[3] Actor mexicano, deportista, que representó a su país en los juegos panamericanos en la especialidad de natación y waterpolo.


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