Capitán
Phillips es la
tercera entrega de la trilogía de largometrajes que adaptan hechos reales y que
el director Paul Greengrass ha dirigido por tierra (Bloody Sunday, 2002),
aire (United 93, 2006), y ahora mar. El realizador inglés con su cámara
al hombro y su montaje dinámico se ha ganado el favor del público y la crítica
gracias a estos tres dramas realistas basados en sucesos trágicos que
conmovieron al mundo:
Primero,
recreó el domingo sangriento de Londonderry en el invierno de 1972, donde murieron
14 manifestantes (casi todo menores de edad) a manos de los paracaidistas del
ejército británico; después, dio su versión de lo acaecido en el avión que se
estrelló en Pensilvania durante los atentados del 11S; y, finalmente, se
embarcó para adaptar a la gran pantalla el relato del capitán Richard Phillips
acerca del secuestro del primer buque norteamericano asaltado por los piratas en
más de doscientos años.
Lo
original de la última propuesta de Greengrass radica en que el director sitúa
al líder de los piratas a la misma altura que el capitán. En el arranque,
Greengrass explica las causas por las que decide dedicarse a la piratería (pescador
en paro, miseria, ansia de dinero y prestigio local). Son motivaciones que no
llega a comprender Phillips (Tom Hanks), que intenta ganarse la simpatía del
somalí tratándole como a un colega: de pescador a marino mercante. Los dos
personajes, con sus diferentes puntos de vista, parten desde mundos opuestos y
se unen, primero a distancia, cuando se miran a través de los prismáticos durante
su particular batalla naval; y después, cara a cara, en el puente de mando del
“Maersk Alabama”.
Para
lograr el máximo realismo en dicha secuencia, el director utilizó un recurso
que ya le había dado buen resultado en United 93. En aquella ocasión, el
realizador inglés ordenó que los actores que hacían de pasajeros, y los que
interpretaban a los terroristas, se abstuvieran de hacer vida en común mientras
durase el rodaje. Ambos grupos vivían en hoteles separados, comían en distintos
restaurantes y sólo se veían en el plató, todo con tal de reflejar la mayor
tensión posible a la hora de rodar. En Capitán Phillips fue más allá, la
primera vez que Tom Hanks vio a Barkhad Abdi (Muse, el líder de los piratas) y
a los otros tres actores somalíes fue cuando entraban a punta de ametralladora
en el puente.
Dos
secuestros, uno en el aire, otro en el mar, con la inminencia de la muerte en
el rostro de los protagonistas —secuestrados y secuestradores—, con la misma
música, y con el realismo como denominador común. En parte gracias al inquieto
objetivo de Greengrass, característico de su forma de rodar. Ideal para
transmitir la angustia de los personajes que ven como disparan a sus compañeros
indefensos en Bloody Sunday; que caen en picado en United 93; o se mueren de
sed dentro del bote salvavidas de Capitán Phillips, agobiados por el
calor y por el temor a la acción armada de la Navy.
Con
dicha técnica, las películas de Greengrass, hasta las más comerciales, son de
un verismo tal que el espectador llega a olvidar que lo que está viendo es
ficción. Los antecedentes de documentalista favorecen su estilo moderno
hiperrealista, más cercano a lo que se hace en Europa que al convencional de
Hollywood. Incluso dentro de Capitán Phillips esa dualidad
ficción-realidad se hace visible cuando reúne en la película a una estrella
consagrada (Tom Hanks) con actores africanos que debutan en la gran pantalla
—Barkhad y sus tres compañeros son verdaderos somalíes que fueron seleccionados
en un casting de más de 700 personas realizado en Minneapolis, ciudad donde el
asentamiento de dicha etnia es más numeroso—, o que ni siquiera son de la
profesión, como por ejemplo la dotación del destructor de la Navy “Bainbridge”.
Nombre,
el del destructor, totalmente intencionado ya que se trata del conocido héroe
americano que participó en las guerras contra los piratas berberiscos a
primeros del siglo XIX. Es curioso ver como la piratería de hace doscientos
años no es tan diferente a la actual. En aquella época las plazas de Marruecos,
Argel, Túnez y Trípoli (los llamados berberiscos) exigían grandes sumas de
dinero a los barcos que navegaban por el Mediterráneo bajo la amenaza de
hundimiento y saqueo si no pagaban. Fue el presidente Thomas Jefferson el que
se negó a pagar a los piratas y el que ordenó combatirlos hasta acabar con
ellos en 1815.
En la actualidad, la operación Atalanta de
la Unión Europea, en la que participan aviones de patrulla marítima y barcos
españoles desde 2009, ha conseguido reducir a cero los ataques de piratas a los
barcos que navegan en aguas próximas a Somalia. Mientras escribo estas líneas, el
buque de acción marítima “Meteoro” patrulla esa peligrosa zona para seguir
dejando nuestro pabellón igual de alto que siempre.