lunes, 18 de junio de 2018

2 X 1: "SOLEDAD" y "RAYO DE SOL" (Pál Fejös)


Soledad (Lonesome, 1928)

Primera película importante del director húngaro Pál Fejös, también conocido como Paul Fejos. Se trata de un drama moderno, muy adelantado a su época, con una pareja protagonista que bien podría ser cualquiera de las del público: dos jóvenes muy normales, de la clase trabajadora que, en un principio no se conocen, y viven en una gran ciudad donde se sienten solos en medio de la muchedumbre.

Un fin de semana, se encuentran en un recinto ferial y se enamoran. Sólo la noche y el cierre de las atracciones interrumpen su pequeño idilio. Un incidente fortuito hace que se separen y se pierdan entre la multitud -verdadera enemiga de su felicidad y causante de su soledad-. Parece imposible que en la enorme y hostil urbe puedan volver a encontrarse…


Fejös dirige con sobriedad y habilidad (el manejo de extras es formidable) esta gran película muy en la línea de las cintas sociales de King Vidor o las de Fritz Lang (con el que aprendió el oficio). Un filme, por otra parte, muy influyente en cineastas posteriores del corte de Rossellini. De hecho, se anticipa a movimientos como el neorrealismo o el free cinema y casi introduce el realismo poético en Estados Unidos con esta sencilla obra.

Los personajes de Soledad son una constante en la obra de Fejös: cinco años más tarde el realizador volverá a proponer una historia parecida en la excelente Rayo de Sol, pero con un objetivo diferente: poner su granito de arena para evitar una guerra que parecía inminente.


Rayo de sol (Sonnenstrahl, 1933)

Coproducción franco-alemana en plena depresión económica, en el periodo entreguerras y en el año de la subida de Hitler al poder. Con esos antecedentes resulta casi inevitable el pesimismo con el que arranca la película: una pareja (aún no se conocen), cada uno por su lado, intentan suicidarse. Sólo el impulso de ayudarse uno al otro impide que sus planes se lleven a cabo. Gracias al rescate de ella en el último momento, él percibe una suma de dinero por parte del ayuntamiento. Con ese incentivo ambos deciden vivir juntos y enfrentarse a los problemas en común, e incluso permitirse el lujo de hacer planes de boda y de negocios. Cuando están a punto de alcanzar su sueño, un accidente parece que va a estropearlo todo de nuevo.

La película es una metáfora muy clara de la necesidad de entendimiento entre el pueblo alemán y el francés después de la sangrienta lucha en la Primera Guerra Mundial, donde el propio Fejös sirvió como soldado del Imperio Austro-Húngaro.

Rayo de sol, además, es una especie de continuación de Soledad si tenemos en cuenta la conclusión forzada e increíble de la cinta muda; un final que nadie se cree, y que se nos antoja que Fejös tampoco por el hecho de haberse decidido por una casualidad para solucionar la trama.


De Rayo de sol destaca la secuencia tenebrista y hasta expresionista del arranque, y las más optimistas en la agencia de viajes y en un centro comercial, donde ambos se imaginan una vida de lujo y una luna de miel por todo lo alto. 

La cinta es una curiosa mezcla entre el realismo poético que se hacía en Francia y el kammerspielfilm germano, con una pareja estelar muy representativa de esas dos cinematografías (recordemos que Gustav Fröhlich trabajó nada menos que en Metrópolis y en Asfalto; mientras Annabella lo hacía en La Bandera o en 14 de Julio entre muchas otras).

Por desgracia, las buenas intenciones de Fejös finalmente no se vieron reflejadas en la vida real: las dos potencias se volvieron a enfrentar en un conflicto bélico aún más sangriento. Sólo al final de la guerra, el entendimiento llegó a ser una realidad tras la aparición de la Comunidad Económica Europea.



lunes, 4 de junio de 2018

2 X 1: "TERESA RAQUIN" y "EL AIRE DE PARÍS" (Marcel Carné)


Teresa Raquin (Thérèse Raquin, 1953)

Para comentar cualquier película de Marcel Carné, primero hay que reconocer que estamos hablando de un genio que inventó junto a Jean Renoir lo que se ha llamado Realismo Poético, con cintas tan importantes como El muelle de las brumas (en mi lista particular estaría en el top diez de las mejores películas de todos los tiempos), Le jour se lève, Hôtel du Nord o Les enfants du paradis, todas ellas obras maestras indiscutibles.

A diferencia de Renoir, Marcel Carné nunca tuvo las cosas fáciles (a veces por su culpa, pues a menudo fue criticado por gente de su equipo que lo tachaba de tirano). Después de pasar un tribunal acusado de colaboracionista durante la guerra, tuvo que pasar otro casi peor e igual de injusto: el de la crítica de los jóvenes de la nueva ola cuando atacaron con dureza su cine. Hoy vamos a comentar, precisamente, dos de esas películas realizadas en la posguerra, dos joyas del cine francés de todos los tiempos, justo antes de que los autores de la Nouvelle Vague acabaran con su carrera.

Teresa Raquin se basa en la célebre novela de Emile Zola, que ha sido llevada a la pequeña y a la gran pantalla en numerosas ocasiones: Teresa (Simone Signoret) se casa obligada para salir de la miseria, la contrapartida es cuidar de su suegra y de su enfermizo marido de por vida. Una existencia monótona y desgraciada de la que puede salir: la esperanza es Raf Vallone, que se cruza en su vida, pero la salida es el crimen y las consecuencias de tal acción no les dejarán vivir en paz.



El largometraje narra la historia de un triángulo fatal al estilo de la novela de James M. Cain, El cartero siempre llama dos veces. Marcel Carné maneja la trama como una actualización de su realismo poético a la época de la posguerra. Entre ese estilo y el polar, o cine negro a la francesa, pero siempre dentro del naturalismo de Zola, discurre el filme. Eso sí, con cierto flirteo con el cine de terror (la terrible mirada de la suegra pone los pelos de punta).

La cinta es una coproducción italo-francesa con actores de la categoría de Simone Signoret y Raf Vallone al frente del reparto, que le dan al drama una solidez cercana a la de Perdición (Double Indemnity, Billy Wilder, 1944). Aunque sean más contenidos en sus interpretaciones, la tensión es la misma; también lo es el suspense de un final que se anuncia trágico.


El aire de París (L’air de Paris, 1954)

Para su siguiente película después de Teresa Raquin, Marcel Carné reúne a sus estrellas de los años treinta, Jean Gabin y Arletty, a la sazón protagonistas de las mejores películas del Realismo Poético. Ambos actores dan vida a una pareja madura, propietaria de un gimnasio. Él es un antiguo boxeador que acaba de descubrir a un nuevo talento (Roland Lesaffre). La ambición de convertirlo en un campeón se ve truncada por la oposición de su mujer, que desea retirarse de ese mundo tan ingrato como es el del boxeo.

La película es de nuevo otra coproducción entre Italia y Francia (participan actores italianos tan conocidos como Folco Lulli). Solo repite la joven promesa que es Roland Lesaffre. Mientras en Teresa Raquin era un marinero desesperado que intenta chantajear a la pareja protagonista, en El aire de Paris es también un joven sin dinero que ha sobrevivido a la guerra, un antiguo combatiente que se encuentra perdido en la sociedad –sin duda un estilema del cine negro–, que ve en el boxeo la oportunidad de mejorar.

El filme de Carné es, por tanto, otro drama con tintes negros y con la mayoría de los tópicos del género pugilístico: el entrenador que ha sido boxeador y ve en su pupilo la oportunidad de obtener los éxitos que él no logró; la femme fatale (Marie Daëms) que se interpone en el camino del joven, seduciéndole con sus encantos y amenazando con echar todo por tierra y arruinar la carrera del joven. Sólo falta la trama de los combates amañados, de ahí que el filme sea más un drama que un noir. Digamos que esa es la parte original de la película: cuando Carné pone el acento en el conflicto que surge entre Gabin y Arletty a causa del muchacho.



Otros elementos a destacar son la excelente música de Maurice Thiriet, donde la canción La ballade de Paris de Yves Montand tiene una presencia importante como leitmotiv de la película; y el buen guion del propio realizador y de Jacques Sigurd, donde destaca el detalle de un amuleto que pasa de unas manos a otras, cuando las vidas de los personajes sufren un cambio radical.

Teresa Raquin y El aire de París pertenecen a la última tacada de cintas importantes de Carné en los años cincuenta antes de su paso por el color, y de que su carrera se hundiese por el abandono de público y crítica. Ambos parecían no perdonarle su pasado como colaboracionista –fue totalmente exculpado–, o se empeñaban en criticar su modo de hacer cine por considerarlo anticuado. Menos mal que finalmente el tiempo pone las cosas en su sitio, y el cine de Marcel Carné figura en lo más alto del cine francés, y acaso del cine mundial.





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