miércoles, 27 de mayo de 2009

COLABORACIÓN: El motín del Caine (The Caine Mutiny, Edward Dmitryck, 1954)



Dos años después de ser galardonada con el premio Pulitzer la exitosa novela de Herman Wouk El motin del Caine llegaba por fin a la gran pantalla en 1.954 de la mano del realizador canadiense Edward Dmitrick. Por aquel entonces, Dmitrick , que en la década anterior había sido incluido en las famosas listas negras de McCarthy y posteriormente decidió pasarse al bando contrario y colaborar activamente en la llamada "caza de brujas" del senador republicano, trataba de reconducir su carrera dentro de la industria norteamericana a la que había vuelto sólo un año antes digamos más bien por la puerta falsa- no nos corresponde a nosotros juzgar al hombre sino a su obra. Al igual que medio Hollywood, Dmtryck había sido llamado en 1.947 ante el Comité de Actividades Norteamericanas que presidía el senador McCarthy para declarar sobre su posible pertenencia al Partido Comunista. Siguiendo la estrategia de los "diez de Hollywood", grupo al que pertenecía, el director negó pertenecer al partido; dos años más tarde, sin embargo Dmitrick volvió a presentarse ante el Comité, y esta vez no sólo para confesar su pasado comunista sino también para delatar a 26 de sus antiguos compañeros de viaje. Su castigo, seis meses de presidio y un pequeño exilio en Inglaterra, fue muy poco en comparación con su recompensa, poder seguir trabajando en Hollywood hasta el fin de sus días. En los primeros cincuenta, el cineasta contó con el apoyo fundamental del gran productor de la época, Stanley Kramer, quien estaría detrás de las primeras películas de esta nueva etapa. El motín del Caine sería además la última superproducción de Kramer antes de pasarse defintivamente a la dirección donde destacaría con títulos como Vencedores o vencidos o Adivina quién viene esta noche.
La obra de Wouk en la que se inspira el film de Dmitryck dio pie también a una versión teatral que había triunfando en Broadway unos meses antes al estreno de la película y que contaba con Henry Fonda en el papel protagonista. En la versión cinematográfica Fonda fue sustituido por Humphrey Bogart que curiosamente se había erigido antaño como una de las voces más críticas contra la política mccarthysta al encabezar junto a Laurent Bacall la célebre Marcha sobre Wasington de 1.947 a favor de la libertad de expresión. No ha trascendido que hubiese especial mal rollo entre la estrella y el director durante el rodaje; de hecho la convicente interpretación que Boggie llevó a cabo a las órdenes del director le valió su última nominación al Oscar como mejor actor principal y una de las siete opciones a estatuilla con las que se plantó el film en la edición de 1.954 (al final se quedaría sin ninguna). Bogart da vida aqui capitán Queeg, un estricto oficial de marina que toma el mando del Caine, un moderno dragaminas del ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial. Acostumbrada al carácter y conciliador del antiguo capitán, la tripulación del Caine recibe al nuevo patrón de manera distendida., aunque éste se encarga de mostrar sus cartas desde el principio. "En este barco hay cuatro maneras de hacer las cosas: la buena, la mala, la de la Marina y la mia. ..." les suelta a sus primeros de a bordo al final de su primera reunión. Queeg impone su férrea disciplina a todos los niveles y en todos los estamentos del barco sin contar con la opinión del resto de oficiales. Pronto, éstos comienzan a verle como un peligroso paranóico y como la persona menos indicada para tener todo un navío a sus órdenes. La gota que colmará el vaso tendrá lugar en el transcurso de una cruenta tempestad en la que Queeg pierde el control de la nave y el segundo oficial se ve obligado a relevarle del cargo. Ya en tierra, el neurótico capitán lleva a juicio a todos los presentes en la cabina de mandos durante el incidente acusándoles de haber originado el motín.
Sin duda esta última parte, la del juicio concentrada en el último tercio del metraje es la más interesante del film. Hasta entonces, además de haber sido testigos de las paranoias de Queeg, hemos asistido a una sucesión de escenas de exhaltación patriotica y al desarrollo de una pequeña historia de amor entre el protagonista que hace las veces de narrador de la historia y su novia que nada aporta a la trama central de la película y que se constituye en el principal lastre de la misma. Por el contrario, en las escenas del juicio se despliega todo un estudio psicológico de personajes y en ellas se hacen explicitos los porqués de su actitudes y comportamiento anteriores. Es especialmente significativa la evolución casi en paralelo sufrida a lo largo del film por los personajes que encarnan Fred McMurray y Van Johnson. Mientras el primero comienza siendo el "autor intelectual" del motín para acabar escondiendo la cabeza debajo del ala, el segundo recorre el camino a la inversa; empieza mostrando una fe inquebrantable en su capitan y acaba instigando la revuelta. Y así la película se convierte en un brillante ensayo sobre temas universales tales como el honor, la cobardía o el amor a la patria. Asímismo, resulta estimulante el proceso de desenmascaramiento del personaje de Queeg que acaba acorralado y rindiendo armas ante un inquisitorial – y soberbio- José Ferrer. Dada la condición de antigua víctima mccarthysta de Dmitryk, se admiten dobles lecturas de estas últimas escenas. O bien ver a Queeg como un trasunto del propio director, un personaje capaz de inspirar rechazo y lástima al mismo tiempo, o bien considerar que el personaje que interpreta Bogart veía conspiraciones a sus espaldas con la misma facilidad con la que a McCarthy le salían comunistas de hasta de debajo de las piedras.
Las circunstancias que rodearon la preproducción y el posterior rodaje de El motín del Caine merecen comentario aparte. Para sacar adelante su film Kramer y Dmitrik tuvieron que lidiar con el mismísimo Ejercito de los Estados Unidos que no estaba dispuesto a consentir que Hollywood, uno de sus más tradicionales aliados y desde luego su mejor agencia de publicidad en tiempos pasados, se les subiese a las barbas poniendo en entredicho su reputación con una historia que podía escocer a más de uno. La Marina impuso sus propias condiciones y exigió de entrada un rótulo introductorio en el que se aclarase que jamás en la historia norteamericana había tenido lugar motín alguno, y lo que se nos iba a contar a contiunación era simplemente la historia de unos hombres sometidos al momento más critico de sus vidas. La ambigüedad del mensaje ponía de manifiesto el valor moralizante que las autoridades querían imprimir al film. El autoindulgente epílogo final que incluye el encendido monólogo del citado José Ferrer también fue impuesto. A cambio de todas estas concesiones – finalmente no pudo eliminarse la palabra "motín" del título como pretendía el Ejercito- el equipo de la película obtuvo varios privilegios entre ellos el de rodar en Pearl Harbour. Siguendo la estela de otras célebres e historícos films sobre motines – no perdamos de vista al Potemkin o a la Bounty, El motín del Caine podría considerarse un claro precedente de esa otra gran película de los noventa titulada Algunos hombres buenos. Y si todavía conservan frescas en su memoria las razones que impulsaron a Jack Nicholson a ordenar el código rojo en el film de Reiner, quizá también serán capaces de deducir porque aquí el personaje de Queeg/Bogart se comporta cómo se comporta.

3 comentarios:

  1. Me gusta mucho ésta película porque, lo reconozco, me gusta mucho Humphrey...y me gusta hasta aquí...tan excéntrico que hasta te saca de quicio. Muy bueno Bogart... para mi, el mejor.

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  2. Las películas de submarinos son un coñazo,sobre todo las últimas realizadas.Pero El motín del Caine sigue siendo una obra maestra.Es difícil olvidar a Bogart jugueteando con esas bolas de hierro entre sus manos.

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  3. Pues llámame blasfema, pero a pesar de ser un clásico, a pesar de Bogart, entre el motín y algunos hombres, me quedo con “Algunos hombres buenos” y ese Jack Nicholson.
    Ordenó usted el Código Rojo??????!!!!!!!!!!!!!

    Besitos

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