lunes, 27 de enero de 2014

ATENTADO (Zamach de Jerzy Passendorfer, 1960)

El cine, igual que sucede con otras disciplinas, es un arte que se caracteriza por, según en qué épocas, lograr unir a los más variados profesionales gracias a su adhesión a nuevos métodos, teorías y técnicas que surgen con aparente simultaneidad en los distintos países de origen. En este sentido, siempre nos han interesado las películas nacidas en la vieja Europa a finales de los cincuenta en lo que se han llamado las nuevas olas, y que tienen en común la crítica social, la austeridad en las producciones y la personalidad del director como verdadero autor del proyecto. Ya hemos hablado del free cinema, de la nouvelle vague o del nuevo cine alemán de posguerra; también prestamos atención a los filmes nacidos en Polonia cuando comentamos la ópera prima de Roman Polanski, El cuchillo en el agua. Precisamente, contemporáneo a la excelente cinta de Polanski es el largometraje del que vamos a hablar hoy:


Zamach narra las actividades de un grupo de la resistencia en la Varsovia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial. La película se centra en una comunidad formada por estudiantes, algunos adolescentes, muy jóvenes en cualquier caso, que se enfrentan a los enemigos de su país como si fueran adultos. Organizados jerárquicamente, pese a su edad se comportan como si la guerra fuera su ocupación habitual desde siempre.

La cinta describe un episodio de los muchos que se supone hubo en el conflicto: se trata de organizar un atentado contra un alto mando de los nazis, una acción de guerra en la que todos son conscientes de que probablemente cause la muerte de varios de los estudiantes. Mientras el filme se estructura en los clásicos tres actos (la preparación, la ejecución del atentado y las consecuencias posteriores), algunas subtramas acompañan a la principal para configurar las relaciones entre los protagonistas y sus aspiraciones en la vida: los estudios, la diversión, el trabajo, las novias, etc. Lo normal en esa edad, si bien da la impresión de que lo cotidiano se encuentra como suspendido en el tiempo a la espera de la finalización de la ocupación germana; tan comprometidos están todos, o casi todos, con la acción bélica.


La forma de realización del filme se identifica claramente con el nuevo cine polaco de finales de los cincuenta y primeros sesenta. Su director, Jerzy Passendorfer es contemporáneo a los Wajda, Munk, Kawalerowicz, Has, Konwicki o Skolimovsky. Todos ellos de la Escuela de Varsovia que se caracterizó por apartarse de las consignas soviéticas para hacer un cine más crítico con el sistema; si bien algunos —Polanski— tuvieron que pagar su atrevimiento con el exilio. Passeendorfer, sin embargo, eligió un camino alternativo, el mismo que tomaron determinados colegas polacos. Fueron aquellos que se escudaron en la historia reciente (resistencia, campos de exterminio, miseria de la posguerra, etc.) para matizar el presente político y mostrar su disidencia con algo de disimulo (véase Kanal de Wajda o Eroica de Munk, ambas escritas por el mismo guionista de Atentado: Jerzy Stefan Stawinski). Así, en Zamach la oposición de la resistencia al nacionalsocialismo bien podría sustituirse por la desobediencia organizada contra el sistema impuesto por Stalin en Polonia.



Con independencia del posible mensaje del realizador, lo que más destaca de esta interesante película son las escenas donde preside la acción: la del atentado —una verdadera batalla campal en las calles de Varsovia—, y la posterior persecución en el puente o en el hospital. Todas muy bien rodadas, con un estilo realista que se beneficia de una excelente fotografía en blanco y negro. El filme, como decimos, presenta una historia corriente, casi anónima —de ahí lo terrible del guión—, una más de las muchas que acontecieron en Varsovia y en todas las capitales dominadas por los nazis. Episodios sin aparente trascendencia si los comparamos con las grandes batallas de la guerra, pero que con el nuevo cine social adquieren la importancia que sin duda tuvieron.

Ver Ficha de Atentado



Y pronto... CENIZAS PARA UN BLUES.

viernes, 17 de enero de 2014

CRÓNICA DE LOS POBRES AMANTES (Cronache di poveri amanti de Carlo Lizzani, 1954)

Comenzamos la nueva temporada en el blog volviendo la mirada atrás para repasar alguno de los cineastas desaparecidos en 2013. En octubre, en Roma, falleció a la edad de noventa y un años, Carlo Lizzani, un director italiano no demasiado conocido en nuestro país que, sin embargo, fue responsable de alrededor de setenta películas y más de cuarenta guiones. Para recordarlo, nada mejor que comentar la que para nosotros fue su mejor cinta.

 





















Crónica de los pobres amantes, al margen de su calidad, posee una considerable importancia histórica. Situada en pleno auge del neorrealismo, fue el paradigma de “la etapa de la crónica”, así llamada por el teórico del movimiento, Guido Aristrarco. Una fase del nuevo cine nacido en Italia que se caracterizaba por narrar un hecho histórico de la mano de situaciones cotidianas. Lizzani se basó en el buen recurso de guión en el que varios personajes asociados a algún barrio, edificio o calle, se enfrentan entre sí para reflejar los distintos aspectos de la sociedad del momento. Algo que recogería nuestro cine patrio en varias cintas de los cincuenta y sesenta; quizás con Mi Calle (Edgar Neville, 1960) al frente de todas ellas.

En Crónica de los pobres amantes, Lizzani rueda con el estilo que ayudó a crear junto a los grandes autores del movimiento —recordamos su participación en los guiones de películas tan importantes como Alemania, año cero (Germania, anno zero de Roberto Rossellini, 1948) y Arroz amargo (Riso Amaro de Giuseppe de Santis, 1949)— y se rodea de nuevos actores (alguno de ellos tendrá una carrera tan espectacular como Marcello Mastroianni que no explotará hasta el año siguiente en La Ladrona, su padre y el taxista de Alessandro Blasetti) para crear este microcosmos de un barrio florentino en pleno auge del fascismo. Lizzani había tomado buena nota de su anterior proyecto, la participación en aquel fantástico largometraje, una suma de cortos que se llamó Amor en la ciudad (L’amore in citta, 1953), donde formó parte de un equipo de jóvenes cineastas que prometían mucho: estaban Antonioni, Fellini, Risi, Lattuada, Mazelli y el propio inspirador del neorrealismo Cesare Zavattini; casi nada.


La cinta, decimos, es un retrato de la Italia de los años veinte a través de los vecinos de un edificio humilde de Florencia. Una película coral con personajes representativos de la sociedad de esos años: los reprobables fascistas; los delincuentes comunes unidos al mejor postor; las prostitutas; los jóvenes amantes, al principio poco comprometidos políticamente, pero enseguida tomando partido; los antifascistas en una época muy poco agraciada con ellos; la policía apoyando con su pasividad a los seguidores del dictador; la usurera que se aprovecha de unos y otros y, finalmente, las personas que sólo quieren vivir en paz y ganarse el pan con un trabajo honrado, pero que, igual que la propia Italia, no salen adelante por culpa de unos tiempo convulsos.


Con un arranque melodramático, incluso cómico, con algunos conflictos y triángulos amorosos, poco a poco la trama se ve abocada a la tragedia bélica. El director nos lleva desde lo cotidiano a lo dramático como si la propia historia reciente de Italia —el fascismo— fuera una broma pesada que se salió de madre. Lizzani destaca sobre todo por la dirección de actores, por lograr un clima realista que brilla especialmente en las escenas nocturnas. Así, es sobresaliente la secuencia en la que los fascistas salen de noche de "caza" para vengarse de la muerte de uno de los suyos.

El filme tuvo un gran éxito en el festival de Cannes de 1954, donde se llevó un premio importante, pero fue incomprensiblemente atacada por el gobierno italiano de la época. Nosotros la recomendamos efusivamente y nos apoyamos en ella para rendir un merecido tributo al buen realizador que fue Carlo Lizzani.

Ver Ficha de Crónica de los pobres amantes.


Y pronto..., "Cenizas para un blues".

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