lunes, 12 de mayo de 2008

UMBERTO D. (Vittorio de Sica, 1952)

No es la primera vez que hablamos en este blog de Vittorio de Sica –ni será la última-, si anteriormente alabábamos su forma de actuar, hoy nos referiremos otra vez a su buen hacer como director comentando la tercera entrega de su trilogía neorrealista. El realizador italiano tras la influyente El ladrón de Bicicletas (Ladri di Biciclette, 1948) y el cuento Milagro en Milán (Miracolo a Milano, 1950), con Umberto D. consigue llegar a lo más alto del movimiento cinematográfico iniciado tras la Segunda Guerra Mundial. Con las normas de proceder de Cesare Zavattini (guionista y verdadero líder espiritual del Neorrealismo) y la habilidad de Vittorio de Sica para conseguir emocionar con imágenes –no creo que haya mejor definición de Cine-, Umberto D. puede considerarse una de las más grandes cintas de todos los tiempos.


La película arranca con una manifestación de jubilados que reivindican una mejora de las pensiones. Poco a poco la cámara se centra en uno de ellos, en el personaje que da nombre al título. Y aquí viene la primera genialidad: el binomio De Sica-Zavattini parece que deja al objetivo elegir entre uno de los muchos ancianos que corretean por las calles, con el propósito de espiar su vida cotidiana -de hecho ni siquiera dan su apellido en el título del filme-, todo para subrayar el carácter “anónimo” que necesita la trama y para que el espectador sienta que lo que le ocurre a este personaje puede muy bien pasarle a cualquiera.

Lo siguiente es una trama sencilla -en apariencia- donde nuestro personaje se vuelve cada vez más entrañable y cercano. De Sica lo sitúa en una pensión cuya dueña utiliza la habitación de Umberto como casa de citas; o hace obras en ella sin avisarle; o le presiona con el alquiler para conseguir echarle a la calle. A pesar de todo esto, el drama no cae en el folletín gratuito gracias a la inclusión de ciertos elementos realistas muy adecuados: el propio carácter del anciano, con las miserias y manías propias de su edad; la presencia de María, la criada de la pensión, la única amiga de Umberto cuyo “embarazoso” secreto hace que también tenga los días contados en la pensión; y el perro “Fly”, un personaje que el realizador exprime al máximo –en el buen sentido de la palabra- para lograr que la película sea irrepetible.


El filme resulta a veces de una tensión dramática insoportable (como la angustiosa secuencia en la perrera o la escena final), pero siempre de una riqueza extraordinaria. Y es que De Sica incluye algunos planos más propios de una comedia de cine mudo que de un drama; supongo que inevitables para un director tan influenciado por Chaplin en casi todas sus cintas. Otras escenas –la mayoría- siguen las premisas neorrealistas al pie de la letra. Así, el espectador “se cuela” en la cocina donde duerme María y asiste hipnotizado a los quehaceres cotidianos de la muchacha; o presencia los cuidados de un hospital, donde la mayoría de los enfermos simulan una dolencia con tal de conseguir dormir en una cama y comer caliente.

La alternancia de planos legendarios da pie a estudiar una y otra vez esta maravilla, pero también la sucesión de metáforas son dignas de una tesis cinematográfica. Un ejemplo: como queda dicho, una de las cosas que unen a Umberto y María es la inmediatez de su salida de la pensión, pero si nos fijamos en las causas veremos que Umberto es despreciado por su vejez, mientras María lo es por su estado de buena esperanza. La vida y la muerte luchando juntas en un mundo de miseria y posguerra.

Para terminar, sólo me queda apoyar las recomendaciones que se hacían, con motivo de la revisión de Umberto D., desde un programa de televisión ya desaparecido, las mismas que hicimos desde aquí con motivo del comentario de Cuentos de Tokio: es una película que debería ser obligatoria para todos los estudiantes en colegios e institutos, no sólo por invitar a que pongamos más de nuestra parte en el cuidado de nuestros mayores, sino porque su visión nos hará ser mejores personas.

Ver Ficha de Umberto D.

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