En la Sección EFA
(películas nominadas a los premios de la Academia de Cine Europeo) del XXII
Festival de Cine Europeo de Sevilla pudimos ver Un poeta, una
película colombiana del director de Medellín Simón Mesa Soto. Algo, sin duda,
extraño que se cuele esta cinta en los premios europeos si no fuera porque es
una coproducción del país sudamericano con Alemania y Suecia.
El filme narra la
historia de un escritor en crisis, divorciado, alcohólico y sin trabajo al que
le consiguen un puesto de profesor de literatura en un instituto de Medellín.
El poeta, como el mismo se denomina, tuvo éxito en la juventud logrando
publicar dos libros, pero desde entonces no levanta cabeza. Cuando una de sus
alumnas destaca por su talento, el protagonista intenta que la adolescente sea
reconocida en los ambientes literarios de la ciudad.
La película es —o
pretende ser— una comedia. Sin gracia y con más pena que gloria, avanza el
largometraje (larguísimas dos horas, que por más que uno mira el reloj no
terminan nunca). Una trama de un personaje en crisis, una especie de Woody
Allen, pero en malo —ya quisiera parecerse al director neoyorquino—, donde todo
lo que intenta el protagonista le sale fatal.
Y es que dos son los objetivos del poeta: el primero es lograr que su hija le quiera, cosa que no consigue ni de lejos, apenas logra que sienta lástima por él. El espectador ni eso. El segundo objetivo tiene que ver con el éxito de su alumna: como si el singular profesor fuera una suerte de entrenador, un antiguo boxeador que para recuperarse del fracaso quiere que su pupila sea por él la campeona mundial, cosa imposible dado el nulo interés de la susodicha.
Con dos o, a lo sumo, tres golpes graciosos, la cinta no deja de ser un bodrio. Una patochada que no se sostiene por más que el personaje se desgañite en gesticular, y que el director, a la sazón también guionista, intente hacer algo gracioso sin caer en la chabacanería más espantosa.



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