Que el cine negro es nuestro género más querido, creo que
es de sobra conocido por los asiduos al blog; también lo es que usemos
secuencias de películas del ciclo norteamericano, como la que traemos hoy, para
nuestra sección más analítica (esta es la tercera vez que colgamos en la red un fragmento de un largometraje negro con dicha
intención, las otras se pueden ver aquí y aquí).
The Chase es una
cinta tan atractiva como poco conocida, de un director prácticamente ignorado.
Fue realizada por Arthur Ripley, un cineasta que antes de pasar a la dirección
había trabajado con Frank Capra, cuando ambos eran guionistas en beneficio de Harry
Langdon. De sus largometrajes, la mayoría olvidados, destaca el que nos atañe,
su mejor obra con diferencia, toda una joya del noir.
El propio Ripley
y Philip Yordan llevaron a la gran pantalla la novela de William Irish,
"The Black Path of Fear", uno de los muchos textos del escritor que
fueron adaptados al cine. Irish resultó ser una fuente inagotable de ideas, de
tramas oscuras con tintes psicológicos muy utilizadas en el ciclo negro. Sus
historias eran ideales para el clima de posguerra, para el sentimiento de culpa
de todo un país por la inauguración de la era atómica y para el regreso de los
excombatientes cuyo destino era el paro y la marginación.
En Acosados, Chuck (Robert Cummings) es
un veterano de la marina que consigue un trabajo de casualidad como chófer para
el gánster Eddie Roman (Steve Cochran) y para su mujer, Lorna (Michele Morgan).
Chuck pronto se dará cuenta de que Lorna vive una pesadilla y se prestará a ayudarla para que escape de su encierro y de su marido. Con el tema de la huida como eje central de la trama, la
historia se adorna de un ambiente onírico donde el espectador no sabrá
distinguir la realidad de los sueños. Los traumas de Chuck producidos en la
guerra, y la amenaza latente del violento Eddie, serán los culpables de una
atmósfera por momentos surrealista que encaja perfectamente con el noir más estilizado.
El filme se beneficia del universo ambiguo, casi
fantástico, de Irish para presentar unos personajes que deambulan entre
tugurios de La Habana y se aman con la desesperación del que se sabe perseguido
sin posibilidad de escape. El ambiente de pesadilla que viven los protagonistas
es el ideal para que Franz Planer (director de fotografía virtuoso, educado en
el cine germano y colaborador, entre otros, de Murnau) experimente con las
luces y las sombras; y para que Ripley consiga una bellísima película negra.
The Chase no sólo destaca por la forma, también es una cinta donde brillan de manera especial
los actores, seguramente gracias a unos personajes muy bien dibujados: Robert
Cummings es el intérprete ideal para dar vida a Chuck, un tipo inseguro, un
enfermo mental que se debate entre la realidad y la fantasía. Un héroe frágil
al que Hitchcock supo utilizar en varias de sus películas. Michele Morgan, por
su parte, es nada menos que la gran dama del Realismo Poético francés —con
Michele en escena, da la impresión de que vamos a ver a Jean Gabin asomarse por
alguna esquina—, un movimiento que anticipa el ciclo norteamericano.
Si la pareja protagonista es de altura, los villanos son simplemente los ideales del género: Steve Cochran, un característico muy típico del noir, y Peter Lorre, también de sobra conocido, tan cínico e inquietante como siempre, recuerda lo que el cine negro le debe al expresionismo alemán.
Si la pareja protagonista es de altura, los villanos son simplemente los ideales del género: Steve Cochran, un característico muy típico del noir, y Peter Lorre, también de sobra conocido, tan cínico e inquietante como siempre, recuerda lo que el cine negro le debe al expresionismo alemán.
Para terminar, sólo un detalle: lo curioso que es el
automóvil que conduce Chuck. Una limusina cuyos pedales se pueden manejar por
control remoto desde los asientos de atrás. Algo que habitualmente hace Eddie
para poner a prueba al chófer de turno. Una metáfora que resume toda la
película —el control del gánster sobre todo y sobre todos— y que será la causa
del excelente final.
Sin más preámbulos
vayamos a la secuencia elegida que no es otra que la del arranque de la
película. Dura unos cinco minutos, el tiempo que tarda el director en presentar
a los personajes:
La secuencia se
divide en tres escenas, la presentación de Chuck, la de Gino y la de Eddie.
Apenas hay diálogo como corresponde a un buen cineasta que es capaz de elegir
las imágenes y las transiciones para que el espectador extraiga rápidas
conclusiones sin necesidad de explicar nada con palabras.
La primera parte
comienza, justo después de los créditos, con un plano detalle de un cocinero preparando unas hamburguesas, la
cámara se aleja en un movimiento muy elegante para que podamos ver a Robert
Cummings, hambriento, mirando desde la calle. Su aspecto, sin afeitar, con un
traje ajado, el cuello de la camisa arrugado, nos dice que está sin blanca. Lo
primero que hace es tomarse una pastilla, lo que indica que tampoco se
encuentra bien de salud. Dentro de la primera escena (muy bien estructurada como un todo: con este inicio,
un desarrollo dentro del restaurante y un desenlace final cuando Chuck va a pagar y
ve la tarjeta de visita) hay un punto de giro que es el encuentro con una
cartera repleta de dinero. De la cartera, el director pasa a los platos ya
sucios después de una suculenta comida; perfecta transición con elipsis
incluida. Igual que el encadenado entre el plano detalle de la tarjeta de visita y el número de la puerta del edificio donde vive Eddie.
La segunda parte
comienza en la entrada de la mansión del gánster. Arthur Ripley eleva poco a
poco la grúa para ver en picado a Chuck que se empequeñece ante la vivienda. Un
plano que da sensación de inquietud, igual que los ojos a través de la mirilla
de la puerta, como si se tratase de una película de terror. Aunque estamos a
pleno día, las sombras de los árboles también aportan su granito de
desasosiego. Pero donde se luce realmente el director de fotografía es dentro
del chalé, con las sombras de las persianas distorsionando el plano. En esta
segunda escena destaca la aparición en plano general de Peter Lorre. El
realizador se vale de la intertextualidad, de lo conocido que es el actor por
el público, para presentar a su personaje de siempre encendiendo un cigarrillo,
en este caso al cínico, poco escrupuloso y amenazante Gino. El escueto diálogo
entre Chuck, que titubea ante las preguntas del sicario, y Gino, lo resuelve el
director con plano contra-plano; un combate ganado a los puntos por Peter
Lorre.
La tercera parte,
se desarrolla en el piso superior de la mansión donde Eddie se acaba de afeitar y le están haciendo la manicura. La escena no tiene desperdicio. Eddie
es cortante con la peculiar barbero a la que intimida con sus reflexiones y con
una mirada desafiante que no presagia nada bueno. Cuando la manicura le hace
daño, la reacción de Eddie es tan violenta como esperábamos, y como esperaba la
peluquera. La secuencia finaliza con las dos mujeres bajando una escalera
enmarcada por dos esculturas cuyas sombras se proyectan en la pared; mientras,
Chuck espera su turno para entrevistarse con Eddie. La presentación de los
personajes ya está servida, ahora comienza la trama.
Ver Ficha de Acosados.