domingo, 25 de febrero de 2024

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO III (II)

Para escribir el guion de Lady for a Day, Riskin adaptó el relato “Madame La Gimp” de Damon Runyon.[1] El argumento de la película descansa en uno de los temas recurrentes en la filmografía de Capra: la Cenicienta,[2] se puede decir que es la culminación del modelo. La diferencia fundamental de Dama por un día con el resto de películas que se inspiran en el famoso cuento es que la protagonista es una mujer de setenta años:

“Annie Manzanas” (May Robson) es una pobre indigente que sobrevive en Nueva York vendiendo fruta por las calles. La anciana le hace creer a Louise (Jean Parker), su hija ilegítima que tiene estudiando en Europa, que vive holgadamente y que forma parte de la nobleza. Cuando Louise le anuncia que está próxima su visita a Nueva York, Annie se desespera: su hija viene con su prometido, Carlos (Barry Norton), y con su suegro, el conde Romero (Walter Connolly), ambos deseosos de conocer a la “distinguida” señora. Del problema de la vieja no es ajeno “Dandi” (Warren William), un gánster supersticioso que se ha acostumbrado a comprar las manzanas de Annie antes de llevar a cabo cualquier “negocio”. Temeroso de perder su suerte, Dandi decide ayudar a la vieja y monta toda una farsa alrededor de ella. Auxiliado por su novia “Missouri” (Glenda Farrell), la responsable de la increíble transformación de Annie en una aristócrata, y por “Happy” (Ned Sparks), su mano derecha, Dandi persigue mantener el engaño el tiempo que dure la estancia de Louise en Nueva York. Nada será fácil en esta representación donde todo es tan falso como “El Juez” (Guy Kibbee), un estafador habitual de los billares, que se ha transformado para la ocasión en el marido de Annie. La mayor complicación surge cuando Dandi tiene que organizar una velada en honor del conde español y la joven pareja, una fiesta a la que, en teoría, tiene que acudir lo más selecto de la ciudad. La movilización de toda la banda de Dandi para tal evento no le pasa desapercibida a la policía que se teme cualquier jugada sucia y termina por arrestar al mafioso. Dandi, que tiene secuestrado a varios periodistas molestos, convence in extremis, mediante el chantaje, a las principales autoridades de la ciudad para que asistan a la recepción. Al final, Annie ve cumplido su sueño de casar a Louise con un noble español y vuelve, feliz, a su vida de siempre.

La génesis de esta moderna historia de la Cenicienta, pero también de Pigmalión, hay que buscarla en el anterior trabajo de Capra, La Amargura del General Yen. Una estupenda pe­lícula de ambiente exótico, que también trata el tema de la transformación de una mujer, que obtuvo buenas críticas, pero que fue un fracaso en taquilla debido al espinoso asunto de la relación interracial. El intento de Capra de emular a Von Sternberg y producir una cinta más estilizada, digamos más artística, que se saliera del habitual producto de la Columbia de esos años, le salió mal y le hizo volver a los largometrajes descriptivos de la realidad americana tan característicos de su cine. El propio Capra admitió que hizo Dama por un día para volver a obtener el favor del público, para no distraer a la audiencia con una fotografía llena de efectos y un decorado fastuoso.[3] El director se quedó con parte de la trama (la transformación antes citada) para trasladarla al bajo Manhattan. Pasó del exótico palacio del general Yen al decorado realista del Lower East Side de Nueva York; de la joven Barbara Stanwyck a la anciana de setenta años a la que da vida May Robson.[4]

La actriz era una experimentada profesional del teatro, pero una completa desconocida en Hollywood (ver fig. 3.1). El papel lo consiguió cuando sólo restaba una semana para comenzar el rodaje y, paradójicamente, la poca familiaridad del público con su rostro finalmente se tornó en ventaja al conseguir dotar de mayor credibilidad al personaje, cosa que no sucedió en el remake, como veremos más adelante. Su actuación fue merecedora de la cuarta nominación al Óscar que se llevó la cinta.

 

Del trabajo de la actriz, se recuerda el momento de la transformación, cuando Missouri viste de dama a Annie Manzanas (3.2). También es especialmente emotiva la secuencia de la recepción gracias a la notable actuación de May Robson que, al borde del llanto, saluda una a una a todas las autoridades de la ciudad. Pero quizás da lo mejor de sí misma cuando hace de indigente vendiendo manzanas a contracorriente de la gente (3.1), cuando se recluye en su chabola, o cuando exige desesperada en el hotel que le devuelvan la carta de Louise.

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[1] Publicado en la revista “Cosmopolitan” en octubre de 1929, a las puertas de la crisis. La Columbia lo compró en 1932.

[2]Mujeres Ligeras (Ladies of Leisure, 1930), The Miracle Woman (1931), La Jaula de Oro (1931) y La amargura del General Yen (The Bitter Tea of General Yen, 1933) tratan el tema de la Cenicienta; en Amor Prohibido (Forbidden, 1932) incluso se nombra explícitamente. Todas, a excepción de La Jaula de Oro, las interpretó la musa de Capra —y su amor platónico—, Barbara Stanwyck.

[3] Sólo volvería a lugares exóticos con Horizontes Perdidos (Lost Horizon, 1937), aunque esta vez con Riskin en el guion y con un resultado excelente de crítica y público, ganando la película dos Óscar, entre ellos el de mejor dirección artística.

[4] McBride recuerda la advertencia que Capra le hizo a Harry Cohn al respecto: “¿Te das cuenta de que vas a gastar 300.000 dólares en una película cuya heroína tiene setenta años de edad? (2011, p.289).





domingo, 11 de febrero de 2024

2 X 1: "LA VIDA DE LEONARDO DA VINCI" y "VERDI" (Renato Castellani)

La vida de Leonardo da Vinci (La vita di Leonardo da Vinci, 1971) 

Renato Castellani, el que fuera uno de los directores sobresalientes de la corriente denominada «neorrealismo rosa» —por no decir su creador—, con una tetralogía de comedias que parten de la base del neorrealismo (Bajo el sol de Roma, Es primavera, Dos céntimos de esperanza y Si tú estuvieras), finaliza su carrera con series de televisión históricas entre las que destacan La vida de Leonardo da Vinci y Verdi.

La primera de ellas consta de cinco capítulos dedicados a la vida y obra de Leonardo (interpretado por Philippe Leroy) desde su nacimiento en 1452 en Vinci, cerca de Florencia, hasta su muerte en Francia en 1519. Es una docuserie con un narrador (Giulio Bosetti) que Castellani lo incluye en la puesta en escena y lo mezcla con la acción en una alarde brechtiano en el que incluso interactúa a veces con los personajes.

Castellani trata de ser lo más verídico posible, utiliza documentos, cartas, archivos y los famosos tratados de Da Vinci (de anatomía, de botánica, arquitectura, ingeniería, etc.) para explicar no sólo la obra de Leonardo, sino su curiosidad por todos los fenómenos de la naturaleza, y también su vida íntima, sus relaciones con las personas a las que conoció, siempre de una manera rigurosa.

 

En cuanto a la obra, la serie se detiene en algunos hitos de la pintura de Leonardo para explicar las vicisitudes que acompañaron al genio renacentista a la hora de llevarlas a cabo. Destacan los episodios y la secuencias relativas a La Virgen de las Rocas, Santa Ana, La Virgen y el Niño Jesús o, especialmente, las dedicadas a La última cena, donde el director va más allá y describe  la estructura de la pintura, la perspectiva, sus personajes y los acontecimientos en la vida de la obra hasta nuestros días. En este sentido, es curioso como La Gioconda aparece medio tapada, otras veces descubierta en su caballete, pero siempre acompañando a Leonardo en sus distintos viajes, aunque nunca se habla de ella de forma explícita (ya tendrá una miniserie de Castellani más adelante dedicada exclusivamente al célebre cuadro). 

Castellani también se interesa por los inventos de Leonardo (el carro de combate, el avión, etc.), sobre todo los relativos a las soluciones a problemas militares de la época. Destaca el episodio donde detalla el descubrimiento del submarino y el abandono del proyecto cuando se da cuenta de lo terrible del invento en manos de personas sin escrúpulos, como si fuera un adelanto a los problemas con otros ingenios militares actuales como la bomba atómica. 

 

Verdi (1982) 

Diez años después de realizar La vida de Leonardo da Vinci, Castellani se embarca en un proyecto televisivo aún más ambicioso: Verdi, a la sazón su última obra. El director aborda la vida del músico italiano Giuseppe Verdi desde su nacimiento en Busseto, en 1813, hasta su muerte en Milán en 1901. La serie, excelente, consta de siete capítulos de casi una hora y media de duración cada uno, que describen de forma muy sentida y respetuosa la vida del célebre compositor en su querida Busseto y en sus residencias de Milán y París. 

La serie, muy completa, se halla narrada esta vez de una forma más convencional —aunque salpicada de vez en cuando con guiños al espectador cuando los personajes interactúan con él, mirando a la cámara o hablando con ella—, con la voice over de Burt Lancaster que explica con mucho detalle la vida del músico (interpretado por Ronald Pickup) y las difíciles relaciones con su padre Carlo Verdi (Omero Antonutti); las más afectivas, dentro de su carácter reservado, con sus dos mujeres: Margherita Barezzi (Daria Nicolodi) y Giuseppina Strepponi (Carla Fracci); la de amistad con Muzio (Enzo Cerusico), su alumno y copista; y, sobre todo, la relación con Antonio Barezzi (Giampiero Albertini), su suegro, protector, benefactor y, en definitiva, su segundo padre.

No obstante, lo más destacado de la serie es la obra de Verdi. Castellani lo sabe y se para en cada una de las más de veinte óperas que compuso el músico. Algunas las muestra durante los ensayos, otras en los estrenos, desde bambalinas, desde las butacas o desde los palcos, algunas se oyen en el momento de la composición, otras de fondo mientras vemos a Verdi trabajando, etc. De esta forma la narrativa es variada, nada monótona y se disfruta doblemente, por la música, pero también por la puesta en escena.

 

Claro que el director conoce la trascendencia de algunas de las obras de Verdi y las destaca especialmente dedicándoles más tiempo a unas que a otras. Así, desde la temprana Nabucco hasta las últimas Aida, Otelo y Falstaff, pasando por la trilogía popular, Rigoletto, El trovador y La traviata, sobresalen todas por su belleza, pero también por la importancia musical que supusieron en su día. Una evolución que explica el director cuando la compara con la obra del coetáneo Wagner. Esa interesante competencia en vida no lo fue tanto a la hora de sentar las bases de la ópera moderna, ya que los principios de ambos, revolucionarios en cuanto a la música y a la ópera en particular, eran los mismos: una creación global, un drama musical en su conjunto, no un desfile individual de arias y canciones. 

Al tiempo que el realizador se ocupa de la obra de Verdi, presenta también la historia de Italia: de cómo las óperas del músico tuvieron su importancia en el movimiento del Risorgimento, como estandartes que llevaron en volandas al pueblo hasta la independencia de la nación. El propio Verdi fue diputado y senador cuando la unificación italiana ya era un hecho.

Serie, por tanto, excelente, se podría decir que es la obra maestra de Castellani para la televisión. Muy disfrutable cada capítulo para los aficionados a la ópera, pero también interesante para el resto de espectadores.




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