domingo, 24 de julio de 2022

2 X 1: "LOS CONDENADOS NO LLORAN" y "LA ENVIDIOSA" (Vincent Sherman)

Los condenados no lloran (The Damned Don’t Cry, 1950)

Después de una brillante filmografía en los años treinta, la carrera de Joan Crawford sufrió un bajón durante la primera mitad de la siguiente década. Fue a partir de Alma en suplicio (Mildred Pierce, Michael Curtiz, 1945) cuando la estrella volvió a resurgir como un ave fénix al ganar el Óscar con toda justicia. A partir de ahí, se sucedieron los éxitos tal como demuestran las dos películas que interpretó a las órdenes del director Vincent Sherman en 1950.

Los condenados no lloran, la primera de ellas, la interpretó Joan Crawford al amparo de la Warner Brothers casi como un remake de su cinta anterior, Flamingo Road (Michael Curtiz, 1949), y es que las tramas de ambas películas son muy similares, también el reparto coincide.

En efecto, Joan Crawford encabeza en las dos cintas un drama negro, más oscuro en el filme que nos atañe que en Flamingo Road, donde la protagonista es una mujer a la que la dura vida le ha forjado un fuerte carácter. Mientras allí era una bailarina de feria, en Los condenados… es una ama de casa en el seno de una familia obrera, que lo que más desea es salir de la miseria que ha acabado con la vida de su hijo. Después de prometer no volver a pasar penurias, como si fuera una Scarlett O’Hara rediviva, la protagonista consigue llegar a lo más alto a base de amistades peligrosas del mundo del Hampa.

 

Mientras la Crawford escala posiciones, el rubio David Brian hace el mismo papel que en la muy citada Flamingo Road: es un mafioso sin escrúpulos, aunque aquí mucho más violento y sanguinario. De los secundarios, también de lujo, destaca el malvado Steve Cochran, un actor encasillado en este tipo de papeles, que, sin embargo, demostró su valía en Italia ante la cámara de Michelangelo Antonioni (véase El grito). 

Con un rodaje in crescendo en manos de Vincent Sherman, la película se desarrolla en un largo flashback que le da al largometraje una estructura circular donde destaca la excelsa fotografía de Ted McCord (también el técnico responsable de Flamingo Road), con luces de tono bajo, indirectas, que forman sombras en el rostro de Joan Crawford, casi una característica de la actriz, tanto como sus hombreras o su mirada penetrante. 


La envidiosa (Harriet Craig, 1950)

El mismo año en el que se estrenó Los condenados no lloran, Vincent Sherman y Joan Crawford se desligaron de la Warner, ficharon por la Columbia y dejaron el cine negro para rodar juntos el melodrama La envidiosa:

Una mujer absorbente no deja que su marido escape a su control y será capaz de todo con tal de que eso no suceda. Cuando no tiene más remedio que visitar a su madre enferma y se aleja unos días de su domicilio, al volver ve que la casa está descuidada y que su marido se ha divertido más de la cuenta. No volverá a suceder.

El filme es la tercera versión cinematográfica de la obra de teatro “Craig’s Wife” de George Kelly, ganadora del premio Pulitzer en 1926. Adaptada por James Gunn y Anne Froelich, cuenta con la colaboración en los diálogos de la propia Joan Crawford. La actriz se apoyó en sus experiencias vitales para escribir varias líneas del guion.

 

Rodado en pocos decorados, la cinta tiene en la vivienda de los protagonistas a un personaje más. La escalera, el incómodo sofá, el jarrón chino, son elementos de atrezo y decorado que mantienen viva la presencia de Harriet Craig (Joan Crawford) aunque ella no se encuentre en la secuencia. 

Joan Crawford rechazó inicialmente el papel, aconsejada por Vincent Sherman que no la veía indicada para interpretar a Harriet. Solo cuando la estrella se dio cuenta del éxito en taquilla de Los condenados no lloran fue cuando firmó el contrato. Todo un acierto porque de nuevo la actriz está sensacional, esta vez en un papel de malvada. Con su interpretación, y con la fotografía del avezado operador Joseph Walker, la película muda desde el clásico melodrama hasta un largometraje con una estética noir muy atractiva.






domingo, 10 de julio de 2022

EL FIN DE SHEILA (The Last of Sheila de Herbert Ross, 1973)

Nadie duda de que la reina de las novelas de intriga sea Agatha Christie. Sus libros se han traducido a más de cien idiomas y aún se siguen vendiendo con éxito en todo el mundo. Películas basadas en argumentos de la escritora británica las ha habido en casi todas las décadas, si bien durante los años setenta y ochenta la fiebre por los whodunit favoreció la producción de la mayor parte de las versiones. Moda que se inició precisamente con una de las mejores adaptaciones de Agatha Christie: Asesinato en el Orient Express (Murder on the Orient Express, Sidney Lumet, 1974).


La calidad del filme, plagado de estrellas, eclipsó otra cinta parecida que se había estrenado el año anterior. Un largometraje que no adaptaba ninguna novela de Christie, pero que en mi opinión fue mejor que cualquier otro de la serie y además fue decisivo para continuar con el resto de películas de la escritora. La cinta en cuestión se tituló El fin de Sheila, y su ingenioso guion muy bien podía haberlo firmado la propia Agatha Christie:

En la costa sur de Francia se halla fondeado el “Sheila”, yate de lujo propiedad del productor de cine Clinton Green (James Coburn). El magnate ha organizado un juego en el que participan seis personas, las que estuvieron presentes en la fiesta donde murió su mujer Sheila un año antes. Todos con oscuro pasado del que se quiere aprovechar Clinton con un juego de búsqueda de pistas en el que se pondrán a la luz los secretos inconfesables de los participantes. El juego se desarrolla con normalidad hasta que Clinton aparece asesinado entre las ruinas de un monasterio...

Con una estructura muy similar al resto de películas del género, es decir con reparto estelar (James Mason, Raquel Welch, James Coburn...) en el que todos los personajes poseen un móvil para matar, y con el giro final que da al traste con la conclusión más convencional, discurre esta película de Herbert Ross. Cinta que no es casual que recuerde a juegos de mesa como el Cluedo ya que el proyecto nació como resultas de un pasatiempo parecido:


A finales de los años sesenta llegaron a ser famosos los encuentros entre celebridades para resolver los puzles que Anthony Perkins y su pareja de entonces, el letrista y compositor Stephen Sondheim, organizaban en Manhattan. Sonada fue la búsqueda del tesoro de 1968 donde varios actores y personalidades del mundo del cine (entre ellos Herbert Ross) recorrieron Nueva York en sus limusinas tras las pistas que iban dejando Perkins y Sondheim. Ross quedó maravillado por el ingenio de la pareja y les propuso plasmar sus ideas en un guion de cine, de ahí nació El fin de Sheila

En Sheila, Ross, Perkins y Sondheim recurrieron a personas reales que procedían del mundillo del celuloide y conocían muy bien. El director interpretado por James Mason se parecía demasiado a Orson Welles; el guionista al que daba vida Richard Benjamín era un trasunto del propio Anthony Perkins; Raquel Welch prácticamente se interpretaba a sí misma; y la agente Christine era claramente Sue Mengers, muy conocida en el circuito cinematográfico, a la que Ross le había propuesto el papel, pero que rechazó en beneficio de su cliente Dyan Cannon.

Así pues, gracias al guion especular, todo quedaba en casa: el juego, el misterio y la autocrítica hacia los estratos de Hollywood, incluyendo los trapos sucios. Quizás por eso la relación entre algunos actores no fue nada amistosa —James Mason en contra de Raquel Welch, Ian McShean en contra de Raquel Welch… y Raquel Welch contra todos—. De hecho, Mason confesó que la actriz era “la más egoísta y maleducada con la que había tenido el placer de trabajar.” 

Las rencillas entre tanta estrella podían ser hasta comprensibles, lo que no resultó tan normal fueron algunos desastres, como la amenaza de bomba por parte del grupo terrorista Septiembre Negro (el que había atentado en las olimpiadas de Munich meses antes), o el hundimiento del primer yate seleccionado para interpretar al “Sheila”. Una embarcación que se fue a pique cerca de Mykonos cuando se dirigía a Niza, la ciudad donde se rodó la película.



El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a El fin de Sheila en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas





Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...