Los condenados no lloran (The Damned
Don’t Cry, 1950)
Después de una brillante filmografía en los años treinta, la carrera de Joan Crawford sufrió un bajón durante la primera mitad de la siguiente década. Fue a partir de Alma en suplicio (Mildred Pierce, Michael Curtiz, 1945) cuando la estrella volvió a resurgir como un ave fénix al ganar el Óscar con toda justicia. A partir de ahí, se sucedieron los éxitos tal como demuestran las dos películas que interpretó a las órdenes del director Vincent Sherman en 1950.
Los condenados no lloran, la primera de ellas, la interpretó Joan Crawford al amparo de la Warner Brothers casi como un remake de su cinta anterior, Flamingo Road (Michael Curtiz, 1949), y es que las tramas de ambas películas son muy similares, también el reparto coincide.
En efecto, Joan Crawford encabeza en las dos cintas un drama negro, más oscuro en el filme que nos atañe que en Flamingo Road, donde la protagonista es una mujer a la que la dura vida le ha forjado un fuerte carácter. Mientras allí era una bailarina de feria, en Los condenados… es una ama de casa en el seno de una familia obrera, que lo que más desea es salir de la miseria que ha acabado con la vida de su hijo. Después de prometer no volver a pasar penurias, como si fuera una Scarlett O’Hara rediviva, la protagonista consigue llegar a lo más alto a base de amistades peligrosas del mundo del Hampa.
Mientras la Crawford escala posiciones, el rubio David Brian hace el mismo papel que en la muy citada Flamingo Road: es un mafioso sin escrúpulos, aunque aquí mucho más violento y sanguinario. De los secundarios, también de lujo, destaca el malvado Steve Cochran, un actor encasillado en este tipo de papeles, que, sin embargo, demostró su valía en Italia ante la cámara de Michelangelo Antonioni (véase El grito).
Con un rodaje in crescendo en manos de Vincent Sherman, la película se desarrolla en un largo flashback que le da al largometraje una estructura circular donde destaca la excelsa fotografía de Ted McCord (también el técnico responsable de Flamingo Road), con luces de tono bajo, indirectas, que forman sombras en el rostro de Joan Crawford, casi una característica de la actriz, tanto como sus hombreras o su mirada penetrante.
La envidiosa (Harriet
Craig, 1950)
El mismo año en el que se estrenó Los condenados no lloran, Vincent Sherman y Joan Crawford se desligaron de la Warner, ficharon por la Columbia y dejaron el cine negro para rodar juntos el melodrama La envidiosa:
Una mujer absorbente no deja que su marido escape a su control y será capaz de todo con tal de que eso no suceda. Cuando no tiene más remedio que visitar a su madre enferma y se aleja unos días de su domicilio, al volver ve que la casa está descuidada y que su marido se ha divertido más de la cuenta. No volverá a suceder.
El filme es la tercera versión cinematográfica de la obra de teatro “Craig’s Wife” de George Kelly, ganadora del premio Pulitzer en 1926. Adaptada por James Gunn y Anne Froelich, cuenta con la colaboración en los diálogos de la propia Joan Crawford. La actriz se apoyó en sus experiencias vitales para escribir varias líneas del guion.
Rodado en pocos decorados, la cinta tiene en la vivienda de los protagonistas a un personaje más. La escalera, el incómodo sofá, el jarrón chino, son elementos de atrezo y decorado que mantienen viva la presencia de Harriet Craig (Joan Crawford) aunque ella no se encuentre en la secuencia.
Joan Crawford rechazó inicialmente el papel, aconsejada por Vincent Sherman que no la veía indicada para interpretar a Harriet. Solo cuando la estrella se dio cuenta del éxito en taquilla de Los condenados no lloran fue cuando firmó el contrato. Todo un acierto porque de nuevo la actriz está sensacional, esta vez en un papel de malvada. Con su interpretación, y con la fotografía del avezado operador Joseph Walker, la película muda desde el clásico melodrama hasta un largometraje con una estética noir muy atractiva.