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Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:

Segunda parte de las aventuras del Padre O'Malley, un cura con sombrero de paja, que aparece -y se va- de forma inesperada, como si fuera un enviado directo de Dios a la Tierra. Lo que sorprende es que su misión no sale de la Iglesia: siempre llega para resolver algún problema dentro de su propia "empresa". Esta vez se trata de un colegio en ruinas, regentado por una monja cabezota (Ingrid Bergman).
Entre otras cuestiones, el padre “Crosby” tendrá que ayudar a que un multimillonario acceda a donar un edificio nuevo; intentará unir una familia separada; y solucionará los conflictos entre dos muchachos de la escuela. Logrará salir adelante con el equipaje habitual: las canciones y los consejos disfrazados de parábolas.
A destacar la interpretación de los dos protagonistas, que fueron nominados al oscar y no lo consiguieron por culpa de los siete premios de su antecesora, la exitosa Siguiendo mi camino (Going my Way, del mismo director, un año antes). De los números musicales no perderse el villancico que da título a la película; de las secuencias cómicas, las lecciones de boxeo a cargo de Ingrid Bergman; y del conjunto de la cinta, el emocionante final.

Interesante cinta del director y productor Alan J. Pakula, pero que resulta irregular debido a la evolución de la propia trama y al casting. Basada en la novela homónima de William Styron, los momentos cumbres de la película coinciden cuando la secuencia es conducida de la mano de una magnífica Meryl Streep (que gana el oscar); las caídas son provocadas por los excesos de Kevin Kline, que no se adapta demasiado bien a su papel, y por la presencia del soso Peter MacNicol. Pero también la acción sufre esos altibajos. Los flash-back del campo de concentración están muy conseguidos y predominan sobre algunas escenas cotidianas que no están muy bien rodadas. De todas formas el filme se recuerda con agrado gracias a una estudiada conclusión, donde los acontecimientos del presente son consecuencia directa de los impactantes sucesos del pasado.

¿Se ha preguntado alguna vez que habría ocurrido si Rick e Ilsa se hubieran encontrado de nuevo, después de su despedida en Casablanca? ¿No se quedó con la duda de si Jesse y Celine acudirían a su cita, después de aquel día juntos en Viena? Para la segunda pregunta el propio director, Richard Linklater, dirigió una secuela casi diez años más tarde.
En esta ocasión los protagonistas de Antes del Amanecer (Before Sunrise, 1995) coinciden en París, donde Jesse (Ethan Hawke) está promocionando su libro, basado en su breve, pero intenso encuentro con Celine (Julie Delpy) casi una década antes. Ella acude a la firma de la novela con la esperanza de volver a verle. Y se encuentran.
La cinta vuelve a centrarse en los diálogos entre la pareja, esta vez con la capital de Francia como telón de fondo y con los personajes sensiblemente cambiados. Linklater utiliza casi la misma técnica que en el rodaje en Viena. Estructura la conversación por temas y los presenta a lo largo de varios paseos por las calles de París. Los sigue en una cafetería, en un viaje por el Sena en barco, en un trayecto en automóvil y finalmente en el apartamento de Celine. De esta forma el espectador no se cansa y atiende a una amena conversación donde los sentimientos van aflorando hacia una situación verdaderamente emotiva. Además, a diferencia del primer filme, el realizador hace coincidir el tiempo diegético con el real. Que la acción transcurra en los ochenta minutos que dura la película es otro elemento más para que una cinta basada en el diálogo no resulte pesada (les estoy cogiendo verdadera manía a esos largometrajes que duran casi tres horas).

En Antes del Atardecer se habla de ecología, política, religión o sexo, enlazando muy bien los temas pero siempre con el amor como sustento de una relación que comenzó en aquel encuentro en Austria. Linklater no se resiste a utilizar a los protagonistas para que simbolicen la vieja Europa y la joven América. Casi siempre es Celine la que inicia un tema de conversación, con una manera de ver la vida más progresista que Jesse, que de alguna forma se deja llevar por el carácter tan agradable de su compañera. El director aporta un mensaje optimista y opina que se puede hablar de cualquier tema siempre que presida la tolerancia.
Por otro lado los larguísimos travellings, con un plano medio como encuadre, sirven para que los actores disfruten de lo que parece una conversación entre amigos y no de un cansado día de rodaje. Y es que el mérito de esta secuela -y lo que la hace situarse a la altura de la primera película y por momentos superarla- es precisamente la simbiosis personajes-actores: el espectador presencia el reencuentro entre Jesse y Celine, pero también asiste a la reunión entre dos viejos amigos, Ethan y Julie. Ambos profesionales parece que estén recordando juntos su trabajo de nueve años atrás. Han cambiado: "estas más delgada, con el pelo recogido", "y tú, tienes una arruga nueva, justo entre las cejas".
Hasta la música es diferente. Para subrayar esa excelente confusión entre ficción y realidad, es la propia Julie Delpy la que aporta sus canciones a la banda sonora y Celine las que dice haberlas compuesto e incluso se atreve a cantar una, con un título muy apropiado: "A Waltz for a Night". Ideal para bailarlo justo antes del atardecer.