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domingo, 1 de febrero de 2009

LA DUDA (Doubt de John Patrick Shanley, 2008)

Tengo que reconocer que acudí a La Duda medio obligado, con un mar de… desconfianzas a causa de una trama que me resultaba poco atractiva y muy difícil de digerir en unos tiempos que ansían distensión y esparcimiento. Pronto me di cuenta que estaba ante una de las mejores películas de los últimos tiempos.





Basada en una obra de teatro de su propio director (John Patrick Shanley), narra el enfrentamiento entre una estricta monja, directora de un colegio en la América de los sesenta, y un cura moderno, acusado de pederastia. La cinta cumple lo que promete, es decir un duelo interpretativo de los que hacen época entre dos de los mejores profesionales que hay en el panorama cinematográfico actual: Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman.

Independientemente del mérito de los actores –que están sencillamente geniales-, el director no ha caído en su propia trampa y se ha alejado de las tablas para realizar un filme ejemplar. Y es que no hay mejor forma de “airear” la historia que acudir a la propia Naturaleza: el viento dirige la acción, y la nieve, con su manto blanco, la concluye. Y no hay mejor decisión, para modificar el tratamiento, digamos horizontal, que el teatro confiere a los personajes, que provocar una relación vertical entre ellos. Así, con muy buen criterio, el realizador coloca a Meryl Streep siempre por encima de Hoffman; ya sea con el objetivo (contrapicados para ella, todo lo contrario para él) o con la puesta en escena: con la monja situada en un escalón –literalmente- superior; o con el sacerdote sufriendo la mirada de ella, desde la ventana; o la del mismísimo Dios, dentro de la Iglesia.


Esta habilidad de Shanley se refuerza con su mejor activo: el impecable guión. Muy bien tratado desde una estructura clásica ejemplar, donde tres homilías dan paso al arranque, al desarrollo del conflicto y a su resolución. Un ejemplo: la cinta comienza con el religioso explicando a sus feligreses la importancia de la duda; una frase que introduce y resume todo lo que vendrá a continuación y que, además, sitúa la acción en el tiempo al hacer referencia al reciente asesinato de Kennedy.

Con La Duda, el director ha conseguido extraer lo mejor de los actores, unirlo a su magnífico guión, situarlo en un sobrio escenario y presentarlo con rotundidad al espectador. El resultado es un público que no se mueve de la butaca, que casi no respira y que sigue hablando de la cinta muchas horas después de haber tenido la suerte de verla.

Una última reflexión antes de terminar. ¿Cómo es posible que puedan compartir nominación a los premios de la Academia (aunque sea en diferente categoría) la actuación de dos monstruos de la interpretación como Streep y Hoffman, con la lamentable intervención de Penélope Cruz en la última película de Woody Allen?

No creo en los oscar.

Ver ficha de La Duda

Dedicado a mi amigo Dexter que, en mi opinión, acertó con su última apuesta.

miércoles, 6 de agosto de 2008

ANTES QUE EL DIABLO SEPA QUE HAS MUERTO (Before The Devil Knows You're Dead de Sidney Lumet, 2007)

Recuerde aquellos pesadísimos días de mudanza –yo, desgraciadamente, he tenido muchos-, a la hora de decorar una habitación y después de haber elegido el color que le gustaba para sus paredes, de colocar sus muebles favoritos y de colgar sus mejores cuadros, después de todo eso ¿no ha tenido la sensación de que el resultado no era el deseado y de que algo no encajaba? Una impresión parecida es la que me ha provocado la visión de la última película de mi admirado Sidney Lumet. Y es que, a priori, el proyecto contaba con unos activos magníficos (prestigioso director, excelentes actores, historia atractiva...) para que la cinta hubiera acabado como una de las mejores del año. La realidad ha sido bien distinta.


Es cierto que la técnica utilizada ha sido la adecuada. Lumet, todo un lobo de mar cinematográfico, ha sabido capear el temporal fotográfico que le imponía una historia tan oscura como la de dos hermanos desesperados que roban el negocio de sus padres. La dura luz sobre los rostros de los protagonistas y el acertado uso del gran angular para los momentos de tensión o el teleobjetivo para subrayar el agobiante entorno de la ciudad, confirman la profesionalidad de este gran realizador. Su dominio de la cámara en interiores ya no sorprende a nadie después de los ejercicios de estilo realizados en más de cincuenta años de carrera. El problema no ha sido técnico, no, lo que ha fallado es casi todo lo demás.

El apartarse de una estructura lineal puede resultar interesante (Lumet ya ha experimentado con flash back en anteriores producciones de manera brillante, piénsese en El Prestamista) siempre que se respete el juego que cada uno se imponga. Me explico: si el punto de vista es lo que señala cada ruptura de la trama, habrá que tener especial cuidado en no perderlo en ningún momento. No se deben montar escenas donde el personaje desde el que se está narrando no esté presente. Lumet comete ese fallo en todos los episodios, no sé si de forma intencionada; el caso es que no queda bien.

La trama es previsible, pero ese no es el error, de hecho el realizador avisa con buen criterio de lo que se avecina cuando, en el arranque, los ladrones se cruzan con una siniestra furgoneta, un coche negro de aspecto fúnebre. Es el desarrollo final lo que da al traste con todo lo realizado anteriormente: una anómala conclusión que no encaja con el realismo que suele acompañar a las mejores cintas de Lumet.


Esa realidad entendida por el director en 12 Hombres sin piedad, Larga jornada hacia la noche o Tarde de Perros es el resultado de un trabajo previo extraordinario con actores y actrices. Me gustaría saber qué es lo que ha ocurrido en esta ocasión para que las actuaciones de los dos personajes principales -nada que reprochar al gran Albert Finney- de una sensación de falta de sinceridad.

Demasiados traspiés para una película de Sidney Lumet. La desventaja de tener una obra tan sólida a sus espaldas es que a un director de este tamaño siempre se le pide un largometraje de gran nivel. Es como si después de haber gastado dinero y energías en pintar una habitación y amueblarla al gusto de cada uno, los cuadros quedan torcidos o la televisión no se ve desde nuestra butaca o sofá preferidos.


Ver Ficha de Antes que El Diablo sepa que has muerto.

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