Después de su paso por la RKO, y especializarse en películas de terror bajo la batuta del productor Val Lewton, el realizador Mark Robson da un salto cualitativo en su carrera al dirigir a Kirk Douglas en el éxito El ídolo de barro (Champion, 1949). Dentro de la misma productora independiente, propiedad de Stanley Kramer, y el mismo año, Robson rueda Home of the Brave:
Un pelotón formado por cuatro soldados y un oficial se adentran en una isla del Pacífico controlada por los japoneses con la intención de hacer un reconocimiento del terreno y levantar unos planos para una futura invasión. La inclusión en la patrulla de un militar de color traerá consigo no pocos enfrentamientos entre unos y otros.
La cinta, aunque pertenece al género bélico, en realidad es otro proyecto más de corte social del productor Stanley Kramer en cuanto se centra en la lucha por los derechos civiles. El filme se desarrolla a través de un largo flashback mientras se intenta explicar qué le ocurrió al soldado negro para tener que recibir después de la misión un tratamiento psiquiátrico que resuelva la parálisis que sufre.
El largometraje es una adaptación
de la obra de teatro homónima de Arthur Laurents a cargo de Carl Foreman,
guionista de la citada El ídolo de barro. Su origen teatral le
viene bien a una trama claustrofóbica que se desarrolla en la jungla, donde el
calor, la humedad, los estridentes sonidos de los pájaros tropicales y la amenaza
de un enemigo que nunca se ve ⸺Robson tomó buena nota de su
experiencia con Val Lewton⸺ es el entorno hostil ideal para que salte la chispa
de la intolerancia y el racismo.
Intérpretes de segunda línea, pocos medios y rodaje a base de primeros planos y planos medios, muy televisivo, son las características de este filme que se puede incluir dentro de la corriente realista iniciada por el mismo Robson, por su compañero de la RKO Robert Wise, por Joshua Logan y, en general, por todos los llamados directores de la generación de la televisión.
La furia de los justos (Trial, 1955)
Cinco años más tarde de realizar Home of the Brave, Mark Robson vuelve al tema racial con La furia de los justos. Una película, ahora sí, plagada de estrellas y con la todopoderosa Metro-Goldwyn-Mayer detrás, lo que demuestra el aumento de su caché como profesional:
Un joven de ascendencia hispanoamericana es acusado de asesinar a una mujer blanca en la playa. Cuando se enfrenta a la pena de muerte, un bufete de abogados progresistas se interesa por el caso. El novato letrado (Glenn Ford) será el encargado de llevar el caso mientras su jefe (Arthur Kennedy) se interesa más en recaudar los fondos que sufraguen los gastos del juicio.
En un principio, la historia no difiere demasiado de la trama mil veces vista del abogado blanco que defiende al acusado de color ⸺chicano en este caso⸺, que es visto como culpable por toda la población, más debido al racismo que a otra cosa. Solo John Ford llevó un argumento parecido a la gran pantalla en tres ocasiones, aunque el paradigma de este subgénero sea la excelente Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, Robert Mulligan, 1962).
Lo original de La furia de
los justos es la trama política que subyace en el caso, que poco a poco
se va haciendo con el protagonismo de la historia. Sobre todo, a partir de que el
abogado descubra que lo que pretende su jefe no es otra cosa que buscar un
mártir para la causa comunista. El letrado se siente engañado y manipulado en
un caso sin aparente solución que será usado en beneficio del partido.
Buenas interpretaciones de Glenn Ford, de los actores hispanos (el juez y el acusado) y del siempre efectivo Arthur Kennedy, algo histriónico, pero adecuado para una película que, si es verdad que denuncia el odio racista, se centra más en atacar al comunismo en plena guerra fría.