domingo, 28 de agosto de 2022

2 X 1: "HOME OF THE BRAVE" y "LA FURIA DE LOS JUSTOS" (Mark Robson)

Después de su paso por la RKO, y especializarse en películas de terror bajo la batuta del productor Val Lewton, el realizador Mark Robson da un salto cualitativo en su carrera al dirigir a Kirk Douglas en el éxito El ídolo de barro (Champion, 1949). Dentro de la misma productora independiente, propiedad de Stanley Kramer, y el mismo año, Robson rueda Home of the Brave:

Un pelotón formado por cuatro soldados y un oficial se adentran en una isla del Pacífico controlada por los japoneses con la intención de hacer un reconocimiento del terreno y levantar unos planos para una futura invasión. La inclusión en la patrulla de un militar de color traerá consigo no pocos enfrentamientos entre unos y otros.

La cinta, aunque pertenece al género bélico, en realidad es otro proyecto más de corte social del productor Stanley Kramer en cuanto se centra en la lucha por los derechos civiles. El filme se desarrolla a través de un largo flashback mientras se intenta explicar qué le ocurrió al soldado negro para tener que recibir después de la misión un tratamiento psiquiátrico que resuelva la parálisis que sufre.

 

El largometraje es una adaptación de la obra de teatro homónima de Arthur Laurents a cargo de Carl Foreman, guionista de la citada El ídolo de barro. Su origen teatral le viene bien a una trama claustrofóbica que se desarrolla en la jungla, donde el calor, la humedad, los estridentes sonidos de los pájaros tropicales y la amenaza de un enemigo que nunca se ve ⸺Robson tomó buena nota de su experiencia con Val Lewton⸺ es el entorno hostil ideal para que salte la chispa de la intolerancia y el racismo.

Intérpretes de segunda línea, pocos medios y rodaje a base de primeros planos y planos medios, muy televisivo, son las características de este filme que se puede incluir dentro de la corriente realista iniciada por el mismo Robson, por su compañero de la RKO Robert Wise, por Joshua Logan y, en general, por todos los llamados directores de la generación de la televisión.

 

La furia de los justos (Trial, 1955)

Cinco años más tarde de realizar Home of the Brave, Mark Robson vuelve al tema racial con La furia de los justos. Una película, ahora sí, plagada de estrellas y con la todopoderosa Metro-Goldwyn-Mayer detrás, lo que demuestra el aumento de su caché como profesional:

Un joven de ascendencia hispanoamericana es acusado de asesinar a una mujer blanca en la playa. Cuando se enfrenta a la pena de muerte, un bufete de abogados progresistas se interesa por el caso. El novato letrado (Glenn Ford) será el encargado de llevar el caso mientras su jefe (Arthur Kennedy) se interesa más en recaudar los fondos que sufraguen los gastos del juicio.

En un principio, la historia no difiere demasiado de la trama mil veces vista del abogado blanco que defiende al acusado de color ⸺chicano en este caso⸺, que es visto como culpable por toda la población, más debido al racismo que a otra cosa. Solo John Ford llevó un argumento parecido a la gran pantalla en tres ocasiones, aunque el paradigma de este subgénero sea la excelente Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, Robert Mulligan, 1962).

 

Lo original de La furia de los justos es la trama política que subyace en el caso, que poco a poco se va haciendo con el protagonismo de la historia. Sobre todo, a partir de que el abogado descubra que lo que pretende su jefe no es otra cosa que buscar un mártir para la causa comunista. El letrado se siente engañado y manipulado en un caso sin aparente solución que será usado en beneficio del partido.

Buenas interpretaciones de Glenn Ford, de los actores hispanos (el juez y el acusado) y del siempre efectivo Arthur Kennedy, algo histriónico, pero adecuado para una película que, si es verdad que denuncia el odio racista, se centra más en atacar al comunismo en plena guerra fría.




jueves, 18 de agosto de 2022

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (X)

Para contribuir al realismo por el que es famosa la película, Objetivo: Birmania se enmarca entre dos partes documentales que presentan las operaciones llevadas a cabo en la región: la introducción, antes del arranque de la historia ficticia, son imágenes reales de la retirada del general Stilwell y su promesa de volver algún día a pisar suelo birmano (como hiciera MacArhur en Filipinas); y el final, un reportaje acerca de la invasión de las fuerzas aliadas. A estas dos secuencias hay que añadir una serie de insertos también reales que Walsh utiliza en la trama y que encajan muy bien gracias al buen hacer del montador George Amy.

La estructura de la película parece resumir todo el conflicto a nivel global y no sólo la campaña en Birmania: el inicio, con la rápida derrota aliada; el desarrollo, que simboliza el esfuerzo titánico de guerra (el núcleo de la película con las aventuras de Nelson y sus hombres); y, finalmente, la conclusión, con la invasión aliada semejante a la de Normandía.


Con la supervisión de Watkins, y la claridad expositiva de Walsh, se lograron escenas tan bien rodadas como aquellas donde se explican con sencillez los distintos planes, ya sean con maquetas perfectamente diseñadas y construidas, como con rápidos dibujos esquemáticos hechos en el barro (5.23 y 5.24). La dureza y la disciplina en el rodaje fueron los propios de una operación real: los actores llevaban el vestuario de combate y sufrían el peso del mismo armamento y equipos que se usaban en las fuerzas armadas. A las duras directrices de Walsh se unieron la incertidumbre de la guerra en ese momento, las ganas del equipo de contribuir con su granito de arena a ganar el conflicto, y el clima de California, que ese verano fue tan hostil como el de la jungla birmana.[1] Todo ello desembocó en unas imágenes de un verismo inusual. Errol Flynn llegó a explicar de una manera tan filosófica como gráfica cómo fue el rodaje:[2]

Algunas veces la ficción no se encuentra tan lejos de la realidad. Algunas veces la ficción es la realidad y presenta la realidad mejor que la vida misma. A menudo las películas parecen más reales que las cosas que se suponen deben representar” (Flynn 2003, p.291). “El guion hablaba de agua por el cuello y ¿qué tuvimos?, agua por el cuello. En otro lugar decía que un par de tíos comían pescado crudo. Probaron de todo, pero sólo había una cosa que satisfacía a Walsh: pescado crudo” (McNulty 2004, p.181).

El actor fetiche de Walsh[3] se quejó de las malas condiciones de la filmación, en especial de su camerino (una simple tienda llena de agujeros por donde los chiquillos de la zona le veían desnudarse y donde una vez le llegaron a robar la ropa), pero aguantó como pudo el rodaje y se mostró colaborativo en todo momento. Imaginamos que sentía su trabajo como la aportación a una causa en la que no pudo participar directamente por motivos de salud,[4] lo mismo que debió sentir en el resto de cintas bélicas en las que actuó durante la guerra. 

Sin embargo, el protagonista de Desperate Journey y de las otras dos películas de la trilogía no tiene nada que ver con el capitán Nelson de Objective, Burma! La estrella va transformando su registro progresivamente desde el heroico y bromista aventurero tipo Robin Hood del primer filme, hasta el sobrio militar, el héroe anónimo, el civil reconvertido en soldado por las circunstancias, del segundo. La verdad es que sorprende gratamente como Flynn consigue, pese a su aureola estelar, hacer creíble al personaje de Objetivo: Birmania

Suponemos que gran parte de la culpa de la seria actuación de Flynn la tiene la dirección de Walsh cuando el carácter de Nelson se va perfilando por cómo se comporta en la preparación de la misión, en la acción y, en definitiva, en el liderazgo ante sus subordinados cuando la situación es desesperada. Walsh define muy bien la soledad del mando, la responsabilidad del que toma las decisiones y la atracción que siente la tropa hacia su jefe. La simbología judeocristiana del líder paternalista al que siguen ciegamente sus subordinados, copiada posteriormente por cineastas como Steven Spielberg,[5] llega a todo su esplendor en la batalla final, cuando el capitán Nelson lanza una bengala para iluminar a sus soldados, para que vean al enemigo y acaben con él.



[1] Tan reales parecían las localizaciones que algunos espectadores que estuvieron en la campaña de Birmania no se creían que lo que estaban viendo se había filmado en California. Las altas temperaturas y la excesiva humedad, si bien ayudaron a lograr lo que Walsh quería, retrasaron mucho el rodaje y se convirtieron en la principal preocupación del realizador.

[2] El actor lo pasó realmente mal, padecía de sinusitis lo que dificultaba aún más la respiración en un entorno ya de por sí bastante asfixiante. Aunque estaba irritado todo el tiempo, su relación con Walsh fue “amigable” (McNulty 2004, p.181).

[3] Raoul Walsh, junto a Michael Curtiz, fueron los directores que más trabajaron con Errol Flynn (Walsh lo hizo hasta en nueve ocasiones).

[4] Intentó alistarse, pero lo rechazaron por diversas afecciones crónicas que sufría: desde problemas con el corazón hasta tuberculosis, pasando por malaria y dolores de espalda).

[5] Pensamos en Salvar al soldado Ryan (Saving private Ryan, 1998)





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