No podíamos tardar más en llevar a nuestro cine club particular un musical de los años dorados de Hollywood. Nos hemos decidido por una cinta no demasiado conocida, aunque sí importante, de hecho es la película que posee, en proporción, mayor cantidad de números musicales, comparándola con todas las de la época.
La Bella de Nueva York (no confundir con la divertida comedia de Wellman, La Reina de Nueva York) es el típico producto elaborado por la Metro Goldwyn Mayer cuando se encontraba en todo su apogeo. La cinta está producida por Arthur Freed dentro de su famosa fábrica de los sueños, la Freed Unit, y protagonizada por dos estrellas como Fred Astaire y Vera Ellen.
Astaire es
Charlie, una especie de play boy mantenido
por una tía millonaria que no termina de sentar la cabeza. Un día, paseando por
el parque, conoce a Ángela (Vera Ellen), una activista del Ejército de Salvación
de la que se enamora perdidamente. Él sabe que ha encontrado su media naranja
porque se siente como si flotase en el aire; literalmente. El argumento es algo
más original que el habitual de chico conoce a chica, se enamoran, se pelean y
se reconcilian con boda incluida, por introducir un elemento muy gracioso:
cada vez que sienten el amor se ponen a levitar. Eso da pie a números musicales
tan divertidos como “Let a Little Love Come In”, con Astaire cantando y bailando
en lo alto de un arco de triunfo.
Independientemente de la trama, que es lo de menos, la cinta es un disfrute continuo por la cantidad de propuestas musicales que ofrece. Charles Walters fue el encargado de llevarlas a la gran pantalla con la eficacia que luego veremos. El director estaba en su mejor momento creativo, justo después de firmar Desfile de Pascua (Easter Parade, 1948) o Vuelve a Mí (The Barkleys of Broadway, 1949) (la última película que hicieron juntos Fred Astaire y Ginger Rogers), y antes del gran éxito que fue Lily (1953); a partir de ahí su cine fue decayendo paulatinamente.
Además del número citado, destacan “Who Wants to Kiss The Bridegroom”, una despedida de solteros con la que arranca el filme, donde Astaire canta y baila con un montón de chicas en una habitación; “Oops”, que analizaremos más tarde; y los geniales “A Bride’s Wedding Day Song”, que bailan Astaire y Vera Ellen con la fotografía como excusa para pasar por las cuatro estaciones, y “I Wanna Be a Dancin’ Man”, el mejor de todos, con Astaire bailando sobre la arena, más bien deslizándose sobre ella, y haciendo que suene como si fueran las escobillas de una batería. Sin olvidar un solo de Vera Ellen, cambiándose de ropa, con un baile explosivo que recuerda su actuación en Un Día en Nueva York, (On The Town, de Gene Kelly y Stanley Donen, 1950) y aquel duelo antológico de piernas entre ella y Ann Miller.
Vamos con la secuencia a analizar: estamos en la
mitad de la cinta, con Ángela a punto de caer rendida a los pies de Charlie,
que por fin parece haber sentado la cabeza. Después de varios intentos fallidos, ha conseguido un puesto de conductor de tranvía…
La secuencia que acabamos de ver nos presenta el número “Oops”, donde Fred Astaire y Vera Ellen se mueven dentro y fuera de un tranvía decimonónico, paseando por las calles de Nueva York. La escena es un ejemplo de cortejo en toda regla, con todas sus fases. La ambientación es muy parecida a la de Cita en San Luis (Meet Me in St. Louis de Vincente Minnelli, 1944) e, incluso, en algún momento nos recuerda al número “The Trolley Song”, con Judy Garland haciendo de las suyas en otro tranvía. No nos extrañe, en aquella ocasión, quien estaba bajo las órdenes de Minnelli como coreógrafo era Charles Walters.
La secuencia arranca con Charlie entonando una canción pegadiza que tiene como objetivo “cazar” a Ángela.
Después de un plano medio y un contraplano de Vera Ellen, el director inicia
una escena sin cortes con la pareja conduciendo el vehículo. Astaire canta e insiste
un par de veces en sujetar a su presa entre las mismas riendas con las que
conduce al caballo. Pero Ángela aún se resiste en esta fase y hasta llega a
hacerse cargo de las correas en un momento determinado.
La situación cambia justo después de un corte a un plano picado: Astaire suelta las riendas y esa es la señal para que se inicie el baile de la pareja dentro del tranvía. La cámara de Walters sigue en travelling lateral a los actores hacia el final del vagón, para luego regresar al principio con un travelling precioso en profundidad. Un corte y las dos estrellas salen del tranvía.
En la tercera parte de la escena, en un encuadre general y después de un baile convencional, viene un plano secuencia muy divertido donde la pareja está a punto de colisionar continuamente, una referencia clara a los encuentros y desencuentros de ambos justo antes de que llegue el amor. El tono de la música se torna en cómico, acompañando el estilo, digamos slapstick, del baile. En un momento determinado, Vera Ellen comienza a dar saltos como si quisiera elevarse (es un anticipo a lo que se verá al final: Ángela ya se está enamorando). Tras otro corte, y después de que Charlie le haya regalado una flor (otra señal para cambiar) la pareja, que hasta ahora bailaba por separado, se une en un vals mientras sigue botando. La cámara los acompaña como si formara parte de la coreografía. Es el mejor movimiento del objetivo de toda la secuencia, los sigue hasta que se vuelven a subir al tranvía. Esta parte es un brillante ejemplo de cómo se puede narrar con un baile.
La cuarta y última fase se vuelve a
desarrollar en el transporte público. Astaire y Vera Ellen bailan, pero lo hacen ¡encima
del caballo! (seguramente un animal mecánico, pero muy bien disimulado). Lo que
viene a continuación es un sube y baja del tranvía muy simpático: el travelling
de ida y vuelta se repite varias veces hasta que llegan a la cochera. Allí
finaliza nuestra secuencia con los dos ya conscientes de que se aman, o lo que
es lo mismo, con los dos levitando.