domingo, 28 de marzo de 2021

2 X 1: "SOUNDER" y "CONRACK" (Martin Ritt)

Sounder (1972)

A principios de los setenta, el director norteamericano Martin Ritt rueda una trilogía sobre el racismo y, en general, sobre los problemas de los negros en Estados Unidos. Ritt filma las tres historias por orden cronológico: la primera, La gran esperanza blanca (The Great White Hope, 1970), narra la historia de un púgil de color que a principios del siglo XX llega a alzarse con el título mundial. Un éxito insoportable para la comunidad blanca del boxeo, que hará todo lo posible para destronarle. Basada en hechos reales, la cinta es interesante, pero no llega a la altura de las dos siguientes:

La segunda, Sounder, es la adaptación de la novela homónima de William H. Armstrong, autor y educador infantil estadounidense. Protagonizada por actores afroamericanos y ambientada en los años de la depresión, el filme cuenta la odisea de un niño, que recorre medio país en busca de la prisión donde tienen encarcelado a su padre.

El título es el nombre de la mascota del pequeño, que desaparece al mismo tiempo de la detención, y funciona como metáfora de lo que le sucede al preso: el padre ha sido arrestado por robar para darle de comer a su familia. Al cabo de los años lo sueltan, pero vuelve a su casa tullido; de forma paralela, el animal es herido por la policía y huye para lamerse las heridas antes de regresar a casa.

 

Estructurada en tres partes: la introducción, hasta que el padre es apresado; el viaje del pequeño, incluido su paso por una escuela de color como refugio, pero que le deja una profunda huella; y el final, con el regreso del padre y el sacrificio de la familia para intentar por todos los medios darle una educación digna a sus hijos, como primer paso para escapar de la miseria.

Propuesta para cuatro importantes Óscar (película, guion, actor y actriz), la cinta consigue que la Academia nomine por primera vez a dos afroamericanos como mejor actor (Paul Windfield) y mejor actriz (Cicely Tyson).


Conrack (1974)

La tercera película de la serie, Conrack, funciona casi como una continuación a Sounder, también con el tema central de la educación infantil: el joven maestro Pat Conroy (Jon Voight) es destinado a una escuela de color en una isla perdida de Carolina del Sur. Al llegar, se da cuenta de que los alumnos rozan el analfabetismo, que nunca han salido de la isla y que muchos de ellos no saben ni en qué país viven.

Conroy intenta, con ingenio y mucha voluntad, mas como un padre que como un profesor, no solo enseñarles a leer, escribir y al resto de materias, sino también a preocuparse de su higiene personal y a disfrutar de la vida. Los modernos métodos educativos no son del agrado de sus superiores, que amenazan con destituirle ante la protesta de los niños.

La película, repleta de humor y muy bien rodada en cortas secuencias en exteriores, con pequeños actores no profesionales, se basa en el libro autobiográfico “The Water Is Wide” del propio Pat Conroy. Con Paul Winfield de nuevo en el reparto, el que brilla es Jon Voight con una actuación sobresaliente, sin duda, uno de sus mejores trabajos para la gran pantalla.

 

El contraste entre profesor y alumnos no puede ser mayor con un actor de ascendencia irlandesa y tan rubio como Jon Voight. El espectador puede caer en la trampa de criticar la cinta por el hecho de que tenga que llegar un blanco para “salvar” a los negros. El propio largometraje, y la realidad, nos hace apartar esa idea para llegar a otra: hay mucha gente que no es racista, que no entiende esa discriminación para con la gente de color, y ese odio irracional.

Conrack, que es como pronuncian los alumnos el nombre de Conroy, es una de las mejores películas de ese subgénero tan atractivo de profesor y alumnos, con cintas tan buenas como Semilla de maldad, Rebelión en las aulas, La clase, La ola o El club de los poetas muertos, entre muchas otras. De hecho, el final de Conrack se parece bastante al del último filme citado.

Con la misma moraleja que Sounder finaliza este muy buen largometraje: la mejor herramienta para salir de la miseria, pero también para acabar con la discriminación racial, es la cultura. Para obtenerla, algunas personas tienen que luchar por ella si quieren competir en un mundo tan duro como cruel.




lunes, 15 de marzo de 2021

2 X 1: "NIDO DE NOBLES" y "TÍO VANIA" (Andrei Konchalovsky)

Nido de nobles (Dvoryanskoe gnezdo, 1969)

A partir de la muerte del dictador Stalin, en la Unión Soviética comienza un período muy fructífero en cuanto a producciones cinematográficas se refiere. Con un cine más humano, menos sujeto a las normas del partido, surgió una generación de directores que trabajaron en aquella época conocida por el “deshielo”. Realizadores que, no obstante, sufrieron graves problemas de censura.

Es el caso de Andrei Konchalovsky, hermano mayor de Nikita Mikhalkov (su nombre verdadero es Andrei Mikhalkov Konchalovsky). El director aguantó unos años en Rusia, pero finalmente tuvo que exiliarse a Estados Unidos donde continuó su carrera. Antes de eso, Konchalovsky rodó a finales de la década de los sesenta dos películas muy similares, justo después de que su segunda cinta, La felicidad de Asia (1967), fuera prohibida.

Nido de nobles, la primera de ellas fue un encargo para celebrar el 150 aniversario del nacimiento del escritor Ivan Sergeyevich Turgueniev. Una superproducción, con excelente ambientación, vestuarios y decorados, que Konchalovsky aceptó para superar el trauma de la censura, pero que resolvió con un cine caligráfico, excesivamente académico, aunque no carente de personalidad.

 

El filme cuenta la historia del caballero Fiodor Lavretsky, un noble que no se considera como tal; muchos de los de su clase tampoco lo admiten entre los suyos porque su madre era una plebeya (la típica criada que se casa con el amo). Lavretsky vuelve a Rusia después de una vida en París tras separarse de su esposa. Regresa a la hacienda de su infancia donde ya nada es lo mismo: la casa abandonada y un amor imposible con la vecina lo sumen en una depresión. Cuando la exmujer aparece de sorpresa todo empeora aún más…

Konchalovsky deja que el punto de vista de la trama descanse en los ojos del protagonista, que deambula por la sociedad de fin de siglo a punto de desmoronarse. La descomposición de la nobleza y el orgullo de Fiodor son las buenas noticias para la propaganda soviética, pero las malas son consecuencia de la producción misma: la brillante ambientación crea una “peligrosa” sensación de nostalgia por los pícnics de los nobles en los campos en primavera, y, en general, por la vida social de la clase privilegiada.

 

Tío Vania (Dyadya Vania, 1970)

A continuación de Nido de nobles, Andrei Konchalovsky pasó a dirigir otra adaptación literaria (hecho que caracteriza muchas de las cintas del deshielo soviético), en este caso una versión del Tío Vania de Antón Chéjov, quizás una de las obras de teatro más veces llevada a la grande y a la pequeña pantalla; recordamos, por su calidad y originalidad, la adaptación de Louis Malle, Vania en la calle 42 (Vanya on 42nd Street, 1994), aunque esta no se queda atrás.

La trama es sobradamente conocida: Vania y su sobrina Sonia trabajan la finca para darle todos los beneficios a su hermana, que se casó con el que se suponía era un gran erudito, un noble profesor, que en realidad es un fraude. La hermana muere y la segunda mujer del profesor, Yelena, es mucho más joven y atractiva, tanto que desestabiliza a la familia cuando Vania y el doctor que asiste al cuñado se enamoran de ella.

Los sucesivos triángulos amorosos que se viven en la vieja y destartalada casa avivan el fuego de cada personaje: Sonia se desvive por el doctor, pero este no la hace caso y solo desea a Yelena, igual que Vania. Todos odian al profesor, casado con una mujer tan joven como su sobrina. Cuando el profesor anuncia que quiere vender la finca, único sustento de Vania, su sobrina y su madre, todo se descontrola y parece que se acerca la tragedia.

 

Konchalovsky aborda el clásico de Chejov aireando la obra de teatro con una cámara que recorre la mansión en ruinas, llena de goteras. La vivienda hace aguas por todas partes, igual que el régimen zarista de fin de siglo tal como demuestran las viejas fotos del zar, la hambruna y la pobreza que se vive en el exterior reflejada por las miserias del interior.

El director ruso gestiona el filme de la misma forma, y con el mismo equipo técnico, que el de Nido de nobles. La desolación y algunos personajes son calcados. El doctor (Sergei Bondarchuk, además de buen actor, un gran director) podría ser el protagonista de la cinta anterior, con amor imposible incluido. Aquí, las referencias a la situación rusa son aún más explícitas cuando el médico denuncia la hambruna de las clases más desfavorecidas; además, se adelanta a su época con un discurso ecologista que suena a cercano; entre otras cosas dice que estamos destruyendo el planeta por la tala indiscriminada de árboles.





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