domingo, 24 de marzo de 2024

PISTOLEROS DE AGUA DULCE (Monkey Business de Norman Z. McLeod, 1931)

Los Hermanos Marx fueron los primeros grandes cómicos del sonoro. La verborrea de Groucho Marx sacudió como un vendaval el cine que hasta entonces había permanecido callado. Aquellos diálogos no daban tregua a la risa, sobre todo cuando la réplica se la daba Chico, el mayor de la familia. Eran conversaciones tan sorprendentes para la época como para las generaciones que las descubren ahora, y tan devastadoras por lo absurdo de su contenido como las tropelías de su hermano Harpo, verdadero anarquista del humor.


Cuando los Marx fueron descubiertos por Walter Wanger, productor de la Paramount, ya llevaban unos cuantos años triunfando en el vodevil. De hecho, sus dos primeras películas eran prácticamente versiones filmadas de sus obras de teatro Los cuatro cocos (The Cocoanuts, Robert Florey y Joseph Santley, 1929) y El conflicto de los Marx (Animal Crackers, Victor Heerman, 1930). Ambas fueron realizadas en Nueva York y reproducían en la gran pantalla lo disparatado y anárquico de sus representaciones en las tablas. Los que los vieron actuar en directo siempre decían que eran infinitamente mejores que en el cine. Después del éxito de las cintas neoyorquinas, Pistoleros de agua dulce significó su primer filme rodado en Hollywood, y la primera película de los hermanos Marx escrita de forma deliberada para la gran pantalla:

En un trasatlántico que regresa a Estados Unidos viajan cuatro polizones (Groucho, Chico, Harpo y Zeppo) que han sido descubiertos por el segundo de a bordo porque “estaban cantando ‘Dulce Adelina’”. El capitán ordena que se les detenga inmediatamente. La caza de los polizones siembra el caos por todo el barco...

A diferencia de Los cuatro cocos y El conflicto de los Marx, en Pistoleros de agua dulce los cuatro hermanos disponen de la movilidad de una cámara que no se dedica a filmarlos como si estuvieran aún en el teatro, sino que les deja correr de un lado para otro y hacer que el caos se extienda por el interior, la cubierta y los camarotes. La anarquía de Harpo y la excesiva verbosidad sin sentido de Groucho se alían para subvertir la acción que se vuelve del todo descabellada, es decir, muy divertida. 


Si la trama en algún momento adquiere un mínimo de lógica, entonces viene Harpo y vuelve a colocar las cosas en ningún sitio. Harpo puede actuar solo o puede hacerlo en compañía de Chico que por momentos parece querer controlarlo, aunque finalmente le sigue la corriente y hasta se contagia de su locura, como en la escena del ajedrez, la del bridge o, sobre todo, en la de la peluquería, una de las más recordadas del largometraje.

Consecuente con lo disparatado de la acción es el torrente de palabras sin control que salen por la boca mordaz y descarada de Groucho. El más inteligente y deslenguado de los hermanos Marx es capaz de enredar al capitán para que lo invite a comer, o de seducir a una rubia platino en la secuencia del armario. En una escena, asegura: “Míreme a mí, he conseguido subir de la nada a un estado de extrema pobreza.” A continuación le explica a un gánster cómo hacer para ahorrar dinero. Le propone atentar contra él y a la vez protegerlo como guardaespaldas: “Dígame cuando tengo que atacarle y estaré allí diez minutos antes para defenderlo.” 

Con respecto a Chico, ya se ha mencionado que era el ideal para dar la réplica a Groucho o a Harpo. También era el único que se podía reír de las ocurrencias del primero y de controlar o disparar al loco del segundo, según conviniese. Mientras tanto, Zeppo era simplemente la comparsa de los otros tres, digamos el serio, o el galán de la sosa historia de amor con la que se quería completar un guion que en realidad carecía de argumento; al menos en las películas que los hermanos Marx hicieron para la Paramount. 


El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Pistoleros de agua dulce en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas




domingo, 10 de marzo de 2024

2 X 1: "FANTASÍA PASAJERA" y "HISTORIA DE LAS HIERBAS FLOTANTES" (Yasujiro Ozu)

Fantasía pasajera (Dekigokoro, 1933)

Es unánime entre los críticos considerar a Yasujiro Ozu como el director más japonés de los tres grandes realizadores nipones (Ozu, junto a Mizoguchi y Kurosawa), gracias a que su estilo concuerda con la tradición artística de su país. Un estilo que se empieza a perfilar a mediados de la década de los treinta cuando todavía realizaba películas mudas (hay que tener en cuenta que el primer filme sonoro japonés data de 1935).

También es una opinión generalizada considerar He nacido, pero… (Umarete wa mita keredo, 1932) su mejor película de esa época, aunque le siguen muy de cerca las dos que hoy traemos aquí: Fantasía pasajera y Historia de las hierbas flotantes. En la primera de ellas el niño Tomio (Tomio Aoki) es muy aplicado en la escuela mientras que su padre, Kihachi (Takeshi Sakamoto), es un analfabeto y tiene pocas luces. El mundo de este último se limita a su trabajo en una fábrica, a su amigo y vecino Jiro, bastante más joven que él, y a Harue, una vagabunda que recoge de las calles de la que ambos compañeros se enamoran. Mientras tanto, Kihachi no tiene en cuenta el valor de su hijo hasta que el niño cae enfermo por su culpa... 

Ozu vuelve a tratar la relación entre generaciones, uno de sus temas favoritos, aunque esta vez con un punto más de seriedad. El director también aborda el asunto de la vejez cuando la edad es un impedimento a la relación entre Kihachi y Harue. Fantasía pasajera es un drama donde los toques de comedia se suceden en el momento en el que la acción se centra en las discusiones entre padre e hijo (igual que en He nacido, pero…).

 

En cuanto al célebre estilo de Yasujiro Ozu, donde los encuadres estáticos se sitúan a la altura de un hombre sentado en el suelo, en Fantasía pasajera aún no se encuentra del todo definido, pero ya se adivina en buena parte del metraje. 

Una cinta que deja detalles del gran director que fue Ozu comenzando por el simpático arranque sin palabras ni intertítulos de un teatro donde los espectadores están más atentos a las cosas que suceden entre ellos que lo que se ve en el escenario. También el perfecto travelling de ida y vuelta cuando Kihachi entra y sale de la peluquería es otro fragmento a destacar entre los numerosos ejemplos de su maestría en una película tan temprana como esta.

  

Historia de las hierbas flotantes (Ukigasa monogatari, 1934) 

Al año siguiente de rodar Fantasía pasajera, Yasujiro Ozu se embarca en una película todavía silente —que volvería a hacer en 1959, sonora y en color—, titulada Historia de las hierbas flotantes. Estas dos, junto a He nacido, pero… serían premiadas en tres años consecutivos como el mejor filme japonés. 

En Historia de las hierbas flotantes, Kihachi es ahora el jefe de una pobre compañía de teatro que acaba de llegar a la ciudad. Entre representaciones fallidas por la lluvia, Kihachi visita a Otsune (Choko Lida), una antigua amante con la que tiene un hijo en secreto. Kihachi lo mantiene para darle al adolescente una educación que le permita no tener que llevar la vida que lleva él como comediante ambulante. De la historia se entera Otaka, la otra amante del jefe, compañera de trabajo. Otaka, celosa, emprende un plan de venganza: le da dinero a la más joven de la compañía para que seduzca al estudiante y luego lo abandone. Un plan que no saldrá cómo ellas esperaban...

Para rodar este melodrama, Ozu se vale de, prácticamente, el mismo equipo técnico que en Fantasía pasajera: Tadao Ikeda es de nuevo el guionista que desarrolla la idea de Ozu, y Hideo Shigehara vuelve a ser el director de fotografía. El realizador también se vale de una troupe —como la de la ficción, al estilo de John Ford— calcada a la de Fantasía pasajera: Mismo actor protagonista, Takeshi Sakamoto (hasta el personaje que encarna se llama igual: Kihachi), mismo niño antagonista, Tomio Aoki, en el que de nuevo recae la parte cómica; y misma mujer madura, Choko Lida. Incluso el futuro actor fetiche de Ozu, Chishu Ryu, de tantas y tantas películas, tiene un mínimo papel en ambos filmes donde aparece poco más o menos que de extra.

 

En Historia de las hierbas flotantes, ya se puede ver el estilo de Ozu casi en su totalidad: planos de transición con objetos inanimados y rodaje con la cámara a la altura de un hombre sentado en el suelo. Para que sea completo, sólo falta el uso continuado del plano contra plano, con los actores mirando y hablando al objetivo. Claro que esto último, sin la agilidad del cine sonoro, con los insertos de los intertítulos, es mucho más complicado. 

La película es una delicia donde la lentitud característica de Ozu se ve interrumpida por una tensión en la acción que va in crescendo, eso sí, siempre salpicada de toques de humor reservados para las secuencias con Tomio. A la vez, la cinta es un sentido homenaje a los comediantes y al trabajo como actor ambulante.






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