Si hubo un
estudio que destacó por los policíacos, por las cintas de gángsters o por las películas del mejor ciclo negro de la historia
del cine, ese fue la Warner Brothers. Con Jack Warner a la cabeza, con
productores como Hal Wallis o Mark Hellinger, y con guionistas como John Huston
o William R. Burnett, comenzó esa aventura realista que denunciaba a su manera
el sistema y que se colocó a tiro para la caza de brujas del senador McCarthy.
De todos ellos sería muy interesante hablar, pero hoy nos decantamos por el magnífico
escritor que fue Burnett, y por una de sus novelas señeras: “High Sierra”.
Como saben los
aficionados al noir, el libro de
Burnett fue llevado a la pantalla por Raoul Walsh en dos ocasiones: la primera,
se estrenó en 1941 con el mismo título (aquí se conoció por El último
refugio) y resultó ser una obra maestra donde Humphrey Bogart e Ida
Lupino brillaban al frente del reparto. La segunda, se rodó en 1949 en clave de western y tampoco le fue a la zaga: Colorado Territory (Juntos hasta la muerte en
nuestras carteleras). Lo que es menos conocido es que hubo una tercera versión,
que también nació en la Warner, que la dirigió el artesano Stuart Heisler y que
se tituló como Burnett sugirió para la cinta original: I Died a Thousand Times.
Para el guión de
I
Died a Thousand Times, nadie mejor que el propio Burnett que ya había
adaptado su novela en la primera versión, con la diferencia de que su colaborador de entonces, John Huston,
ya era un director hecho y derecho por lo que el escritor se tuvo que
enfrentar al trabajo solo. Un trabajo del que el propio Burnett reconoció estar
más satisfecho que el realizado para El último refugio. Digamos que fue
más fiel a su propia novela debido, según él, a no estar tan sujeto a las
decisiones de los productores tal como ocurrió en 1941. Burnett se refería a
las distintas objeciones que le puso Mark Hellinger, en especial en lo referente a la relación
entre el gánster Roy Earle (Humphrey Bogart en la original, Jack Palance en la que nos atañe) y la minusválida Velma (Joan Leslie frente a Lori Nelson en el remake):
Roy Earle sale
de la cárcel, indultado, después de siete años en prisión. Su socio Big Mac (Lon
Chaney), que se está muriendo, quiere que se encargue de un último trabajo:
robar la caja fuerte repleta de joyas de un hotel de la sierra. Roy acepta,
pero siente que las cosas no van a ir bien cuando le presentan a los compañeros
de trabajo: dos inútiles (Earl Holliman y Lee Marvin, algo desaprovechado este último) y una mujer (Shelley Winters) por la que ambos se
pelean. En el camino hacia la sierra, Roy conoce a un grupo de granjeros que le
recuerdan a su niñez. Quizás por eso se enamora de Velma, la hija pequeña, casi
una adolescente, que sufre una minusvalía en un pie. Roy hará todo lo posible
por ayudarla mientras prepara el plan que le hará rico, que le permitirá
retirarse y casarse con Velma.
Salvo la omisión
de todo el arranque de High Sierra (algo crucial para
presentar el carácter ambiguo de Earle), el resto de la trama es idéntica al
de la cinta original; con algunos planos calcados como el del salto de la
liebre que propicia que Earle conozca a los granjeros, o la persecución final
camino al monte Whitney. A pesar de un guión bien construido, la cinta es
claramente inferior a la protagonizada por Humphrey Bogart e Ida Lupino; lo que
demuestra, una vez más, que no es suficiente con contar con un argumento bien
desarrollado.
Es inferior, en
primer lugar, por carecer de estos magníficos intérpretes, pero también por no
contar con Walsh al frente del proyecto. Heisler resulta demasiado frío. Desde
luego, se echan en falta aquellos primeros planos de Bogart y Lupino que iban
tejiendo un fuerte vínculo entre la pareja —para algunos (Noël Simsolo) esto es
una ventaja, porque se muestra todo con mucha más objetividad y, por tanto, con
más crudeza—. A la distante puesta en escena de Heisler, se le une algún
personaje no del todo definido, como el propio Earle, o sencillamente mal
construido como el de la cabaretera a la que da vida Shelley Winters, una mujer
que baila la conga en el momento menos oportuno. Tampoco ayuda la fotografía en
color mucho menos expresiva que el blanco y
negro de la primera película, ingrediente que se nos antoja fundamental para un
noir fatalista como éste; ni siquiera el
formato panorámico consigue hacer olvidar los magníficos encuadres de Walsh y
de Tony Gaudio, su operador de entonces.
.
A pesar de todo,
I
Died a Thousand Times puede ser una agradable sorpresa para el
aficionado al cine negro, en especial si no se han visto las versiones
anteriores, o no se tienen tan cercanas. Porque ya se sabe que las
comparaciones, en ocasiones, son odiosas.
Una de las mejores secuencias de la película:
Ver ficha de I Died a Thousand Times.