domingo, 19 de enero de 2020

1917 (Sam Mendes, 2019)

El 6 de abril de 1917 Estados Unidos declaró la guerra a Alemania y por fin entró en la Gran Guerra, en un conflicto a nivel mundial que se encontraba ya en su cuarto año. Precisamente, esa es la fecha elegida por el director británico Sam Mendes para realizar su última película. Una cinta nominada para una decena de Óscars, que es todo un alarde técnico de un realizador que, a pesar de adentrarse en el terreno de la acción, no renuncia a su lado más poético como vamos a comprobar:


1917, así se llama esta superproducción, sigue un marcado guion de itinerario, quizás el tipo de narración lineal más socorrido (el de la Odisea), que asegura una trama entretenida, repleta de puntos de impulso y sorpresas. Para lograr una continuidad en la acción y un mayor realismo ––y, por qué no, lucirse como cineasta–– Mendes se ha complicado la vida rodando la película en un plano secuencia. Un falso plano secuencia, claro, el espectador avezado se dará cuenta de los cortes encubiertos que se esconden en el filme. En cualquier caso, un tour de force técnico con cierto mérito, pero muy lejos del que, por ejemplo, vimos en la excelente El arca rusa (Aleksandr Sokurov, 2002), rodada en el Hermitage, esa sí, en una sola toma, que además riza el rizo cuando hace increíbles y elegantes saltos en el tiempo.

Pero vayamos a 1917: independientemente de la síntesis narrativa utilizada por Sam Mendes, lo que sí está claro es la intención del director de dividir el largometraje en dos partes utilizando para ello el único corte que no se disimula. Dos mitades muy diferentes, en nuestra opinión mucho mejor la segunda que la primera. De hecho, el arranque de la historia de esos dos soldados que se presentan para una misión que se prevé peligrosa se nos antoja un remedo de El señor de los anillos, por culpa, precisamente, del seguimiento ininterrumpido de una cámara casi subjetiva a través de trincheras, túneles y edificios en ruinas, como si fueran las distintas fases de un video juego.


Es en la segunda parte cuando Mendes realmente se gana el sueldo. Aquí aparece el director místico y hasta poético ––resulta curiosa la fijación de este realizador por los pétalos de flores cayendo… ¿se acuerdan de American Beauty?––, un cineasta que sabe utilizar las metáforas. Algunas pueden chirriar por lo evidentes, pero lo que nadie puede reprochar es que no sean bellas. Hablamos de la descripción dantesca, en su sentido más literal, como se la debió imaginar el propio Dante, del infierno que es la guerra, o, en contraste, de la inserción de una especie de belén dentro del horror, por poner tan solo dos ejemplos.

Pero quizás lo mejor de la cinta es el mensaje que Mendes nos quiere dar con su flamante obra, o, mejor dicho, con su estructura. Una organización circular, que encuadra la película entre dos escenas bucólicas donde los soldados duermen al abrigo de un árbol. Mendes nos dice que todo lo que sucede entre esos dos planos es una ensoñación; todo ese espanto es imposible que sea verdad, tiene que ser una pesadilla.
No lo es.




lunes, 6 de enero de 2020

2 X 1: "PERFIDIA" y "LA MUJER BANDIDO" (Leslie Arliss)


Perfidia (The Man in Grey, 1943)

Durante la Segunda Guerra Mundial, igual que sucedía al otro lado del charco, en Gran Bretaña el público escapaba del temor a las bombas y demás desgracias del conflicto bélico, acudiendo en masa al cine. En las islas solo quedaban ancianos, niños y mujeres a los que había que entretener a toda costa, sobre todo a estas últimas. Si en Hollywood se instauró un género dramático de retaguardia que se llegó a llamar, “cine de mujeres” (la Warner se especializó rápidamente), en el Reino Unido no le iban a la zaga con producciones similares, en este caso a cargo de la compañía Gainsborough.

En dichos estudios sobresalió por encima de todos, Leslie Arliss, un director que se dedicó a realizar melodramas de época, todos muy parecidos, dirigidos en especial para el público femenino. De los muchos filmes de Arliss que se llevaron a la gran pantalla, destacan los dos que hoy comentamos.

La primera cinta, The Man in Grey (aquí se tituló Perfidia), fue el paradigma de lo que vino después, se puede decir que resultó el molde de cintas muy similares, ambientadas en el siglo XVII o XVIII con todo lujo de detalles. La rentabilidad de la taquilla permitió que las producciones cada vez fueran más costosas tal como se reflejaba en la suntuosidad de vestuario y decorados.



Perfidia se basa en una novela de Lady Eleanor Smith, a la sazón la escritora preferida de la Gainsborough. La estructura dramática del largometraje descansa en el personaje pérfido de Margaret Lockwood, sin duda la estrella de la película. Una malvada ambiciosa que no se corta a la hora de reconocer lo que pretende: casarse con un hombre rico, aunque sea el marido de su mejor amiga ––y aunque tenga primero que asesinar a esta––. En parte logra lo que se propone porque el esposo deseado es de la misma calaña que ella (James Mason).

Lo que Arliss ofrece con su película es un cuadrado, más que un triángulo, si tenemos en cuenta el elemento de aventura de capa y espada introducido a propósito (Stewart Granger, no podía ser otro). El galán, enamorado de la inocente víctima, estará siempre atento a los planes perversos de la Lockwood y de Mason, aunque lo tendrá muy difícil para salir bien del entuerto.



La mujer bandido (The Wicked Lady, 1945)

Leslie Arliss logró otro de sus éxitos un par de años más tarde, cuando rodó La mujer bandido. El guion, igual que en Perfidia, era del propio director, aunque esta vez adaptaba la novela de otra escritora: “Life and Death of the Wicked Lady Skelton” de Magdalen King-Hall.

Ni que decir tiene que la “malvada” Lady Skelton era Margaret Lockwood. La cinta de Arliss era ––para qué cambiar–– otro lujoso melodrama de época, con una estructura muy similar a la anterior. Quizás más en tono de aventuras que Perfidia, pero sin abandonar el consabido romance algo perverso entre la estrella y, de nuevo, un espléndido James Mason.

No obstante, todo el foco de atención del filme se centra en la Lockwood y en su particular caída a los infiernos. La ambición de la actriz ––de una belleza con un punto de morbo, que siempre me pareció muy similar a la de Joan Bennett–– es la misma de siempre: aspira a robarle el marido a la inocente de turno.



Con respecto a James Mason, ahora encarna a un bandido romántico que no quiere hacer daño a nadie, pero que tiene la mala suerte de encontrarse con Margaret Lockwood. Aburrida de su sosa vida matrimonial, la infame arpía no duda en formar parte de la banda de ladrones, dispuesta a obtener nuevas experiencias robando al lado de su nuevo amante.

El cuarto en discordia es Michael Rennie, unos años antes de convertirse en el alien de Ultimátum a la Tierra (su papel ideal: siempre nos ha parecido su interpretación tan rígida como la de un robot). El nuevo galán, que por desgracia hace que echemos en falta a Stewart Granger, ofrece la variante de enamorarse de la mujer equivocada. El resto es todo muy parecido a lo visto en Perfidia. Con mucha más acción, eso sí.



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