Los
años treinta en las grandes productoras fue una época de vértigo donde los
directores como “Wild Bill” (el salvaje
Bill, así le llamaban en Hollywood a William A. Wellman, mote heredado de
su paso por la Escuadrilla Lafayette en la Primera Guerra Mundial) rodaban
hasta seis películas al año. So Big! fue una de esas producciones
en las que a pesar de filmarse en serie, llevaban el sello de su realizador
cuando este era un cineasta tan personal como Wellman.
So
Big! se basa en el best seller homónimo de Edna Ferber,
ganadora del premio Pulitzer en 1925. El estilo melodramático, la novela río
que desarrolla una saga norteamericana muy reconocible, acerca del personaje
que se ha hecho a sí mismo partiendo de la nada, coincide con la mayoría de los
trabajos de una escritora por otra parte muy adaptada al cine (Gigante,
Cimarrón,
Magnolia,
etc.).
La
trama de So Big! narra la historia de la holandesa Selina De Jong
(Barbara Stanwyck), hija de un jugador de cartas que se arruina y muere en una
disputa. Selina no tiene más remedio que dejar la ciudad y buscar trabajo como
maestra en un pueblo perdido y primitivo, habitado por personas tan primitivas
como él, que se dedican a poner en ridículo a la recién llegada. Selina se va
adaptando y hasta se casa con uno de los agricultores. Han pasado los años y la
tenacidad y espíritu emprendedor de Selina no es secundado por su hijo que
prefiere el trabajo fácil del corredor de bolsa ––empleo que ha conseguido
gracias a una relación adúltera–– que el de arquitecto, carrera que ha
estudiado gracias a los desvelos de su madre.
La
historia de Selina se adaptaba muy bien al contexto social de los años de la depresión
económica y del crack de la bolsa
cuando denunciaba las aspiraciones amorales del pequeño De Jong, frente a las
más saludables de su madre; por cierto, la protagonista absoluta de la película.
Era la segunda vez que trabajaban juntos Barbara Stanwyck y Wellman, y no sería
la última. De hecho, era la actriz favorita del director; digamos que fue el
realizador que la descubrió junto a Frank Capra. Ambos se la disputaron en esa
primera mitad de los años treinta.
Wellman,
director vigoroso donde los haya, reflejo de su propia vida, igual que Walsh o
Hawks, manejaba muy bien las películas de aventuras, las bélicas o los westerns, pero también demostraba poseer
una sensibilidad especial como demuestran pequeños detalles, historias mínimas
que el director contaba de pasada, a veces en un solo plano. Así, el camarero
que utiliza para su solapa la flor desechada por el cliente; o el color de las
manos de alguien que trabaja en el campo y el contraste de las más pálidas de
las personas que habitan en la ciudad.
Un
estilo que pertenecía ya en 1932 a un grande del cine, un director que ya
llevaba a sus espaldas varios éxitos. De hecho, era el responsable de la
primera película ganadora de un Óscar (Alas, 1927).
La siguiente colaboración entre Barbara Stanwyck y
William A. Wellman fue este drama basado en una idea original de Arthur
Stringer. Aunque arrancaba de forma muy diferente a So Big!, la nueva
película de Wellman parecía un remake
encubierto de la anterior:
Joan (Barbara Stanwyck) es una corista que quiere cambiar
de vida, pero se lo impide su amante, el gánster Eddy (Lyle Talbot). Joan logra
escaparse de la esfera de Eddy cuando se traslada a un pueblo para casarse con el
granjero Jim Gilson (George Brent) del que sólo conoce su fotografía. La vida
en la granja es complicada para Joan que poco a poco consigue adaptarse al
campo, y hasta salva de la ruina a su marido con inteligencia y espíritu
emprendedor. La cosa se complica cuando aparece Eddy de nuevo.
Las similitudes entre The Purchase Price y So
Big! son evidentes, pues Wellman de nuevo pone en cuestión el falso
sueño americano, el que se sustenta en actividades no productivas (como el caso
del corredor de bolsa especulativo) o delictivas (las del gánster), frente al
verdadero trabajo físico o intelectual, el que crea riqueza de forma tangible.
La historia de la mujer de ciudad que debido a las
circunstancias se ve obligada a dejar su vida para adaptarse a la más dura
existencia del campo, son casi exactas. Pero también hay continuidad en el
aspecto técnico y artístico, donde Wellman no sólo cuenta con su musa, Barbara
Stanwyck, sino que de nuevo recurre a George Brent, un galán muy de moda en la
época. En So Big!, Brent hacía de artista protegido por Barbara Stanwyck;
en The
Purchase Price, Brent maneja un rol diferente: es el “paleto” que no
entiende a la gente de la ciudad y le pone las cosas difíciles a Joan; un papel
que, en parte, atiende Alan Hale en la primera película reseñada.
Dos producciones, pues, tan atractivas como similares,
dirigidas por Wellman el mismo año, ambas con idéntico mensaje, con los mismos
actores protagonistas y con el mismo equipo técnico.