domingo, 22 de septiembre de 2024

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO III (V)

Para este viaje entre el melodrama y la comedia, Dama por un día se apoya en una correcta puesta en escena y en la excelente fotografía de Joseph Walker,[1] otro de los colaboradores habituales de Frank Capra.

La mayoría de las secuencias arrancan con planos generales de situación (3.7) para luego gestionarse con encuadres medios y americanos nada barrocos. Capra sólo se permite el lujo de un fuerte picado para resaltar el punto de giro principal de la película, cuando los mendigos le explican a Dandi el problema de Annie (3.8). En el resto del metraje, la dinámica cámara de Walker sigue los movimientos de los actores con tanta elegancia como en los dos travellings, intencionadamente similares, que acompañan a May Robson en las secuencias más dramáticas: más rápido cuando Annie entra en el hotel y se dirige a recepción para recuperar la carta de Louise, y más pausado cuando decide contar toda la verdad, casi al final de la película (3.9 y 3.10).

Con la técnica de Walker y la narrativa de Capra, con leves pinceladas, y con cierto grado de suspense, descubrimos el secreto que guarda Annie celosamente: una breve conversación con el botones, que le entrega sobres y papel con el membrete del hotel; una fotografía que da la vuelta[2] cuando se dispone a beber un trago; o un disco que todos los vecinos escuchan a la misma hora cuando ella escribe a su hija. No hace falta explicar la historia con largos diálogos, sólo tres secuencias son suficientes para plantear el drama.

Los diálogos se los reservaron Riskin y Capra para el tipo de comedia que sin querer estaban descubriendo para el cine: la screwball comedy.[3] Porque Dama por un día es un antecedente directo del género que se consagraría con películas como Sucedió una noche, todavía más exitosa que Lady for a Day.[4] La comedia “alocada”, como se conoció en España, se caracterizaba por diálogos punzantes que presidían situaciones absurdas donde el ritmo era endiabladamente rápido. 

Si la pertenencia de Dama por un día al nuevo género no está muy clara no es por la falta de frases ácidas, casi siempre surgidas del lacónico mayordomo o de los matones de Dandi cuyos apodos irónicos iban en consonancia con la personalidad de cada uno: el malhumorado Happy y el medio analfabeto Shakespeare. “Esa cabaretera no te deja pensar”, “Durante el día no pienso en ella”; “Trae mala suerte ser supersticioso”; o “Mi mujer es una maniática, no le gusta que vaya por ahí casándome con la gente”, son algunos ejemplos de los muchos que pueblan el ingenioso guion. Quizás la parte melodramática de la trama y la contención en el ritmo en algunas secuencias cómicas, es la que resta elementos para considerarla una película screwball pura, pero la utilización del diálogo como arma arrojadiza entre los personajes ya estaba ahí.

Con respecto al uso del diálogo como herramienta narrativa, el propio Capra hablaba de una revolución cuando lo defendía por encima de la acción al poco de estrenarse la película; aunque matizaba: “La acción importante no es la que sucede en pantalla, sino la que tiene lugar en la mente del público. […] Lo que necesitamos es suplir la acción esencial con diálogo que la sugiera […] La imaginación es mejor artista que el guionista o el director. Nuestro objetivo es hacer mayor uso de la imaginación por parte del público” (Freedman 1933, p.10). El cine comenzaba a superar el trauma del paso del mudo al sonoro y profesionales como Capra se estaban dando cuenta de que los diálogos no eran el fin sino un recurso más de la narrativa cinematográfica. Las talkies, donde la parte hablada era la razón de ser comercial, como una atracción más, estaban dando paso a filmes con un uso más racional de la palabra. Ahora sabemos que el director siciliano fue fundamental en ese proceso de transformación.

Capra y Riskin consiguieron estimular la imaginación del público gracias a la suya propia y al buen trabajo de todo el elenco. Con May Robson conduciendo el drama, y la banda de Dandi la comedia, todos bajo la atenta mirada de Capra, el filme resultó una perfecta mezcla entre los dos géneros. Un cuento de hadas que combinaba la fantasía con la cruda realidad de la Depresión; donde se van superando las complicaciones con elegancia y con precisión de relojero en el último minuto. Tanto que para algunos autores es la película de Capra más cercana a la perfección (Willis 1988). También era la preferida de John Ford y, en alguna ocasión, el propio Capra no dudó en confesar que era su favorita (Dalio 1944).  

Continuará...

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[1] Un gran profesional que acumuló numerosas patentes a lo largo de su vida, entre ellas la invención del primer zoom. Fue contratado por la Columbia en 1927 y, desde entonces hasta su retirada en 1952 fue, prácticamente, un fijo como director de fotografía de Frank Capra.

[2] Un plano calcado al que ya rodó Capra un par de años antes en The Miracle Woman cuando Barbara Stanwyck, avergonzada por ser cómplice de una estafa, da la vuelta a la fotografía de su difunto padre.

[3] El nombre viene de una jugada de béisbol donde el pitcher lanza la pelota para que gire en el sentido contrario a las agujas del reloj. Un lanzamiento especialmente propenso a las lesiones de codo. En la screwball comedy se especializaron la Paramount y la Columbia. Nació en la primera mitad de los años treinta y se extendió hasta la siguiente década para dar obras tan importantes como La Fiera de mi niña, La Pícara puritana o Historias de Filadelfia, entre muchas otras.

[4] Sucedió una noche, interpretada por Clark Gable y Claudette Colbert, ganó cinco Óscar: los que se llevaron la pareja protagonista más los obtenidos por Capra, Riskin y la Columbia.



domingo, 8 de septiembre de 2024

2 X 1: "PIEL DE VERANO" y "LA TERRAZA" (Leopoldo Torre Nilsson)

Piel de verano (1961) 

A finales de los años cuarenta el cine en Argentina vive un período de crisis. Sólo la intervención proteccionista del gobierno de Perón salva la industria cinematográfica a cambio de instalar una severa censura, que finaliza a mediados de los cincuenta junto a la caída del régimen. Ahí es donde surgen las películas del director Leopoldo Torre Nilsson, las que le dan a conocer como el mejor director argentino de la época y acaso de la historia del cine de este país. 

A principios de los sesenta, Torre Nilsson dirige dos estupendas películas pertenecientes a ese grupo de cintas que le consagran: Piel de verano y La terraza. La primera película adapta el relato corto de Beatriz Guido, Convalecencia, con guion de la propia Beatriz Guido, a la sazón mujer de Torre Nilsson: 

Una joven estudiante hace un trato con su abuela: cuidará hasta la muerte del hijo del amante de la abuela, un hombre aquejado de una enfermedad terminal al que le queda poco tiempo, y a cambio pasará todo un año en París pagado por la abuela. El hombre llega con sus cuidadores, una inquietante pareja formada por un mayordomo-enfermero y una insinuante y provocativa mujer que intenta seducir al enfermo. Mientras tanto la relación entre la estudiante y el convaleciente va siendo cada vez más estrecha…

 

Con una atmósfera opresiva durante todo el metraje, relajada de vez en cuando en tomas exteriores, discurre este drama inquietante con pocos personajes, todos ellos pertenecientes a una burguesía que es el blanco del ataque de la pareja formada por la escritora y el cineasta. 

Finales pesimistas, cámara expresiva, a veces barroca contrarrestando la aparente sencillez de una trama agobiante, son características del cine de Torre Nilsson, que recurre a primeros planos convincentes según el momento dramático en el que se necesitan, y picados y contrapicados que indican que la relación entre la pareja protagonista es irregular, y asimétrica: ella sabe que se muere, él no parece tener la misma información.   

 

La terraza (1963) 

Dos años después de Piel de verano, Torre Nilsson vuelve al estío, estación propicia para romances, pero también para conflictos derivados del ocio y el calor. Lo hace con La terraza, nuevo éxito del realizador argentino de nuevo con guion de su mujer, Beatriz Guido, que adapta una historia también ideada por ella: 

En la terraza de un elegante bloque de pisos de Buenos Aires van llegando unos jóvenes para tomar el sol, nadar en la piscina, oír música y bailar. Poco a poco, Belita, una espabilada y descarada niña, les va suministrando las bebidas que piden a cambio de una propina. La situación se va caldeando y cuando llega un vecino para trabajar con su máquina de escribir, los jóvenes hacen lo posible para echarlo. La cosa se complica cuando el padre de uno de ellos aparece para desalojar el terrado. Entonces uno de los jóvenes se sube a la barandilla y amenaza con tirarse al vacío si no les dejan quedarse. El padre accede y ellos se disponen a pasar la noche en la azotea… 

Película buñueliana por el extraño encierro voluntario de los muchachos en un lugar limitado como es la terraza de un edificio. Y de nuevo crítica certera hacia la burguesía: hacia los hijos y su ridículo motín, pero también contra los padres de esa clase social.

 

Los “niños de papá” sienten con su pequeña revuelta que por fin están haciendo algo de provecho, mientras que los padres se preguntan qué está pasando cuando su vida normal se vuelve del revés en el momento en el que los hijos no les hacen caso. Hasta “Dios” desde el cielo se preocupa por ellos (un sacerdote desde un helicóptero con un megáfono). 

La situación generada pronto desemboca en disputas, peleas, celos, cambios de pareja y otras pequeñas riñas que no presagian nada bueno. La tragedia se ve llegar en una cinta bien dirigida con el estilo característico del director, primeros planos, contrapicados, puesta en escena claustrofóbica, a pesar de estar rodada en una terraza al aire libre, que, no obstante, provoca una sensación de confinamiento en un ámbito cada vez más estrecho.





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