Raoul Walsh organiza Tambores lejanos con pocas diferencias en la estructura con respecto a Objetivo: Birmania: un pequeño grupo liderado por un valiente jefe que se interna en territorio hostil, que cumple su misión, pero que no puede regresar como estaba previsto y tiene que volver caminando por una intrincada jungla, hostigado por los enemigos. No sólo el planteamiento general es igual, también existen similitudes en elementos más concretos: hay una invasión en marcha; Wyatt divide sus fuerzas; la mitad de la tropa es torturada y asesinada por los indios; al final se desarrolla una batalla nocturna en las trincheras, etc.
Tan afines son ambas películas que Walsh no sólo repite secuencias sino que vuelve a planos como los del ataque a la aldea enemiga (la aproximación es semejante, también el lanzamiento del cuchillo al centinela y la impresión que les causa a los militares el descubrimiento de sus compañeros asesinados que, en este caso, han servido de alimento a los caimanes); o los del grupo que vadea el pantano, cada vez más hundido en el agua a medida que aumenta el peligro (5.37 y 5.38 en vez de 5.31 y 5.32).
En Distant Drums, Walsh también persiguió el mayor realismo posible. A diferencia de lo sucedido en el rodaje de la cinta bélica, aquí sí filmó los exteriores en el mismo lugar donde acontecieron los hechos: en los Everglades de Florida, en Silver Springs y en San Agustín, en el castillo de San Marcos, una fortaleza española del siglo diecisiete enclavada en los pantanos. No contento con la fauna que le proporcionaban las localizaciones, el director mandó traer serpientes desde California para acompañar a los caimanes de Florida en el acoso a los soldados.
Aunque el verdadero peligro, tanto en la ficción como en la realidad, lo representaban los indios seminolas. Una tribu especialmente beligerante con el hombre blanco, que tiene el orgullo de ser la única que no ha llegado a firmar la paz con los estadounidenses.[1] Walsh los filma más exóticos de lo normal para sacar mayor rendimiento a la fotografía en color: como si fueran mayas o aztecas, sus pinturas de guerra y las ropas que visten en algunas escenas se hacen eco de la rica variedad cromática de la selva, mientras en otras contrastan con ella (5.39).
Desde luego, son indios que se alejan del estereotipo del nativo medio desnudo, el que se suele identificar con el paisaje más tradicional del western desértico. Con ese peculiar enemigo, y con una primera parte que más bien parece “una de piratas” (la presencia del teniente de la Armada, la navegación por el lago, el asalto al fuerte colonial, los contrabandistas que protegen la fortaleza (5.40), etc.), Tambores lejanos es un western tan atípico como original; una película sin caballos, que se desarrolla en la selva y que trata un tema que ha sido llevado muy pocas veces al cine, el de las guerras con los seminolas.[2]
Igual que en Objetivo: Birmania, la estrella de la
película, Gary Cooper, también se quejó de lo duro del rodaje; si bien sus
declaraciones no fueron siempre tan críticas como las de Errol Flynn. Mientras
por un lado aseguraba que “había donado un galón de su mejor sangre a los
mosquitos y sanguijuelas”, por otro, confesaba que había aprovechado los
parones entre rodajes para buscar caracolas, para jugar al golf y relajarse en
un lugar ideal para descansar lejos de la civilización (Meyers 2001, p. 238).
Independientemente de las agotadoras —o no tanto— condiciones de la filmación,
la relación entre Cooper y Walsh fue casi mejor que la que existió entre Flynn
y el realizador, seis años atrás. De hecho, el director estaba encantado de
poder contar con la colaboración del actor, con el que siempre había querido
trabajar.[3]
Leer el capítulo desde el inicio.
[1] Walsh
presumió de ser el primero en rodar en esos parajes y de contar con verdaderos
seminolas como extras, aunque según él, “no era el pueblo más fácil de
domesticar e incluso me llegaron a amenazar de muerte” (Walsh citado en Moss
2011, p.312).
[2] Se
nos ocurre el largometraje de Budd Boetticher, Traición en Fort King (Seminole,
1953) y pocos más.
[3] Se
llevaban estupendamente, solían cazar y pescar juntos. Walsh llegó a decir:
“nunca he conocido a un hombre más bueno que Gary Cooper, o lo que es lo mismo,
a un amigo mejor” (Moss 2011, p. 311).