Una joven norteamericana (Barbara Stanwyck) llega a Shanghai para casarse con un misionero en plena Guerra Civil China. Sin embargo la boda tendrá que aplazarse debido a que el novio tiene que rescatar a unos huerfanos en peligro. La misión no sale bien y la novia es secuestrada por un Señor de la Guerra: el general Yen (Nils Asther, exagerada su caracterización como oficial oriental).
Frank Capra se aleja algo de su original visión de la vida, pero no tanto de la fábula y la fantasía de la posterior Horizontes Perdidos (Lost Horizon, 1937), para narrar un drama romántico que resulta escandaloso para la época debido a la relación interrracial entre los protagonistas.
La historia promete grandes aventuras, pero se desarrolla con sencillez entre las lujosas habitaciones de un palacio muy bien reconstruido en los estudios. Eran los años en los que estaban de moda este tipo de filmes gracias a la obsesión de Josef Von Stenberg por colocar a su diva Marlene Dietrich en todo tipo de decorados imposibles.
Diseño de producción barroco aparte, es precisamente la simpleza de la trama lo que hace que la película resulte muy atractiva. El amor y el odio entre la joven y el general recuerdan levemente a la historia del "El Rey y Yo", varias veces llevada a la pantalla, con la gran diferencia de que, para Capra, el amor entre la occidental y el oriental se encuentra permanentemente rodeado de la tragedia de la guerra, de los fusilamientos sin piedad, los espias y los hombres sin escrúpulos que quieren sacar tajada del tráfico de armas.
Es inevitable que el paso de los años haga mella en melodramas de este tipo, pero también es cierto que aquí el tiempo tiene que luchar contra la habilidad de Frank Capra para emocionar con imágenes; el último tramo de la película de la que estamos hablando demuestra que el director era un durísimo contrincante.
No obstante, la cinta no tuvo el éxito esperado y el propio Capra admitió que el público le "había abandonado". Para volver a ganarse a la audiencia, Capra dejó de emular a Von Stenberg y volvió a su cine descriptivo de la realidad social americana: su siguiente película fue Dama por un día, la cinta que cambió la carrera del director y la de la propia Columbia.