
Antonioni se distancia de sus películas anteriores y desciende varios peldaños en la clase social -aunque este no es el cambio al que nos referimos, ya veremos cuál-, el director pasa de la reflexión acerca de la burguesía, en Las Amigas, hasta la problemática social de la clase obrera, en El Grito. Pero lo hace como excusa para estudiar el conflicto interior del personaje principal: Aldo vive con Irma y con la hija que tienen ambos en común. La pareja espera con ansiedad que el marido de Irma le conceda el divorcio para poder casarse. Sin embargo, cuando surge la oportunidad de contraer matrimonio, la mujer decide abandonar la convivencia e irse con otro. Aldo comienza a deambular por distintos pueblos con su hija, en espera de olvidar lo ocurrido y darle un sentido a su existencia.
A partir de aquí, el filme se convierte en un conjunto de episodios, tantos como intentos de Aldo por iniciar una nueva vida; pero también en una repetición, una continua vuelta al punto de salida, en lo que parece un problema sin solución para el protagonista. La estructura por capítulos tiene, además, un atractivo especial cuando el realizador la utiliza para describir diferentes personalidades femeninas. Distintas, sí, pero todas ellas desesperadas por cumplir la misma aspiración: abandonar la soledad.

Esta es la trama que plantea Antonioni. Y en ella se aprecia con claridad el punto de inflexión al que nos referíamos: la transición entre el neorrealismo más puro y la reflexión personal acerca de la incomunicación. Así, la presentación naturalista de los personajes en un ambiente obrero, y el arranque con el conflicto de la pareja, corresponden al movimiento cinematográfico nacido de la mano de Rossellini; pero el posterior deambular, y el desasosiego del protagonista, es más propio del cine que vendrá a continuación con su influyente trilogía, La Aventura, La Noche y El Eclipse. Incluso hay un borrador de El Desierto Rojo cuando, en la conclusión, Antonioni se sirve de la excusa de una huelga para presentar a Aldo atravesando la fábrica abandonada, fiel reflejo del estado de ánimo del personaje. En el mismo sentido camina la utilización expresionista del paisaje. La llanura del Po, ya tratada en el documental Gente del Po (1947), sirve para que el desolado Aldo se identifique con ella.
La inclusión de actores conocidos no contamina lo que pretende el director gracias al magnífico trabajo de Antonioni con ellos. Destaca la actuación de Steve Cochran, habitual secundario en westerns y policíacos de cine negro,

encasillado en papeles de villano de sangre fría, pero que aquí cambia totalmente de interpretación para dar vida al angustiado Aldo; y la de Alida Valli, que aparece desposeída del glamour que la caracterizó en otras obras -e incluso más fea de lo normal-, todo para encontrarse con un personaje amoral que propicia toda la acción dramática. Más fácil lo tuvo Antonioni con Betsy Blair, una actriz prácticamente con un solo registro: el de solterona resignada, enamorada y no correspondida, cuya presencia siempre se agradece en cualquier drama.
Recomendamos, por tanto, El Grito. Porque es un excelente estudio cinematográfico de caracteres; y porque encierra la transición fundamental de la obra de un grande: Michelangelo Antonioni.
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