jueves, 31 de marzo de 2011

LA REINA (The Queen de Stephen Frears, 2006)

Hace un par de meses, desde este espacio virtual, escribíamos sobre una cinta que posteriormente dio el campanazo en la entrega de los Oscar. Alabábamos a El discurso del Rey y la comparábamos con otra película anterior: La Reina. Ahora, reconocemos que nos quedamos con las ganas de comentar también la segunda. Pues bien, como no queremos que nos salga un sarpullido, o algo peor, vamos a hablar en las siguientes líneas de la muy buena cinta del irregular director británico Stephen Frears:

The Queen es un excelente relato histórico contemporáneo de los sucesos acaecidos en 1997, desde el momento de la toma de posesión del nuevo primer ministro ingles, Tony Blair, hasta los funerales de la princesa Diana de Gales. Muy bien documentado por el guionista, Peter Morgan, que se basó en diversas entrevistas a personas cercanas al primer ministro y a la familia real, que recordaban los acontecimientos de una semana especialmente movida.

La película destaca por el acierto de Frears de elegir el punto de vista de la Reina (compartido con el de Tony Blair) para narrar, en primer lugar, las intimidades de los responsables del gobierno, y su entorno, que desembocaron en decisiones más o menos acertadas; y en segundo lugar —lo más destacado—, las comparaciones entre personajes tan dispares como los dos mandatarios.

Con Lady Di siempre en la sombra (no presente explícitamente, salvo en imágenes de archivo, pero sí protagonista cual Rebeca o Laura) la relación entre el primer ministro y la Reina va transformándose a lo largo del metraje. Lo hace hasta el punto de que ambos cambiarán la opinión que tenían uno de otro: desde la clara reticencia de la secuencia de la toma de posesión de Blair —magistral—, hasta el final; para concluir que no son tan diferentes como podían imaginarse.


Y es que Isabel de Inglaterra gobierna de forma tradicional, aconsejada por su equipo de la Casa Real y en nada apoyada –mal asesorada, nunca ayudada- por su exasperante marido, su retrograda madre y su débil hijo. La muerte de Lady Di hará que, orgullosa, se enfrente al pueblo y se arriesgue a una posible abdicación. Sólo un cambio de actitud puede salvarle del atolladero (y esta sí es la mejor escena: ella con su todo terreno atrapada en un riachuelo, atascada y sin poder salir de allí).

Por otro lado, Tony Blair gobierna de forma más moderna, tratando de tú a sus consejeros —y ellos a él—. Pero, al igual que la Reina, poco respaldado por su esposa-cara-de-pájaro y por sus asesores que piden la cabeza de la Reina sólo para mantener cada vez más alta la de su jefe. También la muerte de la princesa le hará reflexionar sobre la corona, en general, y sobre Isabel, en particular.

El mensaje es claro: ni es bueno ser rígido a la hora de gobernar ni tampoco lo es cuando sólo se tiene en cuenta la maximización de los votos. La versión intermedia, a la que ambos se acercan, parece ser la solución, es decir pensar en lo mejor para el País, aunque sea impopular o genere enemistad entre los suyos.


La dicotomía presente en la trama es secundada por la técnica cuando Frears utiliza un objetivo propio del cine (35mm) para las tomas en palacio, y uno más cercano a la televisión (16mm) en el rodaje de las secuencias del entorno de Blair. De esta forma consigue el efecto de mantener más lejana a la realeza y de dar un aspecto más cotidiano, más próximo a la vida real, a lo que sucede en el número 10 de Downing Street. También consigue más verismo al mezclar imágenes documentales y de archivo con las propias del rodaje. Algo más convencional en este género histórico, pero que sigue siendo efectivo.

En el casting destaca, y mucho, Helen Mirren, ganadora del Oscar (queremos creer que por su trabajo, que nos parece excelente, y no sólo por el extraordinario parecido con la Reina Isabel). Lo mismo que Michael Sheen (Tony Blair), que aunque no nos recuerda mucho al primer ministro, también consigue aprobar con nota su papel al suplir su falta de caracterización con una buena actuación. Este último partía con ventaja al haber encarnado a Blair en una especie de precuela televisiva (The Deal, 2003), de nuevo con Frears de director y Morgan de guionista.

Sólo decir un chascarrillo para terminar: La Reina (la real) nunca quiso ver la película. Decía que no quería revivir una de las peores semanas de su vida.

Una de las peores semanas de la vida de Isabel II para una de las mejores cintas de Stephen Frears.


Ver Ficha de La Reina.


miércoles, 23 de marzo de 2011

SOLO EN LA NOCHE (Somewhere in the Night de Joseph L. Mankiewicz, 1946)

Somewhere in the Night es una de las pocas incursiones en el cine negro de Joseph L. Mankiewicz como director. Una película catalogada como menor en su filmografía, pero que vista hoy en día es todo un descubrimiento y una joya para los amantes del género.



La historia que narra Mankiewicz (también guionista, aunque no en solitario) puede que no parezca muy original en la actualidad, pero en 1946 seguro que era muy atractiva:
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial un soldado (John Hodiak) se licencia con amnesia. No recuerda quién era ni a qué se dedicaba antes de incorporarse a filas. Siguiendo la pista de un par de cartas, poco a poco va descubriendo su identidad. Lo que averigua es tan poco alentador como que su mejor amigo estaba envuelto en un asunto muy feo, relacionado con dos millones de dólares procedentes de los nazis, y que él mismo podría ser un asesino. Amistades sospechosas, un par de mujeres embaucadoras y un misterioso vidente acompañado de un par de matones se cruzan en su camino para confundirle aún más.

La trama tipo “Caso Bourne” se viste pronto de negro gracias al buen uso de la fotografía y de los personajes ambiguos. También ayuda que la acción se lleve a cabo principalmente de noche, y que su protagonista sea un recién licenciado en un extraño mundo de civiles al que acaba de ayudar a salvar. Hodiak se siente tan desplazado como Alan Ladd o Humphrey Bogart en La Dalia Azul (The Blue Dhalia de George Marshall, 1946) o en Callejón sin salida (Dead Reckoning de John Cromwell, 1947), respectivamente. Ambas cintas primas hermanas de este Solo en la noche que se desarrolla en una ciudad donde las calles son siempre cuesta arriba. Y en unos muelles donde el agua brilla gracias a los reflejos de la luna llena; y a los destellos de los disparos.

El Mankiewicz dramático, teatral si se quiere, hace acto de presencia siempre que puede enriqueciendo la narración obscura y poniendo su sello en un género para el que también demuestra estar dotado. Así, impone su criterio y hace uso de la elipsis para ahorrarse secuencias de acción demasiado explícitas que no le interesan nada y, en cambio, subraya las escenas con diálogos y descripción de personajes. El director prefiere pararse en una discusión acerca de por qué los detectives siempre llevan el sombrero puesto, a recrearse en cómo un matón tortura al protagonista con una manguera de plomo. La conversación —que puede ser muy violenta— antes que los puños; los resultados de las peleas, y sus consecuencias, antes que los golpes. De hecho, la cinta arranca con el personaje central recuperándose de unas heridas sin que antes hubiéramos presenciado cómo se las hizo.

También muestra el director sus temas favoritos al elegir y ayudar a crear una historia que se va descubriendo a base de retazos; como en Eva al desnudo o en Carta a tres esposas, entre otras. Aunque esta vez sin usar su querido flash-back, únicamente con el apoyo de una estructura lineal que simultáneamente ayudará a la reconstrucción de la personalidad del protagonista y al descubrimiento de las verdaderas intenciones de los personajes que le rodean.

Solo en la noche es una película de actores secundarios. De los que nos gusta destacar en las cintas negras. Además de John Hodiak —siempre con cara de pocos amigos— nos encanta la sonrisa maliciosa de Richard Conte o el semblante de policía avispado de Lloyd Nolan. Del otro sexo, toda una sorpresa con la pareja de Hodiak: la atractiva Nancy Guild. La actriz tiene un aire a Patricia Neal. Nos la recuerda su físico, y también sus gestos a la hora de actuar.

Sólo nos queda recomendar que se sumerjan en esta trama confusa; que anden con pies de plomo en bares poco recomendables; que huyan de los muelles desiertos y de las rubias con polveras de tres dólares. En definitiva: que descubran este film noir del gran Joseph L. Mankiewicz.

Ver Ficha de Solo en la Noche.



martes, 15 de marzo de 2011

CINE EN TV: EN EL VALLE DE ELAH; LA CONDESA RUSA

En el Valle de Elah (In the Valley of Elah de Paul Haggis, 2007). Tommy Lee Jones, Charlize Theron, Susan Sarandon. (Canal Extremadura TV, viernes 18 a las 22:15)

Paul Haggis crece como realizador gracias a este drama policíaco con ecos de la Guerra de Irak. El director canadiense se embarcó en el proyecto después del éxito de Crash (2005) —que a nosotros si nos gustó— para contar una historia, basada en hechos reales, que va enganchando poco a poco: un soldado desaparece después de regresar del frente. Su padre, un suboficial del ejército, especialista en investigación criminal, se dispone a buscarlo.

Haggis parece recurrir a varias referencias para hacer una película muy completa. En primer lugar, acude a los filmes-denuncia sobre conflictos bélicos. Principalmente a los que trataron con acierto las consecuencias de la guerra del Vietnam desde finales de los setenta. Aquellas cintas describían el regreso de unos soldados psicológicamente afectados; muy diferentes de los jóvenes que se marcharon ilusionados por la dudosa aventura de la guerra. Haggis mezcla este tipo de largometrajes con los que siguen la estela de cintas de más contenido político como Desaparecido (Missing de Costa-Gavras, 1982) —a pesar de las evidentes diferencias en la trama—, y lo moderniza con altas dosis de realismo en las secuencias de acción, al estilo Black Hawk Derribado (Black Hawk Down de Ridley Scott, 2001). Para dar aún más verismo a la acción se rodea de actores que vivieron en la realidad experiencias parecidas a las que narra la película.

Dichas escenas las introduce Haggis con acierto utilizando información parcial a base de retazos de flashback (vídeos extraídos del móvil del soldado desaparecido) para dar más de una vuelta a la historia, mostrando su faceta más interesante: la de guionista. Y es que Haggis aplica su ingenio como escritor, en favor de su otro yo como director. Lo hace en algunos planos tan sobresalientes como cuando resalta en ellos la bandera de Estados Unidos; una metáfora presente a lo largo del filme para decirnos que su país de acogida se encuentra en un serio problema.

También el dibujo de los protagonistas es excelente. No hay ni un resquicio de duda acerca de su personalidad. El realizador los construye muy rápidamente, con gestos y hábitos, para que el espectador sepa a que atenerse. Para darles vida nada mejor que la sobria actuación, sin demasiados adornos, tanto de Tommy Lee Jones como de Charlize Theron. Nos gusta detenernos en esta gran actriz que sorprende, una vez más, con otro registro al que sumar a su larga lista de sobresalientes interpretaciones.

El Valle de Elah fue donde tuvo lugar el enfrentamiento entre David y Goliath. Paul Haggis enmarca muy bien la película con ese título —incluso se refiere explícitamente a él en alguna ocasión— y consigue que nos atraiga la lucha de un solo hombre contra todo un sistema.


La Condesa Rusa (The White Countess de James Ivory, 2005). Ralph Fieness, Natasha Richardson, Vanessa Redgrave. (Televisión de Galicia, domingo 20 a las 03:00)

La Condesa Rusa es la última obra fruto de la legendaria colaboración entre el director estadounidense James Ivory y el productor hindú, que falleció ese año, Ismail Merchant. Sus películas siempre se han destacado por un perfecto retrato de personajes y de ambientes, aunque se me antoja que esta vez han profundizado más en ambos campos. Veamos por qué:

Primero el ambiente. Shanghai es una de las ciudades más cinéfilas que han existido. Desde Von Sternberg hasta nuestro Fernando Trueba, la capital china ha sido llevada a la gran pantalla en numerosas ocasiones... leer más.

domingo, 6 de marzo de 2011

EL DEMONIO BAJO LA PIEL (The Killer Inside Me de Michael Winterbottom, 2010)

En estos tiempos cinematográficos que corren resulta muy difícil encontrar una película original. Suponemos —y esperamos— que no es por falta de ideas. Nos tememos que la razón es la ausencia de coraje. La escasez de valor cunde entre productores, y cineastas en general, cuando no se atreven con un argumento virgen y prefieren otro que ya haya pasado la prueba de la taquilla. Sólo en contadas ocasiones podemos encontrarnos con películas que intentan mejorar otras que pasaron sin pena ni gloria. Es el caso de El Demonio bajo la piel. Una versión actualizada de la cinta de Burt Kennedy, The Killer Inside Me (1976), basada a su vez en la novela homónima del especialista en literatura negra, Jim Thompson.


El largometraje de Michael Winterbottom se aparta del viaje del director inglés por la realidad social de su país, generalmente a través de dramas y comedias personales, y se convierte en una de las contadas paradas —todas excelentes— que el realizador británico ha practicado por los géneros tradicionales: el western, la ciencia-ficción o, como ahora, el cine negro.

Aunque debemos matizar: si bien El Demonio bajo la piel arranca como un film noir, pronto se torna en un thriller muy atractivo. Algo que parece estar de moda si pensamos, por ejemplo, en el intento más o menos afortunado de los hermanos Coen. (No es País para Viejos, 2007). Mientras allí, Ethan y Joel abrían varias brechas a una trama que finalmente se rompía en dos, aquí, Winterbottom, mantiene unida la historia para dirigirla con su maestría habitual.

Y es que la estructura de la cinta es perfecta. El realizador británico se apoya en unos cuantos crímenes para, entorno a ellos, avanzar por el descenso a los infiernos del protagonista: el agente Ford (Casey Affleck en uno de sus mejores trabajos). En todos los asesinatos, Winterbottom juega con las pulsiones de verdugo y víctima hasta el desenlace final de cada secuencia. Son escenas que guardan cierta armonía con la propia personalidad del personaje principal: un policía con un exterior apacible, pero con un interior en plena ebullición. Así, en cada episodio, la situación se va tensando gracias al apoyo de unos diálogos aparentemente relajados, pero cargados de intención. En el momento en que la cuerda no puede estirarse más se produce la explosión; un clímax, aunque esperado, siempre sorprendente y que tiene su máxima expresión en uno de los finales más espectaculares que hemos podido ver en los últimos años.


La organización fílmica no es el único activo de esta interesante película. También lo es el excepcional elenco de actores con el que esta vez se ha hecho acompañar Winterbottom. Un casting donde sólo cojea Bill Pullman en un papel desdibujado, al que le falta profundidad, posiblemente por un fallo de guión a la hora de trasladar el personaje de la novela a la pantalla. El resto del reparto no puede ser más adecuado. Encabezado por Affleck, también brilla nuestro admirado Elías Koteas, en un personaje enigmático muy típico del cine negro; el veterano Ned Beatty, en su mejor registro; y las actrices Kate Hudson y Jessica Alba, en algo que ya viene siendo habitual en el thriller moderno desde Mujer Blanca Soltera busca (Single White Female de Barbet Schroeder, 1992): encarnar a dos personajes cuyo parecido físico será determinante en la trama.

Antes de finalizar, una confesión: tenemos que reconocer que si Michael Winterbottom no hubiera sido el responsable de esta película, nos la habríamos saltado sin pestañear; tal es nuestra aversión a los remakes. Si no lo hemos hecho ha sido para no interrumpir el seguimiento que venimos haciendo del recorrido cinematográfico del buen director inglés. Algo de lo que aún no nos hemos arrepentido.

Ver ficha de El Demonio bajo la piel.


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