Desigual
jornada la de ayer en el festival de cine europeo de Sevilla. Al parece vamos
saltando de una película aceptable a otra desastrosa, qué se le va a hacer. Comentaremos
primero, muy brevemente, la que menos nos gustó para luego centrarnos en la
cinta serbia:
Stray Dogs (Jiao you de Tsai
Ming-Liang, 2013), que así se llama el largometraje que sufrimos ayer, es una
película de Taiwán coproducida con Francia (de ahí que se haya colado en el
certamen) que narra cómo sobreviven en la gran ciudad un padre y sus dos hijos
pequeños, ayudados los tres por una peculiar dependienta de un supermercado. Nada
más. Una trama tan plana como una pista de tenis, que el director Ming-Liang ha
querido desarrollar (¿?) a base de planos fijos interminables (pudimos cronometrar
uno, tan aburridos estábamos: y sé que fueron ¡más de 15 minutos!). Lo que
consiguió el realizador, desde la primera media hora de proyección, fue el
goteo continuo de espectadores levantándose de la butaca para salir huyendo de aquel
despropósito. Siempre me arrepentiré de haberme quedado hasta el final para ver
si el laaaargometraje se arreglaba. Iluso
de mí.
Y ahora
sí, vayamos a lo que merece la pena, la buena película de Srdan Golubovic que
compite por el premio del público y, por lo visto hasta este momento, se nos
antoja que parte como la gran la favorita:
Estamos
en 1993, en Trebinje, Bosnia-Herzegovina, en pleno conflicto yugoslavo: el fanático
Todor y dos soldados serbios más, intentan linchar en la plaza del pueblo al bosnio Haris, el encargado del quiosco de prensa y tabaco. Marko, otro militar serbio, y su amigo,
el médico Nebogsa, son testigos de la pelea. Marko se dispone a intervenir para
evitar el asesinato… Sabemos que algo terrible ha ocurrido, pero el director
nos deja con el suspense y da un salto hacia adelante. Doce años más tarde, en
tres lugares distintos se vuelven a encontrar las víctimas del suceso y los agresores
o sus familiares: la novia y el padre de Marko; la viuda y el hijo de uno de
los militares que ha fallecido en la guerra; el doctor Nebogsa que ahora tiene
en las manos a Todor, gravemente herido en un accidente de coche; Haris, que
puede saldar la deuda contraída con Marko, pero que tendrá que volver a poner su vida en peligro,… Todos se vuelven a encontrar, como decimos, pero en circunstancias totalmente diferentes.
El círculo de las relaciones, abierto ese día en la plaza de Trebinje, se dispone
a cerrarse entre ellos.
Un guión
muy atractivo ya es una baza que suele jugar a favor de cualquier filme, si
además está bien realizado, bien llevado desde la parte técnica —ahora veremos—,
y bien interpretado, el éxito es casi seguro. Es el caso de Circles: el director serbio utiliza el buen recurso de guión de dejar sin finalizar la primera
secuencia para lograr que el espectador se pregunte, durante la primera parte de la
película, ¿quiénes son los nuevos personajes que aparecen en la historia?, ¿qué
relación tienen con el suceso?, ¿qué pasó exactamente en Trebinje?, ¿cómo se
comportarán agresores y víctimas después de tantos años?
Mantener
al espectador enganchado es un activo importante, pero es un arma de doble
filo: hay que explicarlo bien todo. No podemos asegurar si la trama queda
suficientemente clara, sin ningún cabo suelto, dado el murmullo en la sala, con
las preguntas anteriores y alguna más. Para nosotros sí queda bien expuesto y,
por tanto, suponemos que para el resto del público también. Desde luego, lo que
consigue Golubovic es dar lugar al comentario y a la discusión, algo que
siempre es bueno al salir del cine.
Si la
parte argumental es destacable, no lo es menos la puesta en escena y los
encuadres de transición que el realizador serbio fotografía: son planos
generales de los personajes siempre delante de alguna fachada castigada por los
años, las crisis y las guerras, o por muros desconchados, todo para recordar el
duro entorno y el rencor que planea todavía por las ciudades balcánicas. También
la música cumple el mismo objetivo, el de acompañar al drama y enfatizar el
perdón; cuando éste por fin llega.
Guión,
recursos técnicos y más que correctas interpretaciones —varios actores repiten colaboración
con Golubovic, véase el reparto de su anterior película, La Trampa (Klopka, 2007)— son más que suficientes
para darle una buena nota a esta cinta que, aunque esté basada en hecho reales,
adolece del mismo defecto de casi todos los largometrajes que vienen de la
antigua Yugoslavia: insistir siempre en el mismo tema. Comprendemos que la
guerra esté todavía muy presente y que la reconciliación es algo necesario,
incluso urgente (la película, de hecho, es una coproducción serbio-croatra-eslovena),
pero dado el talento que demuestran los directores de esta generación, nos gustaría
ver otro tipo de cine. Suponemos que con el tiempo así será.
Ver Ficha de Circles.