Quitando el prólogo, donde Ophüls nos muestra a una Joan Bennett como el centro de una familia de clase media, agobiada por las facturas y la educación de sus hijos, el largometraje tiene dos partes claramente diferenciadas. En la primera, aparece un James Mason amenazante, con traje oscuro y muy seguro de sí mismo. Mason irrumpe en el domicilio de la protagonista, con los miembros de la familia alrededor, de tal forma que la presión delictiva que ejerce sobre ella se sitúa al mismo nivel que la que puedan ejercer el suegro o la hija del ama de casa en la vida cotidiana. Pero es que el propio Ophüls -y a esto se debe, en gran parte, el atractivo de la cinta- no deja de perseguirla con la cámara, consiguiendo así aumentar la sensación de estrés. Su estilo personal, siempre acompañado de largos planos, de travellings con objetos difuminados en primer plano, o su obsesión por las escaleras, multiplica la ansiedad de la heroína -y la del espectador- hasta niveles casi intolerables.
A partir de una llamada telefónica del chantajista -magistral primer plano de James Mason- la situación cambia radicalmente y nos introduce en la segunda parte, donde el delincuente se siente atraído por su victima y se enfrenta a su socio para liberar al ama de casa y de paso redimir sus pecados.
La película sorprende con el acuerdo a que llegan Mason y Joan Benett: no admitir la culpa y dejar que la policía detenga a un tercero. Es un golpe de efecto más que audaz en aquellos años donde, en Hollywood, imperaba un estricto código moralista. Sin embargo, las cosas no resultan tan sencillas y la situación cambia de nuevo cuando el socio de Mason decide actuar. Este ir y venir del guión refleja una posible tensión entre el realizador y los productores, aunque finalmente el genial director alemán se lleva el gato al agua y consigue un falso "happy end" -¡bendita ambigüedad!- donde el culpable se "va de rositas" y no rinde cuentas a la sociedad.
Pese a esta trama tan entretenida, en Almas desnudas, Max Ophüls sigue fiel a su modo formalista de hacer cine. A la hora de plantearse una película daba casi más prioridad al “Cómo” contar la historia que al “Qué”. Para él, un movimiento de cámara determinado o un primer plano, no eran en absoluto gratuitos; todo lo contrario, eran sumamente importantes para dar el punto dramático que la historia necesitaba. Eso le distinguía de los demás artesanos y convertía sus películas en obras personales con un sello inconfundible. El sello de un maestro.
Ver Ficha de Almas desnudas.
Pese a esta trama tan entretenida, en Almas desnudas, Max Ophüls sigue fiel a su modo formalista de hacer cine. A la hora de plantearse una película daba casi más prioridad al “Cómo” contar la historia que al “Qué”. Para él, un movimiento de cámara determinado o un primer plano, no eran en absoluto gratuitos; todo lo contrario, eran sumamente importantes para dar el punto dramático que la historia necesitaba. Eso le distinguía de los demás artesanos y convertía sus películas en obras personales con un sello inconfundible. El sello de un maestro.
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