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martes, 17 de febrero de 2015

CINE Y TAPAS: EL NAVEGANTE (The Navigator de Buster Keaton y Donald Crisp, 1924)

Somos conscientes de que hemos tenido desatendida demasiado tiempo nuestra sección cinematográfico-culinaria (aunque no la costumbre de ir al cine y de tapear; esos hábitos  no los desatendemos); quizás por eso hemos querido volver a lo grande, con una obra maestra.


The Navigator es una genialidad nacida de la colaboración de tres enormes figuras del cine: Buster Keaton, Joseph M. Schenck y Clyde Bruckman. Del primero, del que sobran las presentaciones y que junto a Chaplin es la gran leyenda de la comedia, hablaremos más tarde. El segundo, a la sazón cuñado de Keaton, fue el productor que hizo posible películas tan importantes como la que hoy comentamos; un empresario que dejó total libertad de actuación al humorista y que cuando faltó (cuando Keaton pasó a ser un asalariado más de la Metro), ya nada llegó a ser lo mismo. Por último, Bruckman fue el excelente guionista y creador de gags que Keaton necesitaba. Juntos hicieron las no menos geniales Las tres edades, La ley de la hospitalidad, El moderno Sherlock Holmes y Siete ocasiones. Su fructífera colaboración terminó con la imprescindible El maquinista de la General, dirigida por ambos, aunque Bruckman también intervino en la que se considera la última gran cinta de Keaton: El cameraman.

En El Navegante, Keaton le da un matiz nuevo a su personajillo cuando lo viste de multimillonario, de joven rico que jamás ha hecho nada por sí mismo y que, después de ver a una pareja de novios, le entra el capricho de casarse con Betsy, su vecina de enfrente. La supuesta novia (Kathryn McGuire) es otra niña rica que tampoco ha dado un palo al agua en su vida. Tras una serie de mal entendidos ambos serán los únicos pasajeros y tripulantes de un barco a la deriva, “The Navigator”.


Como en los mejores filmes de Keaton, sus problemas con objetos y máquinas que no domina, o con la naturaleza hostil (en este caso con el océano) son la causa del conjunto de los muy bien conectados y excelentes gags. Con el agravante de que, en esta ocasión, a la habitual condición patosa del protagonista se le une lo perdido que se encuentra el personaje sin nadie que le sirva o cuide de él.

Otra novedad es lo bien acompañado que se encuentra Keaton cuando Betsy lucha codo a codo con él en su particular “batalla” contra los elementos. La joven abandona pronto su rol de joven bella en peligro (el habitual desencadenante de la acción en la mayoría de las cintas de "cara de palo"), para mostrarse igual de incompetente que su compañero, y para repartirse las risas de los espectadores.  

Sin duda, lo más divertido vendrá cuando la total ignorancia de la pareja en casi todo, y en especial en lo referente a la navegación, les haga ser más atrevidos de lo normal, con el peligro —y las risas— que eso conlleva.

Se preguntarán, después de esta pequeña presentación, ¿qué pinta una película de Buster Keaton en una sección gastronómica como esta? Pues bien, la solución se encuentra en los siguientes cinco minutos en los que Buster y Betsy se disponen a preparar un apetitoso desayuno de café con huevos y bacon. Y es que ¡no veas el hambre que entra con ese aire marino…!



 Ver Ficha de El Navegante.



Y ahora las tapas:

Casa La Viuda (Calle Albareda, 2, Sevilla)

En pleno centro de Sevilla, entre Sierpes y Tetuán —ahí es nada—, se encuentra este mesón que siempre ha presumido de ser el mejor bar de tapas de toda la ciudad y, por extensión, unos de los mejores de España. Un local con solera, que se inauguró en el siglo XVII y estuvo al servicio de los sevillanos hasta 1950. Tras un periodo en el que se pasó al bando de las entidades financieras, el bar fue recuperado para volver a ser un referente en esto del buen comer. Y no lo decimos nosotros solo, es una casa recomendada por las mejores guías, entre ellas la Michelín de la que tiene el orgullo de ser el primer bar andaluz en alcanzar, en 1930, una de sus codiciadas estrellas.

La fama de La Viuda no es de extrañar si echamos un vistazo a la variadísima carta que aguarda en casa mesa de su céntrica terraza o del interior del local. Allí podremos saborear platos tradicionales, “de cuchareo”; tapas y raciones de pescaíto frito; todo tipo de ensaladas —no se pierdan los cogollos— y, en general, buena cocina andaluza de siempre con materia prima de alto nivel. Guisos del día como las papas con bacalao o la caldereta de venado son muy apreciados; también las croquetas de jamón y del caldo del cocido o las patatas a lo pobre con gulas al ajillo son conocidos por sus parroquianos.

En fin, un bar, éste, ideal para reponer fuerzas después de las compras o de los paseos por el centro. Aquí todo, de verdad que todo, está bueno; se lo dice alguien asiduo a Casa La Viuda.


jueves, 14 de agosto de 2008

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 15 al 21 de agosto de 2008)

Muchas e interesantes películas han programado las diferentes cadenas nacionales y autonómicas para este puente de agosto. Las que yo recomiendo grabar son todas las de la siguiente tabla:

Pinchar en la tabla para verla mejor (las películas en rojo no son necesariamente las mejores, son las que se comentan más abajo)

Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:


Grupo Salvaje (The Wild Bunch de Sam Peckinpah, 1969). William Holden, Robert Ryan, Ernest Borgnine, Edmon O’Brien, Warren Oates, Ben Johnson.

Grupo Salvaje es una película que no ha hecho sino crecer con el paso de los años y hoy en día podemos decir, sin riesgo a equivocarnos, que es la obra maestra de Sam Peckinpah y la más representativa del llamado western crepuscular... leer más




La Quimera del Oro (The Gold Rush de Charles Chaplin, 1925). Charles Chaplin, Mack Swain, Georgia Hale.

Quien quiera ver los mejores momentos de Charlot que se prepare porque aquí van:
- Cómo comerse una bota como si fuera un lenguado, con espinas y todo; y de acompañamiento los cordones, a modo de espaguettis.
- Cómo inventarse el baile de los panecillos de pan, con dos tenedores y sendos bollos de pan.
- Cómo sentirse con resaca hasta la extraña sensación de que la casa se mueve, pero... ¿se mueve de verdad?

Estamos ante una de las obras maestras de Chaplin (tiene al menos media docena de ellas); trata del famoso vagabundo y sus aventuras en el Yukon en busca de oro. Allí comparte su suerte con un asesino, un buscador de oro fortachón y una bailarina de salón, que le da calabazas el día de nochevieja; es en ese momento cuando vemos al charlot tragicómico, el que tanto enriqueció con esas secuencias dramáticas su propia carrera cinematográfica.



Melodías de Broadway 1955 (The Band Wagon de Vincente Minnelli, 1953) Fred Astaire, Cyd Charisse, Oscar Levant.

The Band Wagon es el musical por excelencia; con Minnelli en plena forma. Una cinta inolvidable realizada para entretener, como anuncia en el arranque, y subraya en el final, la letra de la famosa canción que sirve para representar al Cine: "That's Enterteinment"... leer más.




La Alegre divorciada (The Gay Divorcee de Mark Sandrich, 1934) Fred Astaire, Ginger Rogers.

¿Tiene problemas en su vida? ¿Se siente estresado, o triste? Pruebe a grabar esta película legendaria y véala las veces que sean necesarias. Le aseguro que notará una pronta mejoría a medida que se sumerja en esta historia sencilla de chica conoce a chico, se enamoran, se pelean y finalmente se casan. La sonrisa volverá a su rostro cuando comiencen los bailes de la pareja más legendaria de la historia del musical: Fred Astaire, Ginger Rogers.

Enmarcados en decorados imposibles –¡esas habitaciones de hotel no pueden existir!- parece que Fred Astaire y Ginger Rogers vuelen por la pantalla. Desde la torre de control, el vuelo es seguido por una prodigiosa cámara en movimiento, del director que mejor supo filmar a la pareja: Mark Sandrich. A destacar el número final: “El Continental”, un baile que se hizo famosísimo en la época y cuya secuencia dura... ¡casi 20 minutos!

Antes de administrar la dosis de fotogramas consulte a su farmacéutico de los posibles efectos secundarios, como el de la persistencia en su mente de una melodía que dice aquello de: ”...kiss while you dancing, the Continental, the Continental...”



Cruce de Destinos (Bhowani Junction de George Cukor, 1956) Ava Gardner, Stewart Granger.

Una atípica producción de los años cincuenta, pues no se trata sólo de "una de aventuras" en Cinemascope, con Granger de héroe, si no una película psicológica, donde una anglo-india (Ava Gardner) se debate entre ser hindú u occidental; entre su novio mestizo como ella o el coronel inglés; entre confesar un asesinato o no hacerlo. Muy buena interpretación de Ava Gardner, gracias a la hábil dirección del especialista en mujeres, George Cukor; y excelente la ambientación de una India próxima a su independencia.



La Bella y la Bestia (La Belle et la Bete de Jean Cocteau, 1946) Josette Day, Jean Marais, Marcel André.

Se trata de la mejor adaptación del clásico cuento infantil de Madame Leprince de Beaumont (le sigue de cerca la versión de Disney de 1992)... leer más



Cabalgar en solitario (Ride Lonesome de Budd Boeticher, 1959) Randolph Scott, Karen Steele.

Western del especialista Boetticher a beneficio de Randolph Scott que se hizo de “oro” gracias a participar en los beneficios de las películas que rodaron juntos... leer más




El Gran Flamarion (The Great Flamarion de Anthony Mann, 1945) Erich Von Stroheim, Mary Beth Hughes.

El largometraje contaba la historia de un tirador excepcional (Flamarion, interpretado por Erich Von Stroheim) al que un matrimonio le servía de blanco en su número circense... leer más

martes, 10 de junio de 2008

UNA VIDA DIFÍCIL (Una Vita Difficile de Dino Risi, 1961)

Desde los primeros cortos de Charles Chaplin, la comedia no ha dejado de evolucionar. En aquellas historias predominaba el slapstick, pero ya asomaba una nueva forma de narrar: la típica del payaso que, bajo su risueño maquillaje, esconde una vida triste y desgraciada. Chaplin lo bordó en sus posteriores largometrajes; y otros directores se encargaron de modernizar el género humorístico utilizando la misma base: la tragicomedia. Uno de ellos fue Dino Risi, y Una Vida Difícil es una buena muestra de ello.


La película viene a ser una de las mejores "Comedias a la Italiana". Se trata de un guión de Rodolfo Sonego, el habitual guionista de las cintas donde trabajaba Alberto Sordi. El actor da vida a un escritor fracasado de izquierdas que trata en vano vivir de acuerdo a sus principios, pero tanto su mujer (Lea Massari, espléndida) como sus amigos intentan que no se resista y que se deje llevar por la corrupción y la vida fácil, para salir de la miseria.

Risi aprovecha la vida de este peculiar personaje para retratar casi veinte años de la historia de Italia: desde la guerra, con la ilusión de partisanos y combatientes, hasta el desarrollo de los sesenta, pasando por la posguerra del hambre y la república.

Tiene todos los ingredientes de la llamada comedia a la italiana, es decir humor, sátira y drama todo hábilmente mezclado para que Risi profundice en la crítica. Como hará en la posterior La Escapada (Il Sorpaso, 1962), el director arremete contra la burguesía surgida en la posguerra y afianzada en el desarrollismo; pero también denuncia la corrupción, enchufes y amoralidad de los nuevos empresarios, y de la propia Administración. Nadie se salva de la quema, tampoco el pobre personaje que cae una y otra vez en desgracia. Y es que el mayor atractivo del largometraje descansa en las idas y venidas de Alberto Sordi. Su vida transcurre entre las tentaciones -poco honestas- de prosperar, y sus arranques heroicos, que terminan por estropearlo todo.


En este sentido destaca el último tercio de la película. Sobre todo la secuencia que parece el colofón de la cinta, en un final digno del mejor Chaplin: un plano general larguísimo con Sordi a contracorriente del tráfico. La metáfora en vez de cerrar el largometraje conduce a un epílogo que es casi lo mejor del filme; ese que transforma la carcajada en una mueca amarga.

Sirva el comentario de Una Vita Difficile para recordar a uno de los más inteligentes cineastas; aquél que fue capaz de conseguir expresar con imágenes el sentido del olfato, a través de un invidente que reconocía a las mujeres por el perfume; el responsable de la creación de personajes inolvidables, de estafadores, desdichados y caraduras, dentro de un género nuevo que prácticamente inventó: La Comedía a la Italiana.

El sábado pasado fallecía Dino Risi, con su pérdida el Cine se queda cada vez más huérfano.

Ver Ficha de Una Vida Difícil.

lunes, 12 de mayo de 2008

UMBERTO D. (Vittorio de Sica, 1952)

No es la primera vez que hablamos en este blog de Vittorio de Sica –ni será la última-, si anteriormente alabábamos su forma de actuar, hoy nos referiremos otra vez a su buen hacer como director comentando la tercera entrega de su trilogía neorrealista. El realizador italiano tras la influyente El ladrón de Bicicletas (Ladri di Biciclette, 1948) y el cuento Milagro en Milán (Miracolo a Milano, 1950), con Umberto D. consigue llegar a lo más alto del movimiento cinematográfico iniciado tras la Segunda Guerra Mundial. Con las normas de proceder de Cesare Zavattini (guionista y verdadero líder espiritual del Neorrealismo) y la habilidad de Vittorio de Sica para conseguir emocionar con imágenes –no creo que haya mejor definición de Cine-, Umberto D. puede considerarse una de las más grandes cintas de todos los tiempos.


La película arranca con una manifestación de jubilados que reivindican una mejora de las pensiones. Poco a poco la cámara se centra en uno de ellos, en el personaje que da nombre al título. Y aquí viene la primera genialidad: el binomio De Sica-Zavattini parece que deja al objetivo elegir entre uno de los muchos ancianos que corretean por las calles, con el propósito de espiar su vida cotidiana -de hecho ni siquiera dan su apellido en el título del filme-, todo para subrayar el carácter “anónimo” que necesita la trama y para que el espectador sienta que lo que le ocurre a este personaje puede muy bien pasarle a cualquiera.

Lo siguiente es una trama sencilla -en apariencia- donde nuestro personaje se vuelve cada vez más entrañable y cercano. De Sica lo sitúa en una pensión cuya dueña utiliza la habitación de Umberto como casa de citas; o hace obras en ella sin avisarle; o le presiona con el alquiler para conseguir echarle a la calle. A pesar de todo esto, el drama no cae en el folletín gratuito gracias a la inclusión de ciertos elementos realistas muy adecuados: el propio carácter del anciano, con las miserias y manías propias de su edad; la presencia de María, la criada de la pensión, la única amiga de Umberto cuyo “embarazoso” secreto hace que también tenga los días contados en la pensión; y el perro “Fly”, un personaje que el realizador exprime al máximo –en el buen sentido de la palabra- para lograr que la película sea irrepetible.


El filme resulta a veces de una tensión dramática insoportable (como la angustiosa secuencia en la perrera o la escena final), pero siempre de una riqueza extraordinaria. Y es que De Sica incluye algunos planos más propios de una comedia de cine mudo que de un drama; supongo que inevitables para un director tan influenciado por Chaplin en casi todas sus cintas. Otras escenas –la mayoría- siguen las premisas neorrealistas al pie de la letra. Así, el espectador “se cuela” en la cocina donde duerme María y asiste hipnotizado a los quehaceres cotidianos de la muchacha; o presencia los cuidados de un hospital, donde la mayoría de los enfermos simulan una dolencia con tal de conseguir dormir en una cama y comer caliente.

La alternancia de planos legendarios da pie a estudiar una y otra vez esta maravilla, pero también la sucesión de metáforas son dignas de una tesis cinematográfica. Un ejemplo: como queda dicho, una de las cosas que unen a Umberto y María es la inmediatez de su salida de la pensión, pero si nos fijamos en las causas veremos que Umberto es despreciado por su vejez, mientras María lo es por su estado de buena esperanza. La vida y la muerte luchando juntas en un mundo de miseria y posguerra.

Para terminar, sólo me queda apoyar las recomendaciones que se hacían, con motivo de la revisión de Umberto D., desde un programa de televisión ya desaparecido, las mismas que hicimos desde aquí con motivo del comentario de Cuentos de Tokio: es una película que debería ser obligatoria para todos los estudiantes en colegios e institutos, no sólo por invitar a que pongamos más de nuestra parte en el cuidado de nuestros mayores, sino porque su visión nos hará ser mejores personas.

Ver Ficha de Umberto D.

domingo, 27 de abril de 2008

LARGA JORNADA HACIA LA NOCHE (Long Day's Journey into Night de Sidney Lumet, 1962)

Larga jornada hacia la Noche se trata de una cinta basada en la obra de teatro homónima de Eugene O’Neill, por la que el escritor recibió el premio Pulitzer en 1956. El padre del teatro moderno americano, muy cercano al mundo de Hollywood (varias de sus obras fueron llevadas al cine y además era suegro de Charles Chaplin), plasmó en el papel -como si de una terapia se tratase- lo ocurrido en su juventud, en el seno de una familia muy peculiar.


Sidney Lumet se encargó de adaptar la historia a pesar de que presentaba algunos, muy serios, inconvenientes. De entrada toda la acción se desarrolla en un día de verano y, prácticamente, en un único decorado: la casa de los O’Neill -aquí los Tyrone-. Una curiosidad: el nombre de Tyrone lo eligió el autor con toda intención, para recordar a su antepasado irlandés Hugh O’Neill, conde de Tyrone; un patriota que causó la mayor derrota a los invasores ingleses, capitaneados por el conde de Essex, allá por el año 1599. De este hecho se hace eco el famoso filme La vida privada de Elizabeth y Essex (The Private Lives of Elizabeth and Essex, de Michael Curtiz, 1939).

Con Long day’s Journey into Night Lumet realiza uno de sus mejores trabajos; aunque llevaba dirigidas pocas cintas, su experiencia en producciones televisivas y, sobre todo, su excelente filme Doce hombres sin piedad (Twelve Angry Men, 1957) resultaron decisivos en el acabado final.

El largometraje arranca “aireado”, lejos de su origen teatral, con lo que parece ser una familia feliz charlando amistosamente en el campo, cerca de su casa. A medida que el espectador va conociendo las miserias de cada personaje, éstos van refugiándose dentro de la vivienda para ya no volver a salir más. Aquí es donde se luce Lumet. Nadie como él para reflejar el estado de angustia y la violencia psíquica de los personajes. De la misma forma que en Doce hombres... el director se encontraba en su salsa rodando en interiores, con luz cada vez más dura –y escasa-; apoderándose de todos los ángulos posibles, con una cámara que no daba respiro a los protagonistas de este drama.


Pero lo mejor de la cinta es el duelo interpretativo entre los cuatro actores principales: Katharine Hepburn, que encarna a la madre desesperada y adicta a la morfina desde el nacimiento de su hijo menor; Ralph Richardson se hace con el papel del marido, un actor en horas bajas, tacaño hasta la miseria y causante de la adicción de su mujer debido a una mala –pero barata- medicación; Jason Robards es el hijo mayor, un alcohólico celoso de su hermano pequeño, incapaz de encontrar su sitio en la vida y forzado a tomar la misma profesión que su padre; y Dean Stockwell el menor de los Tyrone, un marinero aquejado de tuberculosis, con dotes de escritor, sin duda el alter ego del propio O’Neill. Todos ellos centrados en su desesperación e incapaces de ayudar al resto. Cualquier profesional que leyera el guión consideraría los personajes como un regalo llovido del cielo e intentaría dar lo mejor de sí mismo. Eso fue lo que ocurrió: todas las interpretaciones brillaron a gran altura y la crítica fue unánime al considerarlas como legendarias; tanto es así que ganaron –los cuatro- el premio al mejor actor en el festival de Cannes.

Si hay que destacar una actuación por encima de las demás es la de Katharine Hepburn. Los cambios de carácter –y por tanto de registro-, propios de una drogadicta, y la intensidad y fuerza de su interpretación provocan una impresión al espectador difícil de olvidar. Sólo el duro trabajo podría ser la causa de tal efecto. Y así era: Sydney Lumet, al comienzo del rodaje, le propuso a la actriz empezar los ensayos un día determinado, ella le respondió que quería una semana más; cuando el director le preguntó el motivo, Katharine Hepburn le contestó algo parecido a esto: “porque si no tú sabrás más acerca del guión que yo”.


jueves, 31 de enero de 2008

MI TÍO (Mon Oncle de Jacques Tati, 1958)

Unos créditos, sobre tablones de anuncios, y el ruido de la maquinaria de una obra cercana, dan paso a una secuencia donde unos perros callejeros corretean por los suburbios de la ciudad mientras suena una famosísima composición musical. Es el arranque de Mon Oncle, una obra de arte –con marco y todo, ya que la citada escena de los canes se repite al final- de Jacques Tati.

En Mi Tío, pese al inevitable paso de los años, se abordan dos temas que no tienen fecha de caducidad: la pérdida de personalidad que supone vivir acorde a las exigencias del desarrollo –desarrollo “comercial”, no humano-; y el abandono de los hijos como consecuencia directa de dicha situación. Las dos cuestiones son hábilmente tratadas bajo el punto de vista de Monsieur Hulot (el trasunto del propio Jacques Tati) cuando su cuñado decide darle un empleo en la fábrica donde trabaja para mantenerle alejado de su hijo pequeño y, de lo que él cree, son malas influencias. Gracias al humor contenido -y no exento de dramatismo- Tati consigue transmitir al espectador su ansia por parar el mundo en el que le ha tocado vivir.

El cineasta galo pasa por ser el mejor cómico que ha dado nuestro país vecino (sólo con Mi Tío consiguió un Oscar y el premio especial del jurado en Cannes), muy por encima de los excesos de Louis de Funes y más creativo que Fernandel o Bourvil. Y más original. Su estilo ha sido estudiado hasta la saciedad y, mientras unos aseguran que Tati pertenece a un humor, digamos judío, emparentado muy de cerca con aquellos pioneros del cine mudo (Keaton, Lloyd o el mismísimo Chaplin), otros creemos que posee una personalidad propia al reinventar la comedia; aunque eso sí, lo hace partiendo de principios clásicos.



Es cierto que casi la totalidad de su obra –MiTío es un ejemplo claro- trata un tema ya desarrollado por Chaplin en Tiempos Modernos (Modern Times, 1936): la difícil adaptación del hombre a la vida moderna. Incluso ambos cineastas se valen de un personaje universal (Charlot, Hulot) para protestar y revelarse, a su modo, ante esta situación. Pero, aunque el fondo sea el mismo, la forma desde la que Tati plantea la trama es sensiblemente diferente: así, los planos generales adquieren mayor importancia al ser el entorno casi tan importante como los personajes, tanto que sus cintas se consideran como obras de culto para los arquitectos de todas las épocas –véase la casa del cuñado, eje central de la trama, que hasta posee “ojos”que vigilan en la oscuridad; o el edificio donde vive Hulot, que recuerda al “13 Rue del Percebe” de F.Ibañez-; es diferente también el uso comedido del slapstick, que provoca más la sonrisa que la carcajada, pero que asegura su continuidad a lo largo de todo el metraje; y, sobre todo, destaca la minuciosidad en la elaboración de los gags.

Esto último, que ha sido muy criticado, nos parece fundamental para entender la obra del genial director. Y es que cuando Tati planifica hasta el mínimo detalle parece una victima más de aquello que denuncia. Sólo hay que presenciar como discurre el tráfico en sus calles: los vehículos prácticamente iguales, de tres en tres, perfectamente alineados; perfectamente alienados. Sólo hay que ver a esos perros callejeros del arranque. Sus correrías por las calles desiertas, al amanecer, nos llevan a la mansión donde se van a desarrollar los hechos. Uno de ellos, a regañadientes, traspasa la verja en calidad de resignada mascota. El resto se queda fuera; como Jacques Tati: son los que se resisten a formar parte del sistema.


Ver Ficha de Mi Tío.
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