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lunes, 21 de octubre de 2019

2 X 1: "ARIEL" y "LA CHICA DE LA FÁBRICA DE CERILLAS" (Aki Kaurismäki)

Ariel (1988)

En la segunda mitad de los ochenta, el director finlandés, Aki Kaurismäki, dirige una trilogía de dramas personales muy similares, pero progresivamente más audaces en su trama y a la vez más surrealistas.

La primera de las cintas, Sombras en el paraíso (Varjoja paratiisissa, 1986) es, dentro del singular modo de filmar del realizador escandinavo, la más convencional de todas. La estructura de la trama es la conocida de chico conoce a chica, se pelean y se reencuentran; base de partida para el resto de la trilogía, aunque con matices.

En Ariel, segunda de la serie, Kaurismäki rueda una tragicomedia con el atractivo y característico humor negro de su cine, donde también propone una historia de amor como eje de la trama. Si bien, la película arranca con el personaje masculino en crisis (cierran la mina donde trabaja, su padre se suicida, le roban el finiquito, etc.). Nada parece salirle como es debido cuando, en el colmo de los males, se le estropea el coche descapotable que ha heredado: la capota no funciona, no se cierra, y el automóvil se encuentra a merced de las inclemencias de un tiempo helador, precisa metáfora de la situación en la que se encuentra el protagonista.



Cuando intenta vengarse del robo que acaba de sufrir, termina en la cárcel donde conoce a otro fracasado como él (el mismo actor principal de Sombras en el paraíso). En el interín de tanta calamidad, nuestro personaje establece una relación amorosa con una chica peculiar. Una mujer que intentará ayudarles a salir de la cárcel para terminar de estropearlo todo.

Rozando el género negro, pero con el desdramatizado estilo del director, transcurre la película entre altibajos de dicha relación central. Kaurismäki deja que los personajes respiren para insinuarnos algo en lo que parece creer si nos atenemos al resto de su filmografía: el amor puede arreglarlo todo; o casi.




La chica de la fábrica de cerillas (Tulitikkutehtaan tyttö, 1990)

La mejor de las tres cintas, al menos la más premiada, es La chica de la fábrica de cerillas. Otra tragicomedia con cierta relación con el célebre cuento de Christian Andersen, La cerillera (también con La cenicienta).

Kaurismäki ahora se centra en el personaje femenino, interpretado por Kati Outinen, la misma actriz protagonista de Sombras en el paraíso. Kati es una mujer que trabaja en la empresa del título, para mantener a su madre y al caradura de su padrastro. El empleo alienante no facilita las cosas, tampoco el resultado de la relación de una noche con un hombre de clase acomodada. Embarazada y rechazada por el sujeto, que solo accede a pagar el aborto, Kati decide emplear medidas drásticas contra todos aquellos que la maltratan.

La chica de la fábrica… es de nuevo un drama cómico o una comedia dramática, como se quiera, donde destaca el humor negro y la elegante forma de rodar del, para mí, genial director nórdico.



Con un cine de altura, proponiendo casi siempre dramas con trasfondo social, la mirada de Kaurismäki suele fijarse en el entorno hostil de la clase trabajadora, donde predominan los oficios en los que las personas pierden su identidad; o, sencillamente, donde reina el paro. La clase baja, las viviendas desportilladas, el triunfo del amor ––aunque en este filme, ni eso––, y, sobre todo, el singular humor, hacen llevaderas historias como la que comentamos hasta transformarla, prácticamente, en una parodia.

Un estilo de planos fijos, sin apenas diálogos, con prioridad casi obsesiva por la imagen (cine puro) es lo que nos regala, en cada una de sus películas, el hijo de Mika Kaurismäki, otro grande. Cine directo, imágenes limpias (me recuerda a Hitchcock), actores fijos, planos detalles, son los elementos, la firma, de uno de los mejores directores europeos del momento; y de siempre.







lunes, 10 de junio de 2019

2 X 1: "LA MACCHINA AMMAZZACATTIVI" y "DÓNDE ESTÁ LA LIBERTAD" (Roberto Rossellini)

La macchina ammazzacattivi (1952)

El creador del neorrealismo fue también el primero que se colocó en la disidencia. Hablamos de Rosselli, claro, aunque la afirmación anterior no debe tomarse al pie de la letra porque el cambio no fue tan radical. En efecto, Roberto Rossellini, creador de la célebre e influyente trilogía neorrealista (Roma ciudad abierta, Paisá, Alemania año cero), afrontó la década de los cincuenta con una serie de películas protagonizadas por su nueva musa, Ingrid Bergman, no como una ruptura total con el movimiento que creó, sino más bien como una evolución hacia lo que se ha llamado cine moderno.

No obstante, entre Europa ‘51 (1952) y su obra maestra Te querré siempre (Viaggio in Italia, 1954), el director italiano realizó dos rarezas que aún navegaban a caballo del neorrealismo, aunque ninguna de las dos pueda considerarse un ejemplo puro de dicha corriente. Son dos tragicomedias que el realizador se planteó como un divertimento, y que vistas hoy en día se nos antojan un par de joyas necesitadas de urgente reivindicación.

La primera, La macchina ammazzacattivi, la más neorrealista de las dos, en realidad fue rodada en 1948 y permaneció congelada cuatro años hasta su estreno. Se trata de una variedad fantástica del movimiento, igual que su coetánea Milagro en Milán (Vittorio de Sica, 1951). La trama es tan increíble como la cinta de De Sica: un fotógrafo cree que se le ha aparecido el santo patrón del pueblo, cuando en realidad ha sido el mismísimo demonio. El ángel caído le otorga un curioso, pero letal poder: acabar con la vida de los que fotografía. El hombre usa lo que cree que es un milagro para eliminar a los malvados, pero pronto se da cuenta de que algo falla: cuando mata a uno, surgen dos peores.



El filme es una crítica social en toda regla contra lo mucho que hay de malo en el ser humano. Rossellini no deja títere con cabeza y arremete contra todo lo que ve. Aunque nadie en la cinta es bueno, los políticos se llevan la peor parte al ser los blancos preferidos del realizador.

Para que la acidez del mensaje no deje un mal recuerdo, el inteligente cineasta utiliza con habilidad el humor negro, la comedia y los trucos cinematográficos a lo Méliès. Esto último como si fuera una suerte de ejercicio nostálgico para homenajear a las películas mudas clásicas, precisamente cuando él se encontraba al frente del cine más moderno.  

Dónde está la libertad (Dov’è la libertà…, 1954)

El siguiente largometraje de Rossellini, justo antes de Te querré siempre, es otra comedia sarcástica en contra de lo peor del ser humano, quizás más corrosiva que la anterior en cuanto narra las desventuras de un presidiario, que prefiere volver a ingresar en la cárcel antes de pasar un día más “libre”. Cortada por los productores, con escenas rodadas por Fellini y Monicelli, la cinta fue un fracaso en su día; no obstante, y contra todo pronóstico, la película ha mejorado sensiblemente con el tiempo.

Al ser un actor archiconocido (Totò) el protagonista de la cinta, Rossellini se aleja premeditadamente de los preceptos del neorrealismo. Y lo hace con buen criterio porque de todas formas la trama no puede ser más surrealista. Solo hay que ver cómo arranca el filme: con el juicio más absurdo de la historia cuando el acusado no desea otra cosa que volver a ser encerrado; mientras, el abogado, el fiscal y el juez no saben a qué atenerse.

A partir de esta escena, un largo flashback explica cómo se ha llegado a esa situación, cómo Totò ha buscado por todos los medios vivir una vida normal sin conseguirlo. Desde que sale de la cárcel, Totò busca en vano una mujer con la que casarse y comenzar una nueva vida, pero se encuentra con toda clase de gente que solo quiere aprovecharse de él: así, unas parejas de baile de un maratón quieren estafarle; un antiguo compañero de celda lo usa para introducir dinero falso; y, ––lo peor para el final–– su familia política pretende que vuelva a cometer asesinato para librarse de un judío, ¡que acaba de regresar de Auschwitz!, para reclamar lo que es suyo.



Descontento con la sociedad ––como el propio Rossellini–– Totò pergeña un plan para volver a ingresar en su celda. En el juicio, las cosas suceden al revés: Totò apoya al fiscal y pone en entredicho al abogado; todo con tal de volver a prisión, a su particular paraíso en la tierra.

Dónde está la libertad es, por tanto, una paradoja del absurdo, otra tragicomedia con el trasfondo crítico hacia una sociedad de la que es difícil enorgullecerse. Igual que en La macchina ammazzacattivi, Rossellini propone una sátira exagerada, nada real, con el propósito de denunciar la pérdida de valores de toda una generación. Para el director, el ser humano medio que transita en la posguerra es un hombre que vive a costa de los demás, un ser que navega a la deriva sin saber qué hacer, un egoísta que es capaz de todo para salir adelante, como si aún se hallase en el interior del conflicto armado donde todo valía con tal de sobrevivir.




sábado, 5 de noviembre de 2016

UNE VIE (Stéphane Brizé, 2016); TONI ERDMANN (Maren Ade, 2016)

La primera jornada del Festival de Cine Europeo de Sevilla 2016 giró en torno a la mujer. Ayer pudimos asistir a dos cintas con ese tema como denominador común, aunque muy diferentes en el género, en la época (primera mitad del siglo XIX, la primera, y primeros compases del XXI, la segunda), y que además competían en distintas secciones:

UNE VIE

La película del director Stéphane Brizé —que se ve le ha gustado el festival pues es de los realizadores que repiten—, es un retrato de época tal como corresponde a la adaptación de la ópera prima de Guy de Maupassant. Pero, sobre todo, es la constatación de las dificultades por las que la mujer de cualquier estamento social (¡ojo! no sólo las de clase baja) debia pasar en aquellos años debido a los convencionalismos, a las tradiciones, a la religión y al machismo imperante. 


La película se narra bajo el punto de vista de Jeanne (Judith Jemla) y arranca en el momento en el que la joven de familia acaudalada sale del convento, donde se le enseña todo menos a transitar por la vida. Un matrimonio de conveniencia y una noche de bodas traumática no es nada más que el principio. Desengaños, infidelidades, traiciones, enfermedades y todo tipo de calamidades se aguantan peor desde el lado de la sufridora que desde la postura del que se va de cacería o del hijo que vive a costa de la madre. 

Si a eso se le une un reverendo que en vez de solucionar un problema lo que consigue, en nombre de Dios, es provocar el desastre, pues el dramón está servido. Lo que podría ser un melodrama estilo Orgullo y prejuicio se torna en tragedia cuando se le despoja de todo el glamour y se observa lo que se esconde detrás de una historia de amor y lujo. Así, la luminosidad de las lámparas de los bailes de salon se convierte en la luz mortecina de las velas de los largos días invernales; y los románticos duelos se transforman en asesinatos a sangre fría.


El director aborda la trama de forma lineal, pero episódica; digamos, y salvando las distancias, como haría Tarkovsky pero con estructura clásica. Con el maestro ruso coincide en los insertos a base de flashback de recuerdos felices, y con el ropaje telúrico de una película que transcurre en la campiña normanda. Las estaciones del año son utilizadas por el realizador de Une vie como compartimentos estancos donde guardar las secuencias del filme: la primavera y el verano coinciden con los instantes de felicidad; mientras que el otoño y el invierno sacuden el cuerpo y el alma de la protagonista que ve como su vida se deshace, al tiempo que el sonido del crepitar del fuego de una chimenea que ya no calienta se convierte a veces en la única banda sonora de la película.




TONI ERDMANN

Mientras Une vie competía en la sección Oficial, la segunda película que tuvimos la suerte de ver pertenece a la EFA, es decir a las cintas seleccionadas para los premios de la Academia Europea de Cine. Premiada en Cannes y propuesta por Alemania para los Óscar, este filme de la directora germana Maren Ade es una delicia para el espectador, a pesar de su larga duración:


¿Qué serías capaz de hacer para reconducir la vida de tu hija, cuando te sientes culpable de que viva de esa forma? Esa es la pregunta que la realizadora parece hacerse desde el comienzo de esta original tragicomedia que estamos seguros de que va a dar mucho que hablar en los próximos meses.

Maren Ade describe una familia desestructurada formada por un matrimonio divorciado donde él es un profesor de música cuya vida bohemia es un desastre. Winfried, que así se llama (interpretado por un magnifico Peter Simonischek) padece del corazón, se refugia en un perro moribundo y en su particular y extravagante sentido del humor. Por otro lado, Inés (Sandra Hüller, tan fría como adecuada para su papel) es la hija que vive en Bucarest. Ejecutiva agresiva y déspota con sus subordinados —de uno de ellos se aprovecha para vivir una falsa aventura basada en el sexo— no trabaja para vivir, sino todo lo contrario. 


La existencia de Inés transcurre en continuo estrés, sin importarle demasiado que su profesión consista en externalizar servicios para empresas, aunque eso signifique el despido de cientos de trabajadores. Cuando Winfried acude a ver a Inés por sorpresa se da cuenta de lo infeliz que es su hija. Entonces decide inventarse un personaje (Toni Erdmann) para intentar cambiar la vida de su hija.

Atractiva historia para una película donde la comedia y el drama se dan la mano para gestionar situaciones muy divertidas que van a tener consecuencias en la relación entre padre e hija y en las vidas de ambos. A Toni Erdmann le basta una peluca y unos dientes postizos para poner patas arriba la vida de su hija y la de la empresa donde ella trabaja. Todos se verán afectados por la presencia de un personaje que sólo pretende que la gente se tome un respiro, se mire al espejo y se haga la última gran pregunta que nos propone la directora: ¿merece la pena vivir así?




martes, 10 de noviembre de 2015

MADAME MARGUERITE (Marguerite de Xavier Giannoli, 2015)

Con la Sección Oficial a cuestas, ayer asistimos a la proyección de una de las cintas más esperadas del festival: una coproducción francesa, belga y checa que se viste de tragicomedia, del género que parece renacer en Europa después de que los italianos lo inventasen allá por los años cincuenta.Y es que más que francesa, la película de Xavier Giannoli parece transalpina (igual que el apellido del director galo), por la puesta en escena, por las interpretaciónes de todo el reparto y, sobre todo, por la trama:


La baronesa Marguerite (Catherine Frot) es aficionada a la ópera y suelde dar recitales benéficos en su mansión a las afueras de París. Lo que ella no sabe, pero lo sufren los demás, es que canta horriblemente mal. Desafina continuamente y no se da cuenta de que la audiencia la alaba por interés. Algunos, los incondicionales, no están por la labor de decirle la verdad para no causarle daño. Entre ellos se encuentran su infiel marido y dos recientes admiradores: Hazel, la joven voz femenina que triunfa en el circuito operístico gracias a la oportunidad que Marguerite le concedió; y Lucien Beaumont, un crítico musical que no sabe si reírse de la baronesa o encumbrarla como adalid de la vanguardia anarquista.

Dicha pareja será el contrapunto romántico a la trama principal: la joven sí canta bien, el crítico sí la quiere, todo es tan bonito y romántico que pasa desapercibido en comparación con el drama que se vive a espaldas de la baronesa. Drama o tragedia, porque la comedia está casi descartada gracias a habilidad del director en lograr que, sistemáticamente, se nos congele la sonrisa.



El último —o el primer— fan de Marguerite es Madelbos, su mayordomo. La adora, le sigue la corriente como si fuera una diva, y colecciona sus fotografías como si de estampitas de santos se tratase. Un personaje que recuerda mucho al que diera vida Erich Von Stroheim en la muy similar El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, Billy Wilder, 1950).

Igual que en el filme de Wilder, la ambientación de Madame Marguerite es una loa a todo lo kitsch, un monumento a la decadencia, si bien, aquí se encuentra más justificado por desarrollarse la trama —basada en hechos reales— en los locos años veinte del art déco y la extravagancia.

Entre las dos películas, protagonizadas por una señora ya entrada en años que se cree una estrella, la principal diferencia estriba en que el papel interpretado por Gloria Swanson era el de una mujer que podía presumir de gran actriz del cine mudo, mientras que el personaje de Marguerite es aún más patético pues nunca ha destacado en nada, simplemente ha soñado que antaño fue la mejor soprano de la historia. En cualquier caso, en ambos filmes la locura y el delirio presiden el argumento que, inevitablemente, se precipita hacia el mismo final.

Mientras tanto, como es de esperar, el largometraje destaca por la música. La banda sonora y la selección de obras maestras es una maravilla. Arias de Lakmé, Norma o La flauta mágica, harán las delicias de los aficionados a la ópera; siempre, claro está, que Marguerite no cante.



jueves, 13 de febrero de 2014

BLUE JASMINE (Woody Allen, 2013)

Este año llegamos un poco tarde a nuestra cita con Woody Allen, pero de nuevo hemos salido agradecidos al veterano director por una película que, si bien se aparta algo de su línea habitual de comedias, sobre todo desde que se fue a rodar al extranjero, sirve para sumar calidad en una prolífica filmografía repleta de cintas para coleccionar.



Con Blue Jasmine, Woody Allen realiza un remake encubierto de Un tranvía llamado deseo (A Streetcar Named Desire), la obra de teatro de Tenneessee Williams, llevada más tarde al cine por Elia Kazan en 1951 y por Glenn Jordan en 1995. Una adaptación libre, la de Allen —tan libre que le han nominado al Óscar al mejor guión original—, que profundiza en la dificultad de cambiar de vida cuando todo se derrumba a tu alrededor y en la relación entre dos peculiares hermanas (adoptadas) que pertenecen a diferente clase social.

Suponemos que lo que le atrajo a Allen de Un tranvía… es el personaje de Blanche DuBois, una paranoica que quiere seguir viviendo una vida que ya no es la suya, despreciando la mediocridad de la clase baja a la que se ha visto abocada. El contraste entre los dos mundos está muy bien reflejado cuando la vida tranquila de la humilde Ginger (Sally Hawkins representando a una singular “Stella”) se ve alterada por la llegada de su hermana Jasmine (Cate Blanchett sensacional como la nueva “Blanche”) que acaba de salir de un tratamiento psiquiátrico después de ver como desaparecía su mundo de comodidades y lujo.



Si bien estos dos caracteres son bastante reconocibles —aunque no excesivamente fieles a la obra de Williams— el que corresponde con Stanley Kowalski hay que buscarlo en el desdoblamiento de dos personajes: Augie (el ex de la hermana de Jasmine) y, sobre todo, Chili, el novio algo macarra de Ginger que se desespera al ver como Jasmine quiere cambiar a su hermanastra y de alguna forma arrastrarla a una vida imaginaria de la que la primera ha salido escaldada.

La relación entre la nueva película de Allen y el resto de su filmografía se encuentra, como decimos, en el personaje neurótico de Jasmine. Siempre en todas sus películas hay que buscar al propio autor de entre los caracteres, en este caso el espectador fiel a los largometrajes del cineasta encontrará algunas de las particulares obsesiones del director en las palabras que salen por la boca de la protagonista. Por otro lado, Allen ha querido desarrollar algo más el conficto interno del personaje, y de paso alejarse de la obra de referencia, cuando, apoyándose en el flash-back, explica cómo Jasmine ha podido llegar a una situación tan desesperada.

Y es, precisamente, Cate Blanchett la que lleva el peso de esta tragicomedia con una interpretación —que ya veremos si se salda con un Óscar— muy rica en matices gracias al continuo cambio de registro propio de una enferma mental. Blanchett se luce, en parte, por estar muy bien secundada por el resto del casting, en especial por Sally Hawkins (otra justa nominación) y Alec Baldwin. Con respecto a este último, sólo apuntar una curiosidad: el actor repite historia —pero no papel— ya que participó en la versión de 1995 vistiendo la camiseta de Stanley Kowalski, personaje que inmortalizara Marlon Brando en la mítica película de Elia Kazan.

Ver Ficha de Blue Jasmine.






lunes, 5 de noviembre de 2012

REALITY (Matteo Garrone, 2012)


De vuelta a la sección Oficial, acudimos con expectación a la proyección de la última película de Matteo Garrone, un director al que le gusta el festival de cine de Sevilla, del que ya se llevó un recuerdo en forma de premio en 2008.























Después del verismo descarnado de Gomorra, casi un documental, Matteo Garrone juega con otro realismo, el de los programas de televisión, y propone una tragicomedia que discurre entre la comedia a la italiana y el cine de Fellini: Luciano es un pescadero de Nápoles que vive obsesionado con participar en el “Grande Fratello”, el “Gran Hermano” del país transalpino. Luciano ha superado los dos primeros casting y espera el aviso que confirme su participación en la nueva entrega del reality.  Mientras llega la ansiada llamada, Luciano va preparando lo que será su nueva vida de famoso: vende la pescadería, promete una vida de lujo a su familia y se vuelve en exceso caritativo con pobres y vagabundos temiendo que le estén vigilando los responsables del programa, fingiendo ser lo que no es para caer en gracia a los productores y forzar su presencia en la televisión.

En Reality, Garrone rueda una película costumbrista que denuncia la alienación de los programas basura, la obsesión por salir del anonimato, por escapar de la pobreza gracias a un golpe de suerte en forma de concursante del programa de moda. Pero quizás su principal objetivo es presentar la persecución de un sueño que, finalmente, deforma la realidad —el título de la película no se refiere únicamente a la televisión— para adaptarla a la mente enfermiza del protagonista. Mientras Luciano se siente partícipe de la aventura de “Gran Hermano”, el resto de personajes, amigos, familia —y el público— van observando su progresiva degradación sin poder hacer nada por evitarlo.


Garrone fabrica una historia amarga salpicada de comedia, que se transforma en surrealista, en felliniana, a medida que la locura va haciendo mella en Luciano. En ese sentido, es significativa la visita de Luciano y su familia a Cinecittá y el encuentro con todo tipo de actores, alguno caracterizado de payaso o arlequín, en un claro homenaje al cine del director de Amarcord. También lo es la secuencia en la discoteca donde se presenta el ganador del “Grande Fratello” volando por los aires, por encima de la cabeza de Luciano que sueña parecerse a él algún día. El director italiano recurre a una cámara casi subjetiva para ponernos en el lugar del protagonista y negocia unos larguísimos planos secuencia para no perder la mirada de Luciano, para dejar claro cuál es el punto de vista de una persona trastornada a causa de un deseo legítimo: el de salir de la miseria.

Sólo el ojo que todo lo ve del director —el ojo fílmico del “Gran Hermano” cineasta, el objetivo de Garrone— se muestra en el arranque y en el final, para redondear la cinta y dejar claro quién observa la historia. Nos referiremos sólo al primero para dejar la sorpresa del segundo al espectador: se trata de un largo plano a vista de pájaro, el de la comitiva nupcial, un coche de caballos que lleva a la pareja de novios a una lujosa ceremonia. Es al terminar el convite cuando el director nos dice lo que es real y lo que no lo es. Los invitados, ataviados con sus mejores galas, vuelven a sus míseras viviendas de paredes desconchadas y escaleras interminables sin ascensor. La boda fue un espejismo, igual que los realities, la realidad es la que se descubre cuando cada uno de ellos se despoja de los vestidos. Garrone pierde el tiempo —lo gana— en la mejor secuencia: visitando una a una las míseras habitaciones y descubriendo los cuerpos grasientos, fláccidos, viejos y empobrecidos de cada uno los personajes mientras se desnudan.   




Ver Ficha de Reality.



jueves, 23 de julio de 2009

COLABORACIÓN: Despedidas (Okuribito,Yahiro Takita;2008)



Una de las grandes sorpresas de la ceremonia de entrega de los Oscars de 2.009 se dio sin duda en la categoría de película en lengua no inglesa con la victoria casi contra pronóstico de esta producción japonesa del director Yohiro Takita. En una edición marcada por la calidad de las películas a concurso, Despedidas logró finalmente imponerse a cintas como la francesa La clase de Laurent Cantet o la israelí Vals con Bashir de Ari Folman que en un principio parecían mejor colocadas en la carrera por la estatuilla. Meses después de su triunfo en Hollywood, la película de Takita se estrena por fin en los cines españoles.
Es sabida la importancia que una cultura tan celosa siempre de sus tradiciones como la nipona concede al tema de la muerte y al de las relaciones entre el mundo de los vivos y el más allá. Lógicamente también el cine japonés ha recurrido una y otra vez a este mismo argumento que ha sido objeto de tratamiento en películas de algunos de sus grandes maestros como Ozu o Kurosawa. Ahora le toca el turno a Yohiro Takita con un film que nos introduce en los ritos funerarios y en las ceremonias con las que sus compatriotas despiden a los seres queridos. El protagonista de la historia es Daigo Kobayashi, un joven de Tokio que trabaja como violonchelista en una pequeña orquesta sinfónica de la ciudad. Tras la disolución de ésta por problemas económicos, Kobayashi decide regresar junto a su esposa al pueblo que le vio nacer y en el que tiene todas sus raíces. Una vez allí, consigue a través de un anuncio un empleo muy especial, un puesto que nadie parece estar dispuesto a ocupar como embalsamador de cadáveres. Un poco por vergüenza y otro poco por superstición, el joven oculta desde el principio tanto a su mujer como a sus vecinos cuál es realmente su profesión; sin embargo, conforme pasa el tiempo y gracias a los sabios consejos de su jefe el muchacho se adentra en los misterios de su oficio, comienza también a sentirse mejor y a valorar su labor. Y lo que es más importante, consigue transmitir esa misma sensación a cuantos le rodean.
Se podría definir Despedidas como una tragicomedia, se podría decir asímismo que es una historia triste porque ciertamente el tema que trata lo es. Hay que tener en cuenta que el centro de esa historia lo constituyen las distintas ceremonias de embalsamamiento que aparecen en ella y en las que el operario no debe limitarse a maquillar y arreglar al difunto sino que también está obligado a dirigirse a sus familiares allí presentes para explicarles los detalles del proceso. Un ritual triste y al mismo tiempo bello, con esa belleza que infunden las cosas tristes de la que ya me han oído hablar alguna vez por aquí. La muerte se nos presenta como el final de un camino y el comienzo de otro; lejos de plantear una lectura estrictamente cristiano, este pensamiento debe interpretarse en un sentido mucho más filosófico y abierto. La película comienza en un tono más o menos ligero que abarca el proceso de adaptación del protagonista a su nueva situación. Asistimos así al principio a una serie de escenas más o menos divertidas que desde nuestra perspectiva occidental calificariamos como de humor negro. Sin embargo, de repente, la trama da un vuelco y adquiere un tono mucho más dramático y emotivo que alcanza su zenit en un último cuarto de metraje que literalmente pone los vellos de punta. Nos acompaña en este tramo final el mágico sonido del violonchelo envolviéndolo todo, acentúando todavía más la belleza, la emoción y la tragedia contenidas en esta triste pero impresionante película.

martes, 10 de junio de 2008

UNA VIDA DIFÍCIL (Una Vita Difficile de Dino Risi, 1961)

Desde los primeros cortos de Charles Chaplin, la comedia no ha dejado de evolucionar. En aquellas historias predominaba el slapstick, pero ya asomaba una nueva forma de narrar: la típica del payaso que, bajo su risueño maquillaje, esconde una vida triste y desgraciada. Chaplin lo bordó en sus posteriores largometrajes; y otros directores se encargaron de modernizar el género humorístico utilizando la misma base: la tragicomedia. Uno de ellos fue Dino Risi, y Una Vida Difícil es una buena muestra de ello.


La película viene a ser una de las mejores "Comedias a la Italiana". Se trata de un guión de Rodolfo Sonego, el habitual guionista de las cintas donde trabajaba Alberto Sordi. El actor da vida a un escritor fracasado de izquierdas que trata en vano vivir de acuerdo a sus principios, pero tanto su mujer (Lea Massari, espléndida) como sus amigos intentan que no se resista y que se deje llevar por la corrupción y la vida fácil, para salir de la miseria.

Risi aprovecha la vida de este peculiar personaje para retratar casi veinte años de la historia de Italia: desde la guerra, con la ilusión de partisanos y combatientes, hasta el desarrollo de los sesenta, pasando por la posguerra del hambre y la república.

Tiene todos los ingredientes de la llamada comedia a la italiana, es decir humor, sátira y drama todo hábilmente mezclado para que Risi profundice en la crítica. Como hará en la posterior La Escapada (Il Sorpaso, 1962), el director arremete contra la burguesía surgida en la posguerra y afianzada en el desarrollismo; pero también denuncia la corrupción, enchufes y amoralidad de los nuevos empresarios, y de la propia Administración. Nadie se salva de la quema, tampoco el pobre personaje que cae una y otra vez en desgracia. Y es que el mayor atractivo del largometraje descansa en las idas y venidas de Alberto Sordi. Su vida transcurre entre las tentaciones -poco honestas- de prosperar, y sus arranques heroicos, que terminan por estropearlo todo.


En este sentido destaca el último tercio de la película. Sobre todo la secuencia que parece el colofón de la cinta, en un final digno del mejor Chaplin: un plano general larguísimo con Sordi a contracorriente del tráfico. La metáfora en vez de cerrar el largometraje conduce a un epílogo que es casi lo mejor del filme; ese que transforma la carcajada en una mueca amarga.

Sirva el comentario de Una Vita Difficile para recordar a uno de los más inteligentes cineastas; aquél que fue capaz de conseguir expresar con imágenes el sentido del olfato, a través de un invidente que reconocía a las mujeres por el perfume; el responsable de la creación de personajes inolvidables, de estafadores, desdichados y caraduras, dentro de un género nuevo que prácticamente inventó: La Comedía a la Italiana.

El sábado pasado fallecía Dino Risi, con su pérdida el Cine se queda cada vez más huérfano.

Ver Ficha de Una Vida Difícil.

jueves, 27 de marzo de 2008

LA VAQUILLA (Luis García Berlanga, 1985)

Colaboraciones las hay legendarias. En música me vienen a la memoria dúos creativos tan fundamentales como Lennon-McCartney, Jagger-Richards o Elton John-Bernie Taupin; en cine, De Sica-Zavattini, Wilder-Diamond o Buñuel-Carriere son ejemplos de fructíferas relaciones que dieron verdaderas obras maestras. El cine español tiene una de esas parejas; o mejor dicho tenía: Luis García Berlanga y Rafael Azcona. Del genial guionista español, de Azcona, quiero hablar hoy; su recuerdo quiero tenerlo presente al comentar su penúltima colaboración con Berlanga: La Vaquilla.



La cinta fue escrita por los dos cineastas casi veinticinco años antes de estrenar la película. Se trata de una parodia de la Guerra Civil perteneciente al estilo que ambos crearon: al del humor negro, al de la sátira esperpéntica, a la comedia con trasfondo amargo tan característica de su cine. La trama es una evidente metáfora del conflicto armado: la lucha fratricida por dominar el territorio español (la piel de toro) viene aquí simbolizada por el intento de un grupo de militares republicanos de sustraer un astado a los nacionales
–realmente es una vaquilla; Berlanga y Azcona le quitan importancia a todo lo que pueden- para fastidiarles la fiesta a los fascistas y de paso dar de comer a la tropa.

La Vaquilla es fiel al estilo de Berlanga, de largos planos secuencia y planos generales repletos de personajes que hablan simultáneamente. Lo que se presenta en primer término es casi tan importante como lo que sucede en el fondo del plano. La cinta pasa por momentos en los que da la sensación de que todo ha sido improvisado; aunque, finalmente, esta impresión es compartida con aquella otra en la que pensamos que la planificación se ha realizado hasta el mínimo detalle.

Los autores se ríen abiertamente de otros filmes bélicos, donde un comando se propone penetrar en las líneas enemigas. La introducción es semejante a aquellas películas de Aldrich o Sturges, sólo que en plan cutre. La reunión de “especialistas” para llevar a cabo el plan es casi lo mejor de la película: el sargento chusquero propone para la misión a un paleto que conoce el pueblo, pero cuya verdadera intención es poder ver a su novia; a un torero de poca monta, para descabellar al animal; a una especie de cura arrepentido, que creen puede hacerse pasar por nacional; y a un homosexual, para distraer al enemigo.



Es la guerra de “Gila” donde los suboficiales enemigos se reúnen todos los días para intercambiar tabaco por papel de fumar; donde dos militares proponen cambiarse de bando porque la guerra les cogió en el lugar equivocado. Y es que la película no intenta abrir una herida por muchos superada, más bien todo lo contrario. En muchos pasajes del largometraje, los soldados de uno y otro bando sólo tienen un interés común: el de sobrevivir a ese mundo de miseria y hambre que les ha tocado vivir. Todos son iguales ante los ojos de Berlanga y Azcona cuando los presentan desnudos, bañándose en el río, o esperando el turno en un burdel para acostarse con la prostituta de turno. El director y el guionista, procuran presentar un ambiente lo menos bélico posible para realzar su intención. Así, el teniente republicano lleva como arma una maquinilla de cortar el pelo para mantener la disciplina; o los únicos sonidos que recuerdan a la guerra –y que atemorizan a los contendientes- son los de los petardos y los fuegos artificiales.

Independientemente de esa rebaja de la tensión, la pareja de cineastas aprovecha la situación para arremeter contra el poder instituido en la zona franquista. Del ataque no se salvan ni la iglesia, ni la aristocracia, ni los poderes públicos; todos representados con personajes que recuerdan mucho a los de la trilogía iniciada con La Escopeta Nacional (1978). La opresión que ejercen sobre el pueblo es llevada a la pantalla de forma literal cuando el grupo de “operaciones especiales” tiene que cargar con sus símbolos en una procesión, o con los propios personajes sobre sus espaldas.

Aunque la sonrisa –y en ocasiones, la carcajada- no nos abandone nunca al presenciar las andanzas de tan peculiares personajes, el poso de amargura que el filme deja al final es digno de mencionar: el último plano deja en su sitio la realidad histórica que significó para nuestro país una guerra tan cruenta.


Sirva esta reseña para recordar la obra de Rafael Azcona. Que descanse en paz el mejor guionista español de todos los tiempos.


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