Antes de entrar en materia nos atrevemos a comparar estas
dos películas tan diferentes para descubrir que en ambas se narran sendos viajes
dobles, el de la protagonista, allí Maribel Verdú, aquí Sandra Bullock, hacía
una playa paradisíaca o hacía una estación espacial, respectivamente; y el de
su interior para encontrarse a sí misma (aspecto, éste, mucho mejor llevado por
el primer largometraje que por el segundo). Claro que aquí se acaban las
similitudes, acaban porque Cuarón, en esta ocasión, se ha embarcado en un
megaproyecto USA, en una película de género con algunas referencias a lo mejor
que se ha hecho en la ciencia-ficción.
En efecto, tanto el arranque (pausado y espectacular) como
algunos planos (la posición fetal de Bullock, la persecución en el radar de la
estación china, el final, etc.) son guiños a 2001:Una odisea del espacio —más bien toda la película es un parpadeo continuo a
la obra maestra de Kubrick, lo que ya le da cierta calidad y empaque—, pero es
que también son evidentes los puntos en común con Apolo XIII —¿la única película
buena de Ron Howard?—, hasta la voz del director de la operación en Huston (“tenemos
un problema”) es la misma, la de Ed Harris. Y todo eso sin olvidarnos que de
nuevo sufrimos con una heroína en camiseta caqui intentando sobrevivir: si bien
ahora no es un Alien quien la acosa, si no la propia estupidez humana que ha
provocado una avalancha de residuos espaciales más peligrosos aún que la bestia
que perseguía a Ripley.
Apoyos en cintas del género, bien utilizados por Cuarón,
para un filme que… ¿es en realidad una película de ciencia-ficción? No
exactamente, cuando la situación que plantea se puede dar en la realidad (el
llamado síndrome de Kessler, una teoría del científico de la NASA que predijo que todo
esto puede suceder) y cuando la ambientación científica es la actual; o casi,
si no tenemos en cuenta alguna licencia de Cuarón cuando supone que la estación
espacial china ya está concluida, cosa que no sucederá hasta 2022 (hoy en día sólo
se compone de un módulo).
La intertextualidad y el contexto no son lo único atractivo
del largometraje, también lo es la utilización de los personajes para propósitos
arriesgados, con Cuarón emulando al osado de Hitchcock en Psicosis; o para
sorpresas oníricas muy bien narradas por el realizador y llevadas a cabo con
efectividad por George Clooney (lo mejor de la película).
Del apartado técnico sólo decir que por una vez los efectos
especiales están justificados; todos. No nos sobran como en la mayoría de las
propuestas comerciales que inundan la pantalla. Son tan necesarios, tan
protagonistas como lo eran en 2001.
La banda sonora también destaca cuando ruidos y silencios acentúan el suspense y
la tensión, o acompañan a la contemplación de muy bellas imágenes de la Tierra.
Sin un guión al uso, simplemente una aventura de superación, pero con un
equipaje tan atractivo como el descrito, parte Cuarón para ofrecer un simulador
espacial al espectador que asiste a la proyección con ciertas dificultades para
respirar y con ansias de pisar suelo firme, anhelando sentir la gravedad para pesar,
¡pesar! Y es que nadie deseó tanto sentir sus kilos como la protagonista de esta
odisea donde las lágrimas son pequeñas esferas de agua que flotan en la pantalla.
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