Célebre comedia de la Ealing, productora británica del legendario Michael Balcon. Las películas de la Ealing se distinguían por tramas donde personajes típicamente ingleses vivían situaciones que rayaban el surrealismo, pero a la vez se integraban perfectamente en la rutina cotidiana del resto de vecinos que no se alteraban lo más mínimo.
El sello de la Ealing era inconfundible, la producción de las películas era tan singular que todas las cintas parecían estar realizadas por la misma persona. Los principales directores que salieron de aquella fábrica de humor inglés fueron Charles Crichton, Henry Cornelius, Robert Hamer y, probablemente el mejor de todos ellos, Alexander Mackendrick.
Mackendrick había nacido en Boston, pero era hijo de escoceses y se crió y vivió en Escocia. Michael Balcon lo fichó a finales de los treinta para colaborar en los guiones y en el diseño de producción. En 1949, Mackendrick debutó con éxito como director en Whisky a gogó, película que se apoya en el carácter del pueblo llano escocés que tan bien conocía el cineasta desde su infancia. La tradición de los pescadores de esas tierras del norte y sus costumbres son muy bien retratadas en la cinta, con un tono realista caracterísitco del realizador.
En el filme un pueblo entero engaña al inspector de aduanas. El funcionario quiere confiscar el licor saqueado por sus vecinos en el naufragio de un barco. La historia se basa en un hecho real ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial cuando en 1941 el SS “Politician” naufragó en las costas de las islas Hébridas con un cargamento de 24.000 cajas de whisky.
Mackendrick se distancia algo del sello impuesto por Balcon en los estudios Ealing, y en Whisky a go go logra que el espectador sienta lástima por el teórico villano de la película. Una ambigüedad narrativa que continuará en La bella Maggie (Maggie, 1954), donde toda Escocia se rie de un norteamericano que persigue a una barcaza por medio país; en El quinteto de la muerte (The Ladykillers, 1955), donde una anciana se enfrenta a un patético grupo de delincuentes; y en Viento en las velas (A High Wind in Jamaica, 1964), donde unos temibles piratas serán víctimas de los niños a los que secuestran.
Hace un par de años se realizó un remake de Whisky Galore!; ni que decir tiene que pasó sin pena ni gloria. Desde luego, sus secuencias nada tienen que ver con esta maravilla donde Mackendrick recoge la alegría escocesa regada con buen whisky:
El camino de la esperanza(Il cammino
della speranza, 1950)
El
drama de la inmigración ha sido siempre un tema muy tratado en el cine, en
general, y en el neorrealismo, en particular. El nuevo movimiento creado a
mediados de los años cuarenta ofreció dentro del panorama cinematográfico
diversificaciones tan interesantes como las relativas a la guerra recién
acabada, las referidas a la etapa de la crónica, o las que tenían que ver con
la clase obrera.
Dentro
de este último subgénero destacaron las cintas que se enredaban en melodramas
más o menos realistas con la búsqueda de trabajo como tema central; ya sea a
modo de road movie, estilo Las
uvas de la ira, o con una trama más estática como la de Arroz
amargo (Riso amaro, Giuseppe
De Santis, 1949) o, más tarde, con una de las cumbres del cine italiano: Rocco
y sus hermanos(Rocco e i
suoi fratelli, Luchino Visconti, 1960). Una mezcla de las dos primeras es
la que abordó la cinta que podríamos decir dio a conocer al excelente realizador
transalpino Pietro Germi:
El
camino de la esperanza arranca con
la miseria de un grupo de sicilianos que se ven obligados a emigrar si no
quieren morir de hambre, pero que gastan todos sus ahorros en un viaje que
termina siendo una estafa. El drama, y hasta la tragedia presiden una trama en
la que un triángulo amoroso cobra protagonismo. De nuevo Raf Vallone (como en
la citada Arroz amargo, pero también presente en otros dramas rurales,
entre ellos La
venganza de Bardem) estaba al quite para rescatar a la protagonista
de las garras de un delincuente.
El
notable guion era de un joven escritor llamado Federico Fellini, que después de
una década firmando libretos de altura se atrevería ese mismo año en dar el
salto a la dirección con Luci del varietà (codirigida con
Alberto Lattuada).
En
El
camino de la esperanza Pietro Germi ––y Fellini–– ya nos decían, entre
otras cosas, que el fenómeno de la inmigración, el del tráfico ilegal, el del contrabando
de seres humanos, era un tema candente al principio de los años cincuenta. Es
decir, nada parece haber cambiado en más de medio siglo.
La
ciudad se defiende(La città si difende, 1951)
La siguiente película de Pietro
Germi sigue por los derroteros neorrealistas de El camino de la esperanza,
y también cuenta con la participación en el guion de Federico Fellini, si bien,
la trama en un principio parece sensiblemente diferente:
En un estadio de futbol cuatro
ladrones cometen un atraco y son perseguidos por la justicia. Poco a poco, son acorralados
por los policías y el final de cada uno, aunque moralizante, suena pesimista en
un entorno de pobreza extrema y traición. Son cuatro historias diferentes las
de los personajes que por uno u otro motivo se han visto obligados a delinquir.
El arranque de La
ciudad se defiende recuerda mucho al nuevo estilo del cine negro que
triunfa en Estados Unidos. El tono de la cinta de Germi se emparenta con la
coetánea La
jungla de asfalto de John Huston (1950), en cuanto a la estructura
y a las consecuencias trágicas del robo. La presencia de una femme fatale en el policíaco (Gina
Lollobrigida en el comienzo de su carrera) también juega su baza para acercarse
a lo que se hacía al otro lado del charco.
No obstante, Germi se
diferencia del ciclo noir americano
en el énfasis que pone en la situación de miseria de la posguerra, algo que
también es el punto de partida de El camino de la esperanza. Igual que
allí, en La ciudad se defiende la situación es desesperada: el paro, las
penurias por las que pasa la sociedad, son las culpables. La ciudad, más que
defenderse, asiste impasible al drama mientras margina a los personajes sin
trabajo ni esperanza, a los que no les queda otro remedio que emigrar o, peor todavía,
cometer un crimen.
Los actores poco conocidos,
la puesta en escena con predominio de exteriores, y la fotografía en blanco y
negro, se unen a la causa de ofrecer un policíaco neorrealista, algo que luego
será definitivo para consagrar a Pietro Germi. Nos referimos, claro está, a Un
maldito embrollo (Un maledetto imbroglio,
1959), su obra maestra. Un filme con un añadido tono de comedia, de humor negro, que de haber tenido continuidad habría creado
un género dentro del género; algo así como el polar en Francia.