Hoy dedicamos
nuestro cine club a una cinta alemana muy relacionada con las nuevas olas que
surgieron en Europa a finales de los cincuenta (ya hemos hablado aquí de la nouvelle vague y el free cinema). Una película que sigue la misma línea realista y de ruptura
con el clasicismo que sus contemporáneas, pero que cuenta con el importante matiz
de la coyuntura germana de la posguerra. Y es que el recuerdo del conflicto que
asoló al mundo a causa del delirio de toda una nación era demasiado intenso
como para no modular el nuevo cine alemán. El Puente es un buen ejemplo, acaso
el mejor, de aquel movimiento cinematográfico.
Dirigida por
Bernhard Wicki, un actor de la vieja escuela que realizó una decena de cintas y
que sorprendió con esta obra maestra, El Puente se basa en la novela de
Manfred Gregor para narrar la historia de la defensa de un viaducto a cargo de
siete adolescentes:
Estamos en abril
de 1945 y el ejército alemán se bate en retirada desde todos los frentes. En una
aldea, que se ha mantenido en la retaguardia durante todo el conflicto, viven siete
muchachos de dieciséis años que sueñan con gloriosas batallas, estudian los
partes de guerra y juegan a los soldados en la ribera y en el viejo puente. Son
jóvenes de diferente clase social, la mayoría con la familia destrozada por la
pérdida del padre o su minusvalía, pero todos con la misma ilusión por
combatir. Tanto es así que la llegada de la orden de movilización obligatoria
para personas de su edad supone motivo de alegría. Alegría para ellos, pero
desesperación para las madres y el maestro de la escuela; también para los
militares que se encargan de la movilización, que ven como los reclutas que
acuden a la llamada a filas son sólo niños.
Cuando, sin
apenas instrucción, la compañía recibe la orden de partir hacia el frente, el capitán
se apiada de los muchachos y ordena al sargento del pelotón que cuide de ellos
y les asigne una misión sin importancia, lejos de la batalla: se trata de
defender el puente del pueblo, el mismo lugar en el que llevan jugando desde
que nacieron. Pero todo se tuerce cuando el sargento tiene un inesperado
encuentro y cuando el movimiento de las fuerzas aliadas cambia de rumbo y se
dispone a atravesar el pueblo…
La cinta, por
tanto, se estructura en dos partes muy diferentes: en la primera, si bien se
denuncia la corrupción nazi con el retrato del jefe del partido del pueblo,
padre de uno de los muchachos, da la impresión —engañosa como se verá luego— de
que Wicki se coloca al lado de los niños y de su punto de vista patriótico y
nacionalista. En realidad es una metáfora de la propia Alemania al comienzo de
la guerra (insistimos en que prácticamente están representados todos los
estamentos: desde la clase alta, con el niño que quiere seguir la tradición
militar, hasta la menos favorecida económicamente, pasando por familias
disidentes o fieles al partido).
En la segunda
parte, a partir de la incorporación a filas y desde que los niños ocupan su
puesto en la defensa del puente, la cruda realidad se va apoderando de la cinta
progresivamente. La actitud de los jóvenes al principio es la misma: el juego
de la guerra, de la grandeza de la patria, en su puente de siempre. Pero a
medida que distintas personas intentan cruzar el viaducto o les hacen una
visita, la situación va cambiando y la cinta se posiciona claramente por el
antimilitarismo. Hasta los rostros de los niños van evolucionando mientras se
ven abocados al desastre. Como la propia Alemania, sus sueños de grandeza se
tornan en pesadilla.
El
Puente fue un impacto no sólo en su país sino en el mundo entero donde
cosechó importantes premios (Globo de Oro, nominada al Óscar a la mejor
película extranjera, premio en Valladolid, etc.). Su director, austríaco de
nacimiento, golpeó con fuerza en la conciencia de sus compatriotas con este
filme de denuncia.
Y vamos con la secuencia a analizar. Nos
encontramos en la segunda parte de la película con los siete muchachos
abandonados a su suerte: solos en el puente. Se hace de noche…
El fragmento
seleccionado de la película dura poco más de cinco minutos y se puede dividir
en tres escenas, cada una de ellas centrada en los personajes que visitan por
la noche a los jóvenes centinelas:
En la primera
escena, un vecino del pueblo viene a advertirles de lo peligroso que es
permanecer en el puente. Es una persona de cierta edad que representa una
actitud más reflexiva sobre lo que está pasando en el país, y que contrasta
intencionadamente con la postura irresponsable de los muchachos. Éstos,
envalentonados por sus flamantes uniformes y, sobre todo, por sus armas, se
enfrentan a él, le apuntan con una pistola y provocan que huya. Se dan cuenta
del poder que les confiere la fuerza —de nuevo queremos subrayar la acertada
simbología del comienzo de la “aventura” nazi—, de la forma tan fácil que han
solventado el problema. Aunque alguno de ellos ya se muestra preocupado, el
incidente ha reforzado aún más su actitud y continúan pensando que todo es un
juego, de hecho se ponen a reír, a hacer prácticas de tiro, a jugar con unos
botes.
La segunda parte
consigue alterar algo el punto de vista de los niños: un camión repleto de
soldados huye del frente. Parecen aterrorizados. El sargento al mando ordena a
los muchachos que les dejen pasar. Algo ocurre en el frente y los jóvenes
militares comienzan a dudar.
En la tercera escena,
el director insiste en la huída del ejército alemán. El grado de abstracción es
mayor cuando ahora los niños parece que asistan como unos espectadores más al
drama de los soldados que corren por sus vidas. Un oficial, que parece ajeno a
la presencia de los muchachos, está desesperado por la avería de su sidecar. Maldice
su situación y obliga a un camión de la cruz roja a pararse para subirse en él. En
ese momento, con el vehículo detenido por otra avería, es cuando los heridos se
dan cuenta de la presencia de los muchachos. Les tiran una tableta de chocolate
“para que se la coman antes de morir”. Es esta parte la más dura de la
secuencia. El director gestiona la escena alternando primeros planos de los
heridos, la mayoría sangrando y horriblemente mutilados, con tomas cercanas de
los niños, de sus rostros, con el terror deformando el gesto mientras se dan
cuenta de la cruda realidad.
En toda la secuencia, los “visitantes” aparecen y desaparecen como fantasmas en la
niebla. Wicki juega con ese efecto y también finaliza con él cuando en una toma
general, deja a los siete jóvenes, solos en el puente, entre una bruma que no
presagia nada bueno.
Si bien la película
aún no ha entrado en la fase de combate, esta introducción bastaría por sí
sola, sin necesidad de más secuencias explicitas de la batalla, para conseguir
el efecto de denuncia deseado. Claro que esto no es más que el comienzo…
Ver Ficha de El Puente.
