lunes, 20 de diciembre de 2010

¡FELIZ NAVIDAD!

Nos ausentamos unos días por motivos vacacionales, pero no queremos irnos sin felicitar estas fiestas a nuestros amigos lectores. Me temo que va a ser ya una costumbre apoyarnos en una secuencia de Centauros del Desierto para tal motivo. Es una de nuestras favoritas, al comienzo de la cinta, cuando Ethan va a partir con un destacamento al mando del reverendo y, a la vez, capitán Samuel Johnston Clayton (Ward Bond).



La escena no necesita palabras. El sacerdote (un religioso armado hasta los dientes) ve como Marta acaricia la capa de su cuñado. De fondo suena el tema principal de la película a cargo del gran Max Steiner. El gesto delata a Marta, que siempre ha querido a Ethan. El reverendo también asiste en silencio a la despedida de la pareja. Ford nos dice con imágenes, que el cura da por bueno el amor entre estas dos personas.

Ward Bond es el personaje secundario más asiduo de Ford y, generalmente, es el representante del propio director en la trama. Es decir, el realizador bendice la relación silenciosa entre Ethan y Marta. Pero la cosa puede ir más lejos si tenemos en cuenta que Bond hace de sacerdote. ¿Es el propio Dios quien da su consentimiento, o simplemente no se opone, a este amor imposible? Ford parece que lo insinúa cuando, además, fotografía la escena mirando hacia arriba, en contrapicado, para darle mayor solemnidad.


Con John Ford nos despedimos, y lo dicho: Os deseo Feliz Navidad y un Año Nuevo cargado de buen cine.

domingo, 12 de diciembre de 2010

CINE FÓRUM: GUERRA Y PAZ (Voyna i Mir de Sergei Bondarchuk, 1967)

Nuestro cine fórum se viste hoy de época para recibir una de las películas más espectaculares que se hayan visto en una pantalla de cine. No es una versión más de la novela épica por excelencia; es La Versión, con mayúsculas, del libro de Tolstoi. Podríamos decir que se convierte en una alternativa artística a la obra literaria. De tan enormes proporciones como el original escrito; y no solo por la duración —más de siete horas según las versiones— sino por la ambición al plasmar en imágenes lo narrado por el escritor y recrear con rigurosidad, precisión y amplitud los hechos históricos que allí se recuerdan.



La trama es conocida: Bondarchuk sigue a Tolstoi cuando mezcla los amores y desamores de los integrantes de tres familias rusas con las batallas de Austerlitz, Borodinó y el incendio de Moscú. Con la amenaza de la aproximación de Napoleón a Rusia, con la certeza de la invasión, después de sendas victorias francesas, y con la alegría de la posterior derrota del invasor, transcurre la vida de los Bezhukov, los Rostov y los Bolkonsky. De los tres clanes, son protagonistas Pierre Bezhukov (interpretado por el propio director), casado con Helena, una mujer libertina a la que terminará odiando; Natasha Rostov, una joven de diecisiete años que ve la vida como un juego, pero que pronto aprenderá lo amarga que puede llegar a ser; y el príncipe Andrei Bolkonsky, del ejército ruso, directamente implicado en las batallas, también casado con una mujer no deseada. La evolución de los tres personajes, y la de sus familias, será acelerada a causa del cruento conflicto. Una guerra de la que depende la supervivencia de la propia Rusia.

Para estar a la altura de la historia, Bondarchuk dispone de un presupuesto astronómico (uno de los mayores de la historia del cine) y tarda cinco años en rodar la película. Los resultados no pueden ser mejores; en todos los aspectos. Por supuesto, la ambientación, la música, el vestuario, los efectos de las batallas, los miles de extras provenientes del ejército de la Unión Soviética, etc. son los que se esperan de una producción de estas proporciones; pero lo que realmente la lleva a ser una obra maestra es la manera de fotografiar todo este despliegue.


El realizador ruso vuela con la cámara. Lo hace al expresar los pensamientos de aquellos que van a morir, y divisan el cielo y las nubes como único consuelo. Pero también levanta su punto de vista, cuando observa gracias a planos cenitales las tropas en combate; las parejas de baile; o los participantes en la cacería del lobo. Emplea grandes angulares para distorsionar la imagen en las secuencias oníricas; o para no perder detalle en las larguísimas escenas bélicas, como aquellas en las que decenas de caballos cabalgan sin rumbo después de haber perdido a su jinete. Mueve la cámara de forma errática y violenta, si ese es el estado de ánimo del personaje; se luce con planos secuencia, si los habitantes de una mansión atraviesan habitaciones, o si el propio Zar se presenta en un salón de baile; hasta consigue, en un alarde técnico pocas veces visto, que el objetivo llore cuando a los actores, a punto de saltarles las lágrimas, les brillan los ojos.

Esta sensibilidad extrema, que demuestra Bondarchuk, también sale a relucir en los encuadres estáticos. Allí, el espectador siente la narración como la tuvo que sentir el propio Tolstoi cuando escribía. Son escenas que contienen planos detalles del agua saliendo de una fuente, de alguien tocando la balalaica, o de la noche estrellada. Todas acompañan a los protagonistas en silencio; y al espectador, que se recrea con ellas.


Además, el director se adorna con una puesta en escena pictórica y fiel a la mejor tradición del cine soviético. Aquí, nos acordamos de otros cineastas. En concreto de Eisenstein y su obsesión por la verticalidad (véase la excelente Iván el Terrible). Bondarchuk sigue al maestro cuando emplea planos en ligero contrapicado que, sumados a la altura de los actores, a las facciones estilizadas de estos (el perfil griego de Andrei, por ejemplo), y a los elementos del decorado como lanzas o columnas, dan ese tono vertical de tanta belleza plástica.

Puede que alguien opine que la reseña parece incompleta al no hacer comparaciones con otras adaptaciones (tenemos en mente la película de King Vidor), y posiblemente tenga razón. En realidad hemos pensado hacerlo, pero pronto desechamos esa idea: la distancia entre una y otra es tan grande —a favor de la cinta de Bondarchuk— que no merece la pena.


Para terminar, una recomendación a los que no hayan visto esta película ganadora del Oscar a la mejor cinta extranjera: no deje que le agobie su larga duración —ya hemos dicho que es del orden de las siete horas—, hágase con la versión en cuatro partes (“Austerlitz, “Natasha Rostov”, “La Batalla de Borodinó” y “El Incendio de Moscú”) y vea, tranquilamente, una cada día. Les aseguramos que no se arrepentirá.



Podíamos haber elegido como secuencia para analizar alguna de las muchas escenas bélicas que contiene la cinta, a cada cual más impresionante. Sin embargo, nos hemos decidido por el baile de Natasha, correspondiente a la segunda parte de la película. Vamos a verla primero y luego hablamos de ella:




Creo que es la secuencia más larga de todas las que hemos puesto en la sección por ahora (más de diez minutos), pero merece la pena verla. Delimitada por dos fundidos a negro, comienza por la llegada de Natasha y su familia al gran salón de baile. Es la primera vez que la joven acude a un baile de gala donde va a estar presente toda la nobleza de la corte de San Petersburgo, y donde se espera al propio Zar.

Ya el travelling inicial, subiendo las escaleras, nos avisa de que vamos a ver algo fuera de lo normal. Pronto la cámara se centra en Natasha (Lyudmila Savelyeva, una Audrey Hepburn rusa). La pequeña de los Rostov se adelanta a todos atraída por la luz del salón que ilumina su rostro. El gesto de sorpresa de Natasha, al llegar arriba, está muy conseguido. Mientras que el ruido de la multitud, antes de comenzar el baile, proporciona un efectivo toque de realidad a la escena.

Finalizado el prologo llega la segunda parte, con el plano secuencia de la llegada del Zar y el comienzo del baile. Arranca desde la multitud que se agolpa curiosa para ver la entrada del Emperador. Bondarchuk hace como Hitchcock y aprovecha la espalda de alguien para cortar y empezar a rodar el largo plano sin interrupciones. La música acalla el ruido y la cámara sigue al Zar y a su corte por todo el salón y las habitaciones adyacentes. Es un plano secuencia de ida y vuelta, con distintos grados de iluminación. Muy bien realizado por el director ruso al que no le importa que pasen por delante de la cámara personajes, vestidos, abanicos, etc. Nos gustan especialmente dos cosas: el travelling de vuelta, cuando el objetivo ve el comienzo del baile a través de un pasillo lateral, a oscuras, y finalmente se encuentra con él cuando gira para entrar en el salón; y la incorporación de la gente al baile, a contraluz, en una especie de coreografía donde se alternan los que van a la izquierda con los de la derecha.

La tercera parte se centra otra vez en Natasha que ve entristecida el espectáculo porque nadie la saca a bailar. El encuadre es genial: Ella a la derecha, en un primer plano; y un gran espejo a la izquierda, que no es otra cosa que su punto de vista. Bondarchuk ofrece al espectador la mirada de Natasha, pero también lo que ella ve. Lo mejor de la secuencia está aquí: la pena que siente Natasha hace llorar, por un instante, ¡al propio espejo!

La cuarta parte, el baile de Natasha, viene precedida de un recorrido por todos los personajes principales de la historia: Pierre (Bondarchuk) observa como su mujer flirtea y baila con otros (Helena va de negro para subrayar la provocación), y ve sola a Natasha de la que se encuentra enamorado. Se da cuenta de la tristeza de Natasha, pero no puede sacarla a bailar por estar casado. Por encima de todo quiere hacerla feliz, así que decide animar a su amigo Andrei para que se fije en ella. Natasha se queda hipnotizada cuando la invitan a bailar. Bondarchuk sigue, en plano detalle, la mano de Natasha que sube lentamente para apoyarse en el hombro de Andrei. El momento es mágico.

Lo que queda es una de las mejores escenas de baile jamás rodadas. Andrei y Natasha se deslizan por el parqué como si volaran a centímetros del suelo. Vestidos de colores se cruzan, Natasha gira y gira. La gente se incorpora al vals, y la cámara se contagia del movimiento para elevarse finalmente por encima de todos en un plano cenital. Es cuando la música alcanza su punto más álgido: la apoteosis final de esta maravillosa secuencia.


Ver Ficha de Guerra y Paz.



sábado, 4 de diciembre de 2010

COLABORACIÓN: CLINT EASTWOOD (Carlos Aguilar)



Editorial Cátedra
Colección Signo e Imagen / Cineastas,
2ª edición ampliada: 2010.
Diseño de la colección: Manuel Bonsoms
ISBN: 978-84-376-2576-8
Género: Ensayo cinematográfico

Nacido en Madrid en 1958, Carlos Aguilar es historiador y crítico de cine, así como novelista. Con estudios en Psicología, realiza posteriormente cursos de cine en el Taller de Arte Imaginarias. Desde ese momento dirige su vocación y su profesión hacia el Séptimo Arte, donde ha logrado convertirse en un sólido y competente especialista. Ha trabajado tanto en tareas de dirección y organización de festivales y eventos cinematográficos, como en el propiamente dedicado al análisis y la escritura sobre películas en prestigiosas revistas españolas y extranjeras. Ha participado, asimismo, en la publicación de distintos volúmenes, en colaboración y colectivos, sobre historia y crítica cinematográfica. De los libros de producción propia y de su entera responsabilidad seleccionamos los siguientes: Joaquín Romero Marchent. La firmeza del profesional y Jess Franco. El sexo del horror, ambos de 1999; Ricardo Palacios. Actor, director, observador y Giuliano Gemma. El factor romano, ambos de 2003; La espada mágica. El cine fantástico de aventuras (2006), Sergio Leone, Guía del Cine y la monografía que ahora reseñamos, Clint Eastwood, de 2009.

Publicado inicialmente en 2009, el ensayo sobre la vida y obra de Eastwood llega ahora a las librerías en una edición ampliada. Y es que nuestro personaje, Clinton Eastwood Jr., quien nació en mayo de 1930 en la ciudad de San Francisco (EEUU), ha cumplido ya unos muy respetables 80 años. Pero, por lo que podemos comprobar no son sólo «muy respetables», sino al mismo tiempo muy productivos y provechosos. Una leyenda viva del cine, pues, en forma y en todavía en activo. Digámoslo sin más rodeos: Clint Eastwood es el gran clásico del cine de quien aún podemos esperar interesantes realizaciones. Cierto que Francis Ford Coppola y Martin Scorsese, por ejemplo, continúan al pie del plató, y acaso puedan sorprender al espectador con alguna próxima producción memorable. Pero junto a estos gigantes del celuloide y el vídeo, Eastwood sobresale, sin reservas, como grande entre los grandes.

En el cine, Eastwood ha sido y lo es todo, o casi todo. Actor, director, productor, músico, a menudo, desarrollando el conjunto de sus habilidades en una misma obra, Clint Eastwood es un creador todoterreno. Está en su papel tanto en la comedia (ligera o romántica) y el musical como en el drama, el western, el cine bélico y de boxeo, el thriller y el cine de acción. Y aunque, a la vista de su extensísima obra no pueden ocultarse trabajos de menor calibre, la suma de la misma (repetimos, sin haberse cerrado) puede cotejarse (y codearse) sin exageración ni afectación con el selecto club de Clásicos del Cine de todos los tiempos. Una obra, y acaso sea esto lo esencial, que contiene títulos fundamentales, así como incontestables masterpieces de la historia del cine: Sin perdón (Unforgiven, 1992), Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995), Million Dollar Baby (2004).

Acierta de pleno el autor de la presente monografía, señalando los dos rasgos básicos de Clint Eastwood. Por un lado, ya lo hemos visto, su carácter polifacético. Por el otro, la masculinidad. Paradigma del «tipo duro», Eastwood no es ni bueno ni feo ni malo. Esté en la jungla humana, en la cuerda floja, fuera de la ley o en el jardín del bien y del mal, se exhibe en todo momento violento, implacable y que no perdona, duro de pelar, bronco, una mula, de corazón negro y de hierro, sucio, fuerte y ejecutor. Pero, asimismo, también puede resultar seductor, tierno, muy caliente y tremendamente romántico. Sea a lomos de un caballo o caminando sobre sus largas piernas, empuñando un fusil de asalto, un revólver, unos guantes de boxeo o una cámara fotográfica.

“Es irrefutable –nos dice C. Aguilar- que la obra de Clint Eastwood entraña, tanto literal como alegóricamente, una vasta y elocuente incluso descarnada radiografía de la idiosincrasia de los Estados Unidos; sus sueños e ideales sus arquetipos y peculiaridades, sus paradojas y contradicciones, sus filias y sus fobias, sus luces y tinieblas, su privativa visión de la existencia...en resumen, y valga la simplificación, su peculiar mixtura de ingenuidad, ideológica, y firmeza, vital. Desde este ángulo, la abultada aportación de Eastwood al Séptimo Arte encierra un enorme, un inapreciable valor histórico-sociológico.”

Como es habitual en la colección que recoge la presente monografía sobre Clint Eastwood, el libro, amén de las secciones biográficas y analíticas necesarias para conocer y valorar la obra del personaje, así como las imprescindibles fotografías que la ilustran, ofrece una Filmografía y una Bibliografía actualizadas. Y, aunque esto ya no es tan habitual, constatemos que en sus páginas el lector encontrará un texto muy correcto en el análisis cinematográfico y muy bien escrito, todo lo cual hace de esta edición un libro imprescindible para conocer y valorar, como se merece, el trabajo del último clásico vivo del cine contemporáneo.

Ariodante

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