viernes, 25 de enero de 2008

LA ÚLTIMA VEZ QUE VI PARÍS (The Last time I saw Paris, de Richard Brooks, 1954)

No debe haber nada más frustrante que escribir un guión y ver como el director, el productor, o los dos juntos, te lo destrozan. Esa sensación de impotencia, de rabia contenida al ver como son otros los que desarrollan –y cambian- tus ideas, es la causa de que hayan aparecido algunos de los mejores directores de la historia del cine. Richard Brooks fue uno de ellos.

Guiones como los de Fuerza Bruta (Brute Force de Jules Dassin, 1947) o Cayo Largo (Key Largo de John Huston, 1948) propiciaron que Brooks se pasara a la dirección tal como había ocurrido con el propio Huston o con Billy Wilder. Transcurrida una primera fase de aprendizaje, Richard Brooks dirigió La última vez que vi París, película que, en mi opinión, inaugura su mejor etapa como realizador: aquella que transcurre desde la mitad de los años cincuenta hasta la mitad de los sesenta y se compone de excelentes adaptaciones literarias. De hecho, el filme que nos ocupa, se basa en el relato “Babylon Revisited” de F. Scott Fitzgerald, con guión de los gemelos Epstein y del propio Brooks.



The last time I saw Paris es un melodrama que se sitúa entre aquellas “películas para mujeres” que se realizaban a finales de los 40 y aquellas otras dirigidas por el verdadero especialista: Douglas Sirk. Y digo que se sitúa entre ellas porque no se puede incluir en ninguno de esos dos grupos gracias a la forma de rodar de Brooks y a su cuidado guión. La trama se desarrolla en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en París. Un periodista del ejercito(Van Johnson), el mismo día de la liberación de la ciudad, conoce a dos hermanas que se enamoran de él. Finalmente se casa con una de ellas (Elizabeth Taylor), mientras la otra (Donna Reed) no puede olvidar la afrenta y esperará la oportunidad para vengarse. Por otro lado, la forma de vida algo alocada de la familia, sus ansias por conseguir dinero, más el carácter depresivo de Van Johnson (cuya “sosa” forma de actuar viene aquí como anillo al dedo), provocan una situación que evoluciona de forma dramática.

Si bien la historia parece más adecuada a los años 20 -tal como la ideó Scott Fitzgerald-, Brooks consigue adaptarla a la década de los 50 y le da un original toque de modernidad. Y lo logra gracias a unos diálogos –los suyos- que no tienen desperdicio (“es más barato vivir como un rico que serlo en realidad”); a una puesta en escena espectacular; y a una actriz que acababa de dar el salto de ídolo juvenil –del que muchas otras no se habían recuperado- a mujer adulta: Elizabeth Taylor.



Y es que el realizador utiliza eficazmente todo lo que rodea a una estrella de esa categoría para obtener los fines dramáticos deseados. Liz Taylor acude a cada escena con un vestido distinto –y hasta con diferente corte de pelo- según el momento de la historia o el efecto que se pretende conseguir. Así, en el arranque, en un ambiente decadente -donde suena la famosa canción que da nombre al título-, el rostro de la Taylor brilla de una forma especial entre su melena y su ropa, ambas del mismo color negro. En otra secuencia crucial de la película, para dar mayor fuerza al drama que estamos viviendo, ella aparece con un vestido rojo intenso y con el pelo muy corto, como una medieval Juana de Arco camino del cadalso.

La última vez que vi París, por las razones aportadas, transciende más allá del típico producto comercial para entretenimiento de las amas de casa en los años de la posguerra. Richard Brooks aprovechó la oportunidad que se le brindaba de plasmar en la gran pantalla uno de sus brillantes guiones. Ya nunca más permitiría que otros dirigieran sus películas.


Ver Ficha de La Última vez que vi París.

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