domingo, 3 de agosto de 2008

MÁSCARAS (Masques de Claude Chabrol, 1987)

Creo que fue Truffaut el que comparó el Cine con la Vida para concluir que eran la misma cosa. ¿No ha tenido alguna vez la sensación, después de haber visto una película, de que podría haber formado parte de ella, de que a algunos personajes ya los conocía? A mí me pasó cuando vi Masques. Una especie de déjà vu cinéfilo que hizo su aparición de forma simultánea a la presentación del personaje principal: Philippe Noiret. Tengo un cuñado francés que me recuerda al legendario actor. Habla y gesticula como él. Las reuniones en su comedor, con los caldos que encierra su bodega como tema de conversación, son iguales a las que imagina Chabrol en una de sus cintas más personales.



Máscaras -y aquí se acaban las similitudes con mi familia allende Los Pirineos; que no se asusten- puede muy bien representar a los mejores filmes del director galo y salir del limbo en el que se encuentra, catalogado como “obra menor”. Y es que pertenece al Chabrol que se decide por ambientes provincianos, pero burgueses; por secuencias donde la comida y la bebida sirven de catalizadores para diálogos incisivos, pero sorprendentemente desdramatizados; por personajes que se desdoblan una y otra vez ante espejos, o ante el “espejo” enemigo del cine: la televisión, como es el caso.

Christian Legagneur (Noiret) es un presentador que regala viajes y cruceros a parejas de ancianos en un concurso de lo más hortera. Recibe la visita de Roland Wolf, un novelista que le propone escribir su biografía. La vanidad del primero y el interés oculto por su hermana desaparecida, del segundo, inicia una trama que se adentra en el suspense y en el drama, pero que se convierte en una sátira.

Tras los dos personajes principales, Chabrol completa el triángulo con la bella Catherine (Anne Brochet), una especie de ninfómana enfermiza sometida por Noiret en contra de su voluntad, extraída directamente de Encadenados (Notorious de Alfred Hitchcock, 1946). Chabrol no duda en incluir escenas idénticas a la cinta de referencia (la criada ofreciendo una taza de té envenenada, con plano detalle incluido) y completa su homenaje con la música de la famosa serie “Alfred Hitchcok Presenta...” que sirve de sintonía al concurso de televisión.

Sin abandonar la influencia del genial director británico, Chabrol soluciona la puesta en escena con sus característicos saltos de eje, para resaltar lo que considera importante, o para cambiar el rumbo del largometraje. Así, en el comedor, cuando Noiret se encuentra ausente, el realizador cambia bruscamente el punto de vista del objetivo para situarlo desde la silla vacía que hubiera ocupado el actor francés; una forma muy personal –y elegante- de subrayar el control que ejerce el personaje sobre el resto.

Los secundarios, atados por corto por Noiret, son la excusa perfecta para que Chabrol hable de sexo y así cumpla con otra de sus obsesiones preferidas. Desde la masajista (sin comentarios) hasta su cornudo marido Manu -relegado a una obscura bodega-, pasando por la siniestra Colette (secretaria-criada-amante), todos revolotean alrededor de Christian insinuándose para buscar sus favores.

En Máscaras, fiel a su título, nadie es quien aparenta ser. Chabrol sí. El realizador permanece leal a sus principios y a su forma de rodar. Al final del filme se posiciona del lado que esperamos todos los que amamos su cine. De hecho, no me extrañaría nada que fuera la mano del propio Claude Chabrol la que aparece en el plano detalle que cierra la película.

Ver Ficha de Máscaras.

Dedicado a una amiga conozzedora y admiradora de la obra de Claude Chabrol.

2 comentarios:

  1. UN COZZINERO FILIPINO

    “Es curioso, la última vezz que fui el cine, este invierno, vi una peli franzzesa; me reí con un pavo disléxico que se rompe la crisma en una moto y me emozzioné con otro que hablaba de coles, lechugas y lombardas mientras, un amigo, pintaba pezzes y judías verdes. Cuando estaba en la sala de cine y muchos días después, recordaba las similitudes entre “Conversazziones con mi jardinero” y el cine de Chabrol. Seguramente no existan argumentos objetivos pero, los argumentos, en muchas ocasiones, no están en lo que el ojo ve, sino en lo que el corazzón siente”.

    Me gusta Chabrol y me gusta mucho el cine franzzés, me gusta que no ocurra nada, exzzpeto el monótono gotear de un grifo de agua, el cri cri de un camino de piedras chinas, que una dama cacatúa conduzzca un dos caballos con un minúsculo pañuelo al cuello, que una chica filosofe con un pollo que fuma un cigarro en un París en blanco y negro y que, aún no pasando nada, alguien entre en un salón y, con una recortada, se zzepille a la madre, al esposo, al niño y si hazze falta, a un cozzinero filipino que cuezze una lombarda en la cozzina de una ciudazz de provinzzias.

    Cosas del cine franzzés, cosas de Chabrol…

    Caperuzza

    Possdata: Si Chabrol hizziese una peli de profes, estoy segura de que alguien cozzinaría perdizzes, una dama conduzziría con guantes, habría un jardín con muchas hortensias, un camino chino, una casa en las afueras, muchos aprobados en vezz de suspensos y un fontanero despistado, que al final de la peli, haría: (dos puntos…)

    Bang!!!!! Bang!!!

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  2. Varias fueron las causas por las que salí de aquella sala de V.O. del centro con ganas de ver más cine francés, a saber: el buen hacer de Daniel Auteuil, aquel jardinero que acomañaba su trabajo con música clásica, el ciclista que giraba para un lado pero señalaba con la mano el giro al lado contrario (ese mismo Caperuza), y, en general todas y cada una de las conversaciones entre los dos protagonistas, verdadera transmisión de filosofia de la vida entre uno y otro.

    De Chabrol: la sangre goteando sobre un bocadillo, un ascensor que se para anunciando el final de una vida atormentada, un asalto -cuchillo en mano- que es lo más parecido a hacer el amor; la carnicería desdramatizada al son de Don Giovanni de Mozart (esa misma Caperuza); el vía crucis de un amigo por salvar al "bello Sergio"; los celos en un hotel de provincias, el ilegal trabajo "de mujeres" ejercido clandestinamente desde la propia casa; las comidas; los espejos...

    Qué alegría tenerte aquí!

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