lunes, 25 de abril de 2016

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (XI)


4.2.3. Río Lobo (Howard Hawks, 1970).

Entre los muchos elementos comunes que relacionan Río Bravo con El Dorado, se encuentran las razones contextuales que empujaron a Hawks a decidirse por rodar ambas películas. En los dos casos, la carrera del director pasaba por un momento delicado tras sendos fracasos de crítica y público. Después de la grata experiencia que significó Río Bravo, y de comprobar que se había vuelto a ganar los favores de la audiencia con El Dorado, el realizador se dio cuenta de que, sorprendentemente, la intertextualidad en sus cintas parecía jugar a favor de la taquilla. Reconocer caracteres y conflictos, y disfrutar con los cambios en los puntos de vista, era un pasatiempo extra que el espectador agradecía. Creemos que Hawks, plenamente consciente de esa circunstancia,[1] la tuvo en cuenta para enfrentarse a su siguiente proyecto. Nosotros también para especular acerca de las razones que llevaron al director a rodar Río Lobo: podríamos acumular motivos tales como el evitar volver a pasar por otro periodo de fracaso; el cansancio, dada su avanzada edad, que le aconsejaba no emprender un proyecto completamente nuevo; y, sobre todo, la seguridad que le daba filmar una cinta similar a los dos westerns anteriores gracias a la buena predisposición del público para aceptar ese tipo de producto.


Según Joseph McBride, lo que pretendía hacer Hawks con Río Lobo era una suerte de remake de Rivales, pero en clave de western (McBride 1988, p. 136). Como en El Dorado, quería partir de una historia completamente diferente, tomarla como desencadenante de la acción y conducirla cuanto antes a su “Río Bravo” particular, todo con el objetivo de volver a jugar con personajes y situaciones. Para ello, contrató a Burton Wohl que, no obstante, propuso un argumento bastante distante del de Rivales. La falta de entendimiento entre Hawks y el escritor desembocó en el despido del segundo y en la contratación de la responsable del texto de las dos películas anteriores: Leigh Brackett. La guionista sabía lo que tenía que hacer, llevar la trama luminosa de Wohl, que arrancaba en la guerra civil, al terreno oscuro de un nuevo Río Bravo, rebautizado para la ocasión en Río Lobo:

Cord McNally (John Wayne) es un coronel del ejército del Norte que pierde en los últimos días de la guerra un cargamento de oro a manos de los confederados. Capitaneados por Pierre Cordona (Jorge Rivero) y por el joven sargento Tuscarora (Christopher Mitchum), los sudistas primero atrapan a McNally, pero después se dejan sorprender por el coronel para terminar siendo apresados. Al finalizar la guerra, los que eran enemigos olvidan sus rencillas y prometen ayudar a McNally a localizar a Ketcham, el traidor que vendió la información acerca del oro.

Ahí concluye el extenso prólogo que da pie a que la trama continúe en Río Lobo, el pueblo donde el capitán Cordona ha visto al hombre que busca McNally. En Río Lobo también vive Tuscarora con su padre, el viejo Phillips (Jack Elam), ambos son acosados por los hombres del sheriff Hendricks, a sueldo de Ketcham, para obligarles a vender sus propiedades —los MacDonald de El Dorado son ahora los Phillips en Río Lobo—. Por otro lado, Shasta Delaney (Jennifer O’Neill) reclama venganza por el asesinato de su socio en la venta ambulante de “medicinas”. Como el crimen también ha sido cometido por uno de los hombres de Hendricks, la mujer se alía con McNally, Cordona, Tuscarora y Phillips en su lucha con Ketcham. Es decir, de nuevo tenemos al grupo del líder, el amigo, el joven, el viejo y la mujer, aunque esta vez el sheriff es el villano. 

Precisamente el falso representante de la ley, en su afán de obligar a Phillips a vender, detiene a Tuscarora y lo confina en la cárcel. Hawks riza tanto el rizo que ahora el que está preso es el “bueno”. El director mantiene la situación hasta el final en el que la trama vuelve a ser la de siempre: McNally apresa a Ketcham, libera a Tuscarora y se hace fuerte en la cárcel, mientras en el exterior le acosan los hombres de Hendricks que, a su vez, han cogido a Cordona. Todo se resuelve con un canje en las afueras de la ciudad y con un tiroteo que acaba con Ketcham y su banda. Como vemos, Hawks reúne piezas de las películas anteriores y las mezcla a su antojo para concluir con una vuelta a los orígenes, para cerrar la trilogía con un final idéntico al de Río Bravo.[2]






[1] Realmente, Hawks advirtió ese factor de ventaja mucho antes, en la promoción de El Dorado, cuando para atraer al público a la salas anunció que la película era una mezcla entre Río Rojo y Río Bravo.
[2] Hasta el detalle de la dinamita es igual, sólo que ahora los que la lanzan son los villanos.



lunes, 11 de abril de 2016

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (X)

Como hemos visto, Hawks se tomó la primera revisión de Río Bravo de una forma más relajada, quizás debido a su avanzada edad (70 años). Puede que también por esa razón sus personajes principales parezcan más cansados, además de limitados físicamente. Thornton llega a decir al final que está harto de andar de un lado para otro alquilándose al mejor postor y decide quedarse en El Dorado junto a su amigo. Para Carlos Aguilar, el largometraje “es un canto nostálgico sobre los tiempos irrecuperables, con la terrible amenaza de la senectud” (2011, p.504). Esa visión crepuscular, por otro lado tan habitual en el género en la década de los sesenta,[1] se refleja en los créditos,[2] en la música de Nelson Riddle[3] y en algunos encuadres, de nuevo fordianos, como el de la despedida entre Thornton y Maudie, con la puesta de sol como escenario (4.44).

4.44

Una imagen muy bien fotografiada por Harold Rosson, que hace un excelente trabajo con las tomas nocturnas, tan bueno como el de Russell Harlan; aunque diferente. Rosson ilumina más los rostros de los actores y emplea unos tonos cromáticos más reales que los de su antecesor. Hawks quedó contento con el trabajo de su operador, si bien, por sus palabras, entendemos que trabajó mejor con Harlan que con Rosson: “Alguien empezó a hablar de Óscar y él (Rosson) comenzó a trabajar cada vez más despacio, y al final me sacaba de quicio” (Bogdanovich 2007, p.296). 

Problemas de velocidad aparte, en El Dorado, Rosson también sigue al pie de la letra las directrices del cineasta y se ocupa de que el objetivo sea lo más transparente posible. Como en Río Bravo, Hawks sólo altera su propio criterio cuando el peligro se cierne sobre los protagonistas: vuelve a los travellings nocturnos cargados de suspense en los mismos decorados que la cinta original,[4] y a los picados extremos bajo el punto de vista de los villanos como en la secuencia del tiroteo en la iglesia. Quizás la fotografía de El Dorado sea menos expresiva que la de Río Bravo, pero resulta del todo adecuada y consecuente al tono que Hawks quería darle a la cinta: más suave en todos lo sentidos.

Hawks se muestra igual de reposado, más comedido, a la hora de desarrollar las relaciones de pareja. El personaje de Maudie tiene una presencia inferior a la que tenía Feathers en Río Bravo. Interpretado por Charlene Holt,[5] Maudie no es una jugadora de cartas como su antecesora, pero ha vivido en ese mundillo cuando Hawks la presenta como viuda de un tahúr. Como apuntan varios autores, Maudie es Feathers después de siete años, los que transcurren entre una película y otra: ya está asentada en el pueblo y además ha tenido una relación tanto con Thornton como con Harrah. Hawks recupera su característico conflicto de parejas —ausente en Río Bravo—, pero de acuerdo al tono relajado de la película, lo hace de forma desdramatizada, casi anecdótica, entre bromas de los tres implicados.

4.45

 Mientras tanto, el realizador deja su habitual subtrama de guerra de sexos para los más jóvenes, James Caan y Michele Carey. El encuentro entre Mississippi y Jodie tiene lugar en un granero cuando el primero cree que se enfrenta a uno de los pistoleros de Jason (4.45). Es una secuencia que recuerda a la famosa escena de Jane Russell en El Forajido, pero sin la misma carga erótica de aquella cinta de Howard Hughes donde la actriz enseñaba algo más de lo permitido mientras “luchaba” en un pajar.

Aunque ninguna de las dos parejas, Wayne-Holt y Cann-Carey tienen demasiada importancia en la trama, si es significativo el empleo por parte de Hawks de mayor número de personajes femeninos, algo que venía haciendo desde la finalización de Río Bravo: tanto en Hatari! como en Su juego favorito y en Peligro… Línea 7000, Hawks utilizó a varias mujeres en distintas subtramas. En especial en la última cinta donde se narran tres historias de tres pilotos y sus correspondientes parejas, y donde Charlene Holt hace un papel secundario.

4.46

Fue precisamente en Peligro… Línea 7000 donde Hawks descubrió a la joven promesa que era James Caan, un actor que apenas había participado en un par de películas. Caan hace en El Dorado un buen trabajo encarnando a Mississippi, personaje que transcurre en la misma línea que el filme: se presenta dramático para luego transformarse progresivamente en cómico (4.46). Al parecer, el actor no sabía que estaba interpretando un papel de comedia y continuó con su registro, digamos serio, durante todo el metraje. Compañeros y personal del equipo de rodaje se reían de él hasta que en el preestreno por fin se dio cuenta de lo que estaba pasando. Al preguntarle a Hawks por qué no le había avisado antes, el director le dijo: “Lo habrías estropeado. Habrías tratado de ser gracioso” (McBride 1988, p.157).

De la misma forma que en Río Bravo faltaba la referencia al triángulo amoroso y Hawks la incluyó en El Dorado, el director hizo lo propio con otro de sus temas preferidos: el del aprendizaje. Nos referimos al vínculo que se establece entre Wayne y Caan, más reconocible en la filmografía del director que el expuesto en Río Bravo entre Wayne y Ricky Nelson. Aunque ambas son relaciones de amistad, la primera es la más habitual en Hawks, la basada en la enseñanza, en los consejos del pistolero veterano al joven inexperto.

Si en Río Bravo, Hawks logró reunir a todos los caracteres utilizados en su carrera, en el conjunto de los dos westerns consiguió, además, exponer la mayoría de las temáticas que definían las relaciones entre ellos. Como dice Quim Casas: “El Dorado y Río Bravo, son dos obras maestras que se implican la una en la otra, complementándose a la perfección y necesitándose mutuamente” (1998, p.376). Algo que, desgraciadamente,  no ocurrió con Río Lobo.






[1] Con películas que van desde El Hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who shot Liberty Valance de John Ford, 1962) a Grupo Salvaje (Wild Bunch de Sam Peckinpah, 1969).
[2] Son cuadros de Olaf Wieghorst, al que Hawks le reserva un pequeño papel de armero sueco. Como dice Quim Casas, Hawks parece contemplar el western a través de las estampas de Wieghorst “como si fuera ya historia” (1998, p. 393).
[3] La letra del tema “El Dorado” es de John Gabriel. La canción, compuesta también por Nelson Riddle, la interpreta George Alexander en los créditos y acompaña a la acción a lo largo del metraje para subrayar el tono nostálgico.
[4] Los exteriores de El Dorado se rodaron también en Tucson.
[5] Charlene Holt ya había trabajado con Howard Hawks en sus dos películas anteriores: Su juego favorito y Peligro… Línea 7000. Fue descubierta por el director cuando Hawks la vio en televisión en un anuncio de barra de labios. La actriz se ganaba la vida como modelo después de haber liderado varios concursos de belleza.



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