lunes, 29 de septiembre de 2014

CINE EN TV: MONTANA; EL ÚLTIMO TREN DE GUN HILL

Montana (Ray Enright y Raoul Walsh, 1950). Errol Flynn, Alexis Smith y S.Z. Zakall. (ETB 2, martes 30 de septiembre a las 19:30)

Western irregular de Ray Enright que firma la película con permiso de Raoul Walsh. La cinta se rodó en 1948 y tardó dos años en estrenarse. El director estrella de la Warner (Walsh), sólo participó en algunas escenas de acción y se quedó con las ganas de llevar él las riendas y rodar un western. Los espectadores tuvieron suerte —y nosotros también— porque sació su apetito con la excelente Juntos hasta la muerte (Colorado Territory, 1949), a la sazón autoremake de otra maravilla, esta vez del cine negro: El último refugio (High Sierra, 1941).

Montana es, en realidad, un western de aventuras. Una clásica cinta de género, pero algo desenfadada y con ciertos tintes de comedia que hoy en día chirrían bastante: Morgan (Errol Flynn) es un ovejero australiano que llega a Montana con su rebaño para alterar el status de los clásicos ganaderos. Las peleas entre vaqueros y ovejeros están servidas; y también el romance entre Morgan y la bella propietaria de los pastos (Alexis Smith, la guapa —y alta— actriz insignia de la Warner por esa época, junto a Virginia Mayo, Ida Lupino y Ann Sheridan).


La cinta de Enright es una especie de continuación de San Antonio (de David Butler, también auxiliado por el arreglatodo Raoul Walsh en 1945), pero con los roles cambiados. Allí, Flynn era un ganadero desterrado que acude a la ciudad a ajustar cuentas con el que lo echó; un despropósito en un filme donde coincide el mismo trío de actores de Montana: la pareja protagonista y el insufrible y gordo S.Z. Zakall que intenta, en vano, hacer reír a la parroquia.

Una historia absurda, la de Montana (nadie se imagina a Errol Flynn haciendo de ovejero), pero al fin y al cabo una producción entretenida, a punto de quedar señalada con el fatal adjetivo de “fallida” si no fuera por la fuerza de Walsh en las citadas escenas de acción.


El último tren de Gun Hill (Last train from Gun Hill de John Sturges, 1959). Kirk Douglas, Anthony Quinn (Paramount Channel, miércoles, 1 de octubre a las 18:30)

Pertenece al extenso ciclo de películas del oeste que protagonizó Kirk Douglas, y que le reportó grandes éxitos. Además de la excelente actuación de la estrella, también destaca su implicación personal. La historia que escribió Les Crutchfield (“Showdown”, como originalmente se llamaba) pasó con nota el filtro de posibles proyectos de la Bryna, productora propiedad del actor: un sheriff (Douglas) persigue a unos criminales que han asesinado a su mujer. El rastro le lleva hasta el hijo de un antiguo amigo. Ni su compañero de años pasados (Anthony Quinn), ni casi nadie del pueblo, están por la labor de dejar que se lleve al asesino en el tren del título... leer más.



lunes, 15 de septiembre de 2014

LA TIENDA EN LA CALLE MAYOR (Obchod na korze de Ján Kadár y Elmar Klos, 1965)

Creo que fue Charles Chaplin el que dijo que la vida a corto plazo es una tragedia, pero a largo plazo se convierte en una comedia. ¿Cuántas veces hemos escuchado: “tranquilo, dentro de unos años nos reiremos de esto”? Varias, ¿verdad? Por tanto, da la impresión de que el gran Charlot tenía razón. Sin embargo, su teoría falla cuando las tragedias afectan a un colectivo, en especial cuando es la humanidad la que las padece. Jan Kadar y Elmar Klos lo demuestran con esta película que roza la obra maestra.



La cinta de Kadár y Klos narra cómo Tono (Jozef Kroner), un pobre carpintero, se ve beneficiado sin quererlo por su cuñado, un alto mando fascista en la Checoslovaquia ocupada durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Tono acepta encargarse de llevar la mercería de una anciana, una judía que va a ser desahuciada en cumplimiento de la nueva ley racista. La señora Lautmann (Ida Kaminska) es viuda desde hace mucho, está sorda y no se entera de nada; cuando Tono acude a tomar posesión de su tienda, la viuda confunde la situación y cree que el pobre hombre viene a buscar trabajo. Tono no es capaz de llevarle la contraria y finge que trabaja para ella mientras la comunidad judía le da un pequeño salario a cambio de que siga con la pantomima.

La película entra de lleno en la comedia. La relación entre los dos personajes es la causa de equívocos de lo más graciosos. Sigue la misma línea cómica el hecho de la construcción de una especie de pirámide de madera por parte de los fascistas, un monumento cutre que quiere ser el símbolo de la grandeza nazi y parece todo lo contrario. En general, el tono de la interpretación de todos los personajes al son de una musiquilla circense es mucho más acorde con las risas que con las lágrimas en esta primera parte del filme.

Sin embargo, cuando los alemanes reclaman a los judíos, los marcan con las cruces de David y, finalmente, comienzan a deportarlos y a exterminarlos, la tragedia se cierne sobre todos los personajes. ¿Qué debe hacer Tono con la señora Lautmann? Ya no puede seguir con el juego de la misma forma que antes. ¿Tiene que esconderla? ¿Debe denunciarla? Las dudas y el conflicto moral al que se enfrenta es difícil de soportar. A estas alturas, el espectador abandona la sonrisa para ya no volver a recuperarla.



El trabajo en la dirección de Kadár (director húngaro afincado en Checoslovaquia, que más tarde emigrará a Estados Unidos para realizar algunas de sus obras y trabajar en televisión) en adaptar la novela corta de Ladislav Grosman es sencillamente espectacular. Con una cámara en continuo movimiento, con el objetivo siempre en sintonía con la acción, el realizador avanza con fluidez por este largometraje. Lo hace desde lo que parece el típico producto del cine checo de esos años, el cine del humor absurdo (véase Al fuego bomberos de Milos Forman, 1967, o Sed bienvenidos, prohibida la entrada de Elem Klimov, 1964, entre muchas otras), hasta llegar al drama más duro, a la tragedia incluso. Una transición sin piedad hacia el espectador que tan sólo se puede relajar con ciertas escenas oníricas traídas un poco con calzador.

Los trabajos de los actores también brillan a gran altura, en especial el de la polaca Ida Kaminska que representa la parte absurda del holocausto: la anciana no es capaz de asimilar lo que está ocurriendo con el mundo que parece haberse vuelto loco. La Tienda en la Calle Mayor, aunque hoy parezca olvidada, tuvo en su día un enorme reconocimiento mundial: ganó nada menos que el Óscar a la mejor película en lengua extranjera, y —pocas veces ocurre— la notable actuación de Ida Kaminska se hizo un hueco entre las más rutilantes estrellas de Hollywood de tal forma que la Academia no tuvo más remedio que nominarla en el apartado de mejor actriz.




lunes, 8 de septiembre de 2014

SIN TECHO NI LEY (Sans toit ni loi de Agnès Varda, 1985)

Septiembre, el fin de las vacaciones, los últimos días de verano y… el festival de Venecia. Este año no ha habido muchas sorpresas, al parecer el premio estaba cantado y el León de Oro se lo ha llevado una cinta sueca que maravilló a todo el mundo en su estreno: A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existente de Roy Andersson. Pero no vamos a hablar de la flamante ganadora de La Mostra sino de otra película que ya obtuvo el galardón hace casi treinta años.






















La cinta de Agnès Varda no sólo se hizo con el prestigioso premio veneciano sino que se llevó varias nominaciones a los César de ese año (ya saben, los Óscar franceses), entre ellos el de mejor actriz protagonista, Sandrine Bonnaire, que finalmente ganó. Mucho reconocimiento, todo justo, para un filme que puede ser la obra maestra de la cineasta belga. Una película que, por cierto, pudimos ver hace un par de años en el pasado festival de cine europeo de Sevilla gracias a la retrospectiva que nos regaló la organización del certamen.

Sin techo ni ley es un drama social que representa muy bien todo lo que le interesa a Varda. Primero, porque es un largometraje a medio camino entre la ficción y el documental, muy en la línea de una de las mejores documentalistas de siempre, toda una leyenda viva de este género a nivel mundial; segundo, porque trata un tema querido por Varda cuando describe el desarraigo social y la marginalidad y trata de indagar en las causas que llevan a una persona a rechazar el sistema impuesto por la sociedad occidental.

Como en sus mejores documentales, Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000) y su continuación, Dos años después (Les glaneurs et la glaneuse… deux ans après, 2002), con los que tiene mucho en común, la realizadora expone aquí la vida de una indigente a lo largo del duro invierno francés. La película arranca cuando un agricultor descubre el cadáver de una joven en medio del campo. Varda se vale del suspense —¿qué le habrá ocurrido a esta mujer?— para narrar en un largo flash-back la historia de la casi adolescente, Mona (a gran nivel nuestra querida actriz chabroliana Sandrine Bonnaire, con tan sólo dieciocho años, en el papel que le lanzó a la fama).


La directora se sirve de las herramientas que mejor conoce, las del documental, para elaborar una estructura muy atractiva que explica lo que le sucede a Mona en su descenso hacia la desesperanza. Son falsos documentos, entrevistas de ficción que se organizan al inicio o al final de sucesivos cortos ligeramente entrelazados (como los utilizados por Woody Allen en varias de sus películas, recordemos: Coge el dinero y corre, Zelig, Acordes y desacuerdos, entre otras). En ellos, Mona se encuentra con un grupo heterogéneo de personajes: otro indigente que fuma hierba; la criada de una anciana senil; una pareja de pastores; una bióloga que lucha contra una plaga; un inmigrante tunecino y, en fin, con todo tipo de personas marginadas o solitarias por una u otra circunstancia.

Sans toit ni loi es una película que no hay que perderse por su trama, pero también por la composición de las imágenes que gestiona la veterana directora con la aparente sencillez de una maestra. Dos ejemplos: un plano largo nada más comenzar, la protagonista está en la playa, sale del agua, se ha dado quizás el último baño de la temporada —probablemente es septiembre (como ahora)—, pero nada conocemos de ella, da la impresión de que viene del mar directamente, de hecho, los narradores así es como lo cuentan. La segunda es una panorámica (véanla en el trailer de abajo) donde Mona se cruza con una joven de su edad a la entrada de una panadería, ella entra hecha un desastre, sucia, mal vestida, sin nada que llevarse a la boca, la otra sale bien abrigada, con pan y otros alimentos, la cámara deja a Mona y sigue a esta última, finalmente se para en un árbol desnudo, viene el invierno…

Ver Ficha de Sin techo ni ley.




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