Creo que fue Charles Chaplin el que dijo que la vida a
corto plazo es una tragedia, pero a largo plazo se convierte en una comedia. ¿Cuántas
veces hemos escuchado: “tranquilo, dentro de unos años nos reiremos de esto”? Varias, ¿verdad? Por tanto, da la impresión de que el gran Charlot tenía razón.
Sin embargo, su teoría falla cuando las tragedias afectan a un colectivo, en
especial cuando es la humanidad la que las padece. Jan Kadar y Elmar Klos lo demuestran
con esta película que roza la obra maestra.

La cinta de Kadár y Klos narra cómo Tono (Jozef Kroner), un pobre carpintero, se ve beneficiado sin quererlo por su cuñado, un alto mando fascista en la Checoslovaquia ocupada durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Tono acepta encargarse de llevar la mercería de una anciana, una judía que va a ser desahuciada en cumplimiento de la nueva ley racista. La señora Lautmann (Ida Kaminska) es viuda desde hace mucho, está sorda y no se entera de nada; cuando Tono acude a tomar posesión de su tienda, la viuda confunde la situación y cree que el pobre hombre viene a buscar trabajo. Tono no es capaz de llevarle la contraria y finge que trabaja para ella mientras la comunidad judía le da un pequeño salario a cambio de que siga con la pantomima.
La película entra de lleno en la comedia. La relación entre los dos personajes es la causa de equívocos de lo más graciosos. Sigue la misma línea cómica el hecho de la construcción de una especie de pirámide de madera por parte de los fascistas, un monumento cutre que quiere ser el símbolo de la grandeza nazi y parece todo lo contrario. En general, el tono de la interpretación de todos los personajes al son de una musiquilla circense es mucho más acorde con las risas que con las lágrimas en esta primera parte del filme.
Sin embargo, cuando los alemanes reclaman a los judíos,
los marcan con las cruces de David y, finalmente, comienzan a deportarlos y a
exterminarlos, la tragedia se cierne sobre todos los personajes. ¿Qué debe
hacer Tono con la señora Lautmann? Ya no puede seguir con el juego de la misma
forma que antes. ¿Tiene que esconderla? ¿Debe denunciarla? Las dudas y el conflicto
moral al que se enfrenta es difícil de soportar. A estas alturas, el espectador
abandona la sonrisa para ya no volver a recuperarla.
El trabajo en la dirección de Kadár (director húngaro afincado
en Checoslovaquia, que más tarde emigrará a Estados Unidos para realizar
algunas de sus obras y trabajar en televisión) en adaptar la novela corta de Ladislav
Grosman es sencillamente espectacular. Con una cámara en continuo movimiento, con
el objetivo siempre en sintonía con la acción, el realizador avanza con
fluidez por este largometraje. Lo hace desde lo que parece el típico producto
del cine checo de esos años, el cine del humor absurdo (véase Al fuego bomberos
de Milos Forman, 1967, o Sed bienvenidos, prohibida la entrada de Elem Klimov,
1964, entre muchas otras), hasta llegar al drama más duro, a la tragedia incluso.
Una transición sin piedad hacia el espectador que tan sólo se puede relajar con
ciertas escenas oníricas traídas un poco con calzador.
Los trabajos de los actores también brillan a gran altura,
en especial el de la polaca Ida Kaminska que representa la parte absurda del
holocausto: la anciana no es capaz de asimilar lo que está ocurriendo con el
mundo que parece haberse vuelto loco. La Tienda en la Calle Mayor, aunque hoy
parezca olvidada, tuvo en su día un enorme reconocimiento mundial: ganó nada
menos que el Óscar a la mejor película en lengua extranjera, y —pocas veces
ocurre— la notable actuación de Ida Kaminska se hizo un hueco entre las más rutilantes
estrellas de Hollywood de tal forma que la Academia no tuvo más remedio que nominarla
en el apartado de mejor actriz.
Ver ficha de La Tienda en la calle Mayor.