lunes, 21 de octubre de 2024

THE CRUEL SEA (Charles Frend, 1953)

Entre los reservistas voluntarios de la Segunda Guerra Mundial se encontraba el alférez de fragata Nicholas Monsarrat. Educado en Cambridge, periodista y escritor, se alistó en la armada y estuvo toda la guerra destinado en escoltas. Monsarrat llegó a ser capitán de corbeta y a mandar varios barcos. De sus experiencias en la mar escribió “The Cruel Sea”, una conocida novela que fue llevada al cine en la posguerra:


La corbeta “Compass Rose” es una unidad recién construida de la clase Flower. El mando de la nave ha sido asignado al capitán de corbeta Ericson (Jack Hawkins) de la reserva naval, procedente de la marina mercante. Su segundo es el teniente de navío Bennett (Stanley Baker), un déspota con sus subordinados, los alféreces de fragata Lockhart (Donald Sinden), Ferraby (John Stratton) y Morell (Denholm Elliott). La guerra en Francia aún no se ha desatado y los submarinos todavía no han aparecido en el Atlántico. Sólo el mar embravecido parece amenazar a la pequeña embarcación que hace aguas por todas partes, pero que resiste bien los temporales... 

Si la novela de Monsarrat es el armazón de The Cruel Sea, el alma de la película es el buen guion de Eric Ambler. De hecho, su trabajo en el libreto de la película fue reconocido con un Óscar al mejor guion adaptado. La dirección corrió a cargo de Charles Frend, un discreto realizador que procedía de la inagotable cantera de editores. La cinta se centra en el interior de la cámara de oficiales para seguir la relación que existe entre los protagonistas. La unión de los tres alféreces en contra del segundo, o el vínculo casi paternal entre el comandante y Lockhart son algunos de los puntos de interés. También lo es el cambio del comandante a partir del nuevo destino en la fragata: Ericson se deshumaniza y se transforma en un nuevo Ahab que sólo busca vengarse de lo sucedido con su querida “Compass Rose”.

La propaganda de este tipo de largometrajes desaparece en The Cruel Sea. Ya no hay discursos patrióticos ni buenas caras, sino angustia cuando se recogen cadáveres y supervivientes; y desesperación cuando la mar se muestra implacable con la pequeña corbeta a la que zarandea como una marioneta. Frend gasta metraje en mostrar al barco navegando con mar gruesa. El director quiere que el espectador sienta el agua fría y salada salpicándolo, que vea el caos en el interior de la corbeta, en las zonas “habitables”, cuando el barco se atraviesa a la mar al variar de rumbo para mantener el puesto. 




La película es, por tanto, mucho más cruda y dura que, por ejemplo, Sangre, sudor y lágrimas, y más realista que Acción en el Atlántico Norte, por citar dos películas que tratan el mismo tema. También más sutil cuando la luz del barco que se va a pique se apaga en la cara del marinero que contempla la horrible escena; o cuando el comandante cree oír en la fragata las voces desesperadas de sus hombres ahogándose en la sala de máquinas de su barco anterior. 

El realizador maneja bien el suspense en la escena del sacrificio de los náufragos, antes de que Ericson decida si lanzar las cargas de profundidad o no; y en una secuencia muy parecida a la de la citada Acción en el Atlántico Norte: los submarinos acechan y la corbeta se encuentra indefensa a la deriva, con las máquinas paradas, de noche, en mitad del océano debido a una avería. Los primeros planos expresionistas de la tripulación aguardando en silencio a la espera de que finalicen las reparaciones, o a que impacte un torpedo, son deudores de las películas de terror.

The Cruel Sea fue el largometraje británico de mayor éxito en 1953. En toda la película no se llega a ver al enemigo, ni siquiera cuando Ericson y Lockhart hunden su segundo submarino: “¿te das cuenta de que nunca hemos visto la cara del enemigo?”, le dice uno al otro cuando recogen a los supervivientes. Por fin los ven, pero el público no. El director no lo permite para tratar a los alemanes como un elemento hostil más del océano, una dificultad añadida que se suma a las aguas heladas y a los temporales. La frase con la que arranca el filme lo deja claro: “Los hombres son los héroes, las naves son las heroínas. El único villano es el mar, el mar cruel que el hombre ha vuelto aún más cruel.”



El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a The Cruel Sea en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas




domingo, 6 de octubre de 2024

2 X 1: "LA BAILARINA DE LA ÓPERA" y "EL CARNET AMARILLO" (Raoul Walsh)

La bailarina de la ópera (The Red Dance, 1928) 

Nadie duda de que la mejor época en la carrera de Raoul Walsh fue aquella en la que estuvo ligado a la Warner Brothers. Antes de eso fue saltando de productora en productora sin mucho éxito. Sólo tuvo en la Fox cierta estabilidad y pudo dirigir algunas películas que ya daban muestra de su calidad, tanto en el cine mudo como en el sonoro. De ese período son las dos películas de las que vamos a hablar hoy. 

La primera de ellas, La bailarina de la ópera, es una cinta silente, un drama focalizado en la revolución rusa: Tasia (Dolores del Río) es una campesina que tiene a su padre en prisión simplemente por enseñar música; mientras que a su madre la asesinan los temibles cosacos del zar por enseñar en la escuela. Cuando Tasia conoce de casualidad al Gran Duque Eugen (Charles Farrell), se enamora de él. Un noviazgo difícil por pertenecer a dos clases diferentes, que en aquellos tiempos significaba dos bandos distintos. La pareja sólo tiene en común que a ambos los obligan a casarse con quien no quieren. La situación de los protagonistas —y la de toda Rusia— cambia cuando estalla la revuelta… 

Filme muy bien rodado por Walsh, que se luce en las secuencias de la revolución, pero también en las intimistas que encuadran a la pareja protagonista. Dolores del Río, la gran diva mexicana —con permiso de María Félix—, gesticula con vehemencia en su interpretación, algo típico del cine mudo de aquellos años, pero su presencia llena la pantalla cuando la convierten en una heroína de la revolución: La bailarina “roja” (título original del largometraje).

 

La película adapta la novela homónima de Henry L. Gates, una historia ingeniosa, que se desarrolla entre la aventura y el romance, con conspiraciones de todo tipo y protagonismo de personajes históricos (el propio Zar y su familia intervienen, igual que Rasputín, aunque no se diga su nombre), que se mezclan en una trama bien enlazada con ciertos toques de humor, pero también de tragedia. 

La cinta demuestra lo bien que se rodaba en los últimos años del período mudo, con travellings, transiciones, encuadres y buen ritmo en las escenas de acción. Aunque la película denuncia los asesinatos de las masas obreras en los primeros días de la revuelta, también pone el énfasis en la pobreza extrema de la sociedad y, en contraste, la opulencia de las clases privilegiadas. 

 

El carnet amarillo (The Yellow Ticket, 1931) 

Tres años después de La bailarina de la ópera, Raoul Walsh rueda El carnet amarillo,  de nuevo para la Fox y otra vez con un argumento que tiene que ver con la revolución rusa: 

Estamos en Rusia en 1914, en los meses previos a la Primera Guerra Mundial, la protagonista, Marya (Elissa Landy), vive en un gueto judío del que no puede salir por orden del zar. Cuando se entera de que su padre se está muriendo en prisión (fue encarcelado por no pagar unos impuestos injustos), Marya quiere viajar a San Petersburgo para visitarlo. La única solución para moverse por el país es hacerse con un carnet amarillo que distingue a las prostitutas, pero que les permite viajar con libertad. Confundida con una prostituta, Marya se las tiene que ver con el Barón Igor Andrey (Lionel Barrymore), un corrupto jefe de policía. Mientras tanto, Marya conoce al corresponsal inglés (Laurence Olivier) al que le cuenta las injusticias y los atropellos que vive la sociedad rusa en tiempos del zar. Cuando el periodista publica el artículo, tanto ella como él se sitúan en el blanco del Barón. Ni que decir tiene que cuando estalla la guerra, los acontecimientos se precipitan… 

Filme sonoro basado en la obra de teatro de Michael Morton, con una trama con muchos puntos en común con La bailarina de la ópera: además de transcurrir en la rusia previa a la revolución, la protagonista también tiene un padre injustamente encerrado que muere en la cárcel, hay un romance en el que se interpone un alto cargo del gobierno, y el final es casi igual, e, incluso, hay escenas que se repiten en una y otra cinta, como las de la prisión, seguramente para ahorrarse metros de película.

 

El carnet amarillo es un largometraje sonoro pre-code filmado con la maestría de Raoul Walsh, que experimenta con los contrapicados y la profundidad de campo. Destaca la larga secuencia entre el Barón y la protagonista que termina con un disparo al más puro estilo de Hitchcock; también vuelven a sobresalir las escenas con muchos extras, como aquellas del movimiento de tropas al declararse la guerra. 

La película tiene un magnífico reparto con el gran Lionel Barrymore haciendo uno de sus malvados personajes, y un Laurence Olivier jovencísimo, que ya brilla con una actuación sobresaliente, igual que la de la actriz y escritora Elissa Landy. Si estamos atentos, descubriremos a Boris Karloff en un pequeño papel.




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