Stress es tres tres (1968)
Después de un brillante
estreno como director con Los golfos (1960) y de una obra maestra
en su tercera película (La caza, 1966), Carlos Saura comienza una
larga etapa de colaboración con el productor Elías Querejeta. El realizador
aragonés arranca quizás la parte de su carrera más recordada ––y la más criticada––
con una trilogía formada por las cintas Peppermint Frappé, Stress
es tres tres y La madriguera.
Aunque todas ellas contienen
la mayoría de los elementos que configuraron el estilo del cineasta durante los
años que trabajó con Querejeta, las dos últimas quizás sean más secuenciales,
como ahora veremos, y, por tanto, más adecuadas para analizar en nuestra
sección “dos por uno”.
En Stress es tres
tres, Saura propone una road movie con un triángulo formado por los
personajes interpretados por Geraldine Chaplin, Fernando Cebrián y Juan Luis
Galiardo. Los dos primeros forman un matrimonio inestable, mientras que el
tercero en discordia es un socio y amigo de ambos. Un triángulo que modifica la cinta
rodada en exteriores para convertirla en una de las más claustrofóbicas del
director gracias a los primeros planos y a la tirantez existente entre los tres
protagonistas.
La tensión que Saura logra
mantener a lo largo de todo el metraje recuerda mucho a las películas de las
nuevas olas europeas. En concreto, tiene mucho de aquel excelente debut de Roman
Polanski, El cuchillo en el agua (Nóz w wodzie, 1962). Los
juegos de la supuesta pareja de amantes, destinados a provocar al marido, sabiendo
que este los espía; las competiciones entre los dos varones; y las
insinuaciones de la joven protagonista, son parecidos a los de la cinta de
Polanski. El paisaje desolador del desierto almeriense de Tabernas sustituye al
lago igualmente solitario del realizador polaco; ambos quieren expresar lo vacíos
que en realidad se sienten los personajes.
También la crítica al
estamento burgués es muy similar; el final abierto de Stress… concuerda
con el cine moderno; y el desarrollo metafórico, para el que quiera ver una
simbología con el régimen dictatorial y la pasividad o resignación de la clase
media ante tal situación, es asimismo análogo.
La
madriguera (1969)
La siguiente película de
Carlos Saura podría ser una continuación de la anterior, con el matrimonio
protagonista viviendo una crisis que ya parece permanente. La madriguera,
es el título, ahora sí, claramente claustrofóbico de una cinta donde el
escenario es la vivienda de una pareja sin hijos, acomodada y aburrida.
La guerra encubierta entre
ambos se desata cuando ella se refugia en el pasado para combatir el hastío del
presente. Poco a poco va transformando una casa ultra moderna en la vivienda de
su infancia. Así, los muebles antiguos y el vestuario apolillado del trastero
vuelven a reinar en las habitaciones para desesperación del marido.
De nuevo los juegos, cada
vez más tensos y peligrosos, dominan una trama guiñolesca a lo Mankiewicz,
donde, no obstante, abundan los tics y las obsesiones particulares de Saura. Algunas
ya vistas en Stress es tres tres: las heredadas de Buñuel, como
los insectos y los sueños; o las marcas de la casa, como los grabados de un
tratado de anatomía antiguo del cuerpo humano, que se nos antoja quiere representar
lo feo del interior de las personas, lo que bulle por salir al exterior, es
decir, lo que en realidad son cada uno de ellos.
La referencia al pasado
(Geraldine probándose vestidos decimonónicos) y las conductas erráticas de los
personajes son otros lugares comunes en la obra de Saura. Una filmografía, la
de esta época, etiquetada como perteneciente al cine de “arte y ensayo”, con guiones
cada vez más crípticos y metafóricos.
Otra vez con Querejeta en
la producción, y con Geraldine Chaplin al frente del reparto, a la sazón pareja
de Saura durante doce años, el director pone el acento en la denuncia social
contra la burguesía. Algo parecido a lo que Claude Chabrol hacía en Francia,
pero desde un punto de vista más simbólico debido a la aspiración disidente del
realizador oscense.
Debido a todo lo anterior,
las cintas de Saura formaron parte del grupo pionero del cine posmoderno europeo.
Es verdad que, en general, no han envejecido muy bien, sin embargo, eso no es óbice
para justificar la saña con la que parte de la crítica antisaurista ataca
unos largometrajes que, por méritos propios, ya forman parte de la historia del
cine español y, acaso, del mundial.