domingo, 20 de diciembre de 2020

2 X 1: “LAS AVENTURAS DE PINOCHO” y “CORAZÓN” (Luigi Comencini)

Las aventuras de Pinocho (Le avventure di Pinocchio, 1972)

Si hubo algún director italiano interesado por el mundo infantil, y especializado en películas con infantes, este fue, sin duda, Luigi Comencini. Desde sus comienzos como guionista y cortometrajista (Bambini in città, 1946) hasta Corazón (Cuore, 1984), de la que hablaremos más adelante, Comencini dirigió todo tipo de comedias, dramas y adaptaciones literarias centradas en la infancia, con los niños como centro de atención.

No solo se prodigó en la gran pantalla (Prohibido robar, Heidi, El incomprendido, Infancia, vocación y primeras experiencias de Giacomo Casanova veneciano, Vuélvete, Eugenio, Un muchacho de Calabria, Marcelino pan y vino) sino que fue tan bien un avezado realizador de series de televisión tan célebres y de tanta calidad como las dos que traemos hoy a nuestra sesión doble:

Las aventuras de Pinocho, la primera de ellas, es quizás la mejor adaptación del clásico de Carlo Collodi (seguida, de lejos, por la versión de Disney). Rodada en seis capítulos de casi una hora de duración cada uno, fue convenientemente recortada y montada para poder distribuirla en las salas de cine.

 

El Pinocho de Comencini, filmado con un sucio y descarnado realismo, mostrando las miserias de los pueblos de la Italia profunda ⸺y las de sus ciudadanos⸺, fue todo un impacto en Italia y en el mundo entero. Esa aldea paupérrima donde malvive Geppetto (genial Nino Manfredi), en el más crudo invierno que se haya visto nunca en la pequeña pantalla, no tiene desperdicio.

La historia es conocida, pero Comencini se aparta libremente de las versiones más suavizadas y sigue a Collodi en su visión más naturalista para, finalmente, llevarla a su terreno. La vida no puede ser más dura, pero gracias al hada madrina (Gina Lollobrigida, en realidad un fantasma, puesto que se trata de la mujer del pobre Geppetto) consigue que una de sus marionetas cobre vida. El niño es un maleducado que cae mal al espectador y que se merece los sucesivos castigos del hada, que lo convierte una y otra vez en marioneta. Comencini casi cambia el final cuando Geppetto, verdadero sufridor de la historia, prefiere quedarse dentro de la ballena, donde tiene comida y está caliente. En definitiva, realismo crudo, no apto para niños demasiado pequeños, y crítica social soterrada en defensa de las clases menos favorecidas.

Corazón (Cuore, 1984)

Una década después del éxito de Pinocho, Comencini se embarca en un proyecto similar: en la adaptación de otro clásico de la literatura transalpina (la célebre novela de Edmondo de Amicis) y en la dirección de otra miniserie de seis capítulos para la RAI. Una obra tan importante como la de Pinocho, y con igual prestigio y calidad.

Esta vez Comencini adapta la novela con bastante ingenio cambiando la época original de la narración: desde el último tercio del XIX (de Amicis la escribió en 1886) a las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Así, son los oficiales y los soldados de una compañía los que van relatando sus vivencias de cuando eran alumnos de primaria en un colegio de finales del siglo XX. Esta circunstancia transfiere el protagonismo a los diferentes niños y al profesor de aquella escuela.

No obstante, lo más original de la serie es la forma en la que Comencini narra cada uno de los relatos interpolados que encierra la novela (ya saben, las célebres aventuras de Marco buscando a su madre en “De los Apeninos a los Andes”, la tragedia de “Sangre Romañola”, la de “El pequeño escribiente”, etc., todas protagonizadas, como no, por niños).

 

El director se vale del cine dentro del cine para reproducir con acierto cada una de las historias mediante cortos silentes, con la estética del cine mudo, y con la ayuda de intertítulos. El mérito reside en lo bien que se siguen ⸺sin pestañear⸺ cada uno de los episodios a pesar de lo rudimentario de la propuesta.

Nunca mejor que en Corazón, Comencini puede dar rienda suelta a su interés por los más pequeños gracias al microcosmos que forma la clase y a la muy buena descripción de caracteres: el malo del curso, el empollón, el rico, el pobre, el abusón, el que sufre acoso escolar, el tullido, etc.

Igual que en Pinocho, el director no esconde su opinión acerca de los conflictos armados y cambia el final: cuando se encuentran al cabo de los años el maestro, ya jubilado, y el protagonista, ahora teniente de permiso, ambos se muestran visiblemente desencantados por las guerras y los muertos sin sentido. Algo que parece contradecir el espíritu nacionalista y patriótico de los relatos que integran la novela. Cosa que sucedió con el libro cuando se publicó, que, curiosamente, fue alabado por la izquierda, pero también por la derecha fascista.

Sin duda, una obra maestra de la televisión.


lunes, 7 de diciembre de 2020

CALMA TOTAL (Dead Calm de Phillip Noyce, 1989)

Si hubo un escritor de novela negra especializado en lo que se denominó blue-water noir, ese fue Charles Williams. Tampoco hay duda en afirmar que “Dead Calm” fue su relato más célebre, una obra que también se llevó a la gran pantalla. “Dead Calm” fue la base de dos películas muy diferentes: la primera dirigida por Orson Welles, que nunca llegó a estrenarse y de la que hablaremos más adelante, y la segunda realizada por el australiano Phillip Noyce. El guion de Calma total, que así se tituló en España, difería sensiblemente del ideado por Williams con el objetivo de mudar de género para pasar del noir al thriller:


El capitán de navío John Ingram (Sam Neill) y su mujer Rea (Nicole Kidman) disfrutan de una vacaciones en su goleta Saracen. En alta mar divisan al Orpheus, un bergantín en malas condiciones, medio desarbolado, con síntomas de haber pasado por una terrible experiencia. Del velero sale un bote de remos con un superviviente a bordo que dice llamarse Hughie Warriner (Billy Zane). Mientras John se dirige al Orpheus para echar un vistazo, Hughie despierta, secuestra a Rae y se hace con el mando del Saracen...

A partir de Calma total —puede ser su mejor largometraje—, Phillip Noyce se dio a conocer en todo el mundo. La cinta se vale de dos escenarios: dos barcos en los que la tensión de uno y otro va in crescendo para terminar realimentándose entre sí. Los problemas se les acumulan tanto a John, que casi se ahoga en un velero que se deshace literalmente, como a Rea, que se las tiene que ver con el demente Hughie. A sus preocupaciones se les suman las del otro por la incertidumbre de no saber lo que realmente está pasando. Lo único que les une, que les dice que aún están vivos, son el ruido de salida de radio frecuencia de un equipo de comunicaciones que no funciona, y el pequeño eco que tiembla en la pantalla del radar.   

Phillip Noyce gestiona bien los tiempos en cada una de las embarcaciones y se vale del montaje paralelo para precipitar la acción, tanto en el arranque como en la conclusión: Al principio, cuando John investiga el Orpheus y se va encontrando los cadáveres flotando en el agua, vemos la verdadera cara de Hughie que trata de salir de la cabina para secuestrar a Rae. Gracias al buen detalle de un vídeo que nos va contando lo ocurrido en el bergantín, John se hace una idea de lo que ha pasado allí y de lo que le puede suceder a su mujer en manos de ese loco. 


En la segunda secuencia en paralelo, cuando Rae ya se encuentra al timón del Saracen y se dirige hacia el Orpheus, John se aferra a un tubo metálico para respirar dentro de un compartimento totalmente anegado; mientras tanto Hughie intenta salir de nuevo de su encierro para atrapar a Rae. Es una repetición de lo anterior sólo que los papeles de cada uno ya están más que claros y se acercan a la resolución final.

Buenas ideas de Noyce, como la de recurrir a la mascota para ser colaborador involuntario de Hughie (el perro le avisa con ladridos de los movimientos de Rae, o le trae la llave del motor después de que la joven la haya arrojado al agua); igual que la de utilizar una simbología satánica que oscurezca aún más la trama. Así, los colores del bergantín (negro) con respecto al Saracen (blanco) no son nada casuales; tampoco el nombre del primero (Orpheus), ligado al inframundo, un barco con la madera tan podrida como el cargamento que lleva; o el incendio del final, cuando el velero maldito se consume en llamas para irse directamente al infierno.

Filme, por tanto, muy atractivo el de Phillip Noyce, cosa que no podemos decir —tampoco lo contrario— del intento de Orson Welles, unos años antes, cuando ni siquiera llegó a finalizar el rodaje. The Deep, ese iba a ser su título, es uno más de los proyectos inacabados de Welles del que apenas se han visto unos metros de película y algún tráiler de promoción. Aun así, todo parece indicar que había un cambio de villano, que Hughie era una víctima más del personaje interpretado por el director. El rodaje se interrumpió por la repentina muerte de Lawrence Harvey, y por falta de financiación —como siempre—, de ahí que muchas tomas se quedaran sin filmar. Daba la impresión de que la cinta se asemejaba más a El cuchillo en el agua de Roman Polanski que a La dama de Shanghai del propio Welles, de hecho, el realizador llegó a reconocer este extremo, no sin cierto tono irónico: “sí, es más de ese estilo, pero no tan exquisitamente rodado".

 

El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Calma total en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas



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