domingo, 17 de diciembre de 2023

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO III (I)

Una vez completados los capítulos correspondientes a Howard Hawks y Raoul Walsh del ensayo "El Autoremake en el Cine", hoy iniciamos en el blog el epígrafe dedicado a otro grande del cine clásico: Frank Capra, al que dedicamos el capítulo III del mismo libro. Espero que os guste:




III

 

FRANK CAPRA

 

That's a wonderful idea but there's one thing that stands on the way. I got a wife that is very fussy. She doesn’t like me to go around and marrying people!

Happy (Ned Sparks) le responde a Dandy (Warren William) en Lady for a Day (1933).

 

 

3.1. Manzanas para la Depresión.

3.1.1. Dama por un día (Lady for a Day de Frank Capra, 1933). 

De los cinco directores objeto de nuestro ensayo, quizás sean Howard Hawks y Frank Capra los más representativos. Si la presencia de ambos en el grupo se justifica por su pertenencia al cine clásico americano y por haber llevado a la gran pantalla, en más de una ocasión, viejos éxitos anteriores, lo que les hace destacar por encima de los otros tres es el hecho de que su cine se caracterice por contar casi siempre la misma historia. Y esto es especialmente cierto en el caso de Frank Capra donde no sólo la crítica está de acuerdo con dicha afirmación, sino que el propio director reconoce que el secreto de sus películas es que “siempre cuentan su vida, la historia del pobre siciliano que gracias a su trabajo y al apoyo de su familia y amigos, se convierte en millonario norteamericano, y además lo hace muy bien” (Frank Capra citado en Torres 2006, p.144).

Capra nació en Bisaquino (Sicilia), en el seno de una familia pobre y numerosa que emigró a Estados Unidos cuando Frank tenía cinco años. En Los Ángeles pasó por diversos oficios, entre ellos el de chico que vende los periódicos, y conoció a vagabundos y mendigos de los barrios bajos que más tarde le ayudarían a crear algunos caracteres e, incluso, formarían parte del reparto de películas como Dama por un día. El joven Capra estudiaba mientras trabajaba y consiguió licenciarse en química. Tras enseñar balística a los soldados en la Primera Guerra Mundial, logró entrar en el mundo del cine a través de los laboratorios. En los estudios, pasó de gagman con Hal Roach a guionista con Mack Sennett y, por fin, a director del gran cómico Harry Langdon, que, precisamente, conoció su mejor época trabajando con Capra.[1] Langdon creyó que el éxito se debía a su habilidad para la comedia y despidió a Capra para dirigirse a sí mismo.[2] El actor pagó caro su error: sin el director que le hizo famoso, sus películas fueron un fracaso y su progresiva decadencia una realidad.

La carrera posterior de Capra está ligada a la Columbia, y viceversa. Los estudios se crearon en 1918 cuando Harry y Jack Cohn, junto a Joseph Brandt, fundaron la CBC Film Sales Corporation. Una firma que renunciaba a la exhibición y, por tanto, comenzó jugando en la segunda división de las productoras de películas.[3] La joven compañía, tras la renuncia de Brandt, adoptó el nombre de Columbia en 1924 y pasó a ser una empresa familiar, con los hermanos Cohn dirigiéndola desde Nueva York (Jack) y desde Hollywood (Harry). Este último era el que realmente llevaba las riendas desde su puesto de presidente de la compañía. Por Harry Cohn pasaban todas las decisiones importantes, como la de contratar a Frank Capra en 1928. Una decisión que, aunque no le garantizaba un contrato duradero al cineasta,[4] sí le dejaba cierta libertad creativa al encargarle no sólo de la dirección sino también de la producción de sus proyectos. Pronto, Capra demostró el buen negocio que había hecho Harry Cohn: comenzaron a salir filmes de calidad y, lo que era más importante, de bajo coste: “Películas que escribe en dos semanas, que rueda en dos semanas y que monta en dos semanas” (Torres 2006, p.143).

Dama por un día, la cinta que nos interesa, llegó después de una veintena de largometrajes y significó el punto de inflexión en la carrera del realizador; y en la del estudio[5]: tanto Capra como la Columbia consiguieron su primera nominación al Óscar como mejor director y mejor película, respectivamente.[6] Un éxito que se debe, en parte, al encuentro de Capra con el que sería su guionista durante toda la década de los treinta, Robert Riskin, y que se remonta a un par de años antes cuando el realizador rueda The Miracle Woman (1931).[7] La colaboración entre ambos realmente comenzó con La Jaula de Oro (Platinum Blonde, 1931) y continuó con La Locura del Dólar (American Madness, 1932) antes de llegar a Dama por un día; donde, por cierto, Riskin también se apuntó al reconocimiento de Hollywood con otra nominación al Óscar. Luego vendrían películas tan importantes como Sucedió una noche, El Secreto de Vivir, Horizontes Perdidos, Vive como quieras o Juan Nadie, todas grandes cintas, para muchos, obras maestras. 

El mundo del cine debe al dúo Capra-Riskin, como al formado por Wilder-Diamond,  De Sica-Zavattini o Berlanga-Azcona, un ramillete de excelentes filmes que transciende el viejo debate —algo acalorado debido a críticos como Joseph McBride[8]— de quién era el verdadero “autor” de las películas. Ambos, Capra y Riskin, se elogiaron mutuamente mientras duró su trabajo en común y se quitaron mérito cuando se separaron.[9] Para ser objetivos, quizás haya que acudir a las frases que les dedicaron algunos de sus mejores amigos: “Riskin tenía la facultad de poner las palabras en el papel de la forma en que Capra quería verlas”, “Cuando dejaron de colaborar se perdió la chispa” o “Su trabajo no sólo era previo a la filmación sino que continuaba en el rodaje” (McBride 2011, p.291-297). Una cosa está clara, en la que todos coinciden, que ambos por separado sólo lograron igualar lo que hicieron juntos cuando se inspiraban en aquellos viejos éxitos que compartieron entre 1931 y 1941.

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[1] Las  mejores películas de Langdon, todas obras maestras del cine cómico mudo, se deben a Frank Capra: Un Sportman de Ocasión (Tramp, Tramp, Tramp, 1926), El Hombre Cañón (The Strong Man, 1926) y Sus primeros pantalones (Long Pants, 1927), la dos primeras codirigidas con Harry Edwards y la tercera realizada por Capra en solitario.

[2] Si exceptuamos el caso de Harry Langdon, Capra siempre se llevó muy bien con los actores. Como veremos más tarde, sólo tuvo problemas con ellos al final de su carrera, en especial con Glenn Ford.

[3] Junto a United Artists y la Universal, la Columbia formaba parte del grupo de las tres “minors”, que a diferencia de las cinco “majors” (MGM, Paramount, Warner, Fox y RKO) no controlaba la exhibición. La ley de 1948, por la que se desmontaba la estructura monopolista del sistema de producción de los estudios, benefició a la Columbia. La nueva legislación no sólo no afectó a la compañía, al no disponer de salas de proyección, sino que le permitió situarse en igualdad de condiciones con el resto e, incluso, sobrepasar a alguna (RKO).

[4] Ni al cineasta ni a nadie. De hecho, Capra era un afortunado, al menos fue renovando con regularidad hasta los años cuarenta, algo que no ocurría con los actores. La política del estudio era la de no tener bajo contrato a ninguna estrella. Se dedicaban a pedirlos prestados a otras compañías. Una anécdota curiosa afirma que Louis B. Mayer llamaba “Siberia” a la Columbia porque solía mandar allí a los actores de la Metro menos obedientes, como si fuera una especie de castigo.

[5] Dama por un día consiguió doblar el presupuesto en las taquillas.

[6] El Óscar a la mejor dirección y a la mejor película se lo llevó Cabalgata (Cavalcade de Frank Lloyd, 1933).

[7] La película se basa en la obra de teatro de Riskin, “Bless You Sister”, escrita en conjunto con John Meehan.

[8] En su libro dedicado a Frank Capra, “The Catastrophe of Success”.

[9] Una de las anécdotas que McBride incluye en su ensayo, para echar más leña al fuego, describe cómo Riskin se enfrentó a Capra en una ocasión: el guionista entró visiblemente enfadado en el despacho del director con 120 páginas en blanco y se las arrojó a la mesa, después le espetó algo parecido a “¡Aquí lo tienes, ahora dale el toque ‘Capra’!” (2011, p.291)

 



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